SANA DOCTRINA - Ministerio de Difusión Bíblica
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Índice Nuevo Testamento

 

40  Mateo 3. 17

“Cumpliendo su Palabra”

41  Marcos 10. 26,27

“¿Quién podrá ser salvo?”

42  Lucas 12. 34

“¿Dónde estás tú?”

43  Juan 1. 12

“No todos son hijos de Dios”

44  hechos 27. 25

“Como vivir seguros”

45  Romanos 5. 8

“Salvados por puro amor”

46  1 Corintios 1. 17

“¿Qué significa la cruz de Cristo para ti?”

47  2 Corintios 4. 16

“El secreto de la eterna juventud”

48  Gálatas 6. 7

“Un llamado de atención”

49  Efesios 2. 8

“La salvación no se obtiene por méritos”

50  Filipenses 3. 20

“¿Tienes la seguridad de ser salvo?

51  Colosenses 3. 1

“Como comenzar una nueva vida”

52  1 Tesalonicenses 5. 2

“Una advertencia y una promesa”

53  2 Tesalonicenses 3. 3

“Un regalo con garantía asegurada”

54  1 Timoteo 4. 6

“Fortaleciéndonos  en la salvación”

55  2 Timoteo 2. 1

“Persevera en la gracia y triunfarás”

56  Tito 1. 16

“¿Cómo es tu relación con Dios?”

57  Filemón 1. 15

“El poder de la intercesión”

58  Hebreos 10. 31

“¿Existe algo más terrible?”

59  Santiago 2. 23

“¿Existe algo más glorioso?”

60  1 Pedro 5. 7

“Una invitación al verdadero descanso”

61  2 Pedro 3. 9

“Para que nadie se excuse delante de Dios”

62  1 Juan 5. 12

“Jesús, tesoro incomparable”

63  2 Juan 1. 10

“Cuídate del engaño”

64  3 Juan 1. 11

“¿Qué es lo bueno y que es lo malo?”

65  Judas 1. 22

“Convocados a un gran desafío”

66  Apocalipsis 22. 20

“Esperando su promesa”

 

 

 

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CUMPLIENDO SU PALABRA

 

Su Palabra:

“Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quién tengo complacencia”   

(Mateo 3. 17)

 

Y llegó el glorioso día del cumplimento de Su Palabra, la más maravillosa promesa de Dios dada a nuestros primeros padres Adán y Eva. Dice la Escritura que, cuando fueron expulsados del Huerto del Edén por causa de la desobediencia, Dios se dirigió a ellos, les buscó, y en santa indignación les recordó su sentencia: la desobediencia se paga con muerte; y esta cuestión, la muerte, es la que precisamente deseo considerar. El Señor les había ordenado que: “del fruto del árbol que está en medio del huerto... no comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis” (Génesis 3. 3) Es evidente que Adán y Eva habían sido advertidos: si desobedecían, pecaban; y el precio que debía pagarse por el pecado era la muerte. La Biblia dice: “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6. 23). Dios es justo pero inflexible; y, en la misma medida que es justo, también es misericordioso. Por eso, en el mismo momento en que estaba dictando su sentencia, también les anunciaba que había previsto la posibilidad del perdón; y aunque éste era inmerecido, podía obtenerse gracias a su misericordia porque “Dios es amor”.

Ahora bien, el perdón de pecado es un atributo que pertenece únicamente a Dios; y sin arrepentimiento, no puede hacerse efectivo el perdón. Es por eso que el arrepentimiento es una condición que debemos asumir todos los hombres ya que, de una manera u otra, todos hemos pecado contra Dios.

Arrepentimiento de parte del hombre y perdón de parte de Dios, son las dos primeras condiciones que Dios exige para reconciliarnos con Él. Tengamos siempre en cuenta esta maravillosa actitud de parte de nuestro bendito Señor: Él está más dispuesto a perdonar, que nosotros a pedir perdón. Y lo más notable es que esta posibilidad de reconciliación sólo podía venir de su parte; pues, fueron Adán y Eva, quienes voluntariamente rompieron ese vínculo sagrado que los unía a Él.

Por otro lado, fue necesario algo de vital importancia para que esta reconciliación sea confirmada en forma efectiva; y fue establecer un garante. En el mismo momento que Dios dictó su sentencia a satanás, también señaló la provisión y el método que haría efectivo su propósito. Dice: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en  el calcañar” (Génesis 3. 15). Y en aquel instante, se decidió el destino eterno de la raza humana. El Juez supremo había expresado su voluntad de darles al hombre y a toda su descendencia, la preciosa oportunidad del perdón y la reconciliación por medio de la Justificación en Cristo. He aquí, LA GRAN PROMESA.

A partir de aquel momento y a través de los años, la respuesta del hombre siguió siendo la misma: pecar contra Dios. Mientras Él, en su infinita paciencia y fidelidad, siguió hablándole por medio de sus profetas y amonestándole por medio de sus leyes. Luego el silencio; cuatrocientos largos años en que mientras el hombre seguía pecando, Dios en su paciencia hizo silencio. De pronto, las puertas del cielo fueron abiertas para dar cumplimento  a su promesa y los ángeles anunciaron las buenas noticias, primeramente a María: “Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESUS” “por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios”; y luego, los mismos mensajeros celestiales proclamaron al mundo entero: “Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es CRISTO el Señor”.Dios había cumplido su promesa ¿Puede alguien poner en duda Su Palabra? Atiende, pues, su voz que dice desde el cielo: “Este es mi Hijo amado, en quién tengo complacencia” Jesucristo ha venido, Él es el garante que Dios mismo había prometido como único recurso para nuestra salvación. Por lo cual, “no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en que podamos ser salvos” Aunque otros, proclamen lo contrario.

 

 

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¿QUIÉN PODRÁ SER SALVO?

 

Su Palabra:

“Ellos se asombraban aún más, diciendo entre sí: ¿Quién, pues, podrá ser salvo? Entonces Jesús, mirándolos, dijo: Para los hombres es imposible, mas para Dios, no; Porque todas las cosas son posibles para Dios”   

(Marcos 10. 26-27)

 

¿Quién podrá ser salvo? Esta fue la gran pregunta que hicieron para sí los discípulos del Señor Jesús. No necesitaron expresársela; pues siendo sólo, un íntimo sentimiento que se había alojado en sus corazones, el Señor ya lo sabía. 

Observemos que el relato dice algo más al respecto; y esto, con el propósito de dar mayor énfasis a la pregunta: dice que estaban “asombrados”, desconcertados; pues, el motivo era que habían sentido la terrible sensación de ser incapaces de alcanzar la salvación por sí mismos. Esto sucedió, porque Él Señor les había predicado el verdadero evangelio; y cuando esto sucede, todos los hombres son conducidos forzosamente a un punto sin salida. Es allí, en ese preciso lugar y en ese mismo instante, donde cada uno debería reaccionar como sus apóstoles y exclamar: “¿Quién, pues, podrá ser salvo?”

¿Nunca te has hecho esta pregunta? ¿No te interesa saber que es menester para ser salvo? ¿Te has puesto a pensar que si la Palabra de Dios te habla acerca de la posibilidad de alcanzar la salvación, es porque tu estado es de perdición? Aquellos que tuvieron la oportunidad de hablar con el Señor Jesús, o los que alguna vez han escuchado hablar acerca de su persona y de sus obras, deben saber que es imposible evitar el tema de la SALVACIÓN. Hablar del Señor Jesucristo, es hablar de SALVACIÓN o PERDICIÓN.

Te pregunto: ¿TE INTERESA TU SALVACIÓN? Si no te interesa, ya estás condenado a la perdición eterna, te guste o no, creas o no esta verdad. En cambio, si te interesa este asunto de vital importancia, quiero pedirte que prestes mucha atención a la respuesta; respuesta que no es de hombre ni de ninguna jerarquía religiosa; sea de la religión que sea. Respuesta que tampoco proviene de algún científico o filósofo; pues, nadie puede darla, y si lo hicieran, no creas porque es falsa.

Reitero, presta ahora mucha atención: en primer lugar, la respuesta la da el mismo Señor Jesús, pues es el único que conoce la voluntad del Padre. En segundo lugar, ésta es tan contundente y clara que no da lugar a ninguna duda. Debes confiar en su Palabra, ella te llevará por medio del Espíritu a encontrar el camino angosto y la puerta estrecha, esa que muchos la buscan sin poderla hallar. En tercer lugar, medita lo que les dijo: “Para los hombres es imposible”. Su Palabra dice que por causa de nuestros pecados ya hemos sido condenados, el peso de la ley está sobre nosotros, su ira y su justicia están pronto a ejecutarse y nada puede hacer el hombre para cambiar su veredicto que es justo e inapelable. Así que, si alguien te dijo que teniendo una religión, o haciendo ayunos y penitencia, o siendo bautizados por la iglesia, cualquiera que ésta sea,  “puedes ser salvo”, no creas; es un engaño.

Pero no te desanimes, observa que también les dijo: “Mas para Dios, no; Porque todas las cosas son posibles para Dios”. Mientras Dios te llame, y te ofrezca esa oportunidad como lo está haciendo ahora, tienes esperanza.

Si crees que Dios, siendo un juez justo para condenar, puede además perdonar y justificar, también debes creer que la única manera de salvarte es a través de la obra de Jesucristo, quien siendo Dios, ocupó voluntariamente tu lugar en la cruz del calvario. Esa es la manera en que Dios hizo posible, lo que para todos los hombres es imposible. Su Palabra dice: “La redención es de gran precio, ¿Quién la podrá pagar?” Nadie, sólo Cristo Jesús.

Si crees que Jesucristo es Dios manifestado en carne, y que  Él murió en la cruz para expiar tus pecados, arrepiéntete, ten fe sólo en Él, y serás salvo. Así de simple.

 

 

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¿DÓNDE ESTÁS TÚ?

 

Su Palabra:

“Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”   

(Lucas 12. 34)

 

Donde esté vuestro corazón estarás tú. ¡Cuidado! No te dejes engañar. Dijo el Señor: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (Jeremías 17. 9) ¡Qué terrible es encontrarse con esta verdad! De pronto y en un instante, el Señor pone al descubierto nuestra real naturaleza. Una naturaleza que expresa nuestra triste condición y en la que estamos todos incluidos, sin excepción.

Ahora pregunto, ¿Habríamos alcanzado a comprender alguna vez, como es en realidad nuestro corazón si Dios no lo hubiera revelado? El Señor dice que nuestro corazón es “engañoso y perverso”; y no sólo lo dice, lo afirma. No olvides, Él es quién lo prueba. ¿Sabías que Dios conoce los corazones aunque el hombre no se lo quiera revelar? Él es quien saca a la luz cada una de nuestras intenciones, sean buenas o malas.

Meditemos acerca de este asunto: todos, y cada uno, desde el mismo momento en que hemos adquirido conciencia respecto de lo que somos como individuos, hemos descubierto, entre tantas cosas, que somos seres racionales y con sentimientos. Es decir, hemos comprendido que nuestra mente y corazón rigen nuestras vidas; en consecuencia, tenemos atributos que nos responsabilizan como individuos delante de Dios. Diría que el corazón es el motor que pone en acción, lo que nace en la mente. Y como, por naturaleza, nuestra mente es perversa e inclinada al mal, también lo es nuestro corazón; esta condición, nos coloca en enemistad con Dios y alejados de su presencia.

Posiblemente esto lo ignorabas, tal vez nunca lo hayas analizado y estuviste viviendo engañado hasta el día de hoy convencido de que todo está bien cuando, en realidad, la situación es muy distinta: es grave.

Medita el pasaje que nos ocupa. El Señor Jesucristo te está dando la clave para que tú mismo descubras dónde te encuentras cuando dice: “Donde está vuestro tesoro; allí estará también vuestro corazón”; y, donde está tu corazón estás tú. Por amor a tu alma, es importante que sepas dónde te hayas, debes tener la certeza de saber si estás “en Cristo” o no, si eres salvo o no. Observa esta porción de su Palabra, tiene dos partes; para bien o para mal, la segunda es consecuencia inevitable de la primera. Hazte esta pregunta: ¿Me he hecho algún tesoro? Si eres sincero contigo, responderás que sí; todo hombre tiene ambiciones, y eso no es malo. Ahora, hazte esta otra pregunta: ¿Dónde estoy haciendo mis tesoros? Ese es el detalle importante, probablemente sea en este mundo, quizás estás soñando con alcanzar éxito, riquezas o fama. Hoy, la oferta de hacer tesoros en este mundo es tan grande que nos impiden ver los verdaderos tesoros, aquellos que el Señor, en su amor, nos ofrece a cada instante como lo está haciendo ahora, en este momento. Pero la triste realidad es que, por naturaleza, no nos interesan los tesoros que Dios promete. Queremos las cosas aquí y ahora, deseamos las riquezas de este mundo sin pensar que algún día pereceremos juntamente con ellas. La Biblia dice que había un hombre que estaba muy satisfecho porque había hecho una gran fortuna, entonces Dios le dijo: “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿De quién será? Así es el que hace para sí tesoros, y no es rico para con Dios” (Lucas 12. 20-21) Por eso es que el Señor te advierte: “Haceos tesoros en los cielos”, “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y las demás cosas os serán añadidas”.

Reflexiona, pon las cosas en orden. Da prioridad a lo importante: pon  tu corazón en las cosas celestiales y eternas, porque allí donde esté tu corazón, también estarás tú.

 

 

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NO TODOS SON HIJOS DE DIOS

 

Su Palabra:

“Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”  

(Juan 1. 12)

 

No todos son hijos de Dios, ésta es una gran verdad que necesita ser sacada a la luz. La inmensa mayoría vive engañada respecto de este tema y no sabe que por causa de este error, se dirige fatalmente hacia una perdición eterna.

Por un lado, están aquellos a los que no les interesa el tema: son personas incrédulas que viven para sí y lo único que les interesa es el presente. Su ambición por bienes materiales y pasajeros, ha terminado por matar a sus conciencias y no pueden ver nada más allá de este mundo. Por otro lado, también existe otra gran cantidad de gente que sí tienen necesidades espirituales; demandas que se elevan por encima de aquellas que son normales e imprescindibles para una vida digna en este mundo. Pero si comprendiéramos el verdadero significado de las palabras del Señor Jesús, cuando dijo: “Buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas os serán añadidas”, podríamos empezar a recorrer el camino que, por medio de la fe, nos llevaría a descubrir su preciosa gracia; y a través de ella, alcanzar el regalo inmerecido de una segura salvación. Sólo así, siendo verdaderamente salvos, es cuándo podremos alcanzar ese privilegio tan sublime y anhelado  que es: “ser hecho hijo de Dios”.

Ahora bien, el análisis que haremos de este pasaje, comenzará con una pregunta clave que deberá interesarles, al menos, a todos aquellos que creen ser hijos de Dios. Esta es la siguiente: ¿Cómo puede saberse quiénes son hijos de Dios y quienes no? En primer lugar, diría que antes de apresurarnos a elaborar una respuesta a esta importantísima pregunta, dejemos que sea el mismo Dios quién la conteste. Él es quién nos expresa su voluntad a través de su Palabra que es la única verdad que puede darnos tal seguridad. La Escritura dice que sólo pueden tener el privilegio de ser hijos suyos, aquellos  “que le recibieron y creyeron en su nombre”. ¿Qué quiere decir esto? Simplemente lo que está escrito. ¡Qué sencillo es el evangelio de la Gracia! Quiera el Señor que sepas valorar que cuando Él trata un asunto tan importante como es el de tu salvación, lo hace de la forma más simple posible para que entiendas y aceptes éste regalo por el cual nada puedes hacer para merecerlo; pues el Señor Jesucristo ya lo hizo por ti.

Pero, si aún queda alguna duda en tu alma, presta atención a lo que sigue diciendo su Palabra: “Los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1. 13) Esto, quiere decir: en primer lugar, que no eres salvo y mucho menos hijo de Dios por el sólo hecho de haber nacido en un hogar religioso. Pues, “lo que es nacido de la carne, carne es”; y aunque tengas la misma sangre de tus padres, y ellos fueran “hijos de Dios”, tú sigues contaminado por el pecado y no eres salvo hasta que el Espíritu Santo intervenga en tu vida: la salvación no se hereda. En segundo lugar, también dice: “ni de voluntad de carne”; es decir, tu sólo empeño no sirve para obtener tu posición como “hijo de Dios” ya que tu naturaleza carnal es impotente para tal fin. Así que, a menos que te arrepientas de tus pecados y recibas al Señor Jesucristo por medio de la fe, no podrás ser regenerado por el Espíritu y mucho menos, “ser hijo de Dios”. En tercer lugar, dice también que tampoco depende de la voluntad de ningún varón (hombre). Esto quiere decir simplemente que, “ser hijo de Dios” tampoco depende de ciertas decisiones o acciones donde intervenga la voluntad humana; como por ejemplo, adoptar una religión, ser bautizado, llevar una vida impecable o hacer penitencias y ayunos. Nada de eso puede transformarte en hijo de Dios aunque lo hayas creído y practicado de buena fe. En síntesis, su Palabra está diciendo que, “ser hecho Hijo de Dios” depende únicamente de la soberana voluntad del Padre. Él ha decretado que existe una sola manera posible para que Él sea Nuestro Padre Celestial; y reitero: arrepentimiento de pecado y fe en su Hijo Jesucristo como salvador personal. Hazlo y podrás “ser hecho hijo de Dios”. Pídele por tu salvación; y conforme a su divina voluntad, te dará la potestad de ser hecho hijo suyo. Sólo así, podrás decirle “Padre”.

 

 

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CÓMO VIVIR SEGUROS

 

Su Palabra:

“Por tanto, oh varones, tened buen ánimo; porque yo confío en Dios que será así como se me ha dicho”  

(Hechos 27. 25)

 

¡Qué vigencia conservan estas palabras del apóstol Pablo! Tengo la convicción de que en la actualidad esta exhortación no puede ser más oportuna. Observemos los tiempos en que nos toca vivir, consideremos las circunstancias que nos rodean y aceptemos que cada vez es más difícil nuestra subsistencia en estas condiciones. Estamos siendo protagonistas de acontecimientos realmente tremendos: el vicio, la inseguridad, los peligros, las injusticias y la corrupción, nos han sumergido en el desaliento y el temor. El hombre no encuentra en quién confiar. Siente que, humanamente, no puede soportar tanta presión; pues su ánimo está a punto de desfallecer y se encuentra, prácticamente, sin rumbo y sin esperanzas.

Estoy convencido de que si leyéramos el relato que nos habla de la experiencia vivida por el apóstol en todo el capítulo de Hechos 27, seguramente encontraríamos más sentido a este consejo. Pues, al igual que aquellos marineros, tenemos la sensación de encontrarnos en una débil barca a punto de ser destruida en medio de una noche tormentosa; el huracán amenaza con arrasarnos y las olas enfurecidas con sumergirnos en el abismo más profundo; la oscuridad es absoluta, y lo más desesperante es no poder hallar un lugar seguro adonde ampararnos.

¿No es ésta tú experiencia? Pues bien, no desesperes. Los momentos que vivió el apóstol Pablo cuando dijo éstas palabras, fueron similares. El también sintió que el mar quería devorarlo, su capacidad humana nada podía hacer en aquella noche obscura y tormentosa. Sin embargo, su espíritu estaba sereno y su alma reposaba en paz porque estaba descansando en una promesa. En aquel momento, cuando la impotencia y el temor se habían apoderado de aquellos hombres, él les dijo: “tened buen ánimo (no desesperen); porque yo confío en Dios... Él hará como me ha dicho”.

Como nada es casual, sino causal, quiero aprovechar esta oportunidad que el Señor me ofrece, para darte también unas palabras de aliento. Si sientes que estás atravesando una situación desesperante quiero decirte, “Ten confianza; porque yo confío en Dios y será todo como el lo ha prometido”. Con este consejo, quiero seguir el ejemplo del apóstol y proclamar al único que es digno de toda confianza: Dios. Y no lo quiero hacer sólo con palabras, sino demostrarlo con hechos. Mi vida te dará testimonio, ella te mostrará en quién he puesto mi confianza. ¿No es ésta, la única manera de predicar con poder? Hablar es muy facil, pero vivir por Él, en Él y para Él, es la única evidencia que podrá convencerte de su poder.

Tú me dirás: “Yo también creo en Dios, pero me falta fe”; y yo te respondo: si no confías en Él ni has depositado tu vida en sus manos, no crees en Dios como Él se merece.

¿Quieres hacerlo ahora? Dile: “Señor, quiero arrepentirme de todos mis pecados y concédeme la fe que me permite confiar en ti y depositarme en tus manos”.

Si lo has hecho, podrás vivir mi experiencia que es la misma del apóstol y la de todos aquellos que han aceptado al Señor Jesucristo como su único salvador personal.

Entonces, recien ahora, podrás decir con total seguridad: confío en Dios. Pero lo más maravilloso de esta experiencia es que, al momento de confesarle, también sentirás el deseo de entregarle el timón de tu nave para que Él conduzca tu vida en medio de este tempestuoso mundo; pues, esa es la única manera de poder llegar a buen puerto.

Confía, “será como Él ha dicho”: “No temáis porque yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.., nadie los arrebatará de mis manos.., y porque yo vivo, vosotros también vivivireís...”. ¡Que maravillosa es la fe que te permite tener ésta seguridad!

 

 

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SALVADOS POR PURO AMOR

 

Su Palabra:

“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”  

(Romanos 5. 8)

 

Ésta es la revelación más gloriosa que el hombre pueda recibir. Cuánto deseo que todos, y particularmente aquellos a los que amo con todo mi corazón, puedan descubrir en esta declaración, cuán grande es el amor de Dios.

Si por alguna circunstancia, que no sería casual, llegaras a leer estos pensamientos que nacen de mi corazón, no los tomes a la ligera. Te ruego, en el nombre del Señor Jesucristo, que te detengas por unos instantes, serenes tu espíritu y no tengas miedo de perder unos minutos, piensa que este mensaje puede cambiar tu destino eterno en un abrir y cerrar de ojos.

Presta mucha atención: lo primero que debes considerar antes de entrar a meditar el texto, es quién es la persona que nos está manifestando su amor. El pasaje es claro, dice explícitamente que es DIOS. El Supremo, el Creador y Sustentador de todas las cosas. El Soberano de toda su creación, el Omnipotente, Omnisciente y Omnipresente; el DIOS ETERNO; que, además de ser FIEL y VERDADERO, es justo y misericordioso. El único que tiene todo el poder sobre la vida y la muerte.

Ahora bien, si a pesar de toda esta declaración acerca de su Persona, tú me respondes: “Yo no creo en Dios” o “Dudo que Dios exista”; te pregunto, ¿Has imaginado un universo, sin un Creador?, ¿O en tu existencia, sin que nadie la haya predeterminado? Si alguna vez lo has pensado con responsabilidad, deberás aceptar, cualquiera sea tu creencia, que es imposible imaginar la existencia de algo sin un creador. Y en este caso, el creador supremo es DIOS; quieras o no creerlo, quieras o no aceptarlo.

Observa la expresión; el texto dice que siendo aún indignos pecadores, Dios nos ama. Ante esta verdad, ¿Has pensado, cuán grande e incomparable debe ser su amor? Pues, si no lo has hecho debo decirte, que es tan grande e infinito como lo es Él. La Biblia dice que “Dios es amor”, no dice que tiene amor, sino que ES AMOR. Y si todavía no lo has entendido y no te has conmovido, es porque aún no le has entregado tu vida.

No obstante, quiero seguir exhortándote acerca de estas verdades; pues, es necesario, por el bien de tu alma, que puedas comprender, aunque sea en parte, cuánto te ama. Considera por unos momentos esta evidencia: Si Él lo determinara, podría existir sin su creación; y esto incluye al hombre que es menos que la nada. En otras palabras, Dios no necesita de ti, ni de mí; es decir, Él no necesita de nadie ni de nada para sustentar su existencia eterna. Él es suficiente en Sí Mismo. Sin embargo, todo lo creado, incluyendo tu persona, necesita de Dios para poder existir.

Dios mora en lugares inaccesibles para el hombre, la gloria de su Persona alumbra los cielos; y millones de ángeles junto a los seres celestiales, alaban su nombre por toda la eternidad. Y si esto es maravilloso, más maravilloso aún es que, siendo Dios autosuficiente, haya pensado en nosotros; y además, amado, indignos pecadores que ofendemos a su santa y divina persona.

Por último, su Palabra nos dice que, para que este amor sea efectivo, Él debe obrar para que podamos disfrutarlo. Ahora bien, la única forma de hacerlo es salvándonos de la condenación eterna. Para eso, Dios se desprende de Aquel a quien más ama: su Hijo Jesucristo quién murió en nuestro lugar para abrirnos el camino a la reconciliación, que a la vez, sólo podemos acceder a través del arrepentimiento de nuestros pecados y la fe en su muerte a nuestro favor.

Ahora, sabiendo todo esto, ¿Serías tan insensato como para rechazar tan grande amor? Si te pierdes eternamente, será tu responsabilidad.

 

 

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¿QUÉ SIGNIFICA LA CRUZ DE CRISTO PARA TI?

 

Su Palabra:

“Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios”   

(1 Corintios 1. 17)

 

Quiero preguntarte nuevamente, ¿qué significa la cruz de Cristo para ti? Quizá nunca te hayas planteado esta cuestión; o tal vez tampoco la consideraste importante. Sin embargo, quiero señalarte lo que la Biblia expresa claramente a través de este pasaje; dice que: tu vida eterna, depende de lo que signifique para ti, la palabra de la cruz.

Piensa por un momento en la cruz de Cristo y asume con valentía una posición frente ella, ¿qué es la cruz de Cristo para ti? ¿Un amuleto que llevas colgando en el espejito del auto para que te proteja? ¿Algo decorativo con que adornas el respaldar de tu cama? O quizá ¿nada más que un símbolo con el que el joyero puede realizar una preciosa joya? Si me respondes que nada de eso es para ti, es probable que entonces, seas una persona creyente y muy respetuosa de tu religión. En ese caso, seguramente me dirás que la cruz de Cristo es mucho más que eso: es una figura que veneras e idolatras. Entonces, ¿te has dado cuenta que es sólo una imagen?

Pero si profundizamos más en el tema, puede que me respondas de una forma mucho más solemne y me digas que tienes conceptos mucho más profundos acerca de la cruz. Por ejemplo, que en ella murió crucificado el Hijo de Dios por los pecados de toda la humanidad; y además, es posible que también me recites de memoria todo el credo de tu religión. Si eso es así, si tan sólo eso es la cruz de Cristo para ti, entonces no le has dado el verdadero valor y estás condenado igualmente que en todos los otros casos anteriores a la perdición eterna.

Ahora bien, no es mi intención ofenderte con estas palabras, sólo quiero que tomes conciencia de tu error. Pero si aún  persistes, y quieres convencerme asegurándome que lo único que importa es la fe, yo insisto, muéstrame tu fe por medio de una vida transformada. ¿Acaso puedes? Cuidado, no te engañes, las vidas son transformadas sólo por el poder de Dios, mediante su cruz.

¿Qué lugar ocupa la obra de su cruz en tu vida? Si no es el primero, tengo que decirte que estás sin Dios; y ésta “locura” ha de perderte para toda la eternidad. ¿Por qué locura? Muy sencillo, porque la Biblia dice que la única forma, repito, la única forma de ser salvos e ir al cielo como todos pretendemos, es por medio de la fe en el Señor Jesucristo muriendo en su cruz por todo aquel que cree. No hay otro camino. No es una religión la que salva (cualquiera sea ésta), ni el bautismo, ni las buenas obras, ni la caridad, sólo la fe en la obra de su cruz.

Si todas estas verdades destruyeron todo lo que tu venías creyendo y practicando durante años como la única verdad que salva; tal vez te indignes y me digas: “todo eso es una locura”. ¿Comprendes ahora por qué “la palabra de la cruz es locura a los que se pierden?”

En cambio, si la cruz es para ti el lugar donde murió el SEÑOR JESUCRISTO, quién voluntariamente se ofreció a pagar el precio de nuestros pecados nada más que por puro amor; y comprendieras, que eso fue así porque tú ni nadie podemos pagar el precio que la justicia de Dios nos demanda; entonces la palabra de la cruz, será el más maravilloso poder de Dios para tu salvación.

Bien, después de estas consideraciones, vuelvo a preguntarte y deseo de todo corazón que medites muy bien tu respuesta: ¿Qué es ahora para ti, la palabra de la cruz: locura o Poder? Tú decides.

Quiera el Señor en su misericordia, darte la sabiduría espiritual para que respondas de todo corazón: LA CRUZ DONDE DERRAMÓ SU SANGRE EL SEÑOR JESÚS, ES EL ÚNICO MEDIO PODEROSO QUE DIOS DISPUSO PARA MI SALVACIÓN.

 

 

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EL SECRETO DE LA ETERNA JUVENTUD

 

Su Palabra:

“Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día”   

(2 Corintios 4. 16)

 

¡Cuánta consolación y esperanza hay en estas palabras! Hoy más que nunca, estamos siendo espectadores asombrados de las maravillas alcanzadas por la humanidad; prodigios que cuestan, cada vez más, tenerlos bajo control. Pareciera que la estabilidad del mundo estuviera en el límite de su gobierno y sin embargo no nos importa intentar ir más allá, es decir aventurarnos a sondear las profundidades inconmensurables de la ciencia. Pareciera que es el único recurso con que cuenta el hombre; pues todo, pretende obtenerlo por medio de ella. Busca que sea el único medio que le de soluciones a todos sus problemas; más aún, le pide y espera que también sea ella quien le de soluciones a todas sus inquietudes. La ha convertido, de un mero instrumento del desarrollo del conocimiento, en un “dios”. Es a la que recurre para todo, aun para obtener los secretos más codiciados por toda la humanidad: El secreto de la eterna juventud.

Así es como busca y ensaya las soluciones más variadas sin querer reconocer que la única real y verdadera es: la que proviene de Dios. ¡Cuánta necedad!

El hombre no quiere entender que es por causa del pecado que ha traído sobre sí la muerte, muerte que no tiene piedad y que cualquiera sea su método destructivo, tarde o temprano acabará con su vida para enfrentarlo al juicio eterno. Y por más que haga denodados esfuerzos, aplicándose prótesis u hormonas, lo único que logra es profundizar aún más el proceso de su deterioro, tanto biológico como moral; pues deliberadamente no quiere aceptar que la ley de Dios es inviolable: “El alma que pecare, esa morirá...” (Ezequiel 18. 20)

Pero si tú te encuentras entre los que anhelan vivir eternamente, trascender más allá de la muerte, debes buscar una alternativa más sabia, más simple y menos costosa de lo que tú crees; una recurso que es gratis y sin sacrificios. La Biblia dice en el Salmo 37. 5 “Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará”.

Frente a estas palabras que tienen la virtud de ser claras y contundentes, estoy seguro de que me preguntarás qué es lo que “Dios hará”. Te invito a que confíes y no seas incrédulo, ten fe. Él es el que “produce el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2. 13). Entonces, el primer paso que debes dar para alcanzar la vida eterna ha de ser un paso de fe: debes entregar tu maltrecha vida llena de pecados al SEÑOR JESÚS, el único que puede tomarla en sus manos. Debes confiar en que puede salvarla y darle eternidad mediante su sangre preciosa. Para ello, dile: Señor, te entrego mi vida para que le des vida eterna, y me arrepiento de todos mis pecados para que Tú los quites; ellos son los que han traído dolor a mi alma y muerte a mi espíritu. Me he dado cuenta de que todo mi ser está deteriorándose poco a poco por causa del pecado hasta que la inexorable sentencia de muerte sea cumplida en mí, pero Tú puedes darme otra vida, y vida eterna. Sálvame.

Si has entendido esto, si te has arrepentido de pecado y depositado toda tu fe en Jesucristo, entonces alaba a Dios. La luz del evangelio ha sido derramada sobre ti y ahora eres verdaderamente salvo. ¿Qué sentirás a partir de este momento? Te lo voy a explicar a través de mi experiencia: sentirás que, aunque “la vida es corta como la flor de la hierba”, es el don más precioso que Dios te dio. Por medio de ella has podido conocerle, más aún, ahora también puedes amarle, adorarle y esperar confiado en Él. Es por eso que, aunque tu cuerpo se vaya desgastando, sentirás desde tu interior como tu espíritu recién nacido empieza a crecer en fe, amor y esperanza. Notarás también, como día a día te irás elevando a las alturas con renovadas fuerzas, sintiendo que tu único sustento es Aquel que dijo: “Yo soy el pan de vida”. Y a la manera de Enoc, caminarás con Dios hasta ese día en que estarás junto a Él por toda la eternidad. ÉSTE ES EL SECRETO DE LA ETERNA JUVENTUD.

 

 

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UN LLAMADO DE ATENCIÓN

 

Su Palabra:

“No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”  

(Gálatas 6. 7)

 

Con cuanta claridad Dios nos revela su soberana voluntad en cada una de sus palabras. Sólo un corazón endurecido por el pecado, un alma no arrepentida, un espíritu rebelde, puede desoír este llamado de atención. Piensa un momento, ¿No es acaso una invitación a la meditación?

La primera exhortación que vemos en esta expresión, es: “no os engañéis”. Es decir, nos está advirtiendo, a todos los hombres sin excepción, acerca del principal peligro que atenta contra nuestras vidas: el engaño; tema que debería ser atendido con especial atención. ¿Por qué? Simplemente porque, sin saberlo, muchos de nuestros actos pueden ofender la Santidad de Dios. En ese caso, y conforme a su soberanía, Él puede considerarlos como una burla hacia su persona, y su Palabra dice: “Dios no puede ser burlado”. Por eso, cuando por medio de su gracia, tomamos conciencia del cabal significado de estas palabras, todos sin distinción estamos obligados moralmente a replantearnos nuestra condición frente a sus Juicios.

Ahora bien, considerando esta advertencia desde el punto de vista práctico puedes preguntarte cuál es tu actitud de vida frente a Dios. Decía el poeta español: “La vida es sueño”, y eso no es verdad. Como el sueño sólo es producto de la mente que no está bajo el control de la conciencia, no puedes modificar lo que en él sucede; por consiguiente, tampoco eres responsable. Pero la vida, en cambio, es algo real, un don que Dios te concedió y por la que un día tendrás que rendir cuentas. ¿Te has puesto a pensar, que es la vida, y para qué vives?, ¿puedes acaso afirmar que no hay vida después de la vida?

A través de estas  pocas palabras, indudablemente, el Juez Supremo nos está apercibiendo. Y por el bien de tu alma, presta atención. Dios, el creador y sustentador de todas las cosas, asegura que puso eternidad en el corazón del hombre. Eres eterno te guste o no, lo creas o no: eres eterno para salvación o condenación; y todo lo que sembrares en este mundo, lo recogerás en tu vida futura, para toda la eternidad.

Tal vez el tema no sea de tu interés o quizá, eres uno de los que piensan que Dios es un anciano bonachón de manga ancha, que pasará todo por alto y que, a último momento dirá: “Vengan todos al cielo, aquí no ha pasado nada, y no importa cuántos o cuan grandes hayan sido sus pecados”. “No os engañéis, Dios no puede ser burlado”. Recapacita, debes aceptar que tú también has vivido engañado hasta el día de hoy. La mayoría de los hombres, a través de todos los tiempos, han sido engañados por el padre de la mentira: satanás. Desde el principio ha usado toda clase de artimañas para engañar. Su propósito es usar todos los medios posibles, incluso las religiones para conducir al hombre por el camino del error que lleva a la perdición eterna. Pero no olvides, Dios ha establecido leyes inviolables en toda su creación, tanto en el mundo espiritual como en el mundo material y nos dice que: “Las cosas invisibles son manifiestas por las cosas visibles”; así que, tomando el ejemplo práctico del sembrador dice: “todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. Es decir, si siembras malezas, no podrás cosechar trigo; o si siembras espinos no podrás recoger uvas. El ejemplo es tan claro y sencillo que hasta un niño lo puede entender.

Si siembras incredulidad, no recogerás nada; y la nada es estar fuera de Dios. Él dice: “Yo soy Dios y fuera de mí, no hay nada”; por lo tanto, estás condenado a una perdición eterna. Si en cambió, siembras arrepentimiento para con Dios, recogerás perdón y misericordia; y si también siembras fe en Jesucristo, recogerás salvación y vida eterna. Haz lo del buen sembrador, siembra buena semilla y aguarda con esperanza. A su tiempo recogerás buenos y abundantes frutos que serán de bendición para la salvación de tu alma.

 

 

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LA SALVACIÓN NO SE OBTIENE POR MÉRITOS

 

Su Palabra:

“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios”   

(Efesios 2. 8)

 

A lo mejor te sorprenda el título de esta meditación; quizá pienses que es una nueva filosofía o la propuesta de una moderna secta religiosa. Pero no es así, sino todo lo contrario. Es la proclamación del sencillo y verdadero mensaje evangélico. Es nada más y nada menos que la presentación de la única manera de alcanzar la salvación, conforme a la soberana y eterna voluntad de Dios.

Lee el texto y medita. Si comparas lo que te está diciendo la Palabra de Dios con lo que tú crees, es posible que me digas: “Eso no es lo que lo que me enseñaron”. Entonces te diré:  “Si lo que te enseñaron, no se ajusta al propósito soberano de Dios, no sirve para la salvación de tu alma”. Recapacita, si te aferras neciamente a lo que has aprendido, seguramente no podrás ser salvo; esto lo afirmo con toda la autoridad que me confiere Su Palabra. Hazte un favor, por el bien de tu alma, despréndete por un rato de ese ropaje de creencias que has heredado porque no es más que tradición religiosa hecha por hombres, sea esta católica, evangélica, judía, mahometana, budista o cualquier otra. Apártate por un momento de todo aquello que no sea su Santa Palabra, pues todo lo que no proviene de ella, hará que te extravíes y no alcances a comprender la verdadera intención de Dios para salvar tu alma. Prepara tu corazón, mente y espíritu; y Él realizará, a través de Su mensaje, el milagro de salvación en ti.

Lee detenidamente: “por gracia sois salvos por medio de la fe”. En otras palabras, lo que está indicando esta porción del texto, es que tu salvación eterna, tu pasaporte al cielo, es un regalo de Dios que se obtiene únicamente por medio de la fe en la obra redentora de su Hijo Jesucristo. De manera que, siendo un regalo que el Señor ha de entregar generosamente a todo aquel que lo quiera recibir, ha establecido soberanamente, que sea recibido solamente por medio de la fe y no a cambio de obras que podríamos ofrecerle desde nuestra indigna condición. ¿Sabes porqué? Por dos razones. La primera se basa en la suficiencia de la Persona de Cristo. Él consumó tu salvación; satisfizo con su sacrificio en la cruz, el pago que la justicia de Dios te demandaba por causa de tus pecados, dice su Palabra: “el alma que pecare, esa morirá”. La segunda, porque la fe para salvación está al alcance de todos los seres humanos y se obtiene, simplemente, con sólo pedírsela a Dios. En cambio, si Dios demandara determinados atributos tales como: inteligencia, belleza, nivel social o cultural, o pertenecer a una determinada raza o religión, la salvación sería solamente para unos pocos privilegiados; y como Dios no hace distinción de personas, la salvación está al alcance de todos los hombres.

Observa que tampoco exige para tu salvación, que realices actos como bautismo, buenas obras o tan sólo que seas “una buena persona”; no te confundas, todos los que piensan alcanzar la salvación pensando aportar alguno de estos méritos personales están excluidos. A Dios le ha complacido que este regalo sea sin precio; y como te dije, ¡¡ESTÁ PAGO!!

Sin embargo, queda un detalle: si quieres recibirlo, puedes hacerlo siempre y cuando aceptes las condiciones que Él impuso. En primer lugar, debes haber comprendido que la salvación no se otorga conforme a méritos personales; ningún ser humano los tiene para con Dios. En segundo lugar, debes aceptar de corazón, que eres salvo por su buena voluntad. Y en tercer lugar, como este precioso regalo es inmerecido, no se origina en tus méritos sino en su misericordia y amor. Si has entendido y aceptado estas condiciones, lo único que tienes que hacer es entregar tu corazón a Dios con la fe puesta en la obra que hizo su Hijo Jesucristo. Arrepiéntete de tus pecados, pídele por tu salvación; y sin duda, Él te la concederá.

 

 

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¿TIENES LA SEGURIDAD DE SER SALVO?

 

Su Palabra:

“Más nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al salvador, al Señor Jesucristo”  

(Filipenses 3. 20)

 

Toda doctrina de la Sagradas Escrituras debe producir, indefectiblemente, virtudes prácticas; y esto, no se efectúa en todos los hombres, sino sólo en aquellos que han creído y recibido verdaderamente al señor Jesucristo como su único y suficiente salvador personal. Estas virtudes, son el resultado de un cambio sobrenatural efectuado en el creyente por medio de la obra del Espíritu Santo. Es decir que, cuando es genuinamente redimido participa de un nuevo linaje y es hecho hijo de Dios, separado de la esclavitud del mundo, limpio de todo pecado y liberado del dominio de satanás. En esa condición, está habilitado para formar una Nación Santa cuyo destino está en los Cielos.

Esta verdad no es una mera creencia, sino un hecho irrefutable que está debidamente expuesto en la Palabra de Dios. Palabra que es “viva y eficaz”; poderosa para penetrar el corazón del hombre y transformarlo de día en día para la gloria de Dios. Dice su Palabra: “...El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”.

Así que para poder comprobar si es verdad que “nuestra ciudadanía está en los cielos”, no tenemos necesidad de consultar a ningún “vidente”, rabino, sacerdote, ni pastor; nadie puede juzgar acerca de cuál es nuestra condición para con Dios. El motivo es muy simple: “El hombre ve lo que tiene delante de sus ojos, más Dios ve los corazones”. Y si tomamos en cuenta esta última afirmación de su Palabra, debemos aceptar que el método de consulta no sirve para comprobar adonde está nuestra ciudadanía, los hombres pueden equivocarse por más que sus intenciónes sean las mejores. Entonces, ¿qué debemos hacer? La respuesta es muy simple y se halla en la Biblia: lo que debemos hacer es, examinarnos a nosotros mismos y evaluar nuestras vidas a la luz de la Palabra de Dios. El instrumento para tal comprobación es la oración y, por medio de ella, clamar a Dios para que su Espíritu de poder, nos de testimonio si somos o no sus hijos. Dios mismo nos demostrará en forma práctica, si estamos en Cristo o fuera de Cristo.

Entonces, lo que quiere Su Palabra es apercibirnos. Si en nuestras vidas no se ha producido virtudes prácticas, ¡¡cuidado!!; porque, con seguridad, no hemos sido transformados en Cristo y estamos fuera de Él. No somos salvos y todavía no somos ciudadanos del Cielo, sino que seguimos bajo condenación eterna. A Dios no le interesa si tienes una religión, tampoco le sirven todas las obras que hayas hecho a fin de ganar su favor. La única credencial válida para ser presentada como ciudadano del cielo, es si has aceptado a Cristo, y sólo a Él, como tu salvador personal.

Volviendo al texto, dije que para tener la certeza de salvación, debías recurrir unicamente a la Palabra de Dios; y este pasaje, precisamente, ha de traerte la luz necesaria para tu confirmación. Observa esta primera afirmación: “Nuestra ciudadanía está en los cielos”. Analízate, ¿Crees que eres ciudadano del cielo o de la tierra? Antes de responder, examina dónde tienes puesto tu corazón; sólo tienes dos opciones posibles: en las cosas de este mundo o en las promesas eternas. Si confías y esperas las promesas eternas, ten la absoluta seguridad de que eres salvo en Cristo y que serás, sin duda, un ciudadano más del cielo que dirá: “de donde también esperamos al salvador”.

Si estás en condiciones de mostrar tus aptitudes de ciudadano del cielo, y es verdad que esperas la venida del Señor Jesús, verdaderamente eres salvo.

 

 

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COMO COMENZAR UNA NUEVA VIDA

 

Su Palabra:

“Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios”   

(Colosenses 3. 1)

 

Cuando medito sobre este pasaje pienso en el hombre y la gran aventura de la vida. Cada uno de nosotros, sin excepción, desde el mismo momento en que llegamos al mundo, lo hacemos con asombro y dolor. A nuestro alrededor todo es nuevo, extraño y hostil. Es entonces que, por medio de ese atributo natural que llamamos instinto de supervivencia, habremos de gastar cada segundo de nuestras vidas enfrentando las circunstancias que se nos han de presentar. La vida es una continua sucesión de acontecimientos y, frente a cada uno de ellos, no queda otro recurso que la improvisación: probar y optar. ¡Que responsabilidad! Podemos acertar o errar. Pero no concluye allí nuestra experiencia, sino que tendremos la obligación y la responsabilidad de evaluar cada uno de nuestros actos capitalizando aciertos y errores. Para eso, contamos con los atributos que Dios nos dio: Sentimientos, memoria, conciencia de lo bueno y lo malo, espíritu crítico y voluntad de decisión y elección.

Tampoco deberemos olvidar que estamos inmersos en el tiempo, cada tic tac del reloj nos lleva inexorablemente hacia el futuro. No podemos retroceder: lo que no hicimos en su momento o nos equivocamos, no lo podremos remediar; pues lo hecho, hecho está. Así que cada día es una experiencia nueva de vida, y no hay otra manera de vivir. Cuántas veces debimos reconocer nuestros fracasos y en más de una oportunidad nos hemos lamentado diciendo: “si yo volviera a nacer, no haría esto o aquello”; pues, aun cuando aprendimos la lección, sabemos que es imposible empezar de nuevo y hacer como vulgarmente se dice: borrón y cuenta nueva.

Ahora, si bien es cierto que no es posible volver a tener una nueva oportunidad, debemos aceptar, con la mano en el corazón, que si volviéramos a nacer nos equivocaríamos de nuevo, ¡y en las mismas cosas! aunque el tiempo y el lugar fueran distintos. Sin embargo, no todo está perdido, el querer rectificarse es una gran señal y quiere decir que las experiencias vividas no han sido en vano. El deseo de volver a empezar para elegir otras opciones de vida, es madurez; es querer tener otra oportunidad, es querer renacer y, lo más maravilloso de todo, es que puedes hacerlo.

Te preguntarás: ¿de qué manera? La Biblia dice: Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero” (1 Pedro 1. 3-5).

Ahora medita con mucha atención porque, precisamente, la intención del mensaje es éste: si deseas comenzar una nueva vida sólo tienes que desearlo y reconocer que en más de una oportunidad has tenido que lamentar tus erradas desiciones.

Este es el momento adecuado para reconocer esta verdad. Mírate a ti mismo, evalúa tus recursos, ¿acaso tienes algo con que empezar esta nueva vida? De ninguna manera. Considera entonces la grandiosidad de Dios y su poder manifestado en la persona de su Hijo Jesucristo ¿Hay álguien tan grande como Él en quien puedas confiar? Imposible, así que si no eres renacido en Cristo, jamás podrás lograr una nueva vida y mucho menos, la posibilidad de alcanzar la santificación por el Espíritu. Santificación que se perfecciona día a día, poniendo la mira en las cosas de arriba. Inténtalo, y vivirás la más hermosa experiencia. Te lo aseguro yo, que soy un joven de veinte años que volvió a nacer cuando ya tenía sus cuarenta.

 

 

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UNA ADVERTENCIA Y UNA PROMESA

 

Su Palabra:

“Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche”   

(1 Tesalonicenses 5. 2)

 

Dice un conocido refrán que “lo único seguro es la muerte”; pero si lo comparamos con el texto del encabezamiento de nuestra meditación, comprobaremos que tal dicho no es totalmente cierto. Para ello daré dos argumentos que se oponen a esta frase popular. El primero es que la muerte no es lo único seguro que tiene el hombre por delante; y el otro es que habrá un acontecimiento tan seguro y súbito para algunos como la misma muerte.

Ahora bien, si meditamos detenidamente este pasaje que nos ocupa, observaremos que contiene dos anuncios a la vez: una advertencia y una promesa. Ambas, son tan categóricas que veremos cómo desacreditan el famoso refrán de que la muerte es lo único seguro. En primer lugar, porque las palabras de este texto no son de hombre, sino de Dios. En segundo lugar, porque esta declaración no es un mero refrán, sino la confirmación de algo que habrá de ocurrir inexorablemente. Este decreto divino es tan claro y terminante, que nadie podrá argumentar a su favor no haberlo entendido. En consecuencia, todo aquel que reciba esta verdad, tiene la obligación ineludible de tomar una posición al respecto: aceptarla o rechazarla. De la decisión que cada uno adopte, resultará el destino que ha reservado para su alma en la eternidad: perdición o salvación.

Entonces, la primera verdad que todos sabemos es que: “lo único seguro es la muerte”; pero lo que también debemos saber, es que la muerte es la justa retribución del pecado. Dios en Su Palabra nos dice: “La paga del pecado es la muerte”. Tal conocimiento debería llevarnos a indagar si con la muerte termina todo o hay algo más allá de la muerte. Este es el gran tema que debería preocuparnos y que la palabra de Dios se encarga de aclarar, ella dice: “Por cuanto todos pecaron están destituidos de la Gloria de Dios.” Y también “que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el Juicio”. Aquí está el fondo de la cuestión. Dios mismo está expresando por medio de Su Palabra que Su determinación es mucho más profunda y va más allá de la muerte como final de la vida; pues nos está revelando que hay otra muerte después de la muerte física, la muerte espiritual. Ésta, es infinitamente peor; pues es la muerte eterna que arrastrará a la condenación sin fin al alma que murió sin arrepentirse de sus pecados, y que no puso su vida, mientras la tenía, en las manos de Cristo confiando en Él como su salvador personal por medio de la fe.

Conforme a esta verdad, y siguiendo con la meditación del texto, podremos descubrir la segunda declaración: La venida del Señor; pues dice: “el día del Señor vendrá como ladrón en la noche”. Es decir, nos está asegurando, nada más y nada menos, que la venida del Señor será tan verdadera y sorpresiva como la misma muerte. ¿De qué manera? “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados.” (1 Corintios 15. 51,52). Es decir que, la venida del Señor Jesús será en un instante tan fugaz como un relámpago “que sale del oriente y se muestra hasta el occidente”, y será tan fulminante que muchos no tendrán ni tiempo de morirse; pues, como dice la escritura: “será en un abrir y cerrar de ojos”. Ahora comprendes por qué dije al comienzo de esta meditación que el refrán que dice: “lo único seguro es la muerte”, no tiene toda la razón.

Concluyendo, la muerte física, la primera, es segura como dice el refrán; pero la segunda muerte, la muerte espiritual y eterna está condicionada según sea nuestra relación con Señor Jesucristo cuando regrese por los suyos. Esto es muy importante, porque según Su Palabra, cuando Él venga por “los suyos”, los que están muertos físicamente, pero “en Cristo”, resucitarán primero; y junto, con los que estén vivos “en Cristo”, irán a recibirle en las nubes; pues es un decreto Divino. Así que debemos notar que cuando dice: “Sabéis perfectamente que el Señor vendrá”; está confirmando enfáticamente algo que los que hemos sido salvos ya sabemos. Vendrá en el momento que Él ha fijado y será sin anuncios, “como ladrón en la noche”, cuando nadie lo imagine y sólo algunos pocos le estemos esperando.

Quiera el Señor darnos toda la sabiduría necesaria, para tomar este anuncio no sólo como una promesa, sino también como una advertencia a conducirnos siempre, como si el Señor viniera hoy.

Y tú, que aún no tienes la certeza de tu salvación, ¿te imaginas a donde irías si el Señor viniera en este instante?

 

  

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UN REGALO CON GARANTÍA ASEGURADA

 

Su Palabra:

“Pero fiel es el Señor, que nos afirmará y guardará del mal”   

(2 Tesalonicenses 3. 3)

 

¡Qué maravillosa es la gracia y cuán poco sabemos acerca de ella! Es por eso que la Palabra de Dios nos exhorta a meditar, valorar y no olvidar ninguno de sus beneficios. Si eres verdaderamente una persona salva, si reconoces de corazón y te conmueve pensar que no eres más que “un tizón arrancado del fuego”, tienes la obligación de “crecer en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. Es preciso que te sientas confirmado en tu salvación y para ello, el Señor te revela todas las garantías acerca de su obra.

Así que, lo primero que no puedes ignorar, es que tu salvación se originó en la eternidad, antes de que tú nacieras; se ejecuta en el presente, sin que tengas nada que hacer por ella, y se consumará en la eternidad, aun después de tu partida de este mundo. Es decir que tu salvación, se extiende de eternidad a eternidad. Tu participación en ella, y que no es poca cosa, no va más allá de tu responsabilidad de aceptar o rechazar este regalo incomparable que Dios te está ofreciendo. Toda ella es perfecta y segura porque proviene de Dios quien la planificó y consumó en Cristo Jesús. Por lo cual, debes considerar cuán afortunado eres si en realidad la posees. Igualmente, debes tener bien en claro, que nada has hecho para merecerla y nada podrás hacer para conservarla, a menos que hayas nacido en Cristo por el poder del Espíritu Santo y permanezcas en Él por el mismo poder.

 Ahora bien, para poder entender y afirmarte en las palabras del texto que encabeza este pensamiento, lo primero que debes hacer, es considerar si verdaderamente eres salvo. La Biblia dice que lo eres, si has sido justificado por la fe: “El justo por la fe vivirá”. Es decir que, sin fe no hay justificación por parte de Dios.

También dice su Palabra: “Sin fe, es imposible agradar a Dios”. Así que, si Dios obra en ti para darte la salvación, también ha de concederte, juntamente con ella, la fe necesaria para que creas. Sólo así podrás arrepentirte de todos tus pecados y confiar en la obra que hizo el Señor Jesucristo en la cruz por ti. “Por gracia sois salvos, por medio de la fe, y esto no es de vosotros es don (regalo) de Dios”.

Ahora, si vuelves a leer el pasaje que estamos tratando, verás que el versículo anterior termina con estas palabras: “pues no es de todos la fe”; o sea que no a todos le fue concedida la fe. Así que, si aún no la tienes, clama por ella, diciendo: “Señor, necesito que me des la fe necesaria para entender y aceptar cuánto me amas; y que, por medio de ella, llegue a creer de corazón todo lo que ha hecho tu Hijo Jesucristo a mi favor. Sálvame de la condenación eterna, toma mi vida y sé soberano en ella”.

 Si lo has hecho, confía. Dios aceptará el pago que su justicia te demanda; pues verá el fruto de su aflicción: la sangre de su Hijo Jesucristo derramada a tu favor, y serás salvo. Eso es todo. A partir de ese momento le perteneces y puedes repetir con gozo y total seguridad, las palabras inspiradas del poeta cuando dijo: “Ahora soy de Cristo, mío también es Él. Puedo gozar de su amistad por la eternidad.” Dilo con toda la confianza que puedas albergar en tu alma, porque tú eres alguien muy querido y especial para el Señor. Nunca olvides que te compró a precio de sangre, su preciosa sangre; y que siendo fiel a Sí mismo, nunca se arrepentirá de lo que hizo por ti; lo hizo, porque te ama y quiere que estés a su lado por toda la eternidad.

Ten confianza. Si has comprendido ahora el verdadero camino de la salvación, tendrás la seguridad de que Él te afirmará y guardará de todo mal. Nunca lo olvides o lo dudes, porque todo el poder le ha sido dado en la tierra y en el Cielo.

 

 

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FORTALECIÉNDONOS EN LA SALVACIÓN

 

Su Palabra:

“Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren”   

(1 Timoteo 4. 16)

 

Cualquier persona sensata sabe que cada fruto es según el árbol que lo produce. Un manzano, por ejemplo, no puede producir zapallos. Como así tampoco, un árbol enfermo puede dar frutos sanos; o a la inversa, un árbol sano no puede producir frutos enfermos. Por eso, si queremos obtener un determinado producto, debemos considerar dos cosas: primero, su naturaleza; y segundo, que sea de buena planta. En consecuencia, si tenemos en cuenta estos dos requisitos, elegiremos inexorablemente el árbol adecuado para obtener el fruto apetecido.

Al considerar este pasaje, quisiera aplicar este simple ejemplo a manera de ilustración. Pienso que puede ayudar a un mejor entendimiento, ya que nuestro propósito es poder discernir con más claridad, que frutos debemos escoger para tener la certeza de nuestra SALVACIÓN y VIDA ETERNA.

 Lo primero que debes tener en cuenta es si realmente ambicionas la salvación; o quizá, nunca la deseaste, porque ni siquiera pensaste en ella. No obstante, debo decirte que lo hagas porque, ya que creas o no, la desees o no, tú tienes un destino eterno para vida o para muerte, es tu elección.

Entonces, si estás interesado por tu salvación, lo primero que debes hacer es ir en busca del árbol adecuado; es decir, debes buscar el “árbol de la vida”. Lo segundo, es no contentarte con haberlo encontrado, sino que debes recoger sus frutos y nutrirte de ellos, porque son los que indudablemente te proporcionarán toda la sustancia necesaria para que puedas alcanzar la  vida eterna. Cada uno de ellos es rico en divinos dones. Saboreándolos día a día, Te fortalecerán proporcionándote el bien deseado. Pero hay algo que no debes olvidar: los frutos que te ofrece el “árbol de la vida”, no son sino el resultado de la abundante gracia de Dios. Es tal su prodigalidad, que será refrigerio para tu alma.

Déjame ahora señalarte cuál es el “árbol de la vida”. Dice la Palabra de Dios, en el Salmos 119. 25 “Vivifícame en tu palabra”. Esa “palabra”, es EL VERBO que vino al mundo en la persona del Señor Jesucristo. Él es la revelación del Padre en su persona; por Él corre la savia de su pura doctrina basada en principios eternos; que, mediante la intervención del Espíritu Santo produce, necesariamente, frutos que dan vida. Y esto es así, porque la raíz que lo alimenta, es Dios mismo en Su Persona.

 Si verdaderamente deseas encontrar el “árbol de la vida”, escucha este consejo: Clama para que Dios te dé la oportunidad de encontrarlo; y cuando lo hagas, no te conformes sólo con eso, sino que recoge todos los frutos que te ofrece y deléitate con ellos.

Por ejemplo, toma el fruto que dice: “Ten cuidado de ti mismo”; o, en otras palabras, sé cauteloso, prudente, no tengas mayor concepto de ti, que el que debes tener, piensa con cordura conforme a la medida de fe que Dios te dio. Sé humilde, esfuérzate, sé valiente y Él te hará ver cosas grandes y ocultas que tú no conoces. Escoge también este otro, que dice: “Ten cuidado de la doctrina”; es decir, examínala, escudríñala, descubre las grandezas de su ley y pídele al Espíritu de poder que te permita ir más allá de la letra y descubrir sus principios. No te sientas conforme con sólo haberlos alcanzado; cómelos, son pura vitamina espiritual. Llénate de ellos, no dejes un solo día de alimentar tu espíritu; necesitas que tu alma no desfallezca, “persiste en ello”, y así podrás asegurar tu llegada a la meta suprema. Sólo así podrás tener “una amplia y generosa entrada en el reino de los cielos”.

Por último, una cosa más: cuando estés disfrutándolos, no te olvides de compartirlos.

 

 

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PERSEVERA EN LA GRACIA Y TRIUNFARÁS

 

Su Palabra:

“Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús”   

(2 Timoteo 2. 1)

 

“Hijo mío” ¡Qué expresión! No creo que haya otra manifestación de afecto que, con la misma fuerza, pueda comunicar el más noble de los sentimientos: amor paternal.

Ahora bien, si meditamos profundamente toda la exhortación, podremos apreciar la ternura con que el apóstol sazona cada una de sus palabras. Pienso que si no lo hubiese hecho de esa manera, quizá esta recomendación no hubiera tenido la suficiente fuerza que reclama su debida atención. ¡Cuánto valor tiene un consejo cuando proviene de un padre que aconseja con amor! Especialmente, cuando es una invitación al esfuerzo de permanecer en la gracia. Dicho de otra manera; qué hermoso es disfrutar el privilegio de tener un padre que nos ama de tal forma que se esmera en señalarnos el lugar más seguro donde debemos depositar nuestras vidas: CRISTO JESÚS. Por eso, es que todos los que creemos tener la certeza de haber sido salvos, también debemos saber y aceptar que el esfuerzo de permanecer en la gracia por medio de la fe, es la actitud permanente que debemos guardar fielmente hasta que nuestra redención final sea consumada. Si hemos sido salvos, estamos siendo salvos y finalmente seremos salvos. Dice la Biblia: “Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo” (2 Juan 1. 9) Por lo cual, cuando Dios demanda “sé fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de la vida” (Apocalipsis 2. 10) es necesario permanecer “en Cristo” porque de otra manera, “El que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Apocalipsis 20. 15) 

Volviendo a la expresión: “hijo mío”, hay una primera enseñanza que puedo percibir, y es que ese sentimiento no es algo que sólo los padres biológicos pueden experimentar, sino también todos aquellos que hayan gustado del amor paternal: el puro y verdadero amor del Padre; ese amor que todo verdadero discípulo del Señor, a su vez, debe ejercer por cada alma que le ha sido encomendada. Dijo el Señor Jesucristo orando al Padre a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió”.

La segunda enseñanza que puedo percibir es referente al importante significado de esta exhortación: “esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús”. Pero, ¿qué es la gracia? Y, ¿qué es esforzarse en la gracia? Ciertamente no podré esforzarme en la gracia, si no sé que es primeramente “la gracia en Cristo Jesús”; y aunque muchos hablan de ella, son pocos los que saben acerca de su propósito, alcance y valor. Por eso es que muchos confunden, en sus distintos aspectos, “LEY” con “GRACIA”.

La Escritura dice que ley y gracia, nada tienen en común salvo que cada una responde, en forma particular y armónica, a un plan diseñado por Dios: “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1. 17) En primer lugar, la Ley siempre existió en la creación; Dios la estableció en el principio a fin de que todo lo creado por Él, fuera perfecto: cada cosa en su lugar y con un propósito determinado. Nada ni nadie puede estar fuera de Su ley; de lo contrario, todo sería un caos. Por ejemplo, el más insignificante de los virus que no se sujete a la Ley de Dios, podría terminar con la creación desviándola del propósito Divino. Es por eso que existe una ley natural, pero también hay una ley moral y además, otra espiritual; su conjunto, componen “La Suprema Ley de Dios”.

Ahora bien, siendo esto así, es correcto afirmar que todo lo creado, incluso el hombre, están bajo LA LEY para su obediencia, y todo infractor a la LEY DIVINA no tiene lugar dentro de Su creación; por lo tanto, debe ser apartado de Dios. Si seguimos esta línea de pensamiento surge, necesariamente, un interrogante ¿Cuál es la situación actual del hombre dentro de la creación? He aquí la respuesta; como individuo que ha violado la ley natural, la moral y la espiritual, está seriamente comprometido con su Creador. Su desobediencia, siendo un delito, lo colocó al margen de La Ley y debe pagar el precio que la justicia de Dios demanda: la muerte eterna. ¿Cuándo? Cuando llegue el día en que será juzgado y deba rendir cuenta de cada uno de sus actos.

Cuando llegue ese día y tenga que comparecer delante del gran Juez Supremo (DIOS), no tendrá excusas diciendo que ignoraba la existencia de dicha LEY DIVINA, pues su Palabra (LA BIBLIA) dice que ésta fue escrita por su propia mano y “fue dada por medio de Moisés”. Allí se nos revela que todos, sin excepción, somos pecadores y, por consiguiente, infractores de la Ley. Sin embargo aún podría haber, alguien que insistiese en no conocerla; pero, ¿qué dirá respecto de la ley natural, moral y la espiritual que está escrita en lo más íntimo de nuestro ser, y que se debió obedecer y no se hizo? Ella nos acusa; por lo tanto, el que no se arrepintió está bajo su justa condenación. 

En síntesis, La LEY sirve para darnos a conocer a nosotros mismos y cuál es nuestra real condición frente a ella: hemos faltado a la voluntad de Dios, hemos pecado contra Él y hemos sido hallados culpables. En consecuencia estamos condenados y debemos pagar por nuestros pecados. Pero también debemos saber, cuán grave es el pecado, déjame decírtelo con tiempo para que no seas sorprendido: el pecado, según la LEY, es una falta gravísima contra Dios que se paga con la pena capital; es decir, con la pena de muerte eterna.

No pienses que después que dejes este mundo, forzosamente tendrás que ir al cielo, o que con unos cuantos rezos tu destino va a ser cambiado, o que con unos años de purgatorio se paga la pena que nos condena. NO. La muerte selló tu destino eterno para salvación o perdición. Por eso es importante que sepas ahora acerca de la diferencia entre la LEY y la GRACIA.

La naturaleza de toda Ley, es impartir justicia; es decir que, su atributo es exigir su total obediencia y no para ser complaciente. Es por eso que si el hombre, aunque pudiera cumplir toda la ley, cosa que es imposible, ésta le dice: “cumplió con su obligación”, “hizo lo que correspondía”; y, por el hecho de cumplir su obligación, no implica que deba recibir recompensa o regalo alguno. En cambio la gracia, es un regalo inmerecido de salvación que Dios nos hace si procedemos a arrepentirnos de pecado y creemos de todo corazón en Su Hijo Jesucristo como salvador por medio de su sangre derramada.

Ahora comprendes porque el apóstol no le dijo a Timoteo: “persevera en la ley”  y recibirás el regalo de la salvación.

Entonces, si por el cumplimiento de la ley no somos salvos ¿Para qué sirve la Ley? Y ¿Si la Biblia me enseña que no debo perseverar en la Ley, quiere decir que debo ignorarla? En ninguna manera “La ley es santa y espiritual” (Rom.7. 12 y 7. 14) Por medio de ella puedo llegar a conocer la gracia, valorarla, recibirla y perseverar. “Es nuestro ayo (Tutor), para llevarnos a Cristo a fin de que fuésemos justificados por la fe” (Gálatas 3. 24)

En conclusión, la LEY nos condena y la GRACIA nos justifica. Por eso es que la GRACIA, siendo un regalo, es la oferta más hermosa de parte de Dios hecha a todos los hombres. GRACIA, es el resultado de un sentimiento especial nacido en el corazón de Dios y ofrecida por puro amor mediante la Persona y los méritos de su Hijo Jesucristo. GRACIA es perdón, justificación y reconciliación. GRACIA es el derecho que Dios nos ha otorgado de adoptarnos, como hijos suyos, en la familia celestial. GRACIA es paz, seguridad, dignidad, comunión y una infinidad de bendiciones que iremos descubriendo a medida que vamos creciendo en ella y en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Por todo esto, es que tú también debes aferrarte y perseverar en la gracia. Es lo único que puede salvarnos.

Por último, hay algo más que puedo descubrir en estas palabras; y es que para permanecer en la gracia, se necesita como condición indispensable la santificación. ¿Cómo se obtiene la santificación? Por medio del esfuerzo y la voluntad permanente de crecer espiritualmente en su Palabra. Dijo el Señor Jesucristo intercediendo al Padre por los suyos: “Padre santifícalos en tu verdad, tu Palabra es Verdad” (Juan 17. 23).

 

 

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¿CÓMO ES TU RELACIÓN CON DIOS?

 

Su Palabra:

“Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra”   

(Tito 1. 16)

 

¡Qué terribles son estas palabras! En verdad, es una fuerte acusación que  Dios lanza a todos los hombres para poner en evidencia nuestra perversión. Y, si esto te ha alcanzado, debes asumir tu responsabilidad ante tal imputación. ¿Te has examinado para comprobar  cómo es tu relación con Dios? O eres de los que piensan que esta acusación no es para ti. ¡Cuidado! No debes permitir que Satanás te engañe con su astucia. Dice el Señor Jesús acerca del maligno: “es homicida desde el principio, no hay verdad en él, es mentiroso y padre de la mentira” (Juan 8. 44) ¿Qué quiero decir con esto? Simplemente, que todo hombre debe comprender: que si no quiere ser engañado y tomar decisiones equivocadas según el justo juicio de Dios, debe estar en estado de alerta permanente y velar para no caer bajo la influencia y el poder del demonio. Pero no sólo de él, sino también de sus otros dos aliados: el mundo y nuestra naturaleza humana. Debemos percatarnos de cuán sutiles son sus formas de actuar; pues, tratarán de lograr que cada uno de nuestros actos sean reprobados por Dios. Especialmente, los de aquellos que dicen ser “cristianos”.

Por eso es necesario tener la certeza de que conocemos al verdadero Dios; asegurándonos, en primer lugar, que el Dios que conocemos no es un Dios imaginario o el que nos presenta una determinada religión, cualquiera sea ésta; sino, el Dios que ha sido revelado por medio de su Hijo Jesucristo a través de su Palabra y conforme a su voluntad. Dijo el Señor Jesucristo ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mateo 11. 27)

Ahora bien, si verdaderamente has recibido la revelación del Hijo para conocer al Padre, lo primero que debió producir en ti, forzosamente, es un espíritu de arrepentimiento y un deseo de aceptar a Cristo como tu Salvador personal. Y cuando el Espíritu haya obrado el nuevo nacimiento, deberás sentir, necesariamente, el deseo de aceptarlo como tu Señor. Es decir, deberás desear fervientemente que sea Él quién gobierne toda tu vida. Ésta es la única forma en que el Espíritu pudo haber realizado su obra de redención. Tus hechos, deberán confirmar si verdaderamente eres hijo de Dios. porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2. 13)

Quizá me digas: “Yo creo en Dios y eso me basta” o “Yo acepté al Señor Jesús como mi Salvador y eso me hace sentir seguro”. Sin embargo, te invito a que compruebes si la salvación ha sido efectiva en ti. Porque si no lo es, has sido engañado y estás perdido. Esta estrategia  le ha dado muy buenos resultados al maligno, quien te dice: “ya conoces a Dios, todo está bien y eres salvo”. ¿Sabes cuántos  millones de personas se pierden para toda la eternidad pensando que son salvos? Mira a tu alrededor; es lamentable ver como se mueve el mundo hundido en el pecado y profesando conocer a Dios; las cárceles, están llenas de asesinos, violadores, ladrones, borrachos y toda clase de perversos. Pregúntales sobre sus convicciones, y muchos dirán que son cristianos o que tienen alguna religión; más aun, algunos se jactarán que también fueron bautizados y creen que eso les da seguridad a sus almas; pero viven engañados, “profesan conocer a Dios, pero con sus hechos lo niegan”.

Tú me dirás, eso es cierto pero es un ejemplo llevado al extremo. Pues te invito entonces, a mirar a tu alrededor y verás gente “honesta” y “buena”, muchos de ellos religiosos en extremo; sin embargo, precisamente de ellos dijo el Señor Jesús: “Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrina, mandamientos de hombres”. Medita, todavía tienes tiempo, no menosprecies esta exhortación y, por el bien de tu alma, rectifica tus pasos.

 

 

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EL PODER DE LA INTERCESIÓN

 

Su Palabra:

“Porque quizás para eso se apartó de ti por algún tiempo, para que le recibieses para siempre”   

(Filemón 1. 15)

 

Esta carta, enviada por Pablo a Filemón, es un hermoso ejemplo de lo que es la intercesión. En ella podemos descubrir que el motivo principal fue un pedido concreto; y para ello, no anduvo con rodeos. Por el contrario, expresó muy claramente que su principal propósito era salvar una vida clamando por perdón; pues, pedía misericordia para alguien que había cometido un grave delito y por el cual, estaba condenado a muerte.

Lo primero que se puede apreciar en esta nota, es el espíritu del autor y su vocación para presentar una intercesión eficaz. Un verdadero creyente en Cristo, debe obrar de la misma manera para llegar en forma directa y efectiva ante quién se ha de interceder. En primer lugar debe llegar al corazón del pecador, compadecerse de su condición, hacerle ver su pecado e invitarlo a que se arrepienta. Luego como quién está habilitado por su posición frente a quién ha de pedir clemencia, dirigirse solemnemente, con humildad y amor, por quién se ha de interceder.  El método utilizado por el Apóstol fue el siguiente: en vez de hermosear su mensaje con retórica aduladora pero vacía de contenido, usó la palabra como si fuera una espada, y cada expresión, como una estocada certera para llegar hasta lo más profundo del corazón; por un lado al del pecador y por el otro al de Dios. De uno, obtener arrepentimiento y de Dios para alcanzar misericordia.

Meditemos en las palabras del pedido; Onésimo fue un esclavo infiel, había abusado de la confianza de su amo y robándole, huyó. Pues, no era para menos, su conciencia le acusaba de haber cometido un grave delito contra su señor; y sabía que, siendo esclavo, la ley autorizaba a su amo a disponer de su vida. Sin embargo, opero la divina providencia dirigiendo sus pasos para encaminarlo hacia un encuentro con el Apóstol Pablo. Éste, estaba preso, y como nunca abandonó su ministerio, aprovechó la oportunidad y le predicó el evangelio ganando su alma para Cristo. ¡Qué ejemplo para los creyentes! Aun en la adversidad, el apóstol no abandonó la vocación para la cual fue llamado: predicar el evangelio. Un don que, tiempo atrás, le había permitido ganar también los corazones de Filemón y el de toda su familia.

Hasta aquí, hemos analizado la actitud de un verdadero siervo de Dios. Veamos ahora el espíritu de la carta. Ésta, no hace más que reflejar el oficio sacerdotal del apóstol; esto es, la intercesión. Efectivamente, Pablo intercede ante Filemón para que éste tenga misericordia de Onésimo, su esclavo arrepentido. Y, no sólo le pide que le perdone, sino que le reciba para siempre y que además, no sea ya como a esclavo, sino como a uno de su familia.

En este pedido tan especial, hay dos expresiones claves: “Recíbelo como a mí mismo” y, “si algo te adeuda, anótalo en mi cuenta”. ¿No es maravilloso? ¿No te conmueve su actitud? Si estas expresiones han impactado en tu corazón, debo decirte que el Señor Jesús, mediante su obra consumada en la cruz, escribió una carta más gloriosa al Padre a tu favor. Si deseas poseerla, para llevarla como credencial delante de Él, sólo debes clamar por ella; pues, es el único credencial válido que podrás presentarle cuando tengas que partir de este mundo a su presencia. Hazlo ahora, te será de vital importancia porque, aunque no lo sepas, también eres un “Onésimo”; que de la misma manera defraudaste a Dios el Señor con tus pecados. Además, le robaste su confianza, decepcionaste su corazón y huiste de su presencia. Pero he aquí la maravilla, en este preciso momento se te está concediendo, de lo alto, la oportunidad de encontrarte con un “Pablo” espiritual; y es el mismo Señor Jesucristo quien te dice que, si te arrepintieres de tus pecados y creyeras en su obra expiatoria, Él rogará al Padre intercediendo a tu favor. Y aunque no sé exactamente, conque palabras lo hará, tengo la seguridad que dirá algo más o menos así: “Padre, quizá se apartó de Ti por algún tiempo, pero si ahora se ha arrepentido, te ruego que le recibas para siempre como a Mí mismo, como a tu Hijo; y, si algo te debe, Yo lo pagué en la cruz del Calvario”.

¿No desearías recibir ahora, esta oferta de reconciliación y gozar de una salvación eterna junto a tu Señor?

 

 

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¿EXISTE ALGO MÁS TERRIBLE?

 

Su Palabra:

“¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!”  

(Hebreos 10. 31)

 

Ciertamente no existe cosa más terrible que caer en manos del Dios vivo. Sin embargo, cuando a cada uno de nosotros, hombres pecadores, se nos revela esta verdad, la respuesta es la indiferencia total; a tal punto, que ni siquiera nos detenemos a considerar tan merecido espanto como destino final.

Me preguntarás, ¿Por qué merecido? Porque la Palabra de Dios dice que todos hemos pecado contra su Persona, hemos violado sus leyes y somos sus enemigos naturales a causa de nuestra maldad. Por eso, su Ley nos dice que “toda alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18. 4) Pero no morirá sólo la muerte que nosotros conocemos; ésa que nos lleva al sepulcro y donde nos ponen una lápida que dice: “En paz descanse”. ¡No te confundas! La Biblia dice que después de la muerte “viene el juicio” y que, si has sido hallado culpable de pecado, serás condenado a otra muerte infinitamente más terrible, una en donde estarás totalmente consciente y no hallarás descanso para tu alma por más que lo desees. “Allí será el llanto y el crujir de dientes” por toda la eternidad. Esa muerte, es la que se conoce como “muerte eterna”, o el justo juicio de Dios.

“¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” No es una amenaza, sino la más hermosa advertencia que Dios está haciendo una vez más, en este preciso momento, porque “Dios es amor”. Él te ama y lo ha demostrado ofreciéndote el perdón y la misericordia por medio de su Hijo Jesucristo.

Ahora presta mucha atención. Su Palabra dice: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros; en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. ¡Sí! Murió por mí, por mis hijas, por mi esposa, mis hermanos, mis amigos y también por ti. ¡POR TODOS los que creen en Él! Y lo más maravilloso es que lo hizo, nada más que por puro amor, aunque no lo merecemos. ¿No te conmueve?

Quizá pienses que quiero infundirte temor, y que de parte de Dios no puede venir tan horrenda condena; o, a lo mejor, estés convencido de que Él puede decir una cosa y después actuar de otra manera. No te engañes, esa forma de pensar ofende a Dios. Y si el Dios que te han enseñado (no interesa quién o qué religión), es un Dios permisivo, debo decirte que no lo conoces y que te han mentido miserablemente, pues Dios dice acerca de Sí: “No soy hombre para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta”; afirmando que es INMUTABLE, que no cambia ni altera sus juicios, y que lo que Él declara se ha de cumplir inexorablemente. Considera esto: en la misma medida en que Dios es infinito amor, es infinitamente justo. Él, siendo puro y santo, no puede permitir que nada contaminado por el pecado pueda habitar en su santa gloria; pues, de la misma manera que te ama, aborrece tu pecado. Recapacita, la misericordia y el perdón de Dios ha sido dado en Jesucristo, y si no estás en Él, el juicio que tienes pendiente te condenará.

No seas rebelde, aprovecha este consejo mientras estés gozando en esta vida, de su amor y su misericordia. Él te llama, pero también te advierte: despréndete de tu pecado y clama a Él; es la única forma de liberarse de tan terrible condenación. Pídele que opere tu salvación, tú solo no lo podrás lograr y nadie podrá ayudarte; a menos, que sea Él. Dice Su Palabra:

“Algunos moraban en tinieblas y sombra de muerte, aprisionados en aflicción y en hierros, por cuanto fueron rebeldes a las palabras de Jehová, y aborrecieron el consejo del altísimo. Luego que clamaron a Jehová en su angustia, los libró de sus aflicciones; los sacó de las tinieblas y de la sombra de muerte, y rompió sus prisiones. Alaben la misericordia de Jehová, y sus maravillas para con los hijos de los hombres” (Salmo 107) No olvides, eres responsable de lo que tú decidas. Aceptar o rechazar a Cristo, es aceptar o rechazar tu salvación.

 

 

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¿EXISTE ALGO MÁS GLORIOSO?

 

Su Palabra:

“Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios”  

(Santiago 2. 23)                             

 

Hoy estamos viviendo en un mundo totalmente caótico. Digo esto, pensando que la Biblia comienza su relato de la creación diciendo que “la tierra estaba desordenada y vacía”; pero también señala, que Dios puso orden en todas las cosas y luego “vio que era bueno”. Sin embargo, más adelante tiene que declarar, con toda crudeza, que el hombre fue quién nuevamente desordenó todas las cosas por causa de su pecado. En el presente, a miles de años de aquel fatídico día de su caída, el hombre aún no ha podido restablecer el orden; por el contrario, cada vez está más confundido e incapacitado para cambiar la triste situación en que se ha sumido. Meditemos, tenemos una población mundial que se acerca a los 6.000 millones de habitantes que viven: mal distribuidos, mal alimentados y al borde del caos; se oyen lamentos por todas partes y vemos todo tipo de injusticias; nos movemos en medio de un fango de perversión y maldad. Y, si a eso no lo llamamos caos o desorden, ¿cómo lo llamaríamos?

Poco a poco, hemos confundido todos los valores que, en un tiempo al menos, teníamos algo más claro. Hoy, más que nunca, se hace formidablemente patética esa famosa frase que dice: “Da lo mismo la Biblia que un calefón”. Es terrible padecer tal ceguera espiritual. Estamos ante la prueba más evidente de que “el dios de este siglo (satanás) cegó el entendimiento de los incrédulos para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios.” (2 Corintios 4. 4) Y así es como confundimos lo bueno con lo malo, lo justo con lo injusto, lo puro con lo inmundo. Nos sentimos seguros de nuestras conductas y creemos que estamos en buena relación con Dios porque tenemos una religión o porque cumplimos con todos los preceptos que ellas nos imponen. Estamos convencidos de que con sólo creer en Dios, seremos salvos y todos iremos al cielo. ¡Todo es confusión! Por eso te advierto que, si no vamos a la fuente, si no recurrimos a la Palabra de Dios y predisponemos nuestro corazón a Él, “todos pereceremos igualmente”.

Dime, ¿qué es, para ti, creer en Dios? Si me respondes que solamente es creer que Dios existe; y que con eso basta. Tengo que decirte que apenas es el comienzo y no alcanza para asegurar tu salvación. Toda la creación cree en la existencia Dios, también los demonios creen, y tiemblan” (Santiago 2. 19) Creer en Dios es: creer a Dios. ¿Puedes distinguir la diferencia?

La Escritura dice: “Abraham creyó a Dios”; y por eso es que, Abraham es el modelo de la fe. Si tú dices que también tienes fe, debo señalarte un par de cosas para que no te confundas. En primer lugar, cuando Dios llamó a Abraham -de la misma manera que te está llamando ahora- Abraham predispuso su corazón; quería oír lo que su Creador deseaba revelarle, tú ¿lo has hecho? ¿Deseas tener un encuentro personal con Dios, o crees que nunca te ha llamado? Insisto, en este mismo momento te está llamando por medio de estas palabras. ¿Qué Harás?

En segundo lugar, Abraham creyó todo lo que su Señor le dijo; es decir, confió en cada una de Sus Palabras. ¿Conoces la Palabra de Dios? ¿Has leído la Biblia? ¿Sabes que son palabras de amor y también de Justicia? ¿No te gustaría conocer cada una de sus promesas y comprobar que son las mismas que le hizo a Abraham?

 Si dispusieras tu corazón para escuchar a Dios, si creyeras a Dios y te arrepintieras de todos tus pecados. Si creyeras con todas tus fuerzas que Él es el único que puede darte la salvación por medio de su Hijo Jesucristo y le dijeras: Señor, toma todo mi ser, quiero creerte a ti, sálvame. Ten la seguridad que te ha aceptado, pero no ya como a un amigo, sino como a alguien más glorioso: como a un hijo, en Cristo Jesús.

 

 

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UNA INVITACIÓN AL VERDADERO DESCANSO

 

Su Palabra:

“Echando toda vuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de vosotros”             

(1 Pedro 5. 7)

 

¿Quién no aceptaría de muy buena gana, una invitación que nos permitiera disfrutar de un verdadero descanso? Es decir, tener la agradable sorpresa de que alguien viniera y nos dijera: por nada estéis afanosos” (Filipenses 4. 6). Insisto, “por nada”. ¿No sería esto maravilloso? Por supuesto; pero alguno dirá: esto es una utopía o es un mero y bonito deseo que no va más allá de ser un anhelo inalcanzable. Sin embargo, en esta sufrida humanidad, existen millares de seres esperanzados que aún se preguntan: ¿dónde podría hallarse tanta bendición, si es que existiera la posibilidad, de tener ese verdadero descanso?

Muchos creen que el dinero es la solución para todos los problemas, el nos aliviaría de la ansiedad, quitaría muchas de nuestras angustias o sería un buen resguardo que nos daría seguridad; pues confian en el refran que dice: “El dinero no hace la felicidad, pero se le parece”. Entonces es cuando muchos son tentados a conseguirlo de alguna manera; por ejemplo mediante apuestas: lotería, juegos de azar, carreras de caballos etc.; aún el robo, si fuera necesario, olvidándose que a la vez, hay otra frase que dice: “el dinero no es todo”. Y es verdad, ¿acaso, puede el dinero solucionar algunos problemas que son mayores a los económicos? Por ejemplo, no elimina las enfermedades ni alivian las preocupaciones que puedan causar la pérdida de la salud, o la ausencia de un ser querido. Tampoco da la seguridad personal contra imprevistos, ni ayudará frente a la muerte. Siempre surgen adversidades que están mucho más allá de las soluciones que pueda dar el dinero.

Sin embargo, hay quienes persisten en la busqueda y quieren  evadir sus ansiedades en los placeres de este mundo, y así es como terminan por hundirse totalmente entregados al vicio, la droga o el sexo. Por último, queda un grupo pesimistas que va más allá; los que piensan  que el descanso verdadero llega con la muerte. ¡Qué gran error! ¿Quién puede asegurarles de que con la muerte no empezarán sus verdaderos problemas?

Todo eso es vanidad. La Biblia dice que “no hay quien clame por la justicia, ni quién juzgue por la verdad; confían en vanidad, y hablan vanidades; conciben maldades, y dan a luz iniquidad ” (Isaías 59. 4) Pero la misma Biblia, también ofrece una esperanza: “He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír” (Isaías 59. 1) 

¿Has comprendido lo que Dios quiere decirte por medio de estas dos sentencias? Simplemente, que la solución de alcanzar un genuino descanso no está en tus manos; pues, porque tus juicios están arruinados por el pecado, tus pensamientos son vanos y sólo conciben malas soluciones que te conducen por caminos de iniquidad cuyo fin, es la perdición. Pero no te desanimes porque la advertencia no concluye allí, sino que también te dice que la solución está en Él, quién siempre está dispuesto a oír tu clamor.

¿Por qué no empiezas por entregarle tu vida? Él es el único Dios grande y misericordioso. Arrepiéntete de tus pecados y confía en su Hijo Jesucristo quién se ofreció a pagar con su vida el precio de tu iniquidad para que puedas ser salvo y tener vida eterna.

La Biblia dice: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿Cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8. 32)

Por cierto, si Dios pagó un precio tan alto por todo aquel que invoque su nombre y le entregue su vida, ¿cómo no habrá de salvarle y además guardarle dándole ese descanso y seguridad tan ansiada?

Cada uno de aquellos que ahora estamos en Cristo Jesús, somos celosamente guardados para la eternidad, por lo que nadie ni nada podrá arrebatarnos de sus manos.

Por eso, si tienes la seguridad de que también eres uno de sus redimidos, hecha toda ansiedad sobre Él y por nada estés preocupado. ¡Por nada!. Y si no tienes la seguridad de que eres un genuino hijo de Dios, arrepiénte de todo pecado y pídele por tu salvación. No sólo te la dará sinó que te adoptará como hijo, dándote el reposo que tanto anhelas hasta aquel día glorioso en que estarás en su presencia por siempre jamás.

 

 

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PARA QUE NADIE SE EXCUSE DELANTE DE DIOS

 

Su Palabra:

“El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”   

(2 Pedro 3. 9)

 

Muchas veces he tenido problemas, aun entre hermanos en la fe, por sostener y predicar el evangelio de “la libre gracia soberana”. Ese, al que muchos con desprecio, llaman “Calvinismo”. Sin embargo, Calvino no sostuvo nada distinto a lo que  proclamaron los Padres de la iglesia, por ejemplo, San Agustín. Es más, Agustín no predicó un evangelio distinto al que anunciaron los Apóstoles; y ellos, no manifestaron nada que no les hubiera revelado Dios por medio de su Espíritu.

Nos guste o no, lo entendamos o no, el evangelio que debemos recibir y predicar es el EVANGELIO DE LA LIBRE GRACIA SOBERANA.

¿Por qué es importante este evangelio? En primer lugar, porque es el único revelado en la Palabra de Dios. En segundo lugar, porque aceptándolo, es el que nos conduce, por medio de la fe, a la salvación. Y en tercer lugar, porque nos muestra nuestra incapacidad para lograr nuestra redención, enseñándonos que sin la intervención divina; es decir, sin la participación del Espíritu Santo no tendríamos la posibilidad de tener convicción de pecado, de justicia ni de juicio, condición necesaria para alcanzar la gracia divina.

Muchos, citan el pasaje del encabezamiento para sostener lo insostenible; piensan que, como el deseo de Dios es “que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”, todos se van a salvar forzosamente de cualquier manera posible; aunque sea a través de recursos que ofrecen algunas religiones, como por ejemplo el purgatorio. Y en el peor de los casos, si es condenado para toda la eternidad, es porque no buscó la salvación. ¡ERROR!

En primer lugar, porque la salvación es un regalo de Dios; esto quiere decir que para recibirla, no es necesario tener méritos, ni hacer buenas obras. Tampoco se recibe porque naturalmente haya un deseo de buscarla. Además, porque la incapacidad humana no está en condiciones de lograrla, y mucho menos de alcanzarla por sí mismo. En segundo lugar, porque debemos reconocer que somos indignos de merecerla; en otras palabras, debemos aceptar que no hay ningún mérito en nosotros que nos permita obtenerla por el sólo hecho de ambicionarla. Y en tercer lugar, porque nuestra condición de pecadores o muertos espirituales, nos impide usar cualquier recurso para alcanzarla; y esto es, sencillamente, porque estamos muertos.

Entonces ¿cómo debe interpretarse este texto? Hay una sola manera posible y es a la luz de LA PALABRA. Ella, es la que respalda el argumento de la doctrina que trata sobre “LA SOBERANIA DE DIOS”. Sólo citaré dos o tres pasajes a fin de justificar toda objeción que se plantea a esta preciosa doctrina. La Biblia dice que: “No hay justo, ni aun uno; no hay quién entienda, no hay quién busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quién haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.” (Romanos 3. 10-12) ¿Estás de acuerdo con esta verdad o crees que tú eres la excepción? Si eres sincero, admites tu culpa y reconoces que el ser humano es rebelde por naturaleza, debes aceptar que la única manera de reconciliarse con Dios es obedeciendo lo que Él ordena soberanamente: “Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hechos 17. 30) “Manda”, no pide ni ruega; es una orden y no hay otra opción que la obediencia. Si desoyes este mandamiento y te pierdes eternamente, ha sido a causa de tu rebeldía y no tendrás excusa. Ahora que te has enterado del amor inmerecido y no correspondido a la autoridad de Dios, te pregunto ¿obedecerás a su mandato o permanecerás indiferente? Considera lo que Dios dice en Su soberanía: “Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envíe.” (Isaías 55. 11) Está diciendo que de todas maneras, Él escogerá soberanamente, de entre todos los hombres que le rechazaron, a aquellos que ha de salvar para hacer o edificar un pueblo para Sí. Es decir, Su Iglesia.

Todavía estas a tiempo, aprovecha su paciencia y acude a su llamado, porque su mensaje dice que “aún en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia” (Romanos 11. 5), y tú puedes ser uno de ellos. SI LE RECHAZAS, NO TENDRAS EXCUSA.

 

 

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JESÚS, TESORO INCOMPARABLE

 

Su Palabra:

“El que tiene al hijo, tiene la vida; el que no tiene al hijo de Dios no tiene la vida”          

(1 Juan 5. 12)

 

¡Qué clara y terminante es esta maravillosa revelación! Cuando leo pasajes como éste, puedo comprobar la veracidad de aquellas palabras que dicen: Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones” (2 Pedro 1. 19) Sin ninguna duda, ningún escrito jamás ha tenido ni tendrá el poder de iluminar a los hombres, como lo hace la Biblia. Ella, siendo la “palabra viva y eficaz”, un día, mediante su poder, también a mí me arrebató de las tinieblas a su luz admirable.

Permíteme ahora compartir aquella experiencia. Medita cuantas cosas de incalculable valor nos está revelando este decreto. Me preguntaras, ¿por qué resalto la palabra “medita”? Simplemente, porque deseo de todo corazón que, como el ciego que acudió a Jesús, también tú recibas la luz necesaria y puedas ver lo que su Palabra te está alumbrando. Sólo así podrás decir como él, “sólo sé que antes era ciego y ahora veo”.

Quisiera que en este momento, el Señor me dé las palabras justas para poder describir este mandato Divino y ruego, por el bien de tu alma, que lo puedas comprender con absoluta claridad; pues, esta es la única manera en que te inclinarás a Él, te arrepentirás de todos tus pecados y pedirás por la salvación de tu alma.

Lo primero que debes descubrir, es que Dios no miente y que a todos los hombres nos da la misma oportunidad de elección; pues, se expresa con la misma claridad con la que una vez se dirigió al pueblo de Israel cuando les dijo: “Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal” (Deuteronomio 30.15) Ordenándoles seguidamente: “Porque yo te mando hoy que ames a Jehová tu Dios. Que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, para que vivas y seas multiplicado, y Jehová tu Dios te bendiga” (Deuteronomio 30.16)

Lo segundo que debes notar es que, también allí, te presenta dos opciones y no tienes más remedio que elegir entre la vida y la muerte, tienes al Hijo o no tienes al Hijo.

Lo tercero que debes observar es que, solamente en el Hijo de Dios está la vida. Dicho de otra manera, el Señor Jesucristo excluye, con Su Persona, todas las demás opciones.

Reitero, sigue analizando este texto con especial cuidado, porque en lo que en él se está tratando, mucha gente es engañada. Observa, no dice: el que tiene una religión, el que confía en la virgen, en los santos, o en sus propias obras, tiene la vida; pues, si estás confiando tu salvación eterna en otra cosa que no sea en el Hijo, debo decirte que, según la Palabra de Dios, que estás perdido porque “el que no tiene al hijo de Dios no tiene la vida”. Dios no admite que el hombre agregue algo a la persona y a la obra redentora de Su Hijo para obtener la vida eterna. En primer lugar, porque no hay nada en el ser humano que tenga mérito para aportar algo a una salvación tan grande; y en segundo lugar, porque Cristo ya consumó su obra en forma perfecta, de una vez y para siempre. Si pretendes agregarle algo, es ofender a su divina Persona y desconocer la voluntad de Dios.

Concluyendo, para tener al Hijo (la vida), no se necesita nada más que un corazón arrepentido y haber reconocido que solamente en el Hijo, estamos libres de pagar el precio de nuestros pecados que nos condenan a la muerte eterna.

Arrepiéntete de tus pecados y pídele perdón a Dios quien está dispuesto a perdonarte. Si haces esto con fe poniendo tu confianza en el Hijo; puedo asegurarte, con la autoridad que me confiere su Palabra que indudablemente, serás salvo.

 

  

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CUÍDATE DEL ENGAÑO

 

Su Palabra:

“Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido!” 

 (2 Juan 1. 10)

 

Es interesante ver que la palabra central de este mandamiento es “Doctrina”, aparece 43 veces en la Palabra de Dios, de las cuales 39 se encuentran en el Nuevo Testamento. Esto quiere decir que el asunto que trata acerca de la doctrina de Dios, está lo suficientemente desarrollado como para no permitir ningún tipo de disculpas por su desconocimiento. En ella, Dios nos revela básicamente todo lo referente al hombre, su pecado y, sobre todo, su terrible condición de juicio y muerte. A su vez, Dios nos revela su naturaleza, su voluntad y la posibilidad de reconciliación entre su divina persona y los hombres por el único medio posible: la persona y la obra de su Hijo Jesucristo.

En “su doctrina” nos da claras y precisas instrucciones para alcanzar la salvación; y de la misma manera, también nos exhorta y nos muestra la forma de permanecer fieles a ella en santidad.

Ahora bien, antes de continuar con la meditación de este pasaje y para su mejor comprensión, busqué en un diccionario el significado de la palabra “doctrina” y con sorpresa pude descubrir la cantidad de sinónimos que tiene y cuáles son algunos de ellos, por ejemplo: enseñanza, evangelio, fe y creencia. Hice una prueba de sustitución de la palabra “doctrina” por sus sinónimos, y comprobé que no sólo no cambia el sentido de la expresión, sino que la refuerza y reafirma de tal manera que no queda ninguna duda respecto de esta instrucción. Es decir que, al que predique una “doctrina” diferente a lo que está en la Biblia, y aunque la diferencia parezca ínfima, está mintiendo y te conducirá  por el camino del error. Al engañador, “no lo recibáis, ni le digáis ¡bienvenido!”.

Los errores y desvaríos que se cometen relacionados con “su doctrina”, son por causa de ignorancia. El mismo Señor Jesús fue quién dijo: “Erráis, ignorando las Escrituras...” (Mateo 22. 29) Y cuando dice “ignorando”, pienso que hay dos formas de ignorar su doctrina: la primera es por negligencia, pues el Señor dijo: “Escudriñad las Escrituras” (Juan 5. 39); observa que no dijo lee las Escrituras, sino escudriña, esto quiere decir: indaga, investiga, examina, rastrea; es decir, haz todo lo posible y pon todo lo que tengas a tu alcance para que no seas un ignorante respecto de “su doctrina”. Esta actitud, ignorar las Escrituras, se considera un pecado de omisión hacia algo tan importante, como es la voluntad suprema de Dios. La segunda forma de ignorar es, mediante una negación voluntaria, una actitud de desprecio y menoscabo hacia todo aquello que para el Señor es de suma importancia; dice Dios al respecto, considerando la actitud que tuvo hacia ella el patriarca Efraín: “Le escribí las grandezas de mi ley, y fueron tenidas por cosa extraña” (Oseas 8. 12) Esta conducta es terrible; porque siendo su doctrina tan grande y majestuosa como lo es Él, menoscabarla e ignorarla, es lo mismo que menoscabar e ignorar a su propia Persona. Él ha establecido, que todos los hombres deben conocerla, aceptarla y obedecerla; por eso dijo el Señor Jesús: “El que me rechaza y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero” (Juan 12. 48), y agregó: “Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió” (Juan 7. 16) A esta forma de ignorar, se la conoce como rechazo, y es un grave pecado de rebeldía contra Dios.

Por último, y considerando todo el versículo, se puede apreciar el espíritu que dio origen a esta epístola, pues contiene una clara exhortación para aquellos que decimos ser hijos de Dios: ¿guardamos su doctrina? ¿Somos fieles a ella?

Queridos, debemos perseverar en la Sana Doctrina; pues, es la única forma de honrar a nuestro Dios y afirmar nuestra salvación. A ÉL SEA LA GLORIA.

 

 

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¿QUÉ ES LO BUENO Y QUÉ ES LO MALO?

 

Su Palabra:

“Amado, no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace lo malo, no ha visto a Dios”  

(3 Juan 1. 11)

 

Tal vez esta exhortación, por ser tan categórica, desconcierte a la persona que por primera vez se acerque a la lectura de la Palabra de Dios. Y no es para menos, ya que en otras palabras, está diciendo: “Has lo bueno y no lo malo, porque haciendo lo bueno eres de Dios y si haces lo malo nada tienes que ver con Él”. Así de simple, así de claro.

Pero no quisiera dejarte con tu desconcierto, sino que déjame señalarte dos cosas al respecto que no puedes ignorar. En primer lugar, debes tener conciencia de que estamos leyendo uno de los últimos libros de la Biblia; y con esto quiero decir que ningún libro se empieza de atrás para adelante. La única forma de entenderlo es siguiendo el desarrollo y las etapas que determinó su autor. Si esto es así con los libros comunes, mucho más con la Biblia. En ella, Dios nos muestra detalladamente, todo el proceso de su plan para la salvación del hombre. En segundo lugar, la Escritura no se anda con rodeos a la hora de fijar su posición respecto a los designios soberanos de Dios. Para Él, no hay términos medios, no hay grises; es blanco o negro, bueno o malo, perdición o salvación, cielo o infierno. Y esto me parece maravilloso, porque es la forma de marcar, bien claramente, los límites que nos permiten conocer con seguridad, adonde estamos parados.

¿Acaso no es importante para tu paz y tranquilidad, saber claramente cuál es tu situación actual respecto a Dios? ¿No es importante para ti, saber si estás con Dios o sin Dios? ¿No te interesa comprender, que con Dios tienes la vida eterna y sin Dios la muerte eterna? Si te interesa la respuesta a cada una de estas preguntas, creo que es necesario comprender antes que nada, qué es lo bueno y que es lo malo.

Creo que hoy, más que nunca, el mundo tiene una terrible confusión acerca de lo que es bueno o lo malo, y no sabe distinguir con precisión entre una y otra cosa. La causa es que Satanás ha confundido tanto la mente perversa del hombre, que apenas le ha quedado en su conciencia, algún vestigio de lo que realmente es lo bueno o lo malo. Has una prueba, confecciona una lista de algunos actos del hombre, desde los más nobles a los más aberrantes y, a modo de prueba, consulta a cada uno, qué es lo bueno y qué es lo malo según su criterio. Verás que no hay un límite preciso entre ambos extremos; sino que, entre ellos, aparece una banda muy ancha de confusión. Lo que para algunos algo puede ser bueno, para otros es malo. ¿Por qué? Porque cada uno juzga según su propia opinión; y ésta ha sido determinada por su “YO”. Dicen: “yo digo”, “yo pienso”, “yo creo”; ese es el problema de la confusión. No han sacrificado su “YO”, no han recibido a Dios en humildad; y, si no tienen a Dios, tampoco tienen su luz; es decir, no tienen conocimiento de la verdad, ni tampoco de su justicia. Y si no conocen sus juicios, que en última instancia han de ser los que prevalecerán, indudablemente están confundidos; y lo más grave, es que también ¡serán condenados!

Por último, quiero decirte algo más; ningún argumento de los hombres acerca de lo que es bueno o malo, sirve para nada delante de Dios; quien, siendo el juez supremo, juzgará según sus justos juicios. Una Ley que no encuentra nada bueno en el hombre y que, por consiguiente, lo condena.

Ahora bien, lo más maravilloso de todo esto, es que esa misma Ley ha contemplado además, la única posibilidad de librarnos de lo malo que inexorablemente conduce a la muerte eterna: Jesucristo. Por eso dice la Escritura: “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5. 12) Entrégale tu corazón al Señor y Él te dará un espíritu renovado que te encaminará a conocer y hacer lo bueno. Dijo el salmista, clamando a Dios: “Encamíname en tu verdad, y enséñame, porque tú eres el Dios de mi salvación”.

 

 

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CONVOCADOS A UN GRAN DESAFÍO

 

Su Palabra:

“A algunos que dudan; convencedlos”   

(Judas 1. 22)

 

En verdad estas palabras, más que una petición es un honroso desafío. Y éste no es para todos, sino para aquellos que hemos sido afirmados y confirmados en la fe de nuestro Señor Jesucristo.

Su Palabra nos exhorta: “A los que dudan; convénselos”. Meditemos, a primera vista este mandato es una misión imposible; ¿pero, no es éste otro de los tantos desafíos a los que nos convoca el Señor? Personalmente, no tengo ninguna duda, pues sé que su demanda no pretende que confiemos en nuestra propia capacidad; pues somos siervos inútiles, incapaces de ser eficientes hasta de entregar su palabra sin la intervención y el poder del Espíritu Santo. Si el Señor me dice “convéncelos”, es porque Él ha de obrar el convencimiento. Él es Dios, es el Señor de las grandes obras, aquellas que son imposibles para los hombres.

La pregunta que debemos formularnos es: ¿qué debemos hacer, cuando somos convocados a cumplir tareas que superan nuestra capacidad humana? Lo primero, es reconocer con total humildad, que no tenemos recursos propios para llevar a cabo tales actos. A menos que intervenga Su Santo Espíritu y que con su poder nos dé la capacidad necesaria para presentarla con sabiduría espiritual, será imposible convencerlos. Ésta es la única forma como a Dios le ha placido honrarnos en su santo ministerio; El Señor Jesús dijo a los suyos: “Cuando venga el Espíritu recibiréis poder de lo alto”. He aquí una clara demostración a todos los hombres, sin excepción, de qué manera obra Dios en su soberanía. Y como para Él, nada es imposible, no tenemos ninguna excusa para no entregar su glorioso mensaje tal cual está revelado. No importa que éste lleve implícito una propuesta que humanamente sea increíble, que moleste, despierte dudas y que, en consecuencia, sea muy difícil de aceptar. El Señor dice “convéncelos”, predícales mi evangelio; entrégales esta oferta tan simple como verdadera. Hazlo con convicción. Diles que, siendo Yo el Juez Supremo, podría condenar a todos los hombres por causa de sus pecados. Pero diles también que, en mi infinito y entrañable amor, quiero perdonarles por medio de Jesucristo. Diles: “más Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5. 8) Lo segundo que debemos tener en cuenta, es la incapacidad del pecador para recibir este mensaje.¿Cómo podremos convencer de esta verdad, a todos aquellos que están muertos espiritualmente? ¿Personas que tienen una mente enemistada con Dios? Desde el punto de vista humano, es imposible; y digo que es imposible porque es tan grande y glorioso el misterio de su gracia, que excede todos los límites del conocimiento; pues, aun su siervo más consagrado no lo puede entender.

Además, como el evangelio es un mensaje puramente espiritual, el hombre no lo puede recibir, porque su condición delante de Dios es la de un muerto espiritual. Puedo afirmar lo que estoy diciendo por dos razones: la primera, porque la Biblia lo dice, y la segunda, porque ésta ha sido también mi experiencia.

No obstante, el Señor me ordena, nos ordena, como a Ezequiel cuando le llevó al valle de los huesos secos y le dijo: “Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos? Y dije: Señor Jehová tú lo sabes. Me dijo entonces: Profetiza sobre estos huesos y diles: Huesos secos, oíd palabra de Jehová. Así ha dicho Jehová el Señor a estos huesos: he aquí yo hago entrar espíritu en vosotros y viviréis... Y profeticé como me había mandado, y entró espíritu en ellos, y vivieron...” (Ezequiel 37. 3-10)

Predícales, convéncelos, ése es el mandato divino. Nosotros sólo debemos obedecer con la certeza de que Él ha de obrar con poder, tanto en la persona que entrega el mensaje como en aquella que lo ha de recibir. “La salvación es de Jehová” Gloria a Dios.

 

 

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ESPERANDO SU PROMESA

 

Su Palabra:

“El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; si, ven Señor Jesús”   

(Apocalipsis 22. 20)

 

He llegado al final de la Palabra de Dios, y me siento profundamente conmovido ante este mensaje de despedida. Sucede que en todo momento, a través de sus sesenta y seis libros, he sentido como si el Señor se hubiese estado dirigiendo exclusivamente a mí. ¡Qué hermosa sensación! ¡Mi Señor y yo! Solos, en la más íntima comunión, sin que hubiera la  mediación de nadie en absoluto, salvo la del Espíritu Santo. Por eso, al meditar lo que significa este momento, y ante esta promesa, pienso en aquella experiencia que vivieron sus discípulos. Ellos también tuvieron su despedida y, aunque la pena había inundado sus almas, fueron reconfortados cuando el ángel les dijo: “El Señor vendrá así como le habéis visto ir al cielo”.

Es por eso que, al llegar a este punto de su Palabra, puedo afirmar que también yo he depositado toda mi fe y esperanza en ese maravilloso compromiso. Me preguntarás por qué; pues, sencillamente, porque “Él es fiel y verdadero”. Además, quiero confesarte que siento un gozo incomparable cuando pienso en lo que ha ser aquel glorioso momento de su venida; es decir, cuando aparezca en las nubes y arrebate a todos aquellos que hemos creído en Él. 

He recorrido, y a la vez me he deleitado con todo mí ser: corazón, mente y espíritu, con cada uno de sus mensajes de amor. A través de ellos, comprendí cuán grande y maravilloso es el propósito de Dios para con los hombres; cuánta misericordia y gracia inmerecida nos ha manifestado y dado por medio de su Hijo Jesucristo.

Por eso insisto una vez más, todo hombre que se humilla y clama por su salvación invocando el nombre del Señor Jesús, Dios le concederá el perdón, le recibirá como hijo y le dará la luz necesaria para que pueda comprender, valorar y confiar en cada una de sus promesas.

Por último, deseo señalarte como aun en sus palabras de despedida, Él nos asegura que no quedaremos desamparados hasta su venida.

Dijo el Señor acerca de Sí: “El que da testimonio de estas cosas”. En otras palabras: “Yo, el Dios supremo, aseguro que “estas cosas” son reales, no son fábulas; todas ellas fueron reveladas, algunas cumplidas y otras aún por cumplirse a su debido tiempo”. Yañadió, “Ciertamente vengo en breve”.

¿Cómo sé que esto es verdad? Simplemente, porque Él es Dios y no miente.

Ahora me dirigiré exclusivamente a ti y deseo de todo corazón que medites cada una de tus respuestas; no como si me contestaras a mí sino al Señor: tú, ¿qué piensas? ¿Puedes creerle o todavía tienes tu corazón endurecido? ¿Cuánto más necesitas que Él haga, para que le creas? Pues, debo decirte que ya hizo todo por tu salvación. ¿Te has detenido a pensar cuánto te ama?

De mi parte, si no hubiese dicho “ciertamente”,le creería igual porque he aprendido a amarle y a confiar en Él.

Vuelve a leer y deléitate con estas últimas palabras antes de terminar la meditación de este maravilloso libro. Dijo el Señor Jesucristo: “Vengo en breve”. “Amén”. Con esta afirmación, nos está garantizando su inminente venida. Es decir que muy pronto pondrá en acción un arrebatamiento de sus redimidos que nadie ni nada lo podrá impedir. ¡Aleluya!

Para concluir, quiero también yo, responderle a mi salvador con todas mis fuerzas: “Si, ven Señor Jesús”; aquí estoy, esperándote hasta vengas o que me llames ante a tu presencia.

Queridos, porque los amo en Cristo, deseo de corazón que todos puedan recibirlo como a su único y suficiente salvador personal; y un día, no muy distante, puedan unir sus voces al cántico de los que somos redimidos, diciendo:

Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén”.

 

 

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