SANA DOCTRINA - Ministerio de Difusión Bíblica

Nuestro Manifiesto

 

Sermón predicado la mañana del viernes 25 de abril de 1890

Por Charles Haddon Spúrgeon

Ante una Asamblea De Ministros Del Evangelio

 

 

“Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre”   Gálatas 1: 11

 

Es para mí un espectáculo lastimoso ver que Pablo estaba obligado a defender su oficio de apóstol, y a defenderlo, no ante un mundo contradictor, sino ante los insensibles miembros de la iglesia. Ellos afirmaban que Pablo no era verdaderamente un apóstol puesto que no había visto al Señor, y expresaban muchas otras cosas despectivas sobre él. Para reafirmar sus derechos al apostolado, se vio obligado a iniciar sus epístolas con la frase: “Pablo, apóstol de Jesucristo”, aunque su trabajo era una prueba fehaciente de su llamamiento. Si a pesar de que Dios nos hubiere bendecido con la conversión de muchos, algunos de esos convertidos cuestionaran la validez de nuestro llamamiento al ministerio, podríamos considerarlo como una prueba de fuego, pero no deberíamos concluir que algo extraño nos ha ocurrido. Hay una mayor justificación para que se cuestione nuestro llamamiento al ministerio que para dudar del apostolado de Pablo. Si nos sobreviniera esa indignidad, podemos sobrellevarla alegremente por amor de nuestro Maestro. No debería sorprendernos, amados hermanos, que nuestro ministerio esté sujeto a ataques, porque esa ha sido la suerte de quienes nos han precedido, y careceríamos de un gran sello de nuestra aceptación ante Dios si no recibiéramos el homenaje inconsciente de la enemistad que el mundo impío le brinda siempre a los fieles. Cuando no molestamos al diablo, él no nos molesta. Si su reino no es conmovido, no se preocupará por nosotros ni por nuestro trabajo, sino que nos dejará gozar de una ignominiosa tranquilidad. Reciban consuelo de la experiencia del apóstol de los gentiles; él es particularmente nuestro apóstol, y podemos considerar que su experiencia es un tipo de lo que podemos esperar mientras laboramos entre los gentiles de nuestra propia época.

 

El tratamiento que han recibido muchos hombres eminentes durante su vida ha sido profético del tratamiento que recibirán sus reputaciones después de su muerte. Este mundo malvado es inmutable en su antagonismo contra los verdaderos principios, sin importar que sus abogados estén muertos o vivos. Hace más de mil ochocientos años se preguntaban: “¿Quién es Pablo?”, y todavía lo preguntan. No es inusual oír que algunas personas indignas de fiar profesan desacuerdos con el apóstol, e incluso se atreven a decir: “En eso no estoy de acuerdo con Pablo”. Recuerdo que la primera vez que oí esa expresión miré al sujeto con extrañeza. Estaba asombrado de que un pigmeo como él dijera eso del gran apóstol. Sin considerar la inspiración de Pablo, parecía como si un gusano del queso estuviera en desacuerdo con un querubín, o como si un puñado de paja discutiera el veredicto del fuego. El individuo era tan completamente anodino que no podía sino maravillarme de que su altivez fuera tan notoriamente desvergonzada. A pesar de esa objeción, y aunque estuviese apoyada por críticos ilustres, nosotros estamos de acuerdo con el inspirado siervo de Dios. Es nuestra firme convicción que discrepar de las epístolas de Pablo es discrepar del Espíritu Santo y discrepar del Señor Jesucristo, cuya mente Pablo expresaba fielmente.

 

Es notable que los escritos de Pablo sean tan atacados, pero esto nos advierte que cuando hayamos partido para recibir nuestra recompensa, nuestros nombres no estarán exentos de maledicencia, ni nuestra enseñanza estará libre de oposición. Los más nobles entre los que han partido siguen siendo calumniados todavía. El juicio de los hombres sobre ti, en muerte o en vida, no debe preocuparte, pues ¿qué importancia tiene? Nadie puede lesionar tu carácter real sino tú mismo, y si eres capacitado para mantener limpias tus ropas, el resto no es digno de la menor consideración.

 

Pero, abordemos nuestro texto. Nosotros no pretendemos ser capaces de usar las palabras de Pablo exactamente en el pleno sentido que él podía darles; pero hay un sentido en el que -así confío- cada uno de nosotros puede decir: “Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre”. No sólo podemos decir eso, sino que deberíamos ser capaces de decirlo con entera veracidad. La forma de expresión de Pablo se aproxima a un juramento cuando dice: “Os hago saber, hermanos”. Él quiere decir: ‘les garantizo de manera sumamente cierta, quiero que tengan la absoluta certeza de ello’, “que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre”. Sobre este punto quisiéramos que todos los hermanos estuvieran convencidos más allá de toda duda.

 

Por el contexto estamos seguros de que Pablo quiso decir, primero que nada, que no recibió su Evangelio de los hombres. La recepción del Evangelio en su propia mente no fue según hombre. Y a continuación, quiso decir que el evangelio mismo no fue inventado por hombres. Si puedo dar forma a estos dos enunciados, entonces extraeremos de ellos algunas conclusiones prácticas.

 

I. Primero, PARA NOSOTROS EL EVANGELIO NO ES SEGÚN HOMBRE EN CUANTO AL MODO EN QUE LO HEMOS RECIBIDO. En un cierto sentido lo recibimos de los hombres en cuanto a la parte externa de la recepción, pues fuimos llamados por la gracia de Dios a través de la influencia de los padres, o a través de algún maestro de la escuela dominical, o por el ministerio de la Palabra, o por la lectura de un libro piadoso o por cualquier otra mediación.

 

Pero en el caso de Pablo no se usó nada de eso. Él fue llamado claramente por el propio Señor Jesucristo que le habló desde el cielo y se reveló a Sí mismo en Su propia luz. Era necesario que Pablo no estuviera en deuda ni con Pedro, ni con Santiago, ni con Juan, ni con la manera en la que muchos de nosotros estamos endeudados con algún conducto, de tal forma que podía decir verazmente: “Pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo”.

 

Pero también podemos decirlo en otro sentido. Nosotros también recibimos el Evangelio de una manera en la que el hombre no podría transmitirlo; los hombres lo predicaron a nuestros oídos, pero el propio Señor lo aplicó a nuestro corazón. Los mejores santos no habrían podido hacer que nuestros corazones lo entendieran mejor como para regenerarnos, convertirnos y santificarnos por él. Hubo un decidido acto de Dios el Espíritu Santo por el cual el conducto se volvió eficaz, y la verdad se hizo operativa en nuestras almas. 

 

Hago notar que ninguno de nosotros ha recibido el Evangelio por derecho de nacimiento. Podremos ser hijos de padres santos, pero no por eso somos hijos de Dios. Para nosotros es claro que “lo que es nacido de la carne, carne es”, y nada más. Sólo “lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Con todo, nos enteramos de algunas personas cuyos hijos no necesitan la conversión. Hablan de sus hijos y afirman que están libres de la corrupción natural y que nacen siendo hijos de Dios y que poseen una gracia interior que sólo necesita ser desarrollada. Yo lamento decir que mi padre no halló que yo fuera así de niño. Él descubrió pronto en mi vida que yo había nacido en pecado y que había sido formado en iniquidad, y que la insensatez estaba clavada a mi corazón. Amigos y maestros pronto percibieron en mí una depravación natural y ciertamente yo la he encontrado en mí mismo; el triste descubrimiento no necesitó de una búsqueda muy detallada, pues el efecto del mal me miraba a la cara en mi carácter.

 

La tradición que afirma que nacemos con una naturaleza santa está alcanzando una firme posición en la iglesia profesante, aunque es contraria a la Escritura, y es inclusive contraria a las confesiones de fe que son admitidas todavía oficialmente. Ciertos predicadores difícilmente se atreven a formularla como una doctrina, pero sostienen un tipo de convicción caótica que afirma que pudiera haber productos de la carne que son muy superiores y que servirán bastante bien sin el nuevo nacimiento del Espíritu. Esta convicción tácita conduce a una membresía por derecho de nacimiento y eso es fatal para cualquier comunidad cristiana en dondequiera que llegue a ser la regla. Sin conversión, en ciertas congregaciones, los jóvenes entran sin querer en la iglesia como un procedimiento normal, lo cual la convierte en una parte del mundo aunque con la etiqueta de ‘cristiana’ adherida a ella. ¡Que en nuestras iglesias nunca nos hundamos en esa condición! La religión que es un mero apéndice de la familia, es de poco valor. La verdadera simiente no es “engendrada de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”. Nosotros no hemos recibido nuestra fe por tradición de nuestros padres; y sin embargo, algunos de nosotros, si la verdadera fe pudiera ser recibida de esa manera, la habríamos recibido así ciertamente, pues si no somos hebreos de hebreos, con todo, de acuerdo a nuestro árbol genealógico, somos puritanos de puritanos que provenimos de muchas generaciones de creyentes. Esto lo consideramos como poca cosa delante de Dios, aunque no nos avergonzamos de ello delante de los hombres. Nosotros no tenemos ningún padre en nuestra vida espiritual excepto al propio Señor, y no recibimos esa vida, ni el Evangelio, por ningún parentesco carnal, sino únicamente del Señor.

 

Hermanos, no recibimos el Evangelio, ni tampoco lo recibimos ahora, debido a la enseñanza de algún hombre o de un grupo de hombres. ¿Recibieron algo ustedes porque Calvino lo enseñó? Si es así, necesitarían revisar sus fundamentos. ¿Creen en alguna doctrina porque Juan Wesley la predicó? Si así fuera, tendrían razón de examinar cuáles son sus propósitos. El modo de Dios por el cual hemos de recibir la verdad, es que la recibamos por el Espíritu Santo. Es útil que sepa lo que tal y tal ministro creyó. El juicio de un teólogo santo, piadoso, de clara visión y dotado, no es despreciable, y merece que lo tengamos en cuenta. Es tan probable que esté en lo correcto como nosotros lo estamos y deberíamos discrepar con alguna vacilación de un hombre instruido por la gracia. Pero es algo muy diferente decir: “yo lo creo por la autoridad de ese buen hombre”. En nuestra condición de jóvenes cristianos bisoños, podría no ser lesivo recibir la verdad de pastores y de padres, etcétera; pero si hemos de convertirnos en hombres en Cristo Jesús y en maestros de otros, debemos abandonar el hábito infantil de la dependencia de otras personas y debemos buscar por nosotros mismos. Ahora podemos salir del huevo y hemos de deshacernos de los trozos de concha tan pronto como nos sea posible. Es nuestro deber escudriñar las Escrituras para ver si estas cosas son así; y además, es nuestra sabiduría clamar pidiendo la gracia para apropiarnos de cada verdad y hacerla morar en nuestra naturaleza interior. Es tiempo de que podamos decir: “Esta verdad es ahora tan personalmente mía como si nunca la hubiese oído de labios de ningún hombre. Yo la recibo porque ha sido escrita en mi propio corazón por el Señor mismo. No me llegó según hombre”.

 

Hay una opinión prevaleciente en ciertos círculos que afirma que no debes recibir nada a menos que los hombres te lo enseñen; la palabra “hombres” es engullida y ocultada, pero está allí, después de todo, bajo el término de “la iglesia”. La iglesia es erigida como la gran autoridad. Si la iglesia lo ha sancionado, no te atreves a cuestionarlo; si ella lo decreta, a ti te corresponde obedecer. Pero ésto equivale a recibir con creces un evangelio “según hombre”. Y el proceso involucrado es extraño. Tienes que rastrear un dogma y verificar que venga a través de una iglesia visible continua, y ésto te conducirá a la Cloaca Máxima de la antigua Roma. Aunque la verdad sea manifiestamente clara y pura y compruebe ser agua de vida para ti, con todo, no debes aceptarla pues debes dirigirte al lodoso torrente que puede ser rastreado a través del inmundo canal de una iglesia continua que a lo largo de las épocas ha apostatado.

 

Amados hermanos míos, el hecho de que una doctrina sea creída por lo que podría ser llamado cortesmente: “la iglesia”, no es ninguna salvaguarda para su validez; la mayoría de nosotros casi consideraría que es necesario preguntarnos si una doctrina pudiera ser verdadera cuando ha sido avalada por esas grandes corporaciones mundanas que han usurpado el nombre de iglesias de Cristo. Muchas denominaciones reclaman una sucesión apostólica, y si hay alguien que la posee, los bautistas son los más probables, puesto que practican las ordenanzas tal como les fueron entregadas; pero nosotros no nos preocupamos de rastrear nuestro linaje a través de la larga línea de mártires y de hombres aborrecidos por los eclesiásticos. Si pudiéramos hacer eso sin ninguna interrupción, el resultado no sería de ningún valor a nuestros ojos, pues el andrajo de la “sucesión apostólica” no es digno de ser conservado. Quienes contienden por una ficción pueden monopolizarla si quieren. Nosotros no recibimos la revelación de Dios porque haya sido acogida por una sucesión de padres, monjes, abades y obispos. Nos agrada percibir que algunos de ellos vieron la verdad de Dios y la enseñaron, pero eso no la convierte en una verdad para nosotros. Cada uno de nosotros querría decir: “Os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre”. Nunca pensamos en citar a la comunidad de hombres llamada: “iglesia” como la autoridad definitiva para la conciencia. “Nosotros no hemos aprendido así a Cristo”.

 

Además, y espero hablar a nombre de todos los aquí presentes cuando digo que hemos recibido la verdad personalmente por la revelación del Espíritu del Señor a nuestras propias almas. Aunque en un grupo tan grande como éste pudiera haber un Judas, y el “¿Soy yo, Señor?” muy bien podría circular con una santa desconfianza de uno mismo, con todo, a menos que estemos terriblemente engañados, todos nosotros podemos decir que hemos recibido la verdad que predicamos por medio de la enseñanza interna del Espíritu Santo. Recurramos a nuestros diarios, aunque las fechas estén ahora muy lejanas en el tiempo. Recordemos cuando la luz irrumpió y reveló nuestro estado perdido: ese fue el cimiento de nuestra enseñanza.

 

¡Ah, amigos! ¿Recuerdan cuando recibieron con poder las más oscuras doctrinas que constituyen la hoja de realce de las inapreciables joyas del Evangelio? Yo creía que era culpable, pues así me lo habían enseñado; pero en aquel instante y en aquel lugar supe en mi alma que así era. ¡Oh, cómo lo supe! Culpable ante Dios, “ya condenado”, y permaneciendo bajo la vigente maldición de una ley quebrantada, yo estaba penosamente desalentado. Había oído la predicación sobre la ley de Dios y había temblado al oírla; pero ahora sentía la convicción interior de la culpa personal que resultaba ser muy lacerante. Me veía como un pecador, ¡y qué espectáculo era ese! El miedo y la vergüenza y el espanto se apoderaron de mí. Entonces comprendí cuán verdadera era la doctrina de la pecaminosidad del pecado, y qué castigo conlleva. Esa doctrina nunca la recibí según hombre.

 

También conocemos la preciosa doctrina de la paz a través de la sangre preciosa de Jesús, gracias a una enseñanza personal interna. Solíamos oír y cantar acerca del grandioso sacrificio y del amor de Aquel que llevó nuestros pecados en Su propio cuerpo en el madero; pero habiendo estado al pie de la cruz, por nosotros mismos contemplamos ese amado rostro y miramos los ojos tan llenos de piedad, y vimos las manos y los pies que fueron sujetados al madero por culpa nuestra. ¡Oh, cuando vimos al Señor Jesús como nuestra Fianza, doliéndose agudamente por nuestras ofensas, entonces recibimos la verdad de la redención y de la expiación de una manera que no fue “según hombre”!

 

Sí, esos bondadosos hombres que ya se han ido al cielo nos predicaron el Evangelio íntegra y sinceramente, y laboraron para darnos a conocer a Cristo, pero revelar al Hijo de Dios en nosotros estaba más allá de su poder. Hacer que esas verdades fueran vitales para nosotros equivalía a crear un mundo. Por tanto, cada uno de nosotros dice desde lo más íntimo de su alma: “Os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre”; esto basta en cuanto al modo por medio del cual hemos venido a conocerlo y sentirlo en el interior de nuestras propias almas.

 

Desde nuestros primeros días hemos experimentado en nuestro entendimiento una apertura gradual al Evangelio, pero en todo ese proceso nuestro progreso real ha provenido de Dios y no de los hombres. Hermanos, ustedes leen a algunos comentaristas, es decir, si sus propios comentarios son dignos de ser oídos; ustedes leen libros escritos por hombres piadosos, es decir, si ustedes mismos dicen alguna vez algo digno de ser leído; sin embargo, su aprendizaje espiritual, si fuese veraz y real, es por la impartición de la enseñanza del Señor. ¿Aprendemos algo, en el más enfático sentido de aprender, a menos que seamos enseñados por el Señor? ¿No es esencial que Dios el Espíritu les aclare la verdad que el instructor más capaz les haya expuesto? Ustedes han continuado siendo estudiantes desde que dejaron la universidad, pero su Tutor ha sido el Espíritu Santo. Nuestros espíritus no pueden aprender la verdad de Dios por ningún otro método excepto por la enseñanza del Espíritu de Dios. Podemos recibir la cáscara y la forma externa de la teología, pero la Palabra real de Dios nos viene por el Espíritu Santo, quien nos conduce a toda la verdad.

 

¡Cuán dulcemente nos ha enseñado el Espíritu en la meditación! ¿No te has visto sorprendido y sobrecogido de deleite a menudo conforme la Santa Escritura ha sido abierta para ti, como si las puertas de la ciudad de oro hubieran cedido el paso para que tú entraras? Yo estoy seguro de que no adquiriste tu conocimiento de los hombres, porque era totalmente fresco para ti cuando estabas solo, sin ningún libro frente a ti excepto la Biblia, y tú mismo estabas receptivo, casi sin considerar concienzudamente los asuntos, sino absorbiéndolos según te los presentaba el Señor. Unos cuantos minutos de silenciosa apertura de alma delante del Señor nos han traído más tesoros de verdad que muchas horas de erudita investigación.

 

La verdad es algo parecido a esas cavernas de estalactitas y a esas cuevas de las que nos hemos enterado, a las que tienes que entrar y ver por ti mismo si realmente quieres conocer sus maravillas. Si te aventuraras allí adentro sin luz o sin guía, correrías grandes riesgos; pero con una antorcha encendida y con un líder conocedor, tu entrada está rodeada de interés. ¡Mira, tu guía te ha llevado a través de un angosto pasaje sinuoso donde has tenido que avanzar gateando o proseguir doblando las rodillas! Al fin te ha conducido a un magnífico salón y cuando las antorchas son enarboladas, ¡el techo lejano centellea y refleja la luz como si proviniera de incontables joyas de diferentes tonalidades! Ahora que contemplas la arquitectura de la naturaleza, las catedrales son como juguetes para ti a partir de ese momento. Mientras permaneces en ese inmenso palacio con muchas columnas y enjoyado, sientes cuánto le debes a tu guía y a su flamante antorcha.

 

Así, el Espíritu Santo nos guía a toda la verdad y derrama luz sobre lo eterno y lo misterioso. En ciertos casos hace eso muy personalmente. Luego nos llena de un completo olvido de todo nuestro entorno inmediato y sólo comulgamos con la verdad. Puedo entender bien cómo los filósofos, mientras están resolviendo un problema absorbente, dan la impresión de estar perdidos e inconscientes del mundo que les rodea. ¿No han sentido nunca una santa absorción en la verdad mientras el Espíritu los llenaba con Su gloriosa visión? Así ha sucedido con muchos santos mientras están siendo instruidos por Dios. No son propensos a ceder al clamor popular lo que han recibido de esa manera.

 

¡Cuán a menudo el Señor ha enseñado a Sus siervos Su propia verdad en la escuela de la tribulación! Hablamos bien de la meditación: es como plata; pero la tribulación es como oro refinado. La tribulación no solamente produce paciencia, pues la paciencia acarrea un carácter probado, y en el carácter probado hay un conocimiento profundo e íntimo de las cosas de Dios que no viene por ningún otro medio. ¿Saben lo que es sentir tal dolor que no podrían tolerar un giro más de la tuerca y, entonces, en un desfallecimiento, han caído de espaldas sobre su almohada, y han sentido que, incluso en esas condiciones, ustedes no podían ser más felices a menos que fueran arrebatados hasta el tercer cielo? Entonces algunos de nosotros hemos recibido la certificación de que podemos hacer todo a través de Cristo que nos fortalece. Estando sumido en una paz pasiva, pudiera ser que hubieras visto una Escritura que se destacaba como una estrella entre las fisuras de las nubes de una tempestad, y que brillaba con un lustre que sólo el Señor Dios pudo haberle dado. La depresión espiritual y la tortura corporal fueron olvidadas, mientras la radiante promesa llenaba de luz sus almas.

 

Hay un lugar al fondo del desierto que no podrías olvidar nunca. Allí crece una zarza. Una zarza es un objeto muy poco promisorio, pero para ti es sagrado pues allí el Señor se reveló a ti, y la zarza ardía en fuego, pero no se consumía. Nunca desaprenderás la lección de la zarza ardiente. ¿Conocemos alguna verdad mientras el Espíritu Santo no la grabe con fuego en nosotros y la esculpa en nuestra alma con un cincel de hierro y con punta de diamante? Hay maneras de aprender por las cuales estamos muy agradecidos, pero la manera más segura de aprender la verdad divina es que la palabra sea “injertada” para que tome viva posesión del alma. Entonces no solamente la creemos; le entregamos nuestra vida; vive en nosotros y al mismo tiempo vivimos de ella. Esa verdad palpita en cada latido, pues ha vivificado al corazón. No la cuestionamos; no podemos hacerlo pues vive en nosotros y colora nuestro ser. El demonio insinúa preguntas pero nosotros no somos responsables por lo que a él le agrade hacer, y no nos importa, porque ahora le susurra a un oído sordo. Una vez que el alma misma ha recibido la verdad y ha llegado a permear el ser entero, no somos accesibles a esas dudas que anteriormente nos traspasaban como flechas envenenadas.

 

Puedo agregar, en relación a muchas de las verdades de Dios y al sistema entero del Evangelio, que hemos aprendido su verdad en el campo del sacrificio y del servicio a nuestro Señor, de tal forma que para nosotros no es “según hombre”. Si tú no crees en la depravación humana, acepta un pastorado en esta perversa ciudad de Londres, y si eres fiel a tu comisión, ¡ya no dudarías más! Si no crees en la necesidad de que el Espíritu Santo nos regenere, asume la responsabilidad de una congregación culta y pulida que oiga toda tu retórica pero que permanezca siendo tan mundana y tan frívola como era antes. Si no crees en el poder de la sangre expiatoria, no vayas nunca a ver morir a los creyentes, pues descubrirás que no confían en ninguna otra cosa. Un Cristo agonizante es el último recurso del creyente.

 

“Cuando flaquea todo apoyo terrenal,

Él es entonces toda mi fortaleza y mi sostén”.

 

Si tú no crees en la elección por gracia, vive en donde puedas observar a multitudes de hombres y verás que las personas de las que menos se piensa son llamadas de entre ellos de sorprendentes maneras, y entonces creerás. Aquí viene alguien que dice: “yo no tengo ni padre, ni madre, ni hermano, ni hermana ni amigo que asista jamás a un lugar de adoración”. “¿Cómo llegaste a creer?” “Oí una palabra en la calle, amigo, por pura casualidad, que me condujo a temblar delante de Dios”. He ahí la elección por gracia. Aquí viene una mujer con la mente oscurecida y el alma turbada, que pertenece a una familia en la que todos son miembros de tu iglesia, todos felices y regocijándose en el Señor; y sin embargo, esta pobre criatura no puede asirse a Cristo por la fe. Para tu gran gozo, expones ante ella a Cristo en toda Su plenitud de gracia y se convierte en el más radiante elemento de todo el círculo; pues ellos no conocieron nunca la oscuridad como ella la conoció, y ellos no pueden regocijarse nunca en la luz como ella se deleita en esa luz. Para encontrar a un santo que ame mucho tienes que encontrar a alguien a quien se le haya perdonado mucho. La mujer que era una pecadora es la única que está dispuesta a lavar los pies de Cristo. Hay materia prima en un publicano que raramente encuentras en un fariseo. Un fariseo puede pulirse y llegar a ser un cristiano ordinario; pero de alguna manera hay un toque encantador en torno al pecador perdonado que no está presente en el otro. Hay una elección por gracia y tú no puedes evitar notar, andando por allí, cómo ciertos creyentes entran el círculo central mientras que otros permanecen en los atrios exteriores. El Señor es soberano en Sus dones y hace lo que le agrada; y nosotros somos llamados a postrarnos ante Su cetro dentro de la iglesia así como también en su portal. Entre más vivo más seguro estoy de que la salvación es toda por gracia, y de que el Señor otorga esa gracia según Su propia voluntad y Su propósito.

 

Además, algunos de nosotros hemos recibido el Evangelio debido a la portentosa unción que lo ha acompañado a veces en nuestras almas. Yo espero que ninguno de nosotros caiga jamás en la trampa de seguir la guía de impresiones recibidas por textos que vienen a nuestra mente de manera prominente. Ustedes tienen criterio y no deben hacerlo a un lado para ser guiados por impresiones accidentales. Pero a pesar de todo eso, y detrás de todo eso, no hay nadie aquí que haya llevado una vida plena y útil que no tenga que confesar que algunos de esos actos de su vida, sobre los cuales ha girado toda su historia, están conectados con influencias en su mente que fueron producidas, según cree, por una agencia sobrenatural. Un pasaje de la Sagrada Escritura que habíamos leído cien veces antes, nos cautivó, y se convirtió en el amo de cada pensamiento. Nos guiamos por él así como los hombres confían en la estrella polar, y descubrimos que nuestro viaje se facilitó por él. Para nuestra memoria, ciertos textos son dulces como hojuelas con miel, pues sabemos lo que una vez hicieron por nosotros, y su recuerdo es refrescante. Hemos sido revividos de un ataque de desmayo, hemos sido vigorizados para realizar un desesperado esfuerzo o enardecidos para hacer un sacrificio, por una Escritura que ya no fue más una palabra en un libro sino la propia voz de Dios para nuestra alma, esa voz del Señor que está llena de majestad. ¿No han notado como un giro de una palabra en un texto la ha hecho parecer mucho más apropiada para ustedes? Parecía ser un detalle muy pequeño, pero era esencial para su efecto, justo como una pequeña muesca en una llave puede ser la forma exacta que la hace entrar en la cerradura. ¡Cuánto puede depender de lo que pareciera ser, para alguien que no es espiritual, nada más que una ligera distinción verbal o un giro en la expresión sin mayor importancia! Un pensamiento de primordial importancia puede girar dependiendo de un singular o de un plural de una palabra. Si se trata de la propia palabra griega, la importancia no puede ser sobreestimada; pero en una palabra en inglés, en la traducción, podría haber una fuerza equivalente según la palabra sea fiel al original. Muchos individuos que sólo pueden leer nuestra maravillosa versión en inglés, llegan a valorar sus palabras porque el Señor las ha bendecido para sus almas.

 

Un sencillo amigo galés creía que nuestro Señor debía ser galés, “porque” –decía- “siempre me habla a mí en galés”. A mí me ha parecido a menudo como si el Bienamado de mi alma hubiese nacido en mi pueblo natal, como si hubiese asistido a mi escuela y hubiese atravesado por todas mis experiencias personales, pues me conoce mejor de lo que yo me conozco. Aunque yo sé que Él fue de Belén, y de Judea, con todo, pareciera ser de Londres, o de Surrey. Es más, yo veo en Él algo más de lo que la condición de hombre podría haberle aportado; discierno en Él algo más que la naturaleza de un hombre, pues entra en los entresijos más íntimos de mi alma, me lee como una página abierta, me consuela como alguien que creció conmigo, se hunde en mis más profundos dolores y me asiste en los gozos más sublimes. Yo tengo secretos en mi corazón que sólo Él conoce. ¡Cómo desearía que Su secreto estuviera conmigo así como el mío está con Él, en la medida de mi capacidad! Es debido a ese poder maravilloso que el Señor Jesús tiene sobre nosotros a través de Su sagrada Palabra que recibimos esa Palabra suya, y no la recibimos “según hombre”.

 

¿Qué es la unción, hermanos míos? Me temo que nadie puede ayudarme con una definición. ¿Quién podría definirla? Con todo, nosotros sabemos dónde está, y ciertamente sentimos dónde no está. Cuando esa unción perfuma a la Palabra, es su propio intérprete, es su propio apologista, es su propia confirmación y comprobación para la mente regenerada. Entonces la palabra de Dios trata con nosotros como ninguna palabra de hombre lo hizo o podría hacerlo jamás. Por tanto, no la hemos recibido de hombres. A pesar de que constantemente recibimos la Palabra divina, como realmente lo hacemos, nos llega con una energía siempre fresca y persuasiva. Viene especialmente a nosotros con un poder santificador que es la mejor prueba de que proviene del trino y santo Dios. Las palabras de los filósofos pueden enseñarnos lo que es la santidad, pero la Palabra de Dios nos hace santos. Oímos a nuestros hermanos que nos exhortan a aspirar a altos grados de gracia, pero la Palabra de Dios nos eleva hasta ellos. La Palabra no es meramente un instrumento de bien, sino que el Espíritu Santo la convierte en una activa energía dentro del alma que purifica del pecado al corazón, de tal manera que puede decirse: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado”. Cuando son limpiados así, ustedes saben que la Palabra es verdadera. Están seguros de ello, y ya no necesitan ni siquiera al más poderoso libro de “evidencias”. Tienen el testimonio en ustedes mismos, la convicción de lo que no se ve, el sello de la eterna veracidad.

 

Me he tomado todo este tiempo para considerar cómo recibimos el Evangelio y, por tanto, necesariamente he de ser breve en el siguiente punto.

 

II. PARA NOSOTROS LA VERDAD MISMA NO ES SEGÚN HOMBRE. Deseo aseverar esto claramente. Si alguien piensa que el Evangelio es únicamente uno entre muchas religiones, que compare honestamente las Escrituras de Dios con otras pretendidas revelaciones. ¿Has hecho eso alguna vez? Yo lo he adoptado como un ejercicio para nuestros hermanos del Colegio del Pastor. He dicho: ‘vamos a leer un capítulo del Corán. Éste es el libro santo de los musulmanes’. Un hombre debe tener una mente extraña para confundir esa basura con las expresiones de la inspiración. Si está familiarizado del todo con el Antiguo y el Nuevo Testamento, cuando oye un extracto del Corán siente que se ha encontrado con un autor extranjero: el Dios que nos dio el Pentateuco no podría estar involucrado en muchas porciones del Corán. Uno de los más modernos pretendientes a la inspiración, es el Libro del Mormón. Yo no podría culparlos si se rieran descaradamente mientras leyera en voz alta una página de esa mezcolanza. Tal vez conozcan el Protoevangelio y otros libros apócrifos del Nuevo Testamento. Sería insultar el criterio del más pequeño en el reino de los cielos suponer que podría confundir el lenguaje de esas falsificaciones con el lenguaje del Espíritu Santo. Varios autores me han enviado varias pretendidas revelaciones, pues hemos tenido más miembros del clan profético en torno nuestro de lo que la mayoría de la gente se entera; pero ninguno de ellos ha dejado jamás en mi mente la más ligera sospecha de que participara de la inspiración de Juan o de Pablo. No hay forma de confundir los Libros inspirados cuando se tiene algún discernimiento espiritual. Una vez que la luz divina irrumpe en el alma, ustedes perciben una coloración y un estilo en el producto de la inspiración que no es posible que perciban los meros hombres. Si alguien dudara de esto, ¿podría escribirnos un quinto evangelio? ¿Alguno de nuestros poetas quisiera escribir un nuevo Salmo que se confundiera con un Salmo de David? No veo por qué no podría, pero estoy seguro de que no puede. Pueden darnos una nueva salmodia, pues es un instinto de la vida cristiana cantarle alabanzas a Dios, pero no podrían igualar la gloria del himno divinamente inspirado. Por tanto recibimos la Escritura y por ende el Evangelio, como algo que no es “según hombre”.

 

Tal vez me digas: “tú estás comparando libros, y estás olvidando que tu tema es el evangelio”. Pero esto es sólo en apariencia. No me interesa hacerles perder su tiempo pidiéndoles que comparen los evangelios de los hombres. No hay otro evangelio que yo sepa que valga la pena de ser comparado por un solo minuto. “Oh, pero” –dirán- “hay un evangelio que es mucho más amplio que el tuyo”. Sí, yo sé que es mucho más amplio que el mío; pero ¿a qué conduce? Dicen que lo que es apodado ‘calvinismo’ tiene una puerta muy angosta. Hay una palabra en la Escritura acerca de una puerta angosta y un camino estrecho, y, por tanto, la acusación no me alarma. Pero hay delicados pastos una vez que entras, y eso hace que valga la pena entrar por la puerta angosta. Otros sistemas tienen puertas muy anchas pero te conducen a privilegios pequeños que son de pertenencia incierta. Oigo ciertas invitaciones que podrían ir en este sentido: “Vengan, ustedes, desconsolados; pero si vienen, seguirán estando desconsolados pues no hay ninguna vida eterna garantizada para ustedes, y ustedes deben preservar sus propias almas, o perecerán, después de todo”. Pero no voy a entrar en comparaciones, pues en este caso son odiosas.

 

El Evangelio, nuestro Evangelio, sobrepasa el estilo y el alcance del pensamiento humano. Cuando los hombres se han ejercitado hasta el propio límite para desarrollar concepciones originales, nunca han podido idear el verdadero Evangelio. Si es algo tan banal como los críticos quieren hacernos creer, ¿por qué no surgió en las mentes de los egipcios o de los chinos? Las grandes mentes a menudo se encuentran; ¿por qué otras grandes mentes no tuvieron las mismas ideas que Moisés, o que Isaías o Pablo? Yo creo que es bastante justo decir que si es una forma de enseñanza banal, bien pudo haber surgido entre los persas o los hindúes; o, seguramente, podríamos haber encontrado algo parecido entre los grandes maestros de Grecia. ¿Acaso alguno de ellos ideó la doctrina de la gracia inmerecida y soberana? ¿Adivinaron la Encarnación y el Sacrificio del Hijo de Dios? No, incluso con la ayuda de nuestro Libro inspirado, ningún musulmán, hasta donde yo sé, ha enseñado un sistema de gracia en el que Dios es glorificado en cuanto a Su justicia, Su amor, y Su soberanía. Esa secta ha captado un cierto tipo de predestinación que ha deformado hasta convertirla en un destino ciego; pero incluso contando con esa ayuda, y con la unidad de la Deidad como una poderosa luz que les alumbre, nunca han ideado un plan de salvación tan justo para Dios y tan pacificador para la turbada conciencia, como el método de redención por la sustitución de nuestro Señor Jesús.

 

Voy a darles otra prueba, que, para mí, es concluyente de que nuestro Evangelio no es según hombre; y es ésta: que es inmutable, y el hombre no puede producir nada que sea inmutable. Si el hombre hace un evangelio –y le encanta hacerlo, como a los niños les encanta hacer juguetes- ¿qué hace? Está muy contento con él durante unos momentos, y luego lo hace pedazos y lo vuelve a formar de otra manera, y hace eso continuamente. Las religiones del “pensamiento moderno” son tan mutables como las nieblas sobre las montes. ¡Vean cuán a menudo la ciencia ha alterado su propia base! La ciencia es notoria por ser más científica en la destrucción de toda la ciencia que le ha precedido.

 

Algunas veces me he dado gusto, en momentos de esparcimiento, leyendo la historia natural antigua, y nada puede ser más cómico. Sin embargo, la historia natural no es de ninguna manera una ciencia oscura. En un lapso de veinte años algunos de nosotros probablemente encontremos gran entretenimiento en la seria enseñanza científica de la hora presente, así como lo hacemos ahora con los sistemas del último siglo. Pudiera suceder que, en poco tiempo, la doctrina de la evolución sea una burla permanente para uso de los escolares. Lo mismo es cierto de la teología moderna que dobla su rodilla en ciega idolatría ante la así llamada ciencia. Ahora nosotros decimos, y lo hacemos de todo corazón, que el Evangelio que predicamos hace cuarenta años todavía lo predicaremos dentro de cuarenta años si estamos vivos. Y, además, que el Evangelio que fue enseñado por nuestro Señor y Sus apóstoles es el único Evangelio que hay ahora sobre la faz de la tierra. Los eclesiásticos han alterado el Evangelio, y de no haber sido por Dios, habría sido ahogado por la falsedad hace mucho tiempo; pero debido a que el Señor lo ha hecho, permanece para siempre. Todo lo que es humano es trastornado en breve, de tal manera que cambia con cada fase de la órbita lunar; pero la Palabra del Señor no es según hombre, pues es la misma ayer, hoy, y por los siglos.

 

Además, no puede ser según hombre porque se opone al orgullo humano. Otros sistemas adulan al hombre, pero éste dice la verdad. ¡Escucha a los soñadores de hoy, cómo aclaman a la dignidad de la naturaleza humana! ¡Cuán sublime es el hombre! Pero señálame una sola sílaba en la que la Palabra de Dios se proponga el enaltecimiento del hombre. Por el contrario, lo abate hasta el propio polvo y revela su condenación. ¿Dónde está la jactancia? Está excluida; la puerta ha sido cerrada en su cara. La autoglorificación de la naturaleza humana es extraña para la Escritura, que tiene como su gran objetivo la gloria de Dios. Dios es todo en el Evangelio que yo predico, y yo creo que Él es todo en todo en el ministerio de ustedes también. Hay un evangelio en el que la obra y la gloria están divididas entre Dios y el hombre, y la salvación no es completamente por gracia, pero en nuestro Evangelio “la salvación es de Jehová”. El hombre no habría podido inventar, ni inventaría, ni idearía un evangelio que lo abatiera y que asegurara para el Señor Dios todo el honor y la alabanza. Esto me parece que está claro más allá de toda duda y por esta razón nuestro Evangelio no es según hombre.

 

Además, no es según hombre, porque no le da al pecado ningún respiro. Me he enterado de que un inglés ha profesado ser un musulmán porque está encantado con la poligamia que el profeta árabe permite a sus seguidores. Sin duda la perspectiva de cuatro esposas ganaría convertidos que no fueran atraídos por consideraciones espirituales. Si tú predicaras un evangelio que hiciera concesiones para la naturaleza humana y tratara al pecado como si fuera un error más bien que un crimen, encontrarías oyentes dispuestos. Si pudieras proveer absolución a un bajo costo, y pudieras tranquilizar la conciencia por un poco de autonegación, no sería sorprendente que tu religión se pusiera de moda. Pero nuestro Evangelio declara que la paga del pecado es la muerte, y que sólo podemos tener vida eterna como una dádiva de Dios, y que esta dádiva siempre acarrea consigo dolor por el pecado, y odio hacia el pecado y un esfuerzo por evitarlo. Nuestro Evangelio le dice a un hombre que debe nacer de nuevo, y que sin el nuevo nacimiento estará perdido eternamente, mientras que con él obtendrá la salvación eterna. Nuestro Evangelio no ofrece ninguna excusa ni encubrimiento del pecado, sino que lo condena completamente. No presenta ningún perdón excepto a través de la grandiosa Expiación, y no le da ninguna seguridad al hombre que trate de albergar cualquier pecado en su pecho. Cristo murió por el pecado y nosotros debemos morir al pecado, o debemos morir eternamente. Si predicamos el Evangelio fielmente, tenemos que predicar la ley. No puedes predicar plenamente la salvación por Cristo sin poner al Sinaí al fondo del cuadro y al Calvario al frente. Los hombres deben ser conducidos a sentir el mal del pecado antes de que valoren el grandioso Sacrificio que es la cabeza y la parte frontal de nuestro Evangelio. Esto no va de acuerdo al gusto de ésta o de ninguna otra época, y por tanto, yo estoy seguro de que el hombre no lo inventó.

 

Sabemos que el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo no es según hombre porque nuestro Evangelio es muy apropiado para los pobres y los analfabetos. Los pobres, según la moda usual de hombres, son pasados por alto. El parlamento ha cercado todos los terrenos comunales, de tal manera que un hombre pobre no puede tener un ganso; yo no dudo que, si fuera probable que fuera válido, pronto nos enteraríamos de algún proyecto de ley para distribuir las propiedades disponibles de las estrellas entre ciertos señores del cielo. Es evidente que una excelente propiedad en las regiones celestiales no está registrada en este momento en ninguna de nuestras cortes. Bien, preferirían cercar y asignar el sol, la luna y las estrellas, que apropiarse del Evangelio de nuestro Señor Jesús. Éste es el derecho comunal del hombre pobre. “A los pobres es anunciado el evangelio”. Con todo, no son pocos, en estos días, los que desprecian un Evangelio que la gente común puede oír y entender; y podemos estar seguros de que un sencillo Evangelio nunca provino de ellos, pues su gusto no está en esa dirección. Ellos quieren algo abstruso, o, como dicen, “ponderado”. Oímos este tipo de comentarios: “Nosotros somos personas intelectuales, y necesitamos un ministerio culto. Esos predicadores evangélicos están muy bien para las asambleas populares, pero nosotros hemos sido siempre selectivos, y requerimos una predicación que esté al tanto de los tiempos”. Sí, sí, y su hombre será uno que no predicaría el evangelio a menos que fuera de una manera nubosa; pues si declarara el Evangelio de Jesús, los pobres tendrían la oportunidad de entrometerse, y traumatizarían a los distinguidos caballeros y a las encopetadas damas.

 

Hermanos, nuestro Evangelio no conoce nada acerca de clase alta y baja, ricos y pobres, negros y blancos, cultivados  e ignorantes. Si hace alguna diferencia, prefiere a los pobres y a los oprimidos. Su grandioso Fundador dice: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños”. Alabamos a Dios porque ha escogido las cosas viles y las cosas que son despreciadas. Oí que se alababa el ministerio de un hombre, aunque su congregación disminuye gradualmente, porque está haciendo una gran obra en medio de “jóvenes pensantes”. Yo confieso que no soy un creyente en la existencia de estos jóvenes pensantes. Quienes se confunden creyendo ser tales, resultan ser más bien arrogantes que pensantes. Está muy bien predicarles a los jóvenes, y lo mismo a las jóvenes, y a las ancianas también; pero yo soy enviado a predicar el Evangelio a toda criatura, y no puedo limitarme a los jóvenes pensantes. Yo les garantizo que el Evangelio que he predicado no es según hombre, pues no sabe nada de selección y exclusividad, sino que valora el alma de un barrendero y de un recolector de basura al mismo precio que la del señor alcalde y la de su majestad la reina.

 

Por último, estamos seguros de que el Evangelio que hemos predicado no es según hombre, porque los hombres no lo reciben. Se oponen a él incluso hasta este día. Si algo es odiado amargamente, es el supremo Evangelio de la gracia de Dios, especialmente si esa odiada palabra: “soberanía” es mencionada conjuntamente. Atrévete a decir: “Tendrá misericordia del que tenga misericordia, y se compadecerá del que se compadezca”, y furiosos críticos te van a vilipendiar sin restricciones. El fanático religioso moderno no sólo odia la doctrina de la gracia soberana, sino que despotrica y se enfurece ante su simple mención. Preferiría oír que blasfemaras a que predicaras la elección por el Padre, la expiación por el Hijo o la regeneración por el Espíritu. Si quisieras ver a un hombre excitarse al punto de que lo satánico prevalezca claramente, deja que algunos teólogos te oigan predicar un sermón sobre la gracia soberana. Un evangelio que es según hombre es bienvenido por los hombres; pero se requiere de una operación divina en el corazón y en la mente para hacer que un hombre esté dispuesto a recibir en lo más íntimo de su alma este desagradable Evangelio de la gracia de Dios.

 

Amados hermanos míos, no traten de hacerlo agradable para las mentes carnales. No oculten la ofensa de la cruz, no vaya a ser que lo vuelvan ineficaz. Los ángulos y las aristas del Evangelio son su fortaleza; recortarlos sería privarlo de su poder. Atenuarlo no implica un incremento de su fuerza, sino su muerte. Vamos, incluso en medio de las sectas, has de haber notado que sus puntos distintivos son los cuernos de su poder; y cuando son prácticamente omitidos, la secta se agota. Aprende, entonces, que si sacas a Cristo del cristianismo, el cristianismo está muerto. Si remueves del Evangelio la gracia, el Evangelio se esfuma. Si a la gente no le gusta la doctrina de la gracia, increméntales la dosis. Siempre que sus enemigos se quejen de un cierto tipo de arma, un poder militar sabio proveerá más de ese tipo de artillería. Un gran general, presentándose ante su rey, se tropezó con su propia espada. “Veo” –dijo el rey- “que tu espada se interpone en el camino”. El guerrero respondió: “Los enemigos de su majestad han sentido con frecuencia lo mismo”. No lamentamos que nuestro Evangelio ofenda a los enemigos del Rey.

 

Queridos amigos, si no hemos recibido el Evangelio según hombre, sino de Dios, continuemos recibiendo la verdad por el canal de la fe divinamente designado. ¿Estás seguro de que vas a entender a plenitud la verdad de Dios? Para la mayoría de nosotros el entendimiento es como un angosto postigo en la puerta de la ciudad de Almahumana, y las grandes cosas de Dios no pueden ser reducidas de tamaño para que pasen por la entrada. La puerta no es lo suficientemente ancha. Pero nuestra ciudad tiene una gran puerta llamada fe, a través de la cual incluso lo infinito y lo eterno pueden ser admitidos. Renuncia al desesperado empeño de meter a la fuerza en la mente, mediante los esfuerzos de la razón, lo que puede morar fácilmente en ti por el Espíritu Santo a través de la fe. Los que hablamos contra el racionalismo somos propensos a razonar demasiado, y no hay nada tan irrazonable como esperar recibir las cosas de Dios a través del razonamiento lógico. Debemos creerlas sobre la base del testimonio divino, y cuando nos someten a prueba, e incluso cuando parecieran exacerbar las sensibilidades de la humanidad, no por eso hemos de dejar de recibirlas de igual manera. No debemos ser jueces de lo que la verdad de Dios debería ser; hemos de aceptarla tal como la revela el Señor.

 

A continuación, cada uno de nosotros debe esperar encontrar oposición si recibe la verdad del Señor, y especialmente la oposición de una persona muy cercana y querida para nosotros, es decir, nuestro yo. Hay un cierto “hombre viejo” que todavía está vivo, y no es ningún amante de la verdad; sino, por el contrario, es un partidario de la falsedad. Oí decir a un amable policía que cuando se encontraba en la Plaza de Trafalgar, y unos sujetos de la más vil calaña lo patearon a él y a otros policías, sintió que un hueso del hombre viejo se retorcía dentro de él. ¡Ah, nosotros hemos sentido también ese hueso con frecuencia! La naturaleza carnal se opone a la verdad, pues no está reconciliada con Dios, ni tampoco puede estarlo, en verdad. Pidámosle al Señor que venzamos el orgullo y que la verdad nos domine a pesar de nuestros malvados corazones. En cuanto al mundo exterior que se opone, no estamos alarmados del todo por ese hecho, pues es exactamente lo que aprendimos a esperar. Ahora somos inconmovibles ante la oposición. El capitán de un barco no se preocupa si le llueve un poco de rocío.

 

Recuerden que, si no recibieron la verdad excepto a través del poder del Espíritu de Dios, no pueden esperar que otros la reciban de otra manera. No creerán su reporte a menos que el brazo del Señor les sea revelado. Pero entonces, si la fe es la obra del Espíritu Santo, no hemos de temer que los hombres la destruyan. Quienes intentan cambiar nuestra creencia harían bien en tener un poco de duda en lo tocante a su éxito en la tarea que han asumido. Si la fe es una obra divina dentro de nuestras almas, podemos desafiar todos los sofismas, adulaciones, tentaciones y amenazas. Seremos divinamente obstinados; quienes quisieran pervertirnos tendrán que renunciar a nosotros. Posiblemente nos llamen intolerantes, o intransigentes o incluso idiotas, pero ésto significa poco si nuestros nombres están escritos en el cielo.

 

Hemos de concluir también de nuestro tema que si estas cosas nos vienen de Dios, podemos apoyar todo nuestro ser en ellas. Si nos vinieran de los hombres, probablemente nos fallarían en una crisis. ¿Confiaste alguna vez en los hombres, y no tuviste que lamentarlo amargamente antes que sol declinara? ¿Confiaste alguna vez en un brazo de carne sin descubrir que los mejores hombres son hombres a lo sumo? Podemos vivir y podemos morir apoyados en el Evangelio sempiterno. Tratemos más y más con Dios, y sólo con Él. Si hemos obtenido la luz de Él, hay más bendiciones que pueden obtenerse. Acudamos a ese mismo Maestro, para que aprendamos más de las cosas profundas de Dios. Creamos valerosamente en el éxito del Evangelio que hemos recibido. Creemos en él; creamos y trabajemos para que lo tenga. No desesperaremos aunque toda la iglesia visible apostate. En una ocasión cuando los invasores habían sitiado Roma, y todo el país estaba a su merced, se tenía que vender un trozo de tierra y un romano lo compró a un valor justo. Aunque el enemigo estaba allí, el comprador confiaba que sería desalojado. Fue advertido de que el enemigo podría destruir al Estado Romano. ‘¡Que lo intente!’, respondió. Tienes que tener la misma mentalidad. El Dios de Jacob es nuestro Refugio, y nadie puede oponerse a Su eterno poder y Deidad. El Evangelio eterno es nuestro pendón, y si lo sostiene Jehová, nuestro pendón nunca será arriado. En el poder del Espíritu Santo la verdad es invencible. ¡Adelante, ustedes, huestes del infierno, y ejércitos de los extranjeros! ¡Que la astucia y las críticas, el racionalismo y la superchería sacerdotal hagan lo mejor que puedan! La Palabra de Dios permanece para siempre, esa misma Palabra que se predica a los hombres por medio del Evangelio.

 

 

Porción de la Escritura leída antes del sermón: 2 Corintios 4.

 

Nota del traductor:

Cloaca Máxima: una de las más antiguas redes de alcantarillado del mundo. El nombre significa literalmente "La Alcantarilla Mayor". Fue construida en la Roma antigua.

 

 

 

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