SANA DOCTRINA - Ministerio de Difusión Bíblica

Pateando contra el aguijón

 

Un sermón predicado el domingo 9 de septiembre de 1.866

Por Carlos H. Spúrgeon

En el Tabernáculo Metropolitano. Newington, Londres

 

 

“dura cosa te es dar coces contra el aguijón”   Hechos 9. 5

 

Esta expresión es muy característica del Salvador por su forma figurativa. Mientras estaba en la tierra, habló a la gente en parábolas; y en este caso, hablando desde el cielo todavía adopta el estilo parabólico como lo hizo en Patmos cuando se reveló a Juan caminando entre los candelabros. Aquí hay una parábola resumida en pocas palabras: la parábola del buey que fue terco, y al ser herido con el aguijón el buey pateaba contra él hundiéndolo aún más en su carne; un símil muy instructivo, muy natural muy lleno de significado y sin restricciones como el resto de las parábolas del Salvador. Es simple, directo, apropiado y auto explicativo, como las otras parábolas de nuestro Señor. Reconocer la persona que se dirigió a Saulo de Tarso, es confirmar que es el mismo hombre a quien la gente común escuchaba gustosamente debido a la manera interesante en la que pronunciaba Sus enseñanzas; es decir, es reconocer al gran maestro de la metáfora simple. Y ese maestro, es el mismo que aquí se dirige al rebelde Saulo, aferrándose a su estilo elegido para proseguir con la verdad revistiéndola de alegoría. No le dice a Saulo: “No te es ilícito resistir Mis objetivos”, eso sería un mero hecho abstracto, en cambio lo expresa de una manera más pictórica: “Dura cosa te es dar coces contra el aguijón”.

 

Otro rasgo del carácter de nuestro Señor es muy manifiesto en esta frase. Observa la ternura de la reprimenda. No dice, “Oh, Saulo, es malo, poco compasivo y obstinado de tu parte resistirme”. No hay ninguna reprimenda de ese tipo; a menos que pueda estar implícito en la expresión “¿Por qué me persigues?” Pero el Salvador deja a la conciencia de Saulo lo que le dijo sin expresarlo con palabras explícitas. Jesús tampoco dijo: “Saulo, Saulo, es muy duro para mi pueblo soportar tus crueldades”, ni añadió: “Me es muy provocador, y pronto te heriré con mi ira”. No, no dijo “Es difícil para mí”, sino “Es difícil para ti”, como si los pensamientos del Salvador estuvieran concentrados en Su pobre hijo, descarriado pero ignorante, lamentando: “En cuanto a lo que hacéis por mi causa, no diré nada; pero mira lo que te haces a ti mismo; estás perdiendo la alegría y bienestar; estás dañando tu propia alma; estás sembrando para ti las semillas de dolores futuro. Será muy difícil para ti”. ¿Quién sino el Salvador podría haber hablado de esta manera? No creo que la mayoría de los tiernos ministros del Salvador estén acostumbrados a mirar a los perseguidores de esa manera. Si oímos de tiranos que lanzan amenazas y masacres contra el pueblo de Dios, decimos con mucha facilidad: "¡Qué cosa perversa! ¡Qué cosa tan cruel e injusta!” Pero, cuán pocas veces exclamamos: “¡Qué cosa tan triste es para el perseguidor!” Y añadimos, tal vez, con un poco de vengativa sobriedad: “¡Qué terrible destino será el de ese hombre!” Y sentimos poca lástima por alguien cuyo terrible caso es ser enemigo del amigo del pecador. Decimos ¡Ay, qué amarga porción ha elegido este pobre ignorante, perseguidor y ofensivo! ¿No podríamos ser lo suficientemente semejante a Cristo para tener piedad de él? El Salvador mira el pecado a través del cristal de la compasión; en cambio, a menudo, vemos al pecador a través de la lente del orgullo farisaico. Jesús, según las palabras que tenemos ante nosotros, resplandece como el mismo Salvador que le dijo a la mujer sorprendida en adulterio: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más”. Pues bien, esa fue la misma voz apacible que dijo: “Dura cosa te es dar coces contra el aguijón”.

 

Te pediré que cuando comience este sermón ores para que Aquel que dijo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Obre en medio nuestro. Y a su vez tendré el agrado de hablar con algunos de ustedes del que convirtió al enemigo en amigo. Pues es mi deseo que haga lo mismo con algunos hombres y mujeres que se encuentran aquí. ¡Pueblo de Dios, anhelen esta oración! No es necesario que la digan; el que escudriña todos los corazones conoce sus deseos. ¿Pues, por qué no habría de obrar Su maravillosa gracia mientras tengamos un Dios con quien tratar? Hay muchas razones por las que debe ser nuestro deseo y nuestra oración. Cuanto más grave haya sido el ofensor, mayor será el triunfo de la gracia divina en su conversión, y más rico el consuelo que vendrá a la iglesia, ya que será para nosotros una mayor prueba del poder de la gracia de Dios en estos últimos días. Reza entonces, para que hoy el pecador orgulloso sea puesto de rodillas y puedas decirle cuánto le ama el Señor. Tenemos en el texto cinco cosas: un buey, un aguijón, patadas contra el aguijón, resultados dolorosos y un sabio consejo.

 

 

I. Tenemos en la parábola del texto UN BUEY. Ese buey se emplea aquí como la imagen de Saulo como una bestia y de todos los que son como él.

 

Ninguna otra bestia además del buey es provocada por un aguijón, y por lo tanto debe ser el buey que aquí se supone que patea contra los pinchazos o aguijones cuando es empujado hacia adelante por su amo. ¡Ay, cuán bajo ha caído el hombre que se le puede comparar perfectamente con una bestia! “Oh”, dijo el corazón orgulloso, “¿Dios me compara con una bestia?” Ah, amigo mío, es la bestia la que tiene motivos para quejarse en lugar de usted; porque ¿qué bestia es la que se ha rebelado contra Dios? ¿Nunca había oído hablar de eso? La bestia reconoce a Dios e inclina su cerviz ante el hombre, a quien Dios nombra para que sea su gobernante; la bestia cumple el propósito de su Creador; vive y muere, y tanto en la vida como en la muerte responde al fin para el cual Dios le envió al mundo; pero en cuanto a usted, usted divaga libremente contra Dios, y cuando conoce su voluntad hace lo contrario; y aunque se ha dirigido a usted con palabras de amor y ternura como lo hace con algunos de ustedes todos los domingos, sin embargo, no oyen, sino que rechazarán lo que Él dice y siguen en su rebeldía. No te enojes si Dios te compara con una bestia, porque si te conocieras a ti mismo, también te compararías con una de ellas, incluso el santo David dijo una vez: “Tan torpe era yo, que no entendía; Era como una bestia delante de ti”. Los pecadores penitentes han deseado con frecuencia ser bestias en lugar de hombres, porque han sentido como si el pecado hubiera degradado su naturaleza por debajo de la degradación del reptil más mezquino que se arrastra sobre su vientre. Oh, alma, si te conocieras a ti misma no te enojarías por ser comparada de esa manera, sino que golpeando tu pecho como el publicano, te confesaría indigno de levantar tus ojos al cielo.

 

¡Pero coraje! Aunque Dios compara al pecador rebelde y no regenerado con una bestia, animal valioso. Lo es para Él, porque es objeto de su propiedad. El texto no compara a un hombre con una bestia salvaje sin dueño, lo compara con un buey al que su amo cuida, y porque ha pagado un precio por él. El buey se compra con dinero; y a menudo se compra caro. Cuando Dios comparó a Saulo con un buey, lo hizo tan bien que fue como si le hubiera dicho: “Estás actuando como un toro salvaje, corriendo contra Mí y corneando Mi personas; pero aun así eres precioso a mis ojos, pues has sido comprado por precio”. “Yo”, dice Jesús, “Yo a quien tú persigues, te redimí, no con cosas corruptibles, como con plata y oro, sino con mi sangre preciosa”; “Mío eres tú, y no dejaré que te apartes de mí; Mío eres, te forzaré a entrar, y lo haré reprimiendo tu obstinada voluntad”. ¿Por qué me pateas? Porque quiero someterte a hacer Mi obra. Es en vano que te esfuerces y luches, porque te compré y te poseeré. He pagado por ti un precio demasiado caro para dejar que te pierdas. Te he considerado Mío demasiado tiempo para dejar que te apartes de Mí. “Te aceptaré y, por tanto, me moveré de inmediato, porque tu voluntad no se mantendrá por mucho tiempo frente a la mía”. Hay algunos en esta casa cuya conducta podría hacerlos comparables a las bestias, pero espero que sean objetos del amor eterno de Dios y comprados mediante la expiación del Salvador, para que, por lo tanto, no sean comparados con las fieras del bosque que van a sus guaridas sin cuidado, sino con un buey que está escrito entre las riquezas de su poseedor.

 

Nuestro Señor Jesús también comparó a Saulo aquí con el buey porque el buey es un animal que depende de su amo para el suministro de sus necesidades. Aquí recordarán que el profeta Isaías dijo: “El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor”. El buey recibe el forraje de la mano de su amo y conoce la mano que lo alimenta. Tú que eres enemigo de Dios esta mañana, ¿no sabes que eres Su criatura y que eres el objeto de Su Providencia diaria? El aliento que está en tu nariz y en la mía viene del Altísimo. Él nos formó de arcilla, y Su Omnipotencia mantiene unidas las partículas de polvo que forman nuestro cuerpo. Si no fuera por Su preservación, deberíamos regresar de inmediato a la Madre Tierra, y el lugar que nos conoce no nos conocería más para siempre. Querido oyente, ¿no hemos sido peores que los bueyes? ¡No hemos conocido la mano que nos alimenta! ¿No hemos dado puntapiés contra el Dios de quien han brotado todas nuestras misericordias? ¡Oh, entonces, debemos ser peores que las bestias si no sentimos una punzada de conciencia al pensar en la bondad de Dios y nuestra ingratitud! ¡Estar en deuda con Dios por veinte, treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta, setenta años de misericordia y sin embargo nunca estar agradecido con Él! ¡Haber recibido vida, aliento y fuerza de Él, y hoy recibir el Evangelio de Sus manos y, sin embargo, seguir nuestro camino indiferente y descuidado! ¡Este es un crimen detestable y abominable!

 

Un buey es una criatura a la que se le exige un servicio con un determinado propósito. Y como todo hombre que tiene un buey es para que le sea útil, así también Dios espera de aquellas criaturas, cuyas necesidades suple, que también se esfuercen en servirle. ¿Por qué Dios debería cuidarlos y ellos no hacerle ningún servicio? ¿Alimentarías tú mismo a un buey que no are si lo hubieres comprado para tal trabajo? ¿O alimentarías a un caballo que nunca sería una bestia de tiro para ti? ¿Mantendrías incluso a un perro si no te siguiera y no te sea fiel? Si el perro te mordió y te aulló como lo haces tú, oh pecador, contra tu Hacedor, pronto habrías de dejar de alimentarlo. Ten cuidado, no sea que Dios ya no te alimente, porque si no obtiene ningún servicio de ti Él no te perdonará para siempre. Somos como el buey; debemos servir o morir; debemos arar o sangrar; el becerro que no es bueno para su amo en los surcos pronto será bueno para el carnicero en su negocio; y el hombre que no sirva a Dios en vida pronto tendrá que reconocer Su Justicia en los dolores de la muerte, y para mostrar al mundo asombrado cuáles son los juicios de Dios en los terrores de la Eternidad.

 

El buey también fue seleccionado como imagen de Saúl debido a su perversidad. El buey no se acostumbra fácilmente al yugo. No es fácil entrenar a un buey para que cumpla sus órdenes. Por ejemplo, un rudo granjero oriental usaba un instrumento muy cruel para doblegarlo: un palo largo con una punta afilada en el extremo que empujaba al terco buey para obligarlo a moverse. El buey a veces era muy obstinado, aun cuando ponía su cuello en el yugo, era para seguir su propio camino; por lo cual no era fácil para el agricultor hacer que se moviera hacia otro lado; por tanto, los golpes del aguijón eran agudos y numerosos. ¡Ah, qué perversas son nuestras voluntades! Ciertamente, ellas son más obstinadas que la del buey. No queremos ir por el camino correcto; elegimos el malo de forma natural. Vamos al fuego del pecado y ponemos nuestro dedo en él, y lo quemamos; pero no aprendemos; luego empujamos nuestras manos en él, y aunque sufrimos por ello, regresamos y sumergimos nuestro brazo en las llamas. Hay algunos que están sufriendo en este mismo día por sus pecados. Los pecados de su juventud están en sus huesos, y sin embargo, vuelven a tambalearse ante sus deseos; y como la polilla que vuela cerca la vela chamuscando sus alas, cae en dolor y agonía, y sólo recupera sus fuerzas, sólo para volar hacia la vela de nuevo, así son algunos hombres con sus pecados. Pero mientras somos rápidos para pecar, ¡cuán lentos somos para la justicia! Los padres a veces se quejan de que no pueden enseñar a sus hijos cuando son tan obstinados. Ah, si fueran tan obstinados como nosotros hacia Dios, no tendríamos motivos para quejarnos. El maestro dice: “Le he enseñado a este niño 19 veces la misma cosa, y no aprende”, pero Dios ha enseñado 19.000 veces: “Línea sobre línea, y precepto sobre precepto, un poquito aquí y otro poquito allá”, cada día ha tenido su palabra y cada noche su sentencia; y todavía somos como la víbora sorda que no escucha la voz del encantador, aunque siempre encanta mediante su astucia. Esto es humillante, pero es cierto. Dios nos hace sentir que esta es la verdad y nos coloca en un marco adecuado de demencia a causa de ello.

 

Sin embargo, recuerde que existe otras cosas sobre el buey: aunque por un lado es un animal perverso, es una criatura que puede ser de gran utilidad para su amo. Cuando el buey se vuelve dócil y pone su cuello al yugo, y ara con paciente seriedad, es una de las posesiones más valiosas del agricultor oriental. ¿Qué haría sin él? El paciente buey en el Este se usa mucho en tiro y en labranza; y eso es una de las cosas más preciosas que tiene un pobre en Oriente, poseer ese admirablemente laborioso y paciente animal. Cuando el hombre le da su corazón a su Maestro, cuando este corazón brutal es conquistado por la gracia divina, se convierte en siervo de Dios, ¡y para qué puede servir! ¿Ves el trabajo y celo de Pablo? Nunca se cansó. Era un buey que nunca se inquietaba bajo el yugo. Él fue hasta el final de muchos largos surcos y volvía a comenzar otro surco hasta el final nuevamente. Ningún surco pudo ser un impedimento; no hubo prisiones que lo detuvieran. No le tenía miedo a la misma muerte. Cruzó el mar embravecido, que no era poca hazaña en aquellos días cuando la navegación no era experimentada; atravesó la tierra igualmente peligrosa, sufriendo peligros de ladrones, de los ríos, de las fieras y de los falsos hermanos. Como un buey fuerte, ara un suelo pesado desde la mañana a la noche sin quejarse. No dejó ningún trabajo sin hacer, y pudo decir al final de su carrera, “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”. ¡Oh, qué inmensa obra! ¡Algunos de los que ahora están haciendo tanto daño podrían hacer mucho bien! Cuando un pecador es realmente convencido de pecado, no tiene idea de lo que alguna vez Dios puede hacer de él. Ustedes no pueden ignorarlo. Miren a ese tipo que maldice en Elstow Green, el calderero gitano que jamás imaginó que su mano indócil alguna vez escribiría sobre la Ciudad Celestial, sobre la tierra de Beula y sobre el bendito progreso del Peregrino. Basta con mirar a este otro hombre vendedor y abusador de esclavos, presa de todo lo que es malo; John Newton, ¿quién esperaría escucharlo en el púlpito de St. Mary Woolnoth, hablando de la poderosa gracia de Dios? Ah, pero esa es una de las formas que el Señor puede así obtener una doble victoria sobre Satanás, no es simplemente capturando a sus mejores hombres, sino transformándolos en capitanes en el Ejército de la Cruz. Que Dios conceda que algunos aquí, que han sido como el buey por su perversa terquedad, y cuya condenación final sería ser derribado por el hacha de la muerte, puedan ser subyugados por el gran domador de leones, que seguramente puede domesticar al buey. Que Jesús venga y ponga Su yugo sobre sus cuellos, porque “Su yugo es fácil y ligera Su carga”. Y desde hoy en adelante sirvan en el reino del Rey Jesús, para alabanza de la gloria de Su gracia.

 

II. En segundo lugar, en esta pequeña parábola, que está tan llena de enseñanza, tenemos EL AGUIJÓN DE BUEY.

 

Sin duda es un instrumento cruel, pero el agricultor oriental pensaba que su uso era necesario debido a la terquedad del buey. Cuando necesitaba que su buey marchara, sólo clavaba el aguijón desde atrás; pues, no caminaba a su lado como probablemente lo haríamos aquí, sino que aferrado al mango de su arado le hincaba por detrás. Nuestro Dios tiene muchas formas de aguijonear, pero con nosotros no recurre al aguijón como primera medida, sino a medios más apacibles adecuándolos según las circunstancias. ¿Pensaría que un buen granjero le hablara a su buey, y lo ponga en tal condición para que supiera lo que debería hacer mediante la obediencia a su palabra? Pues bien, Dios conduce a Su pueblo mediante un proceder como ese. Él dice: “Te guiaré con Mis ojos”. Y agrega: “No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, Que han de ser sujetados con cabestro y con freno, Porque si no, no se acercan a ti”. También podría decir: “No seas como el buey, que necesita sentir el aguijón o de lo contrario no te moverías”. No, Dios no llega a los golpes con los hombres hasta que primero haya intentado hablar con ellos. Con el hombre primero tiene una palabra y luego, como recurso, un golpe; y muy a menudo hay un gran espacio de tiempo entre la palabra y el golpe. Es, "¡Cambia! y ¡Tiempo! ¿Por qué vas a morir antes de que venga con el hacha del verdugo?” Antes de que el árbol sea cortado hay un tiempo de cuidado, en el que se excava en espera de que dé fruto. Pero cuando las palabras no sirven para nada, entonces el Señor, con tierna misericordia, si se trata de salvar su alma, Él adopta medios más agudos, y pasa de las palabras a los golpes y luego a las heridas. Algunos de ustedes saben cómo Dios nos hiere cuando tiene la intención de salvarnos. El salmista lo describe como roto en pedazos. Él gime por “los huesos que has roto”, pues Dios obra tales cosas de la mano de la providencia, y da tales golpes con la ley sobre la conciencia que parece como si fuera tan cruel que nos mataría por completo; y, de hecho, si fuere necesario, nos mataría para poder salvarnos; Él nos romperá en pedazos para vendarnos; y nos herirá para venir a sanarnos con todo su poder.

 

Pensemos por uno o dos minuto en este aguijón de buey, y cómo tú y yo lo hemos sentido, y cómo algunos lo están sintiendo hoy y, sin embargo, patean contra él. Algunos de nosotros sentimos el aguijón de buey cuando éramos niños. Bajo el gobierno de nuestros padres y amigos, a menudo estábamos muy inquietos y sentíamos que era difícil pecar. Queríamos ir tras nuestras propias decisiones, pero nuestros padres que nos amaban no lo permitieron. Quizás ellos nos desairaron; y puede ser que nos hayan reprendido según su propio placer, como pensábamos, pero si hubiésemos sido más sabios podríamos haber percibido que era para nuestro propio beneficio; aún cómo algunos de nosotros pateamos y luchamos contra las lágrimas de nuestra madre; ¡Qué fastidioso era el buen consejo de un padre! Muchos hombres mostraron en su infancia lo que fueron hechos por sus primeras rebeliones contra las santas amonestaciones de padres amorosos y ansiosos. ¡Oh, jóvenes delincuentes, sus responsabilidades no eran poca cosa! ¡Oh, cómo puede rebelarse el corazón joven! yo hablo experimentalmente cuando digo que creo que el corazón de un niño pequeño es capaz de actuar tan profunda y minuciosamente en rebelión contra Dios, y a conciencia como el corazón del hombre mayor, aunque el niño no pueda, ya sea de palabra o de hecho expresar lo que siente. Hay momentos malos con algunos niños cuando la pasión parece como si fuera a sofocarlos, y sus delirios o mal humor demuestran que la naturaleza de un niño es inclinado al mal, pues sin duda ha caído desde su nacimiento. Así que al mirar hacia atrás, vemos que el aguijón fue usado con nosotros incluso cuando éramos niños. Desde entonces, algunos de ustedes han sentido el molesto aguijón del buen consejo de amigos con los que se han relacionado. No te gusta que te hablen de religión. Tienes la mitad de la mente en cambiar de lugar para alejarte de las personas piadosas que te molestan. Con gusto conseguirías otro trabajo, porque trabajar en un banco cerca de un cristiano que te hace sentir incómodo por causa del pecado aunque te hable con mucha ternura y sencillez. Y aunque tú bromees con él, aun así, hace que te sientas incómodo por ser lo que eres. Oh que agradecido deberías ser por esto, y sin embargo me pregunto por qué le estás dando patadas. Todos estos son aguijones que Dios usa, te está diciendo: “Hombre terco como un buey, no irás al infierno”. Él te ha enviado estas advertencias, primero por una, y luego por otra, con miras a tu bien.

 

Cada doctrina y cada parte de las enseñanzas de la Palabra de Dios actúan como un aguijón para los inconversos. He conocido gente que viene aquí; la curiosidad los ha llevado a escuchar al predicador, y su sermón los hizo sentir tan enojados que casi podría haberlos derribados, pero aun así no pudieron evitar venir de nuevo. ¿Por qué vinieron? No pudieron decirte por qué, pero no pudieron detenerse; y sin embargo odiaban la verdad de Dios cuando la escuchaban. Muchos de ustedes saben que antes de ser convertidos, cuando escuchaban el evangelio sus primeros sentimientos era sólo la ira. Me alegra mucho cuando escucho que he hecho enojar a algunas personas. Pienso en mi interior: “Bueno, de todos modos no estaban dormidos, y le dieron al sermón algún tipo de reflexión”. Cuando un hombre piensa lo suficiente en la verdad de Dios para comenzar a luchar en contra de ella, tengo la esperanza de que la verdad le dé una sacudida, y nunca lo deje ir hasta que lo haya vencido para lograr bastantes y mejores cosas en él. Sentirse enojado es mejor que ningún sentimiento, y la enemistad hacia la verdad puede aparecer para más esperanza que la indiferencia. Ahora bien, ¡qué aguijón para algunos hombres es la doctrina de la cruz! Ellos No puedo oír hablar de las heridas de Jesús y pecar agradablemente. Para algunos, la doctrina del castigo del pecado es como la lima en las víboras, siempre se rompen los dientes mordiéndola. No hay parte de la Escritura que, bien entendida, es un aguijón para el pecador, diciéndole claramente: “Pecador, vuélvete, vuélvete de tus malos caminos, porque ¿por qué morirás?"

 

A veces el Señor nos aguijonea de otras maneras, es decir, con aflicciones personales. Quizás enviando una enfermedad, y así poner a un hombre fuerte a gemir en su cama. Posiblemente con un fracaso en el negocio, una pérdida de propiedad, una decepción en el matrimonio, la muerte de amigos o el deterioro gradual de la salud, o la pérdida de una extremidad o un ojo. Éstas son voces fuertes, si los hombres tuvieran oídos para oír. Dios no viene a podar Sus árboles hasta que se necesite un remedio severo. Algunos de ustedes han tenido tantas aflicciones que el Señor bien podría preguntarles: “¿Por qué habrías de ser más herido? ¿Te rebelarás cada vez más? Toda tu cabeza está enferma, todo tu corazón desfallecido y estás lleno de llagas y llagas putrefactas”. Oh la ruindad que ¡el pecado ha cometido en algunos casos evidentes! Conozco a un hombre en el presente, un hombre, dije, pero ay, pobre miserable mortal, difícilmente se parece a un hombre. Ayer lo vi en harapos, temblando bajo la lluvia. Provenía de padres respetables; conocía bien a sus parientes. Hace unos años le quedaban unas 400 libras o más. Tan pronto como pudo, vino a Londres, y en aproximadamente un mes lo gastó todo en un espantoso torbellino de maldad. Se volvió mendigo y andrajoso, lleno de horribles enfermedades, repugnante y marginado. Desde entonces, sus amigos lo han ayudado con tanta frecuencia que se han entregado a él por completo, y ahora este pobre infeliz con apenas harapos para ocultar su desnudez, no hay ojos para compadecerse de él y manos para ayudarlo. Se le ha ayudado una y otra y otra vez; y ayudarlo parece inútil, ya que a la primera oportunidad vuelve a sus viejos pecados. El asilo, el hospital, la tumba, es su porción; pues parece incapaz de elevarse a la dignidad del trabajo, y nadie para albergarlo. Podría llorar al verlo, pero ¿qué se puede hacer por él si se destruye a sí mismo por sus pecados? Si le dices: “¿Por qué tus amigos no te tienen en cuenta?” te dirá: "porque no pueden". Ha llevado a su madre a la tumba; ha desgastado a todos los que le han tenido lástima, porque su vida ha sido tan terrible que ya no suscita lástima, disgustando aun a sus propios parientes. Por el amor del Señor Jesús, ayudaré de nuevo a este infeliz, pues tengo la intención de verlo lavado, vestido, alimentado y en forma presentable, pero tengo muy pocas esperanzas de que pueda serle de alguna utilidad duradera porque ha sido probado tantas veces. Sin embargo, nunca vi a un miserable en tal miseria. Está demacrado, harapiento y ha conocido el hambre, el frío y la desnudez mes tras mes, y a menos que se enmiende, éste será su destino hasta que muera. Tenemos más que suficientes casos de este tipo que se cruzan en nuestro camino, pero este los supera a todos. Ahora sé que algunas de estas personas desamparadas a veces se infiltran en el Tabernáculo y, si ahora hay alguno aquí le diría, déjame preguntarte, ¿qué se puede hacer contigo? Sacas de su paciencia, incluso a las personas mejores y más tiernas. Tu complicación no tiene poder para quebrantarte, y la bondad no tiene influencia para derretirte. Oh, mientras exista un remedio, ¡que Dios lo aplique a ustedes, pobres almas culpables! Hay algunos que han sentido estos aguijones al grado más terrible hasta que lo han perdido todo, y sin embargo se aferran a sus pecados. ¡Dios quiera que los santos se aferren a Cristo con la mitad de fervor que los pecadores se aferran al diablo! Si estuviéramos tan dispuestos a sufrir por Dios, como algunos lo están por sus concupiscencias, ¡qué perseverancia y celo se vería por todos lados!

 

El aguijón es más eficaz, cuando Dios habiendo aguijoneado a un hombre con aflicciones y dolores, lo encamina a todas las doctrinas del evangelio a fin de ser conmovido con la inconfundible operación del Espíritu Santo en su conciencia. Saulo estaba siendo aguijoneado en el mismo momento que Cristo habló y le dijo: “¿Por qué me persigues?” Ah, cuídate de no resistirte a estos aguijones. Dice la escritura: “Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos”.  Creo que el Espíritu Santo, por lo que a menudo llamamos las operaciones comunes que ejerce sobre los corazones de los hombres, se ocupa también de las conciencias como para despertarles y advertirles de su condición; pero, como respuesta apagan el Espíritu. Ellos, como dice Esteban, resisten al Espíritu como lo hicieron sus padres. Es un pecado que se puede cometer, y donde se comete a menudo, y durante mucho tiempo. Por lo cual, respecto a esta actitud debe tenerse mucho Cuidado. Porque el Espíritu Santo puede partir para no volver jamás y esa alma ser abandonada. Pueda ser que algún hombre o mujer aquí esté enfrentando el asunto mediante grandes esfuerzos internos; Dios permita que termine en un llamamiento eficaz y no que sean conducidos a una gran condenación, como seguro sucederá, a menos que el alma sea llevada al arrepentimiento salvador.

 

 

III. En tercer lugar, y aquí la conciencia debe estar despierta, tenemos que hablar de LAS PATADAS CONTRA EL AGUIJÓN. “Es difícil para ti dar patadas contra el aguijón”.

 

El buey, cuando está herido, es tan necio que insiste en golpear el aguijón con su pata impulsándolo más profundamente dentro de sí lastimándose aún más. Bien, esta es la manera natural en que actúan los hombres hasta que Dios hace de ellos algo más que bestias. El hombre está seguro, como el buey, de que patear contra los aguijones es efectivo. ¿Cómo es posible de que el hombre pueda pensar de esta manera? Incluso cuando éramos niños nos rebelábamos contra nuestros maestros. Cuando éramos pequeños y nos instruían en las cosas de Dios las resistíamos, posiblemente tampoco nos gustaba la religión; la oración era de mal gusto, el domingo era aburrido y la casa de Dios era un fastidio; y por todo eso dábamos patadas. Como algunos de ustedes crecieron y ahora están presentes, recordarán como se burlaban de aquellos que amablemente les aconsejaban. Muchos de los jóvenes, en el momento en que reciben un consejo de cualquier persona, inmediatamente tratan a esa persona como un enemigo, y juran que no prestarán más atención a tal “hipocresía”, como suelen llamarla. Eso es una forma común de patear contra los aguijones. A muchos pecadores les sucede que, cuando la Palabra de Dios es demasiado ardiente para ellos, empiezan a criticarla. Cuando les llega un sermón, ¿cuál es la forma más fácil de deshacerse de su impacto? Resistiéndolo. Y si alguno de ustedes ha sentido en algún momento poder en el sermón, y no quiere recibir una bendición, empieza a plantear objeciones a algún punto de la doctrina o expresiones del ministro. No se detenga en esa parte del sermón que sintió que era buena y que estaba destinada a usted; pues si quiere contender con esos fundamentos, el sermón no le servirá de nada. ¡Satanás se alegrará si comienza a culpar al predicador cuando debería haberse culpado a sí mismo! Si duda en las doctrinas del evangelio, si objeta sobre los puntos altos y bajos, y dice: “Bueno, no veo cómo la predestinación y el libre albedrío pueden estar de acuerdo”, todo eso será una trampa para usted, que le impedirá venir a Cristo.

 

A Satanás no le importa si le arrastra al infierno como calvinista o como arminiano, siempre y cuando pueda llevarle allí. No le importa si eres ortodoxo o heterodoxo, siempre que pueda tenerle seguro. Un hombre que es reprendido por un sermón tal vez sienta que si es verdad su mensaje deba renunciar a su embriaguez. “Pero”, dice, “no la abandonaré; no lo haré, y por lo tanto no creo que el sermón sea cierto”. Otro dice: “Si esto es correcto, entonces debo cerrar mi tienda los domingos, por lo cual, perderé mis ganancias, de manera que prefiero desacreditar al predicador”. La conciencia culpable grita: “Haré un agujero en el abrigo del ministro, porque ha encontrado uno en el mío. Si lo que dice es cierto, debo enmendar mis caminos; pero como no tengo la intención de hacerlo, trataré de encontrar alguna falta en la verdad que se enseña, o en el hombre que la enseña”. Hay muchos individuos que están tan enojados con Dios por sus pecados, que se han dedicado a perseguir al pueblo de Dios. No pueden quemarlos, no pueden encerrarlos en la cárcel, pero los atormentan con burlas crueles, tuercen sus acciones honestas en algo malo, y luego quieren devastarlos. Ellos inventan con total descaro mentiras y calumnias contra la buena gente de Dios, porque tienen la convicción de que los santos son mejores que ellos. Parece ser que es un acto natural de nuestra naturaleza caída revelarnos cuando la misericordia nos reprende; más aún, inmediatamente tratamos de probar que la reprensión no es producto de la bondad para que nuestra conciencia se tranquilice.

 

Ciertos hombres profanos han ido tan lejos como para pretender patear a Dios mismo. No dudan en su malicia y la proclaman con claros y cuantiosos juramentos desafiando a su Hacedor a hacerles las cosas más terribles. Blasfemo, ¿piensas que no te ha de responder? Él es un oidor de la oración, ¡y cuando tú le rezas para que te maldiga, si Él quiere puede hacerlo uno de estos días, pecador! No le desafíes para que no lo haga de inmediato. Él tiene una forma de hacer lo que los hombres le piden que haga; no juegues con Él. ¡Es su poderosa misericordia la que ha impidió que te destruyera hace mucho tiempo! Si esta es tu forma de patear contra los pinchazos del aguijón, aun así espero que, dado que Dios te ha traído hasta aquí, es porque hoy quiere detener tus rebeliones. Oro para que puedas, y no por mucho tiempo más, seguir dando patadas para volverte a Él y decirle: “Señor, ¿qué quieres que haga?”

 

 

IV. El tiempo se nos acaba y, por lo tanto, debemos hablar brevemente sobre EL RESULTADO DE LAS PATADAS CONTRA EL AGUIJÓN. Cristo dice: “Es difícil para ti”. Amigo, déjame abrazarte y hablar contigo. Ha sido muy difícil para tu madre que hayas continuado como lo has hecho hasta ahora.

 

¡Por el bien de ella, piensa! Con algunos de ustedes ha sido muy difícil tal condición, aun para con sus familias. La embriaguez viste a los hijos del borracho en harapos, afectándolos como a él mismo. Ha sido difícil el trato, incluso en algunos casos, con sus vecinos y empleadores que tenían que aguantarlos; pero ese no es el tema de consideración esta mañana. Es difícil para ti. Oh, joven, sabes que el pecado no te hace feliz. Has tenido tus desvaríos por su causa, y esta mañana te presentas como un miserable. Oh no, no hay felicidad en todo lo que es malo. Por fin la verdad de Dios está comenzando a amanecer en tu mente y en lugar de la felicidad que pensabas poseer, has encontrado inquietud e insatisfacción. Tienes miedo al cólera, miedo a morir. Correrías a cualquier lugar con tal de escapar de una enfermedad infecciosa porque sabes dónde estará tu porción cuando entres al otro mundo. Este es el efecto de tus patadas contra los pinchazos. Te has metido en un infeliz e incómodo estado mental hasta que a veces deseas no haber nacido. ¿Sabes cuál será tu historia si te encuentras en pecado y persistes en él? Cuando lo medites harás crecer mucho más tus presentes aflicciones haciendo que tus faltas actuales se acumulen sobre ti. Estás pateando contra el aguijón, y estás empeorando diez veces las heridas ya recibidas; por lo cual, siempre será así mientras sigas pateando. Es posible que entres en tal degradación mental que pronto estarás listo para morir suicidándote por remordimiento. Es difícil para ti, joven, ser tan pecador como lo eres ahora, pero que difícil será si persistes en él. Podría llorar cuando pienso en lo duro que serán tus pecados para ti si persistes en ellos. Al que se convierte a Dios le resulta difícil creer que ha sido un pecador durante tanto tiempo. Su arrepentimiento es amargo en proporción a la grandeza de su pecado. “¡Ay!”, Dice, “¡cómo pudo haber sido que alguna vez me hube rebelado tanto contra el Dios que me amó con tanto amor!” Aquellos que se salvan tarde en la vida, sienten que sus pecados han sido como plagas destructoras que lo hubieran acompañado hasta la muerte. Un hombre no va y se sumerge en la zanja del pecado sin llevar el hedor de su vileza en su memoria durante toda su vida. Una vieja canción que solías cantar en tus días carnales, saldrá del armario de tus recuerdos, vendrá y profanará tus oraciones, y tal vez la memoria de alguna escena impía en la que tuviste un papel en tus días de juventud ¡te molestará incluso cuando estés en la mesa sacramental!

 

El apóstol Pablo siempre llevó el recuerdo de su pecado, porque dice: “Yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios”. Siempre sintió eso; y quién sabe si los azotes y el encarcelamiento que a menudo tuvo que soportar debieron hacer que se le llenaran sus ojos de lágrimas mientras pensaba: “Los perseguí en sus sinagogas, los obligué a blasfemar; y ahora, estoy llamado a sufrir las mismas cosas”. La vida pasada de un hombre regenerado siempre será su dolor. “Dios me perdonó”, dijo uno, “pero yo nunca podré perdonarme a mí mismo; mis pecados han sido borrados del libro de Dios, lo sé, pero nunca podrán borrarse de mi mente, recordaré hasta el día de mi muerte el pecador que he sido”. Ah, pero amigos, si se me llenan los ojos de lágrimas al recordar cómo se sienten los convertidos, con mucho gusto lloraría lágrimas de sangre al pensar lo que tú sentirás si mueres no convertido. Todas estas patadas contra los pinchazos estarán entre tus aguijones más agudos cuando sientas el juicio de Dios en el otro mundo. “Recuerda”, dice la conciencia, “fuiste advertido, no pecaste sin saber que era pecado, no elegiste el camino descendente sin entender que era el camino que te llevaba a la ruina. Sentiste los pinchazos de la advertencia, pero pateaste contra ellos, y ahora recibirás tu porción en el lago que arde con fuego y azufre; con este agravante sobre todos los demás, ¡qué sabías cual era tu deber pero no lo hiciste! Ese gran poeta italiano, cuya maravillosa mente tan singularmente imaginó a los perdidos dirigiéndose a sus moradas eternas, escribe sobre los portales del infierno: “Abandonad toda esperanza, quienes aquí entráis”. Ah, será un infierno en el infierno, lamentar que no haya ninguna esperanza allí; pero mientras no haya esperanza en ese futuro, habrá lamentaciones indecibles por el pasado. Mis oyentes, a menudo siento que es algo muy solemne predicarles, y cuanto más fervientemente puedo predicar, más solemne se vuelve, porque si este evangelio no es “olor de vida para vida” para ustedes, será “olor de muerte para muerte” para sus almas. Para muchos de ustedes puede que el domingo sea un día festivo para visitar el Tabernáculo y escucharme predicar; puedes venir del campo y apresúrate para ver este lugar como uno de los lugares de interés de Londres; ¡pero no es un día festivo para mí predicar a sus almas, y no es un juego de niños tener esta responsabilidad sobre mis hombros para tratar fielmente con sus corazones y conciencias! Sé que he sido un aguijón para muchos de ustedes, y sin embargo, muchos se han esforzado en continuar lo que son mientras este corazón amoroso ha tratado de traerles a un mejor juicio. Pero poco a poco el aguijón se convierte en una espada; el mismo evangelio que advierte será el evangelio que hiere. “Dios juzgará al mundo” -¿Cómo?- “conforme a mi evangelio”, dice el apóstol Pablo. Es de acuerdo con el evangelio que serás juzgado al final si lo rechazas y perecerás en tus pecados. ¡Este es el resultado de patear contra el aguijón!

 

 

V. Por último, UN SABIO CONSEJO y sólo es este; ya que te cuesta patear contra los pinchazos y no hay nada que puedas ganar con ello, ¡cesa, cesa de tu mal camino! Porque si te hizo ser un pecador feliz, casi podría perdonarte. Si hubo sido una cosa beneficiosa, casi podría disculparte; pero como es algo tan insatisfactorio, y la felicidad es tan pasajera, mera escoria en la olla; si persistes no puedo disculparte. Tus uvas son hiel, tu vino es ajenjo, tu música es discordia, tu alegría es miseria; ¿Porque seguir?

 

¡Oh hombre sensato y reflexivo, no vuelvas a patear contra los aguijones! Si no te conviertes en cristiano, no seas perseguidor. No hay necesidad de empeorar su porción eterna. Supone que piensas que el evangelio no es verdadero, entonces no luches contra él, porque si es de Dios no puedes prevalecer contra Él, y si no es así, caerá sin ti. Sin embargo, no creas que te pedimos que ceses de la ira porque te tenemos miedo. El evangelio es como un yunque; Puedes martillarlo y romperás tu martillo, pero el yunque permanece intacto. Puedes tropezar con esta piedra y serás quebrantado, pero no puedes romper ni quitar la piedra. ¡Ay de ti si esa piedra cae sobre ti! Porque sobre quienquiera que esté la piedra caerá, lo triturará hasta convertirlo en polvo. Detente y piensa. Si podemos hacer que los hombres pensaran que tenemos buenas esperanzas de ellos. En cualquier caso, vale la pena pensar en la religión. Si debes irte al infierno y vas a ir allí, ve allí con tus ojos abiertos y no te dejes engañar. La eternidad debe ser algo tan importante que sin duda vale la pena pensarlo. Si el diablo es digno de ser tu amo, considera sus pretensiones y sírvele atentamente. Si pecas y la embriaguez, ganar dinero, y quebrantar el sábado son las mejores cosas para ti, piénsalo bien, y da razón de la esperanza que hay en ti. Algunos de nosotros pensamos que eres tonto; entonces justifica tu conducta y ten lista una respuesta. Oh, sí pensaras, pronto dirías: “No, no, no, yo sé que hay un Dios, sé que he pecado, sé que Él debe castigarme; hay misericordia en Jesús, y la encontraré”.

 

Permíteme decirte, pecador, entrega tu corazón a los aguijones del amor divino, porque, “es difícil para ti patear contra los aguijones”. ¡Oh, no pienses que la sangre del Salvador no podrá limpiarte! No es tu dignidad, sino tu indignidad la que atrae Su atención; no es tu fuerza, sino tu debilidad; no tus riquezas, pero sí tu pobreza. Vino a salvarte tal cual eres. Perdido, pero amado, ¡confía en Él! Entrégate ahora a Él, sin tener nada propio. Ven y descansa en Él. No te echará. Él nunca ha desechado un alma, por muy sucia que haya sido su vida anterior, no lo hará. Así que hazlo hoy mismo, porque Él no rechaza a los pecadores. Dijo Jesús, “Al que a mí viene, no le echo fuera”, ¡Compra y come! “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche”. Entonces, ¿Por qué pateas contra los aguijones? “¿Por qué gastas dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo por lo que no sacia? Escúchame atentamente y come lo bueno, y deleita tu alma en la grosura. “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios”. ¡Confía en Jesús con todo tu corazón! Confía en Jesús y tus pecados, que son muchos, ¡serán perdonados! Este es el evangelio que se nos pide que prediquemos: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo”. Que Dios el Espíritu Santo les dé gracia para ser obedientes, y a él sea la gloria. Amén.

 

 

 

PORCIÓN DE LA ESCRITURA LEÍDA ANTES DEL SERMÓN: HECHOS 9.

 

 

 

 

  volver