SANA DOCTRINA - Ministerio de Difusión Bíblica
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Índice Antiguo Testamento

 

1  Génesis 1. 26

“El regalo de Dios: la vida”

2  Éxodo 4. 20

“El llamado efectivo”

3  Levítico 6. 13

“La presencia de Dios, es permanente”

4  Números 23. 19

“Conociendo al Dios verdadero”

5  Deuteronomio 4. 4

“Recompensa a la fidelidad”

6  Josué 1. 9

“Una demanda con promesa”

7  Jueces 6. 17

“Un verdadero encuentro con Dios”

8  Rut 1. 16

“La sabia elección”

9  1  Samuel 2. 25

“Cuando seas juzgado, ¿Quién rogará por ti?

10  2  Samuel 24. 14

“Oportuno arrepentimiento”

11  1  Reyes 18. 21

“Dios reclama tu decisión”

12  2  Reyes 6. 16

“La seguridad del creyente”

13  1  Crónica 16. 8

“Los oficios de un auténtico creyente”

14  2  Crónica 6. 20

“La verdadera comunión con Dios”

15  Esdras 7. 10

“La misión de los escogidos”

16  Nehemías 9. 33

“Justo reconocimiento”

17  Ester 7. 3

“Como acudir al gran Rey”

18  Job 14. 4

“¿Quién limpiará tu pecado?”

19  Salmos 37. 5

“Como vivir confiadamente”

20  Proverbios 20. 9

“¿Quién puede decir: estoy limpio de pecado?”

21  Eclesiastés 3. 14

“El privilegio de entender a Dios”

22  Cantares 4. 6

“El poder del amor cuando es verdadero”

23  Isaías 45. 22

“Mírale sólo a Él, y serás salvo”

24  Jeremías 2. 13

“Dos males que pierden al hombre”

25  Lamentaciones 3. 24

“Una acertada elección”

26  Ezequiel 11. 19,20

“Renacidos para la eternidad”

27  Daniel 12. 13

“La gloriosa promesa”

28  Oseas 6. 6

“La obediencia, fuente de bendición”

29  Joel 2. 13

“Como lograr un encuentro con Dios”

30  Amós 5. 4

“Una invitación a la vida”

31  Abdías 1. 4

“La soberanía es de Dios”

32  Jonás 2. 7

“Oportuno socorro”

33  Miqueas 2. 10

“Caminando hacia la gloriosa morada”

34  Nahúm 1. 6

“¡Qué tremenda pregunta!”

35  Habacuc 2. 3

“Confiando en su promesa”

36  Sofonías 3. 17

“¿Rechazarías a este Dios de amor?

37  Ageo 1. 5

“Una invitación a la reflexión”

38  Zacarías 10. 12

“La única solución para nuestras vidas”

39  Malaquías 3. 17

“La promesa que da vida eterna”

 

 

 

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EL REGALO DE DIOS: LA VIDA

 

Su Palabra:

“Entonces dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra”   

(Génesis 1. 26)

 

Qué maravilla y qué privilegio es poder acceder al conocimiento de los planes de Dios.

Desde el mismo comienzo de su palabra quedamos extasiados cuando Él, por medio del Espíritu, empieza a correr el velo de la revelación celestial sólo a quienes son sus redimidos. ¿Quiénes son éstos? Simplemente hombres pecadores que estaban sin fe, sin Cristo y sin esperanza. Hombres que habiendo reconocido su pecado, clamaron a Dios para alcanzar misericordia y hallar gracia para la salvación de sus almas.

Antes de seguir, abriré un paréntesis para decirte que si tú también deseas acceder al conocimiento de estas grandes revelaciones y recibir el mensaje que Dios tiene para ti, es necesario que examines tu condición delante de Su Persona. Tú también puedes pedirle que abra tu corazón, arrepentirte de tus pecados y pedirle que te de la fe necesaria para creer en Jesucristo como tu único y suficiente salvador; y Él mismo, en su infinito amor, operará el milagro de la salvación que es por gracia. Sólo así te convertirás en uno de sus redimidos.

Ahora bien, volviendo al tema, quiero decir que es justamente a través del relato de la creación, que podremos empezar a tomar conciencia desde el principio acerca de la grandiosidad de su persona y el especial motivo que lo llevó a hacerla. De esta manera, a medida que le vamos conociendo, empezaremos a tener en claro nuestra real dimensión respecto a su persona y asumir la posición que nos corresponde respecto a su propósito. ¿De qué forma? Muy simple, mediante un acto voluntario de humillación. Deberemos despojarnos de nosotros mismos y aceptar por fe lo que su palabra nos ha de ir mostrando. Por un lado, Su gloriosa y divina Persona, un Dios infinitamente grande, creador y sustentador de todas las cosas; por el otro al hombre; que, aunque fue hecho a su semejanza fue de materia dentro de los límites del tiempo y el espacio.

Pues bien, con todos los atributos que Dios le dio sobre todo lo creado, fue hecho apto para gobernar el mundo; aunque después, no sólo perdió su autoridad por causa de su pecado, sino que le sucedió algo mucho peor, quedó reducido a menos que la nada. Desde ese momento, quedó condenado a trabajar y luchar para subsistir en este mundo.

Si desde el comienzo, reconocemos nuestra mísera condición que hemos heredado como descendiente de aquel primer hombre que desechó el regalo de Dios, empezaremos a comprender y valorar como, a pesar de todo, seguimos teniendo el gran privilegio de ser considerados por el creador, como aquella especial obra de sus manos producto de su eterno amor.

Dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza...”. Esto quiere decir que cuando Dios creó al hombre, no lo hizo de la misma manera que al resto de su creación; sino que, desde el inicio, estableció diferencias. Cada una de las cosas que Él fue haciendo de la nada, fue conforme a su mandato: “Sea hecho” decía. Pero cuando se dispuso crear al hombre dijo: “hagamos al hombre” No, “sean hechos los hombres” expresándose en plural. Esto indica que, además de su voluntad, puso su acción para hacer algo especial y único. Tomó de los elementos con que está compuesta la tierra, le modeló figura humana tal como el alfarero a una vasija de barro y le sopló Su aliento de vida; en ese instante “lo hizo conforme a su semejanza”. Esta condición fue necesaria para que conforme a su propósito pudiera ejercer los atributos especiales, que como hemos dicho, le fueron otorgados.

Ahora reflexionemos, si de todo corazón aceptamos estas declaraciones, empezaremos a comprender, conforme a Su Palabra, que todo lo que Dios creó en el principio para su gloria, el principal beneficiado fue el hombre; y que todo lo que hoy podemos contemplar fue arruinado por el hombre mismo a causa de su pecado. No obstante, como Dios le ama, ha de cumplir su propósito. ¡Cuánto amor!

Para concluir, un pensamiento: como tengo un cuerpo con el que habito este mundo, una mente con la que me permite percibirle y un espíritu donde albergo todos mis sentimientos, quiero decirle: gracias Señor, por este regalo de la vida, sin ella no te hubiera conocido; así que permíteme, de ahora en más, glorificar tu nombre en mi cuerpo, en mi alma y en mi espíritu.  

 

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EL LLAMADO EFECTIVO

 

Su Palabra:

“Ahora pues, ve, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar”   

(Éxodo 4. 20)

 

Cuando uno escudriña la palabra de Dios con la mente y el corazón, el Espíritu ilumina nuestro entendimiento y nos va revelando, poco a poco, cuán glorioso son sus propósitos. La oscuridad se vuelve luz, la ceguera se convierte en vista y es entonces cuando se produce el milagro. Empezamos a “ver” y comprender sus maravillosos pensamientos.

Allá en el principio de todos los tiempos, en la eternidad pasada, Dios dispuso en su corazón cumplir con un plan exclusivo para el hombre; esto es, no sólo crearlo “conforme a su semejanza”, sino amarlo y compartir con él todas las cosas de Su creación cada momento por toda la eternidad. Sin embargo, tal sentimiento no fue estimado; y la respuesta de su especial creatura fue la rebeldía, desobedeció y pecó contra Él aun sabiendo que moriría. Tan sólo con ese acto, rompió el vínculo que los unía; ahora es su enemigo. Sin embargo, y a pesar de todo, Dios le sigue amando, le busca y quiere hablarle. Así es como, en vez de aplicarle su justo castigo destruyéndolo con fuego consumidor, quiere darle, en su infinita misericordia, la oportunidad de reconciliarse con Él. Quiere que escuche nuevamente su voz, que reciba Su Palabra, y considere su anhelo de restaurarlo. Esta obra de gracia no sólo fue para “él primer hombre”, sino también para toda su descendencia; pues su voluntad es, que ninguno se pierda según su justo juicio. ¡¡Quiere que todos los hombres sepan que, a pesar de todo, les sigue amando!! Pero… ¿cómo habrán de saberlo si no hay quién les entregue Su Palabra? Entonces, a menos que sea Dios quien provea todo lo necesario para que así sea, ningún hombre podrá hacerlo por sí mismo; pues, por naturaleza, están muertos en sus delitos y pecados.

Si por su gracia, podemos entender y aceptar esta verdad descubriremos que, en primer lugar es Dios quién prepara en su soberanía, el momento o las circunstancias apropiadas para que Su Palabra de vida llegue a nosotros. En segundo lugar, Él es quien escoge a su siervo adecuado para entregarnos el mensaje que nuestra alma necesita. Y en tercer lugar, Él es quien ha de guiarlo por medio del Espíritu para que nos hable, según nuestra particular necesidad.

Ahora, si miramos a nuestro alrededor, veremos que el mundo está lleno de impostores, mentirosos, hijos de Satanás. Estos falsos “mensajeros de Dios” que usan la Biblia sólo para engañar, lo único que logran, a cambio de sus mezquinos intereses, es que todo el que escucha sus vanas predicaciones, sea engañado y tome sinceramente por el camino que conduce a la perdición eterna.

Por eso el texto nos muestra la verdadera manera que Dios usa para comunicarse con el hombre. Observa, deben verificarse tres señales enunciadas en este pasaje; sólo así, podrás comprobar si el mensaje viene verdaderamente de Dios: 1º Las circunstancias: dice “Ahora”; es decir que Él ha de preparar ese momento clave en tu vida. Tal vez permita que se transforme en el más oscuro y difícil para que puedas recibir su mensaje. El Espíritu obrará en ti y sentirás que ese es el momento oportuno que necesitas para buscar a Dios y escuchar su Palabra. En ese instante experimentarás la maravillosa sensación de estar frente a un llamado personal. Si ese sentimiento aparece en tu corazón, sin duda, ese es el momento, ¡No te endurezcas! No dejes para después lo que tiene que ser “Ahora”, quizá no tengas otra oportunidad. 2º La persona que ha de hablar en su nombre, es su siervo escogido; le dice: “pues, ve”. Este siervo de Dios, tendrá ese sello distintivo que sólo el Espíritu Santo da: su santidad confirmada en una vida de obediencia y fidelidad a su palabra: “Yo estaré con tu boca”; sólo así podrás comprobar cómo su mensaje tienen poder de lo alto. 3º Lo que habrás de escuchar, le dice: “te enseñaré lo que hayas de hablar”.

No te dejes engañar, verifica que el evangelio que te predican sea EL EVANGELIO DE SALVACIÓN. ¿Cómo es éste? Simplemente un mensaje que anuncia sólo a Cristo, y a éste crucificado para expiar nuestros pecados. Desde el Génesis al Apocalipsis su mensaje tiene un único propósito: ¡¡Salvar!! Y una sola persona para tal fin: Cristo. Así que el evangelio es una invitación que quiere llevarte a la cruz para mostrarte cómo y porqué el Señor murió allí por ti.

Si al recibir y aceptar tal noticia, has sentido dolor en tu alma de manera que te lleve al arrepentimiento y has creído que solamente Él puede salvarte expiando tus pecados mediante su sangre derramada, seguramente alcanzarás la salvación.

Un último consejo; cuando alguien se acerque con un mensaje de parte de Dios, verifica que se cumplan estas tres señales; únicamente así, podrás comprobar si es verdadero.

 

 

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LA PRESENCIA DE DIOS ES  PERMANENTE

 

Su Palabra:

“El fuego arderá continuamente en el altar; no se apagará”   

(Levítico  6. 13)

 

Dijo San Agustín acerca del sagrado libro de Dios: “El Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo Testamento”; y esto, es una gran verdad. Los que vivimos bajo la gracia y pertenecemos al período del cumplimiento de las promesas, tenemos la bendita posibilidad de comprobar como cada palabra de Dios dada a los profetas de la antigüedad, tienen en el presente un perfecto cumplimiento. Así es como este conjunto de libros que conocemos bajo el nombre de "NUEVO TESTAMENTO", no hacen más que ratificar en la  persona del Señor Jesucristo y Su obra, cada promesa, cada figura, y cada tipo dado en la antigüedad. Aquellos hombres que recibieron el mensaje de Dios; aun cuando muchas veces no lo entendían con claridad, no hicieron más que transmitirlo con toda fidelidad. Ellos escribieron en las leyes de Dios, en los Salmos y en las profecías, lo que sería el misterio escondido desde los siglos hasta que en su momento fue manifestado.

Esos escritos que hoy conocemos agrupados bajo el nombre de “ANTIGUO TESTAMENTO” tienen, junto al “NUEVO TESTAMENTO”, el primordial objeto de revelarnos al Dios omnipotente y su plan maravilloso para rescatar de la condenación eterna a todos los hombres que quieran arrepentirse de sus pecados y creer en Jesucristo como su salvador personal; pues Él, es el Mesías esperado “porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4. 12).

Ahora bien, cuando por gracia, se nos da el beneficio de poder descubrir el Nuevo Testamento escondido en el Antiguo Testamento, debemos entender que es una bendición de Dios, ya que exclusivamente por medio de su intervención, es que podemos recibir “espíritu de entendimiento”; y además, “discernimiento” para que por medio de la fe, seamos conducido a conocer y aceptar este plan divino que es de eternidad a eternidad.

Meditemos ahora sobre la ordenanza que se encuentra en el texto del encabezamiento y quiera el Señor, permitirnos descubrir el espíritu de su Palabra.

Primeramente dice: “El fuego”. El fuego es un elemento que nos lleva a reflexionar; en primer lugar, acerca de su naturaleza. De él concluimos que sus propiedades son únicas, pues es pura energía que brinda luz y calor. Esta hermosa y sencilla imagen instituida por Dios representa a su Persona que siendo Espíritu, es Luz y Calor.

Cuando Dios se manifestó a los hombres en la antigüedad, muchas veces lo hizo como fuego; luego, cuando se manifestó en la persona de su hijo Jesucristo, no sólo se manifestó como la luz del mundo, sino también como la vida que nace al amparo de su calor. Dijo el Señor Jesucristo: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas" y "El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios (el fuego consumidor) está sobre él". Nos estremece pensar que este atributo del fuego sea a la vez, tan benéfico como destructivo; sin luz y calor no es posible la vida y, el excesivo calor la destruye. Dios es el único que puede dar o quitar la vida.

Otro pensamiento sobre esta porción de Su Palabra dice: "arderá continuamente en el altar." La idea de que el fuego debe arder continuamente en el altar, nos habla de la presencia viva y permanente de Dios en sus santas moradas eternas. Estando Él allí, en su trono, tenemos la posibilidad de acercarnos con confianza en cualquier momento y presentarnos para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro; pero cuidado, también allí hay un mensaje para aquellos que  rehúsan aceptarlo como Señor y salvador, deben tener en cuenta que ese fuego “no se apagará” y que, en algún momento, todos y cada uno tendremos que pasar por Él. Para los que han sido salvos, se cumplirá la promesa que dice: “Cuando pases por el fuego no te quemarás”; pero, para los que han rechazado la oferta, será para destrucción eterna. Esta verdad, tarde o temprano habrás de verificarla aunque no quieras pensar en ello.

Medita ¿Acaso tienes poder para apagar el fuego que Dios ordenó que “no se apagará”, o esperas a que éste se apague en algún momento de la eternidad para que no tengas que pasar por él? Pasarás si o si, porque Su Palabra es terminante, dice: “No se apagará...”.

Gracias a Dios porque a pesar de que esta afirmación inmutable y eterna, siendo terrible sentencia para aquellos que rechazan a Dios; los que nos hemos acercado mediante el arrepentimiento y la fe, podemos disfrutar de todos sus beneficios: Su Luz y Su Calor.

 

 

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CONOCIENDO AL DIOS VERDADERO

 

Su Palabra:

“Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará? habló, ¿ y no ejecutará?  

(Números 23. 19)

 

El hecho de que a Dios le haya placido revelarse al hombre, es otra de las tantas maravillas de su gracia. Si Él no se hubiera dado a conocer, nada podríamos saber acerca de su naturaleza y sus propósitos. Por consiguiente, eso sería terrible, sería lo mismo que no tener un norte, un punto de referencia, no saber cuáles son nuestros límites, cuál es nuestra posición, de donde venimos, donde estamos realmente y a donde vamos. Estaríamos totalmente perdidos y sin saber cuál es nuestro destino.

En cuanto a mí experiencia personal, cuando le conocí, sentí como si cada una de sus palabras las hubiese tallado en mi corazón con cincel de hierro; y doy gracias, porque sé que solamente de esa forma habré de recordar en todo momento donde se encuentra mi seguridad presente y a donde Él me dirige.

Esta revelación acerca de su persona, es lo que nos permite conocer su verdadera naturaleza, su carácter y su voluntad; ya que conociéndolo a Él, tendremos también la oportunidad de conocernos a nosotros mismos, descubrir cuál es nuestra real  naturaleza y cuál es nuestra  condición frente a su Divina Persona. Descubriremos que siendo Él perfecto y santo, nosotros los hombres, somos imperfectos y pecadores. También comprenderemos que esta situación es la que produce nuestro apartamiento y enemistad con Él.

Volviendo a su palabra, puedo ver que en ella nos invita a que depositemos nuestra confianza en su Persona como el único autor de nuestra salvación; para ello, nos invita a que le entreguemos nuestro incrédulo corazón, y dejemos que sea Él quién obre nuestra convicción de fe, esperanza y amor.

Quiera Su Espíritu, darnos la oportunidad de obedecerle para bendición de nuestras vidas.

En primer lugar nos dice que “Dios no es hombre para que mienta”. Es decir, la mentira es una condición natural del hombre, y ese solo atributo es ofensivo a la santidad de Dios. ¿Quién no ha mentido alguna vez en su niñez, en su juventud o en su condición de “hombre honorable”? Examina tu corazón, mira hacia adentro, ¿cuántas mentiras hallas en él? Las hay grandes, pequeñas, terribles, algunas "piadosas" y quizá otras inconfesables. Estamos tan acostumbrados a ella que llegamos a la triste conclusión de que esa condición  no es tan grave. Pero la verdad es que la mentira es parte de la naturaleza caída de todos los hombres. Ese hombre soy yo, también eres tú. Entonces, sabiendo esto ¿confiarías en el hombre?, ¿confiarías en mí, o acaso en ti mismo?  ¡NO..., ES IMPOSIBLE! Entonces, en quién confiar sino en Dios quién “no es hombre para que mienta”. Te ruego le escuches porque cada palabra que dice es pura verdad. Dijo Jesús: “YO SOY LA VERDAD”; ese solo atributo nos confirma que Él es Dios mismo en la persona del Hijo. Escúchale, porque en Su verdad tiene propuestas maravillosas que responden a un plan perfecto para tu salvación.

Observa que también dijo: “ni hijo de hombre para que se arrepienta”. Él es el Dios inmutable y eterno que, como juez  justo, en el principio de todos los tiempos estableció sus decretos y leyes que aún hoy tienen vigencia; leyes a las que tanto tú como yo hemos faltado. Ese Dios es el que un día, cuando me arrepentí, me perdonó todos mis pecados; y que hoy, también te llama a ti para que, si lo deseas, puedas recibirlo de la misma manera, por gracia. ¿Quieres ser salvo? Bien. ¿Quieres saber que debes hacer? Nada, sólo creer en el Señor Jesucristo como tu salvador personal; pero no olvides, esto es posible mediante previo arrepentimiento de pecado, esa es la demanda ¿Entiendes?. ¡ARREPENTIMIENTO!. Eres tú quién debe arrepentirse; pues eres hombre, hijo de hombre.

Y ahora un consejo más, piensa que como “Dios no es hombre para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta”, sino que es inmutable; de la misma manera que dijo: “hará”, también “ejecutará”, según sus justos juicios. No lo dudes, tenlo por seguro; pues a determinado “que todos procedan al arrepentimiento”.

 

 

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RECOMPENSA A LA FIDELIDAD

 

Su Palabra:

“Mas vosotros que seguisteis a Jehová vuestro Dios, todos estáis vivos hoy”  

(Deuteronomio 4. 4)

 

Estas palabras que Dios dirigió a su pueblo en el momento más trascendente de su historia,  nos lleva a considerar que también hoy son válidas, aún para nosotros. El motivo es muy evidente; todos los hombres tendremos que afrontar de una manera u otra, una experiencia similar. 

El pueblo de Israel había terminado de peregrinar durante cuarenta años por el desierto y estaba a punto de entrar a la "tierra prometida". Esta tierra era un lugar muy especial y única por su abundancia. Era el lugar que Dios les había prometido dar en posesión como meta final a quienes eran su pueblo escogido. Habían pasado años difíciles, llenos de experiencias buenas y malas. Pruebas que, de una o otra manera, formaron parte de una etapa que terminaba precisamente allí, en el desierto, frente al río Jordán. En ese lugar, apenas cruzaran al otro lado, iban a comenzar una nueva vida llena de maravillosas promesas. No obstante, antes de tomar posesión del bien que les fue dado; y nada más que por pura gracia, debieron escuchar estas palabras: “Vosotros que seguisteis a Jehová vuestro Dios, todos estáis vivos hoy”. Personalmente creo que este pronunciamiento será la bienvenida que escucharán sólo aquellos que son sus hijos cuando lleguen a sus moradas eternas.

Ahora bien, todos sin excepción en algún momento tendremos que afrontar el final de esta vida; llegará el momento en que terminará nuestro peregrinar por el desierto de este mundo y, en ese fugaz instante, se ha de definir nuestro destino eterno. Justo allí, en un abrir y cerrar de ojos, sólo habrá preparado dos lugares posibles en donde morar; y lo más importante es que ya no dependerá de nuestra elección. Viviremos para siempre en los lugares celestiales que Dios ha prometido o moriremos apartados de Él para toda la eternidad. La expresión no puede ser más literal, aquí no hay símbolos que sean de difícil interpretación.

Alma, escucha estas palabras: los que “siguieron a Jehová” no conocerán la muerte eterna; pues “todos estarán vivos”. Esta es una seguridad de la cual muchos podemos dar fe; no sólo como pueblo más que victorioso en este mundo, sino también por la convicción que nos da su Espíritu alimentando nuestra esperanza para aquel día glorioso de la redención final; pues será precisamente, en aquel momento en que también tendremos la gloriosa experiencia de escuchar: “vosotros que seguisteis a Jehová vuestro Dios, todos estáis vivos hoy”.

Meditemos sobre la primera parte del texto, “vosotros que seguisteis a Jehova” implica un acto voluntario del hombre. Seguir a Jehová es reconocer que Él es nuestro líder, guía y Señor. Seguir a Jehová es confiar en Él, es tener fe en su Palabra, cumplir sus leyes y estatutos sin cambiar, agregar o quitar nada, tal como Él mismo lo reclama en el versículo 3 de este mismo capítulo. Seguir a Jehová, es acudir a su llamado para formar parte de su pueblo. Seguir a Jehova, significa acudir a un Dios vivo lleno de amor que se compadece de nosotros. Un Dios que está atento al clamor de los que le invocan en todo tiempo y lugar. Pregunto, ¿Qué otro pueblo puede tener un Dios como el nuestro?

Consideremos ahora el resultado de seguir al Señor: "Todos estáis vivos hoy". Esta promesa fue y será efectiva, sólo si se cumple la primera condición: seguir a Jehová. Y sólo es posible cumplirla, si permitimos que Él sea el soberano en nuestras vidas, rindiéndonos a la guía del Espíritu Santo.

Estoy seguro, conforme a la convicción que me fue dada, de que llegará el día en que “todos” comprobaremos con gran gozo, cuán generosa y amplia ha sido su gracia. “Todos” los que seguimos al Señor estaremos vivos en el gran encuentro, ninguno quedará excluido u olvidado. Es por eso que “todos”, debemos afirmarnos con confianza en esta gloriosa promesa por medio de la fe en Jesucristo. Él es quién nos abrió el camino a la vida, y vida eterna. AMEN.

 

 

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UNA DEMANDA CON PROMESA

 

Su Palabra:

“Mira  que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en donde quieras que vayas”  

(Josué 1. 9)

 

Cuando Dios creó el universo y todas las cosas que en él existen, decidió que todo lo realizado debía estar sujeto bajo estrictas leyes establecidas por su persona. No para gobernarlo tiránicamente, a pesar de que Él es el dueño de todas las cosas, sino para que todo funcione en forma armónica y perfecta: pues, sí todo ha nacido de Él, debe ser conforme a su propia naturaleza.

Ahora bien, su Palabra nos dice que en su corazón también estaba el deseo de poner por encima de todo, como cumbre de su creación, al hombre, principal objeto de su gran amor, a quién creó de acuerdo a su imagen conforme a su semejanza. Con todos estos atributos, el hombre fue poseedor del más grande privilegio: compartir la vida con Dios en libertad y perfecta armonía. Pero en esta excepcional facultad, hay algo muy importante a tener en cuenta: esa situación de privilegio, no lo eximía de sujetarse a las leyes de su Creador. Dios le advirtió a su tiempo y le dijo que si quebrantaba tan sólo uno de sus mandamientos, por pequeño que fuera, pecaría contra Él. Por ello moriría, y no sólo de muerte natural, sino de muerte espiritual y eterna que es mucho más grave y terrible. Es decir, acarrearía sobre sí mismo la pérdida de todas las bendiciones y, lo más importante, la comunión con Dios. La Biblia nos dice que el hombre desobedeció, y por la desobediencia pecó; y por el pecado, entró la muerte en el mundo. Por ello perdió la comunión con Dios, y desde entonces su condición es la de un condenado a la muerte eterna.

Pero la Biblia también nos dice que “cuando abundó el pecado sobreabundó la gracia”. ¿Qué es la gracia? Es un regalo que Dios nos ofrece a pesar de ser indignos de merecerla; ella nos proporciona la posibilidad de reconciliarnos con Él por medio de su Hijo Jesucristo y ser acreedores de todos sus beneficios. La pregunta es: ¿cómo puedo hacerme poseedor de la gracia? La respuesta es muy simple, dice el Señor: “Clama a mí, y yo te responderé”. ¿De qué manera? En primer lugar, pídele que se revele a tu persona; debes conocerle. En segundo lugar, debes creer que Él es poderoso para salvar. En tercer lugar, debes arrepentirte de todos tus pecados y tener fe en la obra de su hijo Jesucristo en la cruz. Eso es todo.

Si has hecho esto de todo corazón, confía en que Él ha de obrar tu salvación. Este acto portentoso, es el que nos hace nacer de nuevo con un espíritu renovado. Solamente así, en esa condición, nuestro ser tendrá la gloriosa y genuina sensación de que estamos justificados y reconciliados con Él. Posición que nos llevará, inexorablemente, a sujetarnos en obediencia; y, mediante ella, aceptar con gozo el mismo mandato que le dio a su siervo Josué cuando le dijo: “Mira que te mando”. ¡Qué hermosa expresión! Observa, es una orden que encierra todo un mensaje; nos habla de su autoridad, pero también de su gran amor. Amor que propone esfuerzos en medio de la adversidad, que da aliento para luchar contra todo mal, que demanda sacrificio y pureza para brillar en medio de este mundo en tinieblas. Y esto, con el más digno propósito: mostrar al mundo, cómo debemos honrar su nombre en nuestras vidas “para su gloria”. Pero he aquí la maravilla, como Dios es pródigo en su gracia, a esta demanda agregó una estupenda promesa: “Jehová tu Dios estará contigo donde quiera que vayas”. No dijo: “No tendréis problema, adversidad, dolor, necesidad, enfermedad o muerte”. Sino que prometió, en forma personal, “Estaré contigo”.

Él es nuestra suficiencia en Cristo Jesús. El secreto está en LA OBEDIENCIA Y LA FE.

 

 

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UN VERDADERO ENCUENTRO CON DIOS

 

Su Palabra:

Y él respondió: Yo te ruego que si he hallado gracia delante de ti, me des señal de que tú has hablado conmigo”    

(Jueces 6. 17)

 

¡Qué profunda solemnidad encierran estas palabras! Cuánta pequeñez, cuánta debilidad y humanidad expresa este ruego de Gedeón. No podía dar crédito a lo que estaba viviendo. El Dios omnipotente, su Señor, se acercó para hablar con él. ¿Cómo era posible que esto sucediera? El creador y sustentador de todas las cosas, el dueño del mundo lo buscaba para hablar con él. ¿Puede ser esto, acaso posible? ¡¡Claro que sí!! La  misericordia y el amor de Dios son así de maravillosos. En el momento menos pensado, en el lugar no imaginado, sin que tú te lo propongas, si has hallado gracia delante de Dios, Él te buscará, te encontrará y hablará contigo.

Presta atención a lo que voy a decirte; si esto llegara a suceder, no pierdas la oportunidad, pues no depende de ti que puedas hablar con Dios. Aun cuando te lo propusieras no sabrías como hacerlo y mucho menos donde encontrarlo; aunque Él, está en todas partes.

Sabes, es Dios él que te halla, el que sabe tu necesidad y tu angustia. Es el Señor quien mediante su gracia, obrará el acto maravilloso de un encuentro personal. Él permitirá, que aun sin buscarle, puedas llegar hasta su presencia y puedas hablarle con toda confianza. Él mismo te demostrará que puede comprenderte, pues te conoce mucho más de lo que te imaginas. Sólo clama a Él, ábrele tu corazón de par en par, confiésale tus pecados, arrepiéntete y ofrécele todo tu ser. ¿O es qué todavía no has comprendido, cuan necesitado estás de su persona?

Si Él te llama por su gracia, responde, no te resistas, no pongas excusas ni actúes egoístamente. Acepta con humildad tu pequeñez e igual que Gedeón, trata de comprender que es Dios quien busca, no por lo que somos, sino por lo que seremos en sus manos. El Señor quería demostrarle, no sólo a él sino al mundo entero, lo que puede hacer de un hombre cuando éste confía de corazón en su Persona. Deja que sea Dios quien obre en tu vida con poder y amor. Haz como hizo Gedeón, que aunque estaba lleno de temor, no se resistió y dejó que obrara su fe.

Ahora considera el ruego que hizo Gedeón a Dios cuando le dijo: “no te vayas hasta que mi ofrenda la ponga delante de ti”. Sigue su ejemplo, y di también al Señor: "No te vayas hasta que mi corazón sea ofrendado a ti". Hazlo, seguramente escucharás también aquellas palabras que le respondió a Gedeón: “Yo esperaré”.

¿Sabes una cosa? ¡¡Él Señor es paciente y también te espera a ti!! ¿Eres consciente del privilegio que tienes? Si lo eres, no lo desperdicies.

En verdad, es maravilloso poder descubrir que la paciencia que Dios tuvo para con su siervo, también la tiene para con cada uno de nosotros.

Si quieres seguir los pasos de Gedeón y tener su misma experiencia, debes confiar; pues el mismo Dios que tuvo un encuentro con su siervo, es el que hoy te busca a ti. Escúchale, seguramente quedarás maravillado cuando Él te manifieste el esplendor de su Persona, su misericordia y su gracia.

Si esto llegara a suceder, notarás un verdadero cambio en tu vida que traerá alivio a tu alma, pues ha sido depositado en ti el sagrado don de la fe; fe que salva y da vida eterna.

Para finalizar, quiero decirte algo muy importante: sí te interesa tener un encuentro con Dios, de ahora en más, debes estar atento; haz como Gedeón y recién, sólo recién, dirás también: “He tenido un verdadero encuentro con Dios”.

 

 

 

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LA SABIA ELECCIÓN

 

Su Palabra:

“Respondió Rut: no me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y donde quiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios”    

(Rut 1. 16)

 

Cuántas decisiones juntas tuvo que tomar Rut en uno de los momentos más difíciles de su vida. Por supuesto que no es ella la única que debió enfrentar y tratar de resolver sus grandes problemas; hay personas que han pasado o están pasando aun hoy, una situación similar o peor. Tal vez, en este momento, también tú estés enfrentando una experiencia similar y frente a ella, no sepas que decisiones tomar. Si te sientes impotente y no sabes cómo resolver tus problemas, quizá la experiencia de Rut te pueda servir de ayuda.

Este pasaje puede ser de gran bendición si de él podemos extraer, por lo menos, alguna enseñanza de la sabia elección de Rut. Digo sabia, porque partiendo de esta elección y analizando el resto de su historia, puedo comprobar que el camino que ella eligió fue el correcto; pues, ha sido ampliamente bendecida por Dios.

La vida, es una continua sucesión de experiencias que se van desarrollando conforme a las decisiones que adoptamos en cada momento. Cada circunstancia que se presenta no es casual, sino causal. Es decir, responde a una causa, a un proyecto divino trazado por Dios desde el principio mismo de la creación. Lo maravilloso, es que ha sido diseñado para la vida de cada uno. Cada circunstancia tienen un propósito de parte Dios; y este es, darte la posibilidad de que recurras a Él. Todos estamos incluidos, nadie queda afuera como piensan algunos cuando dicen: "Dios se olvidó de mí" o como dijo Noemí: "La mano de Jehová ha salido contra mí”. Esa actitud de necedad es blasfemar contra Dios, es desconocer su amor y no demandar su gran misericordia.

Sería una hermosa experiencia para tu vida que, si en vez de lamentarte, fueras movido por el Espíritu a considerar lo que el Señor te está queriendo decir a través de cada una de las circunstancias por las que estás pasando.

Esta porción de la Palabra de Dios tiene como propósito mostrar la sabia elección de Rut. La realidad presionaba fuertemente sobre ella y, a pesar de todo, no se detuvo a considerar si lo que le estaba sucediendo era bueno o malo, oportuno o inoportuno, justo o injusto. Sólo pensaba que estaba frente a grandes circunstancias y debía tomar grandes decisiones. Además, sabía que éstas influirían en su vida para bien o para mal, según su elección. Qué difícil es a veces tomar una medida, sabiendo que elegir entre opciones, es inevitable optar por una y a su vez renunciar a otras. Rut tuvo que hacer eso, asumir la responsabilidad de hacer su elección confiando que sería la correcta. Esa situación fue algo que ella, humanamente, no podía evitar; y entre tantas cosas, tuvo que tomar la decisión más importante de su vida: escoger su Dios. Fue entonces que, sin titubear, respondió a su suegra: “tu Dios será mi Dios”. ¡Qué importante elección!, No eligió a cualquier dios del mundo que la rodeaba, eligió a Jehová, el Dios de su suegra Noemí, el Dios que había tenido la oportunidad de conocer y amar; el Dios vivo e incomparable que le manifestaba su presencia aun en la adversidad, el Dios que guarda y da vida.

Pues bien, igual que a Rut, a ti también te llegará el momento en que deberás hacer tu gran elección: ESCOGER TU DIOS. Quieras o no, no podrás evitarlo, si ya lo has hecho bendito eres; y si no lo has hecho y sientes que este es el momento, decídete ahora.

Seguramente tendrás que renunciar a muchas otras cosas que se oponen a Él, pero te ruego en el nombre de Jesús que no tomes tu decisión sin meditarla solemnemente. Debes comprender que ésta opción es la más importante que tomarás en este mundo, de ella depende tu vida, la presente y la que has de tener por toda la eternidad.

Que el Señor, mi Dios, te dé la sabiduría necesaria para el momento de tu gran elección.

 

 

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CUÁNDO SEAS JUZGADO, ¿QUIÉN ROGARÁ POR TI?

 

Su Palabra:

“Si pecare el hombre contra el hombre, los jueces le juzgarán; más si alguno pecare contra Jehová, ¿Quién rogará por él?    

(1 Samuel  2. 25)

 

Interesante pregunta, ¿te has imaginado alguna vez estar en una situación idéntica? Es decir, cuando tengas que comparacer ante Dios, ¿has pensado quién rogará por ti?

Si admitimos que el hombre, siendo injusto por naturaleza, ha hecho leyes y establecido jueces para administrar justicia entre los hombres, ¿no es correcto aceptar que sobre esta verdad puede haber otra más trascendente, tal como “La justicia divina”? ¿Y, qué habiendo un Dios justo por sobre los hombres, también Él, y con más autoridad, habrá de juzgar a todos los hombres aplicando sus Leyes?

Cada persona sabe, desde el mismo momento en que tiene uso de razón, que todos los hombres deben ajustar sus actos a normas que reglamentan su comportamiento. El conjunto de estas normas se conoce como: “LEY”. Quien no se ajuste a ella o cometa tan solo alguna falta, debe ser juzgado; y si se lo halla culpable debe ser condenado por un juez. Este magistrado, es una persona habilitada para administrar justicia. Las normas varían según el lugar o la época, pero lo que permanece inalterable es que los hombres, cuando quebrantan la Ley establecida, deben ser juzgados.

También, es importante destacar que a cada persona le asiste el derecho de poder demostrar su inocencia; es decir, defenderse. Esto no puede realizarlo uno mismo, sino alguién debidamente capacitado para hacerlo en nuestro lugar. Esa persona es un abogado, y será quién asuma el cargo de la defensa; para ello, tomará la causa y la defenderá como propia delante de un Juez. Esto, es lo que está afirmando la primera parte del texto.

Pero, lo que en realidad es más importante para cada ser humano, está realzado con énfasis, en la segunda parte del texto cuando pregunta concretamente: “Si alguno pecare contra Jehová, ¿Quién rogará por él?” Es decir, ¿cuándo tengas que comparecer ante el JUEZ SUPREMO, el Dios justo y eterno, aquél que es omnisciente, omnipotente, inquebrantable e insobornable, y tengas que dar cuenta de cada uno de tus actos, sean buenos o malos, tienes un abogado que defienda tu causa? ¿Quién abogará o intercederá por ti? ¿O piensas que no has pecado contra Dios? ¿O acaso no sabes que has violado su ley?

La Biblia dice: “que todos pecaron”, que “no hay nadie bueno” y que “la paga del pecado es la muerte”. ¿Piensas que podrás escapar a la justicia divina? La palabra de Dios dice “que estamos todos bajo la ley”, y que según su ley, estamos todos condenados irremediablemente. Entonces, según esta verdad, no puedes ignorar ésto: ¡¡Todos necesitaremos un gran abogado!!

Ahora medita, si has comprendido esta verdad, debes saber que todos los que hemos acudido a Dios y nos hemos arrepentido de nuestros pecados, nuestras vidas están guardadas por medio de la fe en la persona de su Hijo Jesucristo. Si hemos confiado que su sangre preciosa nos ha limpiado y nos limpia de todo pecado, tenemos asegurado quien rogará por nosotros. La palabra de Dios nos asegura que: “abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el Justo” (1 Juan 2. 1)

Piénsalo, si no has rogado a Dios que te perdone de todos tus pecados, entonces sobre ti pesa un juicio de condenación eterna. Sin embargo, Dios te está dando ahora la oportunidad para que te arrepientas; no quiere que te pierdas eternamente y te ofrece el único abogado que puede interceder por ti. Acude a aquel quien puede responder por tu vida, “Porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres en que podamos ser salvos.” (Hechos 4. 12)

 

 

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OPORTUNO ARREPENTIMIENTO

 

Su Palabra:

“Entonces David dijo a Gad: En grande angustia estoy; caigamos ahora en manos de Jehová, porque sus misericordias son muchas, más no caiga yo en manos de hombres”    

(2 Samuel  24. 14)

 

Esta decisión de David fue muy valiente y sobre todo, muy oportuna. No es fácil quitarse la máscara uno mismo, replantear nuestras conductas, reconocer nuestros pecados, llevarlos delante de Dios y, con total arrepentimiento, pedirle perdón por cada uno de ellos. Sin embargo, así lo hizo David, pues sabía que ésa era la única manera de quitar su gran angustia y recibir bendición para su alma.

Ahora bien, su experiencia nos deja una preciosa enseñanza respecto a su determinación. Esta actitud, es la que deberíamos asumir cada uno de nosotros; pues, en algún momento de nuestras vidas, querramos o no, tendremos que estar delante de la presencia Dios para justicia o “caer ahora en sus manos” como dijo David, y dar cuenta de cada uno de nuestros actos. ¿Has estado alguna vez delante de Dios? Tal vez creas que sí porque piensas que estando Él en todas partes no hay nada oculto delante de su persona. Es verdad, todos sin excepción estamos bajo su atenta mirada; tanto el que es salvo, como el impío, pero no es esto a lo que me refiero.

Estar delante de la presencia de Dios, es un privilegio reservado sólo a aquellos que se han reconciliado con Él por medio del arrepentimiento de pecado y la fe en su Hijo Jesucristo. De otra manera, es imposible para el hombre estar delante de su santidad. El pecado es la barrera infranqueable que nos impide tal acto. Por eso, de acuerdo con la enseñanza de este pasaje, el primer paso que debe dar el hombre para tener comunión con Dios es el ARREPENTIMIENTO DE PECADO; y éste, no se ha de realizar a menos que uno experimente una “gran angustia” por su causa.

Lo primero que nos revela el evangelio es que somos pecadores. En el mismo momento en que saca a la luz todos nuestros pecados, nos da también la convicción necesaria para que comprendamos que, por esa causa estamos condenados irremisiblemente. “Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo”,dice su palabra. Si tal revelación impacta en tu corazón, debe producir fatalmente una “gran angustia”.

¿No se ha despertado aún en ti, ese sentimiento de angustia que produce el verdadero arrepentimiento? La Biblia dice que: “Sin arrepentimiento no hay perdón de pecado”. Y esto es justamente lo que hace notar este pasaje: “En grande angustia estoy”, dice David. La causa era su pecado; pues, había cometido falta contra Dios y necesitaba obtener su perdón.

Lo segundo que produce el evangelio por medio de su poder, es el convencimiento de que el arrepentimiento no puede demorarse, debe ser inmediato. “Caigamos ahora en manos de Jehova” dice David. Porque acudir “ahora” y ponerse en sus manos, justo en el momento en que abunda la gracia y el perdón, es hallar misericordia y la posibilidad de reconciliarse con Él por medio de su Hijo Jesucristo. Postergar tal decisión, es lo mismo que si voluntariamente desearas permanecer suspendido de un delgado hilo sobre un profundo abismo; sabiendo además, que en cualquier momento y ante la más pequeña circunstancia puedes precipitarte al vacío y acabar con tu vida. ¡¡No es cierto que es una insensatez!!

Ahora medita, si llegara a suceder que ese delgado hilo se cortara ahora, sin antes haber caido en manos de Jehová, será el comienzo de tu justa condenación y, en ese instante, comprenderás lo que realmente era el valor de la gracia y tomar desiciones a tiempo sobre esta invitación; pues, déjame decirte, que será demasiado tarde y habrás perdido para siempre tu oportunidad. Será entonces cuando sólo te restará esperar con gran horror, el día de tu juicio y condenación. Ese día, será para ti “el día grande y terrible” del que habla la Escritura.

 

 

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DIOS RECLAMA TU DECISIÓN

 

Su Palabra:

“Y acercándose Elías a todo el pueblo, dijo: ¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él. Y el pueblo no respondió palabra ”  

(1 Reyes 18. 21)

 

¡Qué demanda  lanzó Elías contra todo un pueblo! Aquel santo varón con  espíritu encendido, hizo temblar el monte Carmelo; sin rodeos, cual fiel mensajero de Dios, dijo con vivo celo: “¿Hasta cuándo claudicaréis entre dos pensamientos? ”. Dicho esto en otras palabras: “¿Hasta cuando permanecerán indecisos? Deben optar y manifestar abiertamente si aceptan o rechazan a Dios como su Señor”. Inexorablemente, debían tomar una de estas posturas; no podían permanecer indecisos e indiferentes. Sin embargo, la respuesta fue el silencio, dice la Escritura: “El pueblo no respondió palabra” ¿Esta actitud te sorprende? Pues no debería. ¿No es acaso la misma que tomamos todos los hombres cuando se nos plantea este tipo de exigencia? La razón inevitable de esta indiferencia, es la consecuencia de nuestra naturaleza humana; que al estár contaminada por el pecado, hace que adoptemos una posición insensible, cómoda, egoísta, mezquina, hipócrita y sin amor. No somos capaces de asumir ningún tipo de compromiso y mucho menos con Dios; por el contrario, buscamos "quedar bien con Dios y con el diablo" como vulgarmente se dice. Pero el Señor no acepta ambigüedades; a todos y a cada uno nos alcanza el reclamo de tal decisión.

En esta oportunidad y a través de estos pensamientos, te llega la misma demanda: ¿QUÉ VAS HACER CON DIOS? ¿No lo has decidido aún? ¿Qué contestarás a esta pregunta? ¿Te decidirás o, igual que todo ese pueblo: no darás tu respuesta? La indecisión y el silencio son, para Dios, una clara manifestación de rechazo hacia Él. Piénsalo bien.

Siguiendo con el texto, observo que hay algo más que destaca esta demanda: “Si Jehová es (vuestro) Dios, seguidle”. No todos los que dicen creer en Dios o ser cristianos lo son. Cuidado, dice el Señor Jesucristo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7. 21) Por eso, si decides a aceptar a Dios como Señor, debe ser de todo corazón y para seguirle. Seguirle es obedecerle, darle el primer lugar, dejar para siempre todos los otros dioses ante los cuales te hayas postrado y adorado, llámense estos éxito, dinero, fama, religión, placeres o trabajo; pues, son dioses insignificantes, terrenales y pasajeros, tan endebles y perecederos como lo eres tú. El hombre los ha fabricado para tener donde apoyarse, sin darse cuenta que ellos nada pueden hacer por él.

Cuando tu alma, que es trascendente y eterna, deba partir de este mundo y realmente los necesites, habrán de perecer contigo. Múestrame tan sólo un ídolo hecho por el hombre que haya  logrado colocarlo como vencedor en la vida; y, lo que es más importante aún, vencedor más allá de la muerte.

Ahora te invito a que reflexiones y asumas tu responsabilidad: Tú ¿qué harás? Piénsalo, todavía estás vivo y Dios te está dando la oportunidad de elegir; ahora mismo te está preguntando: ¿“Hasta cuando” permanecerás indeciso? Aprovecha ya, antes de que el tiempo llegue a su fin. NO PUEDES ELUDIR LA ELECCIÓN.

Eliges dioses sin vida para muerte o a un Dios vivo para vida eterna.

 

 

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LA SEGURIDAD DEL CREYENTE

 

Su Palabra:

“Él le dijo: no tengas miedo, porque son más los que están con nosotros que los que están con ellos”  

(2 Reyes 6. 16)   

 

“Él le dijo: no tengas miedo ...”, ¡Qué testimonio estaba dando el profeta Eliseo! Tan sólo con estas simples palabras confirmaba su condición privilegiada de ser “varón de Dios”. (ver pasajes anteriores)

Antes de considerar la actitud de Eliseo, quisiera hacer una breve pero importante reflexión acerca del calificativo “varón de Dios”. Lo primero que debemos saber es que, ese título sólo puede otorgarlo el Señor en su condición de Soberano. Tengo la convicción de que cuando Dios dice: “varón de Dios”; habla de una persona escogida por Él y para Él. En consecuencia se refiere, en primer lugar, a todo aquel que ha tenido la oportunidad de haber sido alcanzado por su luz; en segundo lugar, haberle sido perdonado todos sus pecados por medio del arrepentimiento; en tercer lugar, ser recibido como ciudadano de su reino; y por último, ser capacitado como instrumento útil en el servicio para el cual fue predestinado; y en esa condición, disponerse a andar en el Espíritu para hacer conforme a su divina voluntad. Recién entonces, según los dones que haya recibido y al compromiso asumido para tal servicio, será ungido por el Altísimo como: "varón de Dios". ¡Qué privilegio!

Además, es fundamental destacar que cuando Dios recibe a cualquier persona, lo primero que hace es cambiarle su naturaleza: de hombre natural lo transforma en hombre espiritual. Ese atributo es el que otorga TOTAL SEGURIDAD EN ÉL. Dice la Escritura: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8. 31,32)

Volviendo al tema, observemos la reacción de Eliseo: ¡¡predicó con su actitud!! ¿No es ésta una forma efectiva de testificar juntamente con la Palabra, frente al mundo, lo que Dios obra con su poder en las personas? La forma de actuar, es el método más eficaz de certificar la real transformación que Dios produce en el individuo.

Veamos, aquí se nos presenta a dos hombres. Aparentemente no hay diferencia entre ellos; ambos tienen las mismas limitaciones humanas. Pequeños e indefensos; allí están, expuestos ante un gran ejercito de hombres armados para destruirlos. Y a pesar de que los dos estaban frente a las mismas circunstancias, la reacción de cada uno fue totalmente distinta. Uno fue ganado por el pánico, el otro se sentía seguro.

¿Qué nos demuestra esto? ¿A dónde está la diferencia? La respuesta está en sus respectivas actitudes; uno no tenía en quién confiar sino en su propia persona, por eso se sentía totalmente indefenso ante tan grande acecho. Su reacción fue la del hombre natural. El otro se sentía seguro, “No tengas miedo -dijo- porque son más los que están con nosotros...”. Su reacción fue espiritual porque su confianza no estaba puesta en sí mismo. Ambos reaccionaron según su naturaleza: uno vivía según la carne, el otro según el espíritu; el primero veía con ojos de carne, el segundo con ojos espirituales. ¡Qué hermoso es saber que Dios es Espíritu y que, al darnos la potestad de ser sus hijos, nos haya hecho también partícipes de su naturaleza! Ésta es la única manera, por la que podemos estar habilitados para gozar de todos los beneficios espirituales; y entre ellos, La seguridad.

Sigamos el ejemplo de Elías; cuando el creyente es espiritual, puede sentir la presencia de Dios que es Espíritu. Privilegio que el creyente carnal y el mundo no pueden disfrutar.

 

 

 

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LOS OFICIOS DE UN AUTÉNTICO CREYENTE

 

Su Palabra:

“Alabad a Jehová, invocad su nombre, dad a conocer en los pueblos sus obras” 

(1 Crónicas 16. 8)

 

Todo aquel que dice ser creyente, primeramente debe confirmar si realmente lo es. Dice la divina exhortación: Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos” (2 Corintios 13. 5). Dicho con otras palabras; es la misma advertencia que el Apóstol Pablo le hace a Timoteo cuando dice: Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren” (1 Timoteo 4. 16).

La única forma de confirmar si verdaderamente somos hijos de Dios, es clamando al Espíritu y pidiéndole, que nos revele tal posición. La Biblia dice que, “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (Romanos 8. 16).

Ahora bien, ¿por qué es necesario destacar este aspecto de la doctrina?. Porque para los genuinos creyentes es fundamental saber si somos o no, hijos de Dios. El haber sido hecho hijo de Dios, nos asegura de que verdaderamente somos salvos, tenemos paz para con Dios; y en consecuencia, también estamos habilitados para ejercer la función para la cual hemos sido convocados. No obstante hay algo más en este aspecto de la doctrina que es maravilloso y también debemos saber conforme a la responsabilidad que nos ha sido delegada. Y es cuando nos revela que no sólo hemos adquirido una nueva posición “en Cristo”, sino que, como “hijos de Dios” tenemos también, nuevas posesiones. Nos dice que “somos herederos y coherederos con Cristo de todas las cosas”; Por ejemplo, el haber sido apartados como “Linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciés la virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”. Estas declaraciones ratifican que, cuando una persona es confirmada como hijo de Dios, pertenece a la familia celestial, adquiere un oficio santo, una nueva nacionalidad y pasa a formar parte de un pueblo más que victorioso en Cristo Jesús. Sólo así, es cuando se puede ejercer el oficio de sacerdote real; por lo cual, su digna misión será: 1°) “alabar a Dios”, 2°) “invocar su nombre” y 3°)  “dar a conocer en los pueblos su obra”. Ser sacerdote del Dios altísimo, no es haberse recibido como tal luego de aprobar un curso de seminario teológico, ni haber obtenido la habilitación por imposición de manos, como tampoco tener un cargo eclesiástico en cualquiera religión que sea. Ser sacerdote, es haber sido apartado nada menos que por Dios mismo, para cumplir el más honroso de los oficios reservado sólo para todos los suyos.

Este triple acto, tiene un orden cuyo fin alcanza el más sublime propósito. En primer lugar, “alabar a Jehová”. La alabanza a Dios es el primero y más importante acto del oficio sacerdotal en la vida del creyente; pues, mediante ella, glorificamos y engrandecemos el nombre de aquel que decidió por Sí mismo y soberanamente, ser nuestro Dios. Recordemos que su primer mandamiento dice: “Yo soy Jehová tu Dios”, palabras que nos llevan necesariamente a comprender que fue Su elección y no la nuestra, el que Él sea nuestro Dios. Entonces, cuando descubrimos que poseemos el privilegio de tener a quien quiso ser nuestro Dios y Señor, es que ofreceremos con gratitud y gozo, alabanzas a su Santo Nombre. Además, con la alabanza testificamos al mundo que hemos pasado de muerte a vida. Dice la Biblia “los muertos no alaban a Jehová”. El segundo ejercicio sacerdotal es: “invocar su santo nombre”.La invocación o llamado de auxilio, ya sea personal o a favor de otro mediante la intercesión, es el reconocimiento de su poder, amor y predisposición para obrar a nuestro favor y en aquellos por quienes intercedemos. De esta manera, confirmamos también que sólo en Él está deposida nuestra confianza.

Por último, la tercera tarea de un sacerdote de Dios, es: “dar a conocer en los pueblos sus obras”; es decir, dar testimonio al mundo acerca de lo que Él realizó en nuestras vidas, lo que está haciendo, y lo que hará mediante el poder de su gracia soberana; con el propósito, de que otros pecadores vean la posibilidad de que también pueden clamar a Dios por su salvación. “vosotros sois cartas de Cristo... escritas con el Espíritu del Dios vivo en el corazón..., conocidas y leídas por todos los hombres” (2 Corintios 3. 2).

No olvides, los hombres que se resisten a escuchar la palabra de Dios, te están observando para ver si por medio de tus actos, eres un autentico creyente y demuestras que en Él hay poder para salvar.

 

 

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LA VERDADERA COMUNIÓN CON DIOS

 

Su Palabra:

“Que tus ojos estén abiertos sobre esta casa de día y de noche, sobre el lugar del cual dijiste: mi nombre estará allí, que oigas la oración con que tu siervo ora en este lugar”  

(2 Crónicas 6. 20)

 

¡Qué maravillosa oración fue la que elevó a Dios su siervo Salomón! En el mismo momento en que hubo concluido el templo, sintió el deseo de postrarse para ofrecérselo en humildad. Había dispuesto todo en forma acabada para que su Señor, con todo el esplendor de su gloria, tuviese la condescendencia de habitarlo y ser adorado como sólo Él se merece. 

En este pasaje vemos como, mediante la súplica, un corazón humillado reclama la presencia prometida de Dios: “Tú dijiste -dice-, mi persona estará en ese lugar". Salomón creyó a Dios; y al confiar en su promesa, preparó un lugar como Él lo había ordenado. Todo estaba dispuesto y ahora sólo hacia falta esperar el momento en que Dios, habría de hacer efectivo su compromiso.

Salomón estaba tan seguro que cumpliría su Palabra, que se apresura en su ruego, diciendo más o menos lo siguiente: Señor, no solo el lugar está preparado como Tú lo ordenaste, sino que además deseo que lo habites como mi soberano. Es más, no solamente reclamo tu Señorío, sino también que tu amorosa presencia esté allí en todo momento… de día y de noche. ¡Qué oración!

¿Quiéres conocer el secreto para lograr una comunión verdadera con Dios? Haz que esta oración de Salomón sea también tu oración.

En la Palabra de Dios tenemos maravillosas y seguras revelaciones acerca de esta bendita promesa: “Mi persona estará en ese lugar”.

Déjame decirte que cuando Dios por su gracia, decidió habitar entre los hombres aunque estuvieren corrompidos por el pecado, su voluntad fue siempre de que su morada debía ser elegida por Él. Además, ésta debía ser preparada conforme a sus exigencias santas y por quién Él escogiera. Primero, cuando su pueblo estuvo en el desierto, habitó en el tabernáculo, lugar preparado según sus ordenanzas y por su siervo escogido: Moisés. Luego, cuando el pueblo se estableció en la tierra prometida, Dios decidió habitar en el templo que mandó fuese construido, según sus exigencias, por Salomón. Allí habitó hasta que el Señor Jesucristo consumó su obra redentora en la cruz. En el mismo momento en que entregó su vida muriendo por los pecadores que habrían de creer en Él, el velo del Templo se rasgó desde arriba abajo y Dios retiró su presencia del lugar santísimo.

En el presente, ya no necesita el hombre construir un templo y tener un mediador aquí en la tierra para acceder a la presencia de Dios; pues Jesucristo consumó Su obra redentora en la cruz reconciliando al mundo consigo. Siendo su obra suficiente y aprobada por el Padre, ha resucitado y es sumo sacerdote de los que han de creer en Él para interceder en los cielos delante del Padre. Por eso es que dice la Escritura: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.” (Hebreos 4. 16).

La Biblia también dice que Dios, seguirá habitando con su pueblo hasta el día de la redención final; pero no ya en templos construidos por el hombre, sino en sus corazones. Por eso, dice su Palabra: “vosotros sois el templo del Dios viviente” (2 Corintios 6. 16)

Es verdad que no tendremos el privilegio del que gozó Salomón y que tanto anheló su padre David; pero el misterio de la gracia soberana de Dios ha logrado que, por medio del Espíritu, cada hombre tenga la oportunidad de preparar su corazón para que el Señor lo habite.

Si tú deseas que Dios more en tu corazón, debes predisponerlo mediante el arrepentimiento de tus pecados, rogando como Salomón, que en su misericordia, tenga la soberana voluntad de habitarlo. Hazlo ahora, pues Él lo prometió.

 

 

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LA MISIÓN DE LOS ESCOGIDOS

 

Su Palabra:

“Porque Esdras había preparado el corazón para inquirir la ley de Jehová y para cumplirla, y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos”  

(Esdras 7. 10)

 

Estoy seguro que este pasaje será de mucha bendición para nuestras almas. En él encontraremos una hermosa lección que nos permitirá descubrir, hasta qué punto hemos asumido un compromiso con el Señor. Para ello, sólo hace falta que predispongamos nuestro corazón y nos detengamos a meditar cuál fue la actitud que asumió Esdras delante de su Dios.

Antes de realizar este análisis, y para llegar a una correcta conclusión, lo primero que debemos tener en cuenta es que, toda enseñanza divinamente inspirada siempre tiene un propósito; y este es, capacitarnos para ser efectivos a través de una vida práctica. Sólo así podremos cumplir la misión para la cual, también nosotros, fuimos llamados. Lo segundo que debemos saber es que la tarea de los escogidos es, inexorablemente, siempre la misma para todos; aunque los métodos para llevarlos a cabo sean distintos según las circunstancias, los tiempos, y los dones dados a cada uno. Recién entonces, cuando nos haya sido revelado nuestro particular ministerio, es que deberemos asumir el compromiso ineludible de servir a Dios conforme a su propósito.

Observando el texto, podemos apreciar que son tres las actitudes que asumió Esdras: consagrarse al Señor, conocer su voluntad para cumplirla, y anunciar a otros acerca de las virtudes de su divino proyecto. Estas tres disposiciones son las que debe asumir, todo aquel que tiene la convicción de haber sido salvado genuinamente.

Sin embargo, antes de considerar a cada una de ellas; debo decir que, no cualquiera está habilitado por Dios para realizar tan sublime obra. Primeramente, es necesario haber sido salvado, pero con la salvación solamente no alcanza. Es necesario contar con ciertos dones que otorga el Espíritu. Por un lado, el don de enseñar; este es un privilegio reservado únicamente a aquellos que sientan el ministerio de transmitir el mensaje de la Palabra de Dios. Por otro lado, poseer dones como el entendimiento y el discernimiento; estos, son depositados en aquellos que buscan el crecimiento espiritual por medio de la santificación en su Palabra.

Ahora bien, si consideramos la naturaleza del hombre, vemos que es un individuo no apto para tal misión; pues, tiene un corazón mentiroso e inclinado al mal y una mente corrompida, propia de un espíritu enemistado con Dios que lo imposibilita para realizar una misión como ésta que es puramente espiritual.

Entonces, ¿cómo es posible que pueda haber personas que lleguen a sentir el mismo impulso que sintió Esdras para realizar tan honrosa tarea? La respuesta tiene dos partes. En Primer lugar, el sentimiento de  Esdras no es el resultado de alguna aptitud personal, sino el de un ser regenerado por la obra del Espíritu. Esto lo confirma el mismo Señor cuando dice: “...un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne, para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios” (Ezequiel 11. 19-20) En segundo lugar, porque sólo las personas que cuentan con esa nueva naturaleza espiritual, son los que pueden comprender que han sido salvos para asumir dicho compromiso. La Biblia dice: “Más vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2. 9)

Si esta obra de regenaración ha sido realizada por el Espíritu, necesariamente debe aparecer en el hombre, el mismo sentimiento de Esdras. En consecuencia, sólo le resta disponer su corazón en obediencia para poder cumplir con la misión para la cual fue escogido.

 

 

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JUSTO RECONOCIMIENTO

 

Su Palabra:

“Pero tú eres justo en todo lo que ha venido sobre nosotros; porque rectamente has hecho, mas nosotros hemos hecho lo malo”  

(Nehemías  9. 33)

 

Estas palabras son parte de una oración que elevó a su Dios, todo un pueblo quebrantado por el dolor. Algunos acababan de regresar a su tierra después de haber vivido la dolorosa y humillante experiencia del cautiverio por causa del castigo que les fue impuesto por su Señor. ¿Cuál fue el motivo? Ellos mismos lo confiesan: “...nosotros hemos hecho lo malo”; con estas palabras, no hacían otra cosa que reconocer su justa sanción.

Tengamos en cuenta que Israel había conocido todas las maravillas, bondades y paciencia de un Dios que los había formado para ser Su pueblo escogido sobre todas las naciones; sin embargo, no valoraron ninguno de sus beneficios; vivieron al margen de sus mandamientos, de sus leyes y estatutos. Habían olvidado aquellas promesas que hicieron cuando dijeron: “Será nuestro Dios” y “Haremos todas las palabras que Jehová a dicho”. Y así es como después de haberse comprometido en aquel Primer Pacto con declaraciones que fueron dejada de lado, y haber mordido el polvo de la derrota a causa de su desobediencia; deciden una vez más, volver a encauzar sus vidas en las manos de quien nunca debieron apartarse. Cuánta rebeldía por parte de los hombres, y a su vez, cuanta paciencia de parte de Dios. ¡Parece increíble que no hayan valorado el privilegio de haber sido escogidos!

Ahora meditemos. Aquellos que también fuimos salvados y llamados para ser parte de sus escogidos, podemos obtener de esta experiencia una valiosa lección: Obediencia, disciplina y consagración; son tres actitudes que Dios reclama a todos aquellos que hemos sido apartados como Su Iglesia en Cristo Jesús. Además, si consideramos la naturaleza de los hombres de Israel, veremos que es la misma a la de cualquier ser humano que habita este mundo. Por consiguiente, podemos aprender también aquí, dos ejemplos prácticos: primero, cuando Dios elige una nación, un rey, un profeta o un individuo, los llama para cumplir inexorablemente, un propósito santo de acuerdo a su plan divino. Este plan tiene primordialmente un objetivo: “LA GLORIA DE SU NOMBRE”. Por lo cual, aun la rebeldía, la desobediencia, la indisciplina o cualquier otro pecado, no apartará a Dios de su meta aunque tenga que dirigirlos con vara de hierro. Nada ni nadie podrá torcer el designio de su soberana voluntad. Segundo, Dios está siempre dispuesto a escuchar y perdonar a todo aquel que, reconociendo su rebelión, quiera volver a acercarse a Él.

Entonces, si la misericordia es un recurso permanente que está al alcance de cualquiera de sus redimidos que voluntariamente hayan pecado contra Dios. Mucha más, estará dispuesta para  aquellos que, por primera vez, quieran acercarse a su divina persona y pedirle perdón por sus pecados. Esto agrada a Dios y es posible alcanzarla si el arrepentimiento es sincero.

Tal vez muchos no sepan que es: "un sincero arrepentimiento". Quizá desconozcan como hacerlo; o teman que Dios no esté dispuesto a perdonarlos. ¿Dónde encontrar la respuesta? EN SU PALABRA, LA BIBLIA.

¿Estás dispuesto ir a Dios? Si deseas hacerlo, sólo tienes que acercarte y reconocerlo como un Dios justo y salvador. Debes humillarte ante su bendita persona y hacer tu confesión como lo hizo su pueblo, diciendo de esta manera: “Tú eres justo en todo”, aún en tu ira contra mí “porque yo he hecho lo malo”. De manera que si Tú me condenaras eternamente, reconoceré que eres justo porque yo he faltado a tu ley mientras que Tú “actúas rectamente”. Ahora, Señor, escucha mi ruego que es fruto de un sincero quebrantamiento: “Me arrepiento de todo corazón y te pido misericordia, perdona todos mis pecados y acéptame en la persona de quien Tú enviaste a salvarme, el Señor Jesucristo. En su nombre,  Amén”.

 

 

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COMO ACUDIR AL GRAN REY

 

Su Palabra:

“Entonces la reina Ester respondió y dijo: Oh Rey, si he hallado gracia en tus ojos, y si al Rey le place, séame dada mi vida por mi petición, y mi pueblo por mi demanda”  

(Ester 7. 3)

 

Cuando medito acerca del libro de Ester, puedo ver que más allá de una hermosa historia, hay preciosas enseñanzas para poner en práctica. Ésta que meditaremos, nos instruye acerca de cuál debe ser la actitud del hombre que desea acercarse a Dios. Si tomamos su ejemplo, nos enseñará de que manera podemos acercarnos con confianza y expresar nuestros sentimientos a aquél que reina sobre todas las cosas; nuestro bendito Dios. Él es el Rey por excelencia, Él es el “Rey de Reyes y Señor de Señores”.

Veamos, Ester era una campesina judía y pertenecía a un pueblo que fue llevado en esclavitud lejos de su tierra. Allá habitó bajo los dominios del rey Asuero. En esas circunstancias, en lo que todo parecía estar en su contra; la Escritura nos revela que no fueron por casualidad. Allí, y a su debido tiempo, Dios preparó cada uno de esos acontecimientos para que ella tuviera la oportunidad de tener un encuentro con el Rey Asuero.

Observemos atentamente que es lo que hizo Ester: en primer lugar, no dejó pasar la oportunidad de ir hasta el rey cuando supo que estaba buscando una esposa para sí, no se puso a pensar que todo estaba en su contra y que prácticamente era imposible que ella tuviera alguna posibilidad para formalizar ese encuentro tan deseado. Por el contrario, tenía bien en claro de que no era más que una esclava, no era gente de su pueblo, tampoco estaba acorde con la jerarquía del monarca; y además, no cumplía ninguno de los requisitos exigidos. Es decir, desde el punto de vista humano, no tenía ninguna posibilidad de acceder a la presencia del Rey. Sin embargo, no se dejó ganar por el desaliento; tuvo mucha fe y decisión.

En segundo lugar, se preparó de tal manera que pudiera ganarse el favor de su Señor. Sabía que debía presentarse ante un soberano; por ello, antes que considerar las apariencias externas, el protocolo, los formalismos rituales, dogmas, etc., hizo lo más importante, hizo lo único que realmente valía la pena: sabiamente preparó su corazón y se presentó ante él en humildad y obediencia.

En tercer lugar, cuando estuvo frente a su Señor, le expresó todos sus sentimientos. Su fe le aseguraba con certeza que su sinceridad ganaría el afecto del Rey. De esa manera Ester, no hizo otra cosa  que  presentarse tal cual era y ofrecerse a sí misma. Este acto, cautivó al monarca quien la eligió  por esposa.

Ahora bien, por un lado vimos como actuó Ester para ganarse el corazón del Rey. Veamos ahora cuál fue su petición cuando éste le dijo que pidiera lo quisiera. Entonces le dijo Ester: “si he hallado gracia ante tus ojos... y si al Rey le place, pido por mi vida...” ¡Qué oportuna petición!: Gracia y misericordia. La Biblia dice:”Acerquémosno, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4. 16)

Si te sientes alejado de Dios, esclavo del pecado, sin ninguna esperanza, y quieres acudir a Él, sólo tienes que hacer lo que hizo Ester. Esto es, tomar la decisión de ir frente a Dios, y clamar por tu vida.

 Ahora tienes aquí la llave de la revelación que abre la puerta a tu segura salvación: Primero, No debes perder la oportunidad; tiene que ser ahora. Segundo, debes ser humilde y tener fe; si no tienes ninguna de esas cosas, pide a Dios por ellas. Por último, cuando Él te las conceda, píde por tu vida. Él te dará vida, y vida eterna; decídete. Ésta es la única forma en que podrás gozar de una segura salvación.

Pero eso no es todo, cuando te sientas parte de sus escogidos; es decir, cuando pertenezcas a lo que Él llama su esposa amada, su Iglesia; tendrás la oportunidad, como Ester, de interceder también por todos aquellos a quienes amas.

 

 

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¿QUIÉN LIMPIARÁ TU PECADO?

 

Su Palabra:

“¿Quién hará limpio a lo inmundo? Nadie”  

(Job 14. 4)

 

“¿Quién hará limpio a lo inmundo?” ¡Qué pregunta! Tan simple como perturbadora. Es como una saeta lanzada cuyo destino es impactar certeramente en medio del corazón; tu corazón. Si al penetrar en él logró herirlo, mucho más terrible será el efecto que producirá la respuesta, porque terminará de destruirlo; lo pulverizará de tal modo que lo reducirá a la nada; pues es terminante, y no te dará ninguna  posibilidad para poder argumentar excusa alguna como alternativa; pues dice: “Nadie”, y la palabra nadie es concluyente.

Ahora presta atención, ¿te has hecho alguna vez esta pregunta?, o tratas de evitarla escondiendo la cabeza en un hueco como el avestruz. Quizá sientas que esta demanda te plantea un problema y decides dejarla para más adelante; o tal vez piensas que es muy compleja y como no tiene aparente solución, te rindes y pasas de largo a otra cosa. ¡Cuidado! Esta pregunta, necesariamente, reclama tu respuesta; de ella depende tu vida, sea para salvación o condenación eterna.

Detente un momento frente a esta demanda, enfréntala, ten la valentía de considerarla aunque sea por unos segundos. Examina en ella dos condiciones opuestas: limpio e inmundo, ¿sabes qué es lo uno y lo otro?. Limpio es: no sucio, no contaminado, puro e impecable (im-pecable quiere decir sin-pecado, sin-mancha). En cambio, inmundo es: sucio y asqueroso. Dos condiciones totalmente opuestas, tan alejada la una de lo otra como el oriente del occidente, lo blanco de lo negro, o lo profundo de lo elevado.

Pero hay algo más en esta pregunta que debemos considerar: ¿Qué es lo inmundo que nadie puede limpiar? La respuesta es: “LA NATURALEZA PECAMINOSA DEL HOMBRE”. Es decir, la pregunta nos está planteando un gran problema; y es que limpio o inmundo es una de las dos condiciones posibles del hombre frente a Dios. Se está limpio o inmundo ¿cuál es tu condición?

Veamos, la Biblia dice, que la condición natural del hombre es ser inmundo a causa de su pecado. ¿Quién se atreve a desmentir esta verdad? ¿Quién puede decir, yo nunca he pecado?. Tan solo con haber cometido un pecado, ya has muerto para Dios; “La paga del pecado es la muerte...”. Observa, Dios no dice: “de los pecados”, sino “del pecado”. Basta un solo pecado para hacerte inmundo ante sus ojos.

¿Has visto algo más inmundo y asqueroso que un cadáver cubierto de podridas llagas? Pues, para Dios, ésa es tu condición. Posiblemente reconozcas que todo lo dicho hasta aquí puede ser verdad, pero sigues pensando: “yo no estoy muerto y me siento bien”. Sin embargo, la Biblia dice que todos estamos: “muertos en delitos y pecados”. Si, espiritualmente, estás muerto.

Pero también la Biblia habla de la otra condición del hombre: limpio. ¿Se puede ser limpio, impecable, como si nunca se hubiera cometido pecado?. ¡Claro que si! Entonces, la pregunta es: ¿cómo puede ser posible?, si la respuesta es terminante y dice “nadie”. Esta sentencia quiere decir, que ni el esfuerzo personal, ni las obras, ni la religión, ni el bautismo, ni el conocimiento de La Biblia, ni la intervención de ningún hombre, ni nada de lo creado en este mundo a lo que uno pudiera echar mano, podrá limpiar lo inmundo a los ojos de DIOS.

El hombre es inmundo por causa de su pecado; y esta verdad nos condena según Su Ley. Una Ley que nada ni nadie podrá cambiar, pues rige de eternidad a eternidad como  su misma presencia, como su santidad y pureza. SÓLO ÉL ES LIMPIO.

Como podrás comprobar, Su Palabra quiso traernos a este punto donde la Verdad no nos da posibilidad de excusas. La condición del hombre lo coloca ante una terrible situación donde todo lo que pueda hacer a su favor es imposible, pero no te desanimes, Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios” (Lucas 18. 27), Él mismo preparó de antemano la única posibilidad de ser limpio de todo pecado. Si te arrepintieres y creyeres de todo corazón que: “la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado”, yaeres limpio; y lo más maravilloso es, que siendo limpio de pecado eres salvo. ¡Gloria a Dios porque un día, conforme a su promesa, la sangre de Jesucristo LIMPIA de todo pecado a aquel que en Él cree!.

 

 

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COMO VIVIR CONFIADAMENTE

 

Su Palabra:

“Encomienda a Jehová tu camino, y confía en Él:  Y  Él hará”  

(Salmo 37. 5)

 

Lo primero que todo ser humano aprende acerca de la vida, es que debe morir. Y siempre que se trata este tema es inevitable reconocer que la vida, siendo uno de los más grandes y maravillosos milagros, necesariamente aparece unida al sombrío hecho de la muerte. Dos asuntos que siendo totalmente opuestos, no es el uno sin el otro; Vivir también es morir. Entonces, ¿qué hacer para vivir en plenitud sin temor a la muerte?

Realmente, éste es un tema conflictivo para el hombre. Mientras que por un lado acepta hablar acerca de todo lo concerniente a  la vida, por el otro se resiste a hacerlo de la muerte; más aún, ni siquiera desea pensar en ella.

Y aunque hasta aquí no haya dicho nada nuevo, sucede que no todos reaccionan de igual manera ante esta misma realidad. El resultado está a la vista; observa como muchos malgastan neciamente la única oportunidad que tienen de hacer un buen uso de sus vidas. Por eso, cuando llegan al ocaso de sus días, terminan confesando amargamente sus fracasos. Hacen un triste balance de su existencia y reconocen que sus espectativas han sido burladas; pues la realidad es que no pudieron alcanzar las metas que el mundo les había ofrecido. Algunos, sólo recogieron amarguras y desengaños; otros, en cambio, aunque fueron acariciados por el exito, la fama o las riquezas, al final sienten que también fueron tan efímeros como sus propias vidas. Entonces, cuando sólo les resta esperar la llegada inminente de la muerte, les invade el desengaño, la desesperación y la angustia.

Por todo esto, es que te invito a considerar las palabras de este Salmo. Recapacita, no importa en que parte del camino de tu vida te encuentres; mientras estés en él, tienes tiempo de rectificar el rumbo, cambiar tu destino y llegar confiadamente a la meta para la cual fuiste creado: la vida eterna.

Dios te ofrece la solución y es única, Él te dice: “Encomienda a Dios tu camino...”. Observa que dice tu camino” y no tus caminos, pues tienes un solo camino, una sola  vida, una sola oportunidad; no la pierdas, encomienda a Dios tu vida.

Nota que dice explícitamente: “a Dios”. No dice a los santos, a la virgen, a los Ángeles o a cualquier otra persona que no sea Él. Y esto es, porque Él es el único que tiene todo el poder y la autoridad para decir: “Mirad a mí y sed salvos…, porque yo soy Dios y no hay más”. Ahora bien, lo maravilloso de esta verdad incuestionable es que también sólo en Él puedes confiar; porque cuando obra, siempre lo hace a tu favor porque “Dios es amor”, “Ningún mal procede de Él” y porque te ama.

Además, debes considerar que siendo Él es el autor de la vida, te dice que la pongas en sus manos: “Encomienda a Dios tu camino”; pues, también lo diseñó para ti, es único e irrepetible como lo eres tú. Encomiéndaselo con la confianza puesta en su hijo Jesucristo quién dijo, “Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre si no es por mí”.

Por último, un consejo para concluír con esta meditación. Sólo si decides confiar tu vida en sus manos, será recién cuando podrás apropiarte de esta maravillosa promesa: “Él hará”. Y cuando dice que “hará”, no significa que nos garantice andar por un camino tapizado de rosas; por el contrario, el Señor Jesús nos advierte: “En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo” y “Yo estaré con vosotros hasta el fin”. Entonces, descansando en esta maravillosa promesa, te sentirás seguro. No dudes, sólo Dios puede darte toda la garantía que necesitas. Él “hará” que tomes renovadas fuerzas cuando te encuentres desanimado; “hará” que no tengas temor cuando te sientas impotente ante la adversidad y cuando las circunstancias te superen; “hará” que sientas consuelo cuando estés postrado en tu lecho de dolor; “hará” que sientas su compañía cuando te encuentres solo. Y al final de “tu camino”, cuando tengas que enfrentar “el último enemigo que es la muerte”, “hara” que, conforme a su promesa, la afrontes con la valentia que tienen sólo aquellos que han “peleado la buena batalla” y, revestido de toda la armadura de la fe, exclames triunfante: ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? (1 Corintios 15. 55)

Ahora, medítalo bien, lo estupendo de esta promesa es que, si de corazón “encomiendas a Jehová tu camino” comprobarás por ti mismo, la sublime experiencia de sentirte acompañado, guiado y sostenido, en el camino, “tu camino” de esta vida. Esta es la única forma en que podrás llegar victorioso a sus moradas eternas.

¿Por qué no le pides ahora que tome el timón de tu vida?. Y “Confía en él, y él hara”.

 

 

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¿QUIÉN PUEDE DECIR: ESTOY LIMPIO DE PECADO?

 

Su Palabra:

“¿Quién podrá decir: Yo he limpiado mi corazón, limpio estoy de mi pecado?”  

(Proverbios 20. 9)                                                                                           

 

¡Qué tremenda pregunta! Más que una demanda es una solemne acusación lanzada desde lo alto. Su propósito es hacer que sientas sobre ti la carga de esta condena; y, quieras o no, deberás reconocer que te será imposible librarte de tal responsabilidad. Tarde o temprano deberás dar una respuesta a esta demanda y, a menos que tomes una sabia decisión, no podrás conseguir alivio para tu alma.

Sin embargo, quiero decirte que el ánimo de esta pregunta, más alla de una condena, es un llamado a la reflexión. Dios quiere motivarte para que analices cuál es tu verdadera situación para con Él; pues, desea, sacarte del engaño y transformarte para una vida eterna mientras dure su paciencia y misericordia. Entonces, ¿porqué no aprovechas esta oportunidad?

A partir de lo que te voy a decir, ya no tendrás excusas ni podrás argumentar que no sabías nada acerca de este tema. La decisión estará en tus manos y sólo tienes dos opciones: una, que permanezcas totalmente insensible ante esta demanda; entonces, cuando seas arrebatado de este mundo, habrás perdido esta ocasión y serás condenado para toda la eternidad. La otra, es que sintiendo angustia y remordimiento por tus pecados, clames arrepentido por tu salvación. Quiera el Espíritu darte la luz necesaria para que puedas entender el propósito de este mensaje.

Ahora, si frente a esta demanda de parte de Dios, te sientes impotente porque descubres que no tienes una respuesta convincente para dar, quiero decirte que sí la hay, y es la única que te quitará la angustia y traerá alivio a tu alma; pero antes de que la conozcas y puedas aferrarte a ella con toda la fe puesta en la persona del Señor Jesucristo, hay cosas que debes saber. En primer lugar, debes conocer la gravedad del pecado. Te ruego que este asunto no lo tomes a la ligera; el pecado es el terrible mal de la humanidad que inexorablemente produce la muerte, tu muerte. Es tan aterrador que junto con satanás y el mundo, pretendió vencer en la cruz al Creador mismo de la vida; a aquel que es más sublime que los mismos cielos, Cristo Jesús. En segundo lugar, es necesario que sepas acerca de la imposibilidad de limpiarlos por ti mismo aunque te lo propongas. La Palabra de Dios dice: “Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de mí, dijo Jehová el Señor”. En otras palabras, no hay nada que puedas hacer. La justicia de Dios te condena. La Ley divina dice: “La paga del pecado es la muerte...”. ¡¡Y debes morir, ineludiblemente!!

Pero también, hay algo más que debes saber, y esto es que, aun muriendo no limpiarás tu pecado, solamente habrás cumplido con tu merecida condena.

Ahora, ante esta conmovedora pregunta: “¿Quién podrá decir: Yo he limpiado mi corazón”, te daré la única respuesta válidad delante de Dios: nadie puede limpiar por sí mismo su corazón. Sin embargo, el mismo Dios, asegura que el hombre puede tener un corazón limpio de pecado, dijo el Señor Jesucristo: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”. Es decir que, el que tenga su corazón limpio será salvo. Pero, ¿Cómo hacerlo? Si su palabra dice que: “No hay justo ni aún uno”. Allí está el gran detalle. Si la respuesta es “nadie”. ¿No debería haber contradicción en ésto? De ninguna manera. Dios quiere que comprendas y aceptes que, la única forma de alcanzar un corazón limpio es por medio de la regeneración. Y la regenación se logra por medio del perdón de pecados, y el perdón por medio del arrepentimiento. No importa cuantos o cuan grandes hayan sido. Debes buscar a Dios por medio de la oración y pedirle, en el nombre del Señor Jesús, que Él te limpie de todo pecado. Confiésale tu arrepentimiento, porque “sin arrepentimiento no hay perdón de pecado”. Dile: “Señor, me arrepiento de todos mis pecados; y creo, de todo corazón, que el Señor Jescristo murió derramando Su sangre preciosa, para limpiarme de todos ellos”.  Si lo haces, de ahora en más, podrás decir con toda seguridad: CRISTO ha limpiado mi corazón. Ahora, “Limpio estoy de mi pecado”. Y ten la absoluta seguridad que serás SALVO.

 

 

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EL PRIVILEGIO DE ENTENDER A DIOS

 

Su Palabra:

“He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo; Sobre aquello no se añadirá; ni de ello se disminuirá; y lo hace Dios, para que delante de Él teman los hombres” 

(Eclesiastés 3. 14)

 

Esta gran afirmación está dirigida a todos los hombres sin distinción, creyentes y no creyentes. Su propósito es motivarnos a una profunda y sincera meditación. En consecuencia todos, sin excepción, deberíamos hacernos esta importantísima pregunta: ¿Conocemos realmente al único y soberano Dios?

Dijo el Señor Jesucristo: “Nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar”. ¿Tienes la seguridad de ser uno de los privilegiados que han recibido tal revelación? No permitas que satanás te engañe. Es muy importante saber distinguir la diferencia que hay entre creer en Dios y entender a Dios.

La Biblia dice: “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen y tiemblan”. La diferencia que existe entre la creencia de los demonios y la del hombre, es que ellos, además de conocerle como un Dios justo, también le conocen como un Dios inmutable; por lo cual, “han entendido” que Su justicia es inflexible y eterna; no habrá misericordia para quien no la merece. Por eso “tiemblan”. Dice la Escritura en Hebreos 10.31 “¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!”

Ahora medita esta maravilla: el mayor anhelo de Dios es que el hombre crea en su existencia, pero además que le conozca como el único Dios verdadero; y sobre todo, que “entienda” que es “tardo para la ira y grande en misericordia, que perdona la iniquidad y la rebelión, aunque de ningún modo tendrá por inocente al culpable”. (Números 14. 18) De ello, depende la salvación.

Veamos, “Dios es espíritu” y, en consecuencia, la única forma que tenemos de conocerle es mediante la Persona de su Hijo Jesucristo, quien mediante sus dichos y sus hechos nos ha manifestado al Padre en forma perfecta; pero, eso no es todo en el propósito de Dios. Si el Espíritu Santo no obra dando el discernimiento necesario, no entenderemos porqué y como “todo lo que Dios hace es perfecto y perpetuo”. En otras palabras, el hombre por si mismo, jamás podrá entender a Dios a menos que Él obre en su persona. 

Preguntarás, ¿dónde están escritas estas verdades? La respuesta está en Su Palabra la Biblia. Ella dice: ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! Mas no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio?” (Romanos 10. 14-16) ¿ Entiendes? Este pasaje está diciendo que lo primero que debes hacer para creer verdaderamente en Dios, es conocerle, y para conocerle debes saber lo que dice, y cuando creas, aceptes y obedezcas de todo corazón lo que Él ha determinado, empezarás a entendenderle. ¿Quieres hacerlo?

Si lo deseas, debes empezar pidiéndole perdón por tus pecados y aceptar a Cristo como tu Salvador personal. Sólo así te será concedida la potestad de ser hecho hijo de Dios, y en esa condición recién podrás empezar a conocerle. Ésta es la única manera posible y no existe otra aunque las religiones o tu inteligencia natural crean y afirmen lo contrario.

Volviendo al texto, si estás dispuesto a aceptar estas exigencias de parte de Dios, “entenderás” que cuando  su Palabra dice: “Dios hace”, se está refiriendo a un Dios vivo. No hay nada de lo que está hecho, que no provenga de Él. “todo” lo que ha sido hecho, es conforme a Su soberana voluntad. Es decir, a su omnipotencia. Dice además, que  todo  lo hecho es “perpetuo”; es decir, eterno como su naturaleza. Por último, afirma: “Sobre aquello no se añadirá: ni de ello se disminuirá”; confirmando, de esta manera, que sus decisiones son inmutables conformes a su soberanía.

Si has aceptado esto, entonces “entenderás” que todo lo que Él ha determinado es para que se obedezca y se cumpla. Dijo el Señor Jesús: “...Hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido”.

Concluyendo: En la medida que aceptemos “lo que Dios hace”, entenderemos que todo lo que ha determinado es bueno, perfecto y para ser obedecido con temor reverente aunque no seas creyente; y si lo eres, con mayor razón.

 

 

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EL PODER DEL AMOR CUANDO ES VERDADERO

 

Su Palabra:

“Hasta que apunte el día y huyan las sombras, me iré al monte de la mirra, y al collado del incienso”  

(Cantar de Los Cantares 4. 6)

 

¡Cuánta pasión encierran estas pocas palabras! Y aunque apenas son parte de una hermosa declaración de amor; son, por sobre todas las cosas, una poderosa demostración de lo que este sentimiento puede alcanzar cuando es verdadero. Es que debe ser así, porque para demostrar un amor genuino no es suficiente declamarlo, hay que demostrarlo con hechos.

Observa cuantas palabras hermosas le regala este Rey enamorado a su esposa. Cada una de ellas es como una preciosa gema que él va extrayendo, una a una, del cofre de su corazón para depositarla ante su amada: He aquí que tú eres hermosa, amiga mía; he aquí que tú eres hermosa; Tus ojos entre tus guedejas como de paloma; tus cabellos como manada de cabras que se recuestan en las laderas de Galaad. Tus dientes como manadas de ovejas trasquiladas, que suben del lavadero, todas con crías gemelas, y ninguna entre ellas estéril. Tus labios como hilo de grana, y tu habla hermosa; tus mejillas, como cachos de granada detrás de tu velo. Tu cuello, como la torre de David, edificada para armería; mil escudos están colgados en ella, Todos escudos de valientes. Tus dos pechos, como gemelos de gacela, que se apacientan entre lirios.” (Cantares 4. 1-5).

Y como si esto fuera poco y no alcanzara para demostrarle sus más puros y profundos sentimientos, la exalta a lo sumo regalándole elogios tales como: “en ti no hay mancha”, y... “prendiste mi corazón”.

Es que en cada palabra le estaba demostrando que su amor era tan fuerte que no habría impedimento, por grande que fuera, que los pudiera separar. No obstante, sabía que por delante le aguardaba la dura realidad, un obstáculo terriblemente insalvable. Sin embargo, este escollo debía ser removido a cualquier precio y para poder vencerlo, debía ir a su encuentro. Efectivamente, el Rey tenía que partir solo a un monte y allí librar su más grande batalla. “Me iré al monte” dice, pero a su vez aclara: “hasta que apunte el día y huyan las sombras...”. Hasta que la obscura noche haya pasado y el nuevo amanecer alumbre el camino que los uniría en el encuentro tan ansiado. A tal punto, ese encuentro era deseado por el esposo que, teniendo la más firme convicción le promete que desde allí, desde aquel mismo lugar en que libraría su batalla, llamaría victorioso a su amada diciéndole: “Ven conmigo..., oh esposa mía...”.

Ahora bien, si esta narración fuera solamente el resultado de una obra literaria, con seguridad, más de uno se emocionaría hasta las lágrimas. Quizá otros pensarían que siendo tan hermosa y sublime es imposible que sea verdadera. Sin embargo, esta historia fue real.

Pero hay algo más importante a tener en cuenta y es que, si este relato está registrado en el texto sagrado, no sólo está porque fué real sino porque es mucho más que eso. Es una figura divinamente inspirada de otro hecho infinitamente más grande y trascendente también real, pero además, actual y permanente donde su principal protagonista es el Señor Jesús.

Creo que esta historia de amor fue presentada de esta manera en las Sagradas Escrituras para que el hombre pueda entender en forma práctica, cómo es el amor que Dios siente por él.

El amor de Dios para con todos los hombres no tiene límites, es tan grande que supera toda nuestra comprensión. Por eso, para ilustrarlo, usa el amor ejercido entre esposos ¿Por qué? Porque su naturaleza es única, ya que para que sea verdadero debe basarse en una relación íntima, la más entrañable que el ser humano pueda conocer. Debe ser sincero, fiel, sin condiciones, recíproco, de servicio, paciente, sufrido y alegre a la vez, donde uno piensa en función del otro, sin egoísmo, donde los dos sean una sola persona. ¿Hay acaso otra forma de manifestar un amor como éste que no sea el del matrimonio? ¡¡DEFINITIVAMENTE NO!!

Pues si no reconoces que éste es el amor más profundo, jamás podrás comprender el amor de Cristo. Y si algún día llegaras a conocer de verdad, el amor de Cristo, verás que maravilloso es poder ejercerlo en la práctica del matrimonio.

Ahora presta mucha atención, este pasaje señala algo de tremenda importancia; y es, lo que tiene que hacer el esposo para consolidar definitivamente su unión. Dice que tiene que ir “al monte de la mirra, al collado del incienso”. ¿Hasta cuándo? “Hasta que apunte el día y huyan las sombras”. La pregunta es: ¿Para hacer qué?

La Escritura no dice qué fue a hacer el esposo del “Cantar” al “monte de la mirra y al collado del incienso”. El relato apunta, más bien, a descubrir algo mucho más importante y maravilloso, y es lo que hizo en el “monte” Calvario el Señor Jesucristo como “Esposo”, por su amada "Esposa" la Iglesia.

El Gólgota fue para Jesús, el “monte de la mirra”. Allí se presentó al Padre como la víctima  propiciatoria que se ofrece en sacrificio vivo por los pecados del mundo. Él es “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” ofreciendo su vida a nuestro favor. Él pagó el precio que la justicia de Dios nos demandaba y que nosotros no podíamos pagar.

“La mirra”, nos habla de un aceite de sabor muy amargo, éste se usaba como anestesia mezclada con vinagre, para amortiguar el dolor de los que morían cruelmente. Dice la Escritura que cuando el "Esposo" estaba agonizando en la cruz, a punto de consumar su obra redentora, “le dieron a beber vino mezclado con  mirra; mas él no lo tomó”; y aunque Él fue sin pecado, tenía que pagar con dolor el precio de nuestras iniquidades. ¡Cuánto amor!

“La mirra”, también se usaba como aceite aromático para ungir a los muertos. Allí, en el “monte de la mirra”, el "Esposo" amado, el dador de la vida sufrió la muerte por amor a su "Esposa". La Biblia nos dice, que Dios eligió la mirra como principal ingrediente para mandar a hacer el óleo Santo de la unción, Exodo 30. 23-33. Con el se debía ungir el tabernáculo y todos los utensilios que en él estaban, lo mismo que al sacerdote, a fin de ser todos santificados; pues declara, que ésta es la única manera posible de poder oficiar sacrificios delante de Dios. El Señor Jesús el “Esposo”, tuvo que presentarse Santo, tal cual Él era para cumplir el oficio de Sumo Sacerdote y la vez de Cordero de Dios.

Volviendo al pasaje dice también que Él “Esposo” tuvo que partir al “collado del incienso”; es decir, al monte de la ofrenda. “El incienso” nos sugiere lo que Dios le ordenó a Moisés que hiciera: mezclar especias aromáticas, molerlas y elaborar un perfume puro y santo, Exodo 30. 34-38. Éste, debía ser quemado únicamente por el sacerdote y ofrecido en el altar como ofrenda agradable a Jehová. Jesús fue la ofrenda agradable a Jehová; pue Él es quien se ofreció a sí mismo para morir derramando Su Sangre preciosa, “La sangre de la expiación”.

De esta manera, y a través de figuras alegóricas, la Escritura nos revela que es lo que fue a hacer el "Esposo" al “monte de la mirra y el collado del incienso”.

Concretamente, y no por símbolos, el Señor Jesucristo fue “al monte”, nada más y nada menos, que a consumar la obra más portentosa que sólo Él podía realizar: remover el obstaculo que impedía tal unión; el Pecado, no hay otra forma.

Y fue así como, en la soledad más absoluta, vivió la noche más oscura y terrible anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”. Fue allí, cuando dijo: “Consumado es”. Murió, venció y resucitó; pues bien, fue justamente, en ese preciso momento, cuando “Apuntó el nuevo día y huyeron las sombras”. Un día pleno de luz, donde el mismo Señor se presenta como “El Esposo” victorioso, lleno de gloria y poder llamando dulcemente a la “Esposa” su Iglesia, diciéndole: “Ven conmigo”.

¿IRÍAS TÚ? ¿Quieres ser parte de su Iglesia? ¿Quieres ser más que vencedor en Cristo Jesús?. Él te está llamando. Estoy convecido que si verdaderamente has sido cautivado por su amor, lo harás. El Señor te guíe y te bendiga.

 

 

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MÍRALE SÓLO A ÉL, Y SERÁS SALVO

 

Su Palabra:

“Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios y no hay más”  

(Isaías 45. 22)

 

Dice el Señor: Mirad a mí, y sed salvos”. Cuando leo su Santa Palabra, noto el tremendo esfuerzo de Dios por llegar al corazón de todos los hombres. Veo cómo, empleando todas las formas posibles, le dice que a dispuesto todo lo necesario para salvarlo de una perdición eterna, no porque hayamos logrado algún mérito delante de su Persona, sino por su buena voluntad. Por eso, al contemplar como toda la Escritura derrama este mensaje de amor, siento que ningún hombre tiene el derecho a rechazar tan grande y única oportunidad de salvar su alma.

¡Oh corazón endurecido por el pecado!, ¿eres tan insensible que no ves ni te interesa esta incomparable propuesta de parte de Dios? Observa, te está ofreciendo la salvación y la vida eterna. Detente un segundo, piensa en estas palabras: “SED SALVOS”. Te está diciendo nada más y nada menos, que procures tu salvación. Te está alertando acerca de tu condenación por causa de tus pecados. Dice la Biblia que “la paga del pecado es la muerte”. ¿No te interesa este tema? ¿Estás muy ocupado y no tienes tiempo? ¿Has pensado que te está hablando de la salvación eterna? Tu vida está suspendida de algo más frágil que un delgado hilo que puede cortarse en un segundo y estarás acabado para toda la eternidad. ¿No ves que está diciéndote que tu salvación no depende de ti, sino de Él? “Mirad a mí”, te invita. Está pidiéndote que consideres tu situación y cómo salir de ella.

Ahora déjame decirte esta verdad; no hay nada que puedas hacer por ti mismo, sino únicamente mirarle a Él. Debes contemplarlo a través de su Hijo crucificado. ¿Qué sabes acerca de aquel Nazareno llamado el Cristo? ¿Has pensado alguna vez, por qué o para qué murió en una cruz?

Te diré lo que yo recibí del Señor, y quiera Él que llegue a tu corazón de la misma manera que llegó al mío. Cuando Cristo murió en la cruz, fue para salvarnos. Él pagó allí el precio de nuestros pecados que nosotros no podíamos pagar, y de ésa manera fue como nos abrió el camino de la salvación. Nosotros sólo debemos reconocer que su sangre preciosa nos limpia de todo pecado.

Ahora, frente a este plan tan perfecto y sencillo, debes reconocer que no hay nada que tú debas o puedas hacer, sólo mirarle a Él. Considera su obra, y con el corazón quebrantado dile: “ Señor, me detuve por un instante, y pude ver a tu hijo Jesucristo muriendo por mí para darme la salvación. Señor, creo que Él puede salvarme. Te ruego, ¡SÁLVAME AHORA!. Amén”.

¡Qué sencillo es todo lo que tienes que hacer! Mirarle a Él, ¿Queda alguna duda? Quizás estés pensando, ¿puedo entrar yo en ese plan? ¡¡SÍ!! ¿No ves que dice: “Todos los términos (todos los hombres) de la tierra”?Nadie queda excluido, ni por raza, ni por color, ni por clase social, ni por ser niño o anciano. Cuando dice “TODOS” tú también estás incluido; aún por grandes y terribles que sean tus pecados.

Si te arrepientes de todo corazón para con Dios creyendo en su Hijo Jesucristo, serás salvo. La garantía es perfecta porque no la da ninguna religión, ningún hombre, ni nadie que sea falible; la da Dios, el omnipotente, el que es fiel y el que nunca te ha de fallar.

Lee nuevamente el texto; observa lo que dice: “Porque Yo soy Dios, y no hay más”. Es decir, el garante de tu salvación es Dios y ningún otro. ¿Despreciarías una salvación tan grande? Si lo haces, cuando llegue el día del juicio grande y terrible no tendrás excusa, porque “Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo”.

 

 

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DOS MALES QUE PIERDEN AL HOMBRE

 

Su Palabra:

“Porque dos males ha hecho mi pueblo: Me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua”  

( Jeremías 2.13)

 

Dos de los males más difundidos y encubiertos del hombre, son la ingratitud y la soberbia. Y aunque las mayoría de las veces se manifiestan bajo “honorables” apariencias, no dejan de ser dos terribles pecados, dos tremendas inmoralidades ante los ojos de Dios. Sin embargo, generalmente ante tal revelación, la gente no quiere aceptar que esos males son parte de su condición humana.

Tal vez no estés de acuerdo con esta opinión, pero te invito a meditar lo que Dios dice acerca de la ingratitud y la soberbia. Busquemos en lo más profundo de nuestro ser y tratemos de descubrir adonde se esconden estas bajezas. Y si tenemos la gracia de encontrarlas, pidamosle al Señor que las quite del medio, de manera tal que no sean un estorbo para reconciliarnos con Él.

Veamos, el Señor dice, refiriéndose al pueblo de Israel, “dos males ha hecho mi pueblo”. Sucede que estos males no son exclusivos de Israel como pueblo, sino que son propios de la naturaleza del hombre en general. Y precisamente estos males o pecados que Dios está inculpando, es de todos sin excepción: “me dejaron a mi” y “cavaron para sí cisternas”. Es decir que el hombre, haciendo uso del libre albedrío que Dios le dio, decidió apartarse de Él y vivir autosuficientemente conforme a sus propios juicios.

“Me dejaron a mí”, dice el Señor. ¿Cuál es tu relación con Dios? Hazte esta pregunta y contéstala sinceramente: ¿HAS DEJADO A DIOS? ¿SÍ O NO? Tienes dos respuestas posibles y ninguna posibilidad de evasión. Si me respondes: no creo en Dios, yo te pregunto, ¿con qué fundamentos? Porque si tus fundamentos están apoyados en la ciencia con su racionalismo, evolucionismo y todos sus “ismos”, debo decirte que todavía no tienen una respuesta cientíca en la que puedas apoyarte. Si en cambio recurres a la filosofía, cualquiera sea la escuela o corriente a la que pertenezca, tendrás que aceptar que ninguna ha podido darte un solo fundamento concreto en el cual puedas afirmar tu incredulidad. Ahora bien, en esta situación real donde te encuentras, sin ningún apoyo firme para fundamentar tu incredulidad, tengo que decirte cual es el verdadero motivo  de tu ateísmo: el pecado. Si no es así, permíteme hacer una observación: por un lado no quieres saber nada con Dios, te resistes a reconocerlo en toda su creación; y sin embargo, usas su tierra, sus alimentos, su aire y todo lo que Él ha creado ofreciéndotelo en abundancia. Entonces ¿No es lógico, que Dios nos haga esta pregunta? “¿Qué maldad hallaron en mí... que se alejaron de mi?” (Jeremías 2. 5). Esa actitud, es ingratitud.

Por otro lado, algunas personas dicen: “ Reconozco que Dios existe y no me ha hecho ningún mal; además, cuando le necesito acudo a Él”. Entonces pregunto ¿sólo cuando les necesitan? Es decir, ¿les gusta danzar en las puertas del infierno y cuando sienten que las llamas los está quemando, empiezan a golpear las puertas del cielo para pedir socorro? Eso también, es ingratitud. ¿Te das cuenta, que de una u otra forma, se comete este pecado contra Dios?

La otra cosa que Dios dice, es: “cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen el agua y me dejaron a mí, fuente de agua viva”. ¿Sabes lo que dice el creador y sustentador de todas las cosas? “Yo soy Dios y no hay más” ¿Eres tan soberbio que no puedes entender esto? La única fuente de agua viva en la que el hombre puede saciar su sed espiritual es Dios; y digo sed espiritual porque, si tu espíritu no tiene sed de Dios debo decirte que estás muerto. Y aunque te parezca que estás vivo, para Dios estás muerto; el pecado de la soberbia también te ha perdido.

¿Por qué no vuelves a Él? Todavía puedes hacerlo, pídele que te perdone, dile que reconoces tus pecados y que quieres reconciliarte con Él. Hazlo en el nombre de Jesús.

 

 

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UNA ACERTADA ELECCIÓN

 

 Su Palabra:

“Mi porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en Él esperaré”       

(Lamentaciones 3. 24)

 

Esta declaración es el testimonio de un alma que está convencida de su elección. La misma que han hecho tantos hombres que fueron alcanzados por la gracia; favor que, aunque es inmerecido, cuando se recibe conforme a la soberana voluntad de Dios por medio del arrepentimiento y la fe en su Hijo Jesucristo, produce la regeneración. Esta obra del Espíritu, engendra un nuevo ser interior que es dotado de una nueva alma, mente y corazón para ser consagrados al Señor. Entre tantos beneficios que se recibe a través de esta nueva naturaleza, es una maravillosa aptitud para percibir, con los ojos del espíritu, la resplandeciente Luz de su Gloria. Presencia que, aunque es Espíritu, es viva y real. Pues bien, ese mismo Dios que contempló el profeta, un día vino al mundo en la Persona del Señor Jesucristo; pero esta vez, con el amplio y generoso propósito de alumbrar no sólo a sus escogidos de la antigüedad, sino a todos los hombres. Este es el ¡¡Gran misterio de la piedad!!. Sin embargo, cuando vino a este mundo, la gran mayoría le rechazó, porque “los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Juan 3. 19).

Ante esa realidad que aun hoy tiene vigencia, mi propósito es motivar tu espíritu mediante esta meditación y decirte que esa Luz, no sólo vino al mundo para confirmar y asegurarnos su real existencia, sino para darnos la posibilidad de una segura salvaciónpor medio del “camino nuevo y vivo” que nos abrió mediante su muerte. Así que, a partir de aquella obra consumada en la cruz, ninguno puede estar ajeno a tan portentoso acto hecho a nuestro favor. De tal magnitud es esta obra que nos coloca ante un compromiso ineludible; y este es, tomar una decisión al respecto y optar por permanecer en las tinieblas o clamar para ser llevados a la luz. Quieras o no, todos deberemos escoger entre Su LUZ y las TINIEBLAS, sólo hay dos alternativas: Salvación o perdición. Deseo de todo corazón que tú también, como el profeta y todos aquellos que hemos sido salvos, hagas tu acertada elección.

Déjame ayudarte, lo primero que debo decirte es que si eliges la LUZ, notarás, antes que nada, que eres totalmente ciego; pues en la oscuridad total, todo ciego no percibe su ceguera. Inmediatamente, sentirás que además de ciego, estás totalmente enfermo y corrompido por una enfermedad congénita y mortal que se llama pecado. Comprobarás que eres un miserable prisionero, esclavo de satanás, del mundo y de tu propia naturaleza carnal; por lo cual, deberás comprender que siendo esa tu condición, para Dios estás muerto espiritual y moralmente. Pues bien, en esa situación, es obvio que nadie podrá alcanzar, mediante esfuerzo personal, la seguridad y el reposo que su alma necesita para vivir confiadamente seguro.

Lo segundo que quiero decirte es que, si has sentido esa experiencia, si has percibido ese chispazo de vida y luz que produce la gracia. No seas rebelde, clama a Dios por su misericordia reconociendo tu terrible situación y arrepiéntete de todos tus pecados con fe. Si lo haces, el Espíritu te concederá, todo lo que necesitas para una comunión genuina con Dios por medio de Jesucristo. Eso es todo, dejáte guiar.

Esta sencilla y efectiva fórmula, es la única manera para encontrar la seguridad tan ansiada que tu alma reclama; pues no hay otra forma en que puedas decir: “Mi porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en Él esperaré”.

Ahora, ante esta declaración, observa y compara con lo que te ofrece el mundo. El hombre puede jactarse de muchos adelantos alcanzados en distintas disciplinas de su actividad; resultados que deberían estar a la vista como recompensa a tantos esfuerzos. Sin embargo, la realidad es otra. Después de múltiples "éxitos" y "logros" alcanzados, no han llegado a nada que les permita sentirse de tal manera que puedan decir: “mi porción son los adelantos que hemos alcanzados, y en ellos esperaré”. “Adelantos” que no han podido vencer la pobreza, la injusticia, la maldad, la enfermedad y aun la misma muerte. Entonces, si no han podido alcanzar ninguna de las metas fundamentales para la vida en este mundo; mucho menos podrán alcanzar aquellas que tienen que ver con la seguridad eterna; es decir, la salvación del alma.

Ahora bien, podrás decirme: está bien, si el hombre no lo ha podido alcanzar, ¿quién puede hacerlo?. La Biblia dice “para los hombres esto es imposible; mas para Dios es posible”.

Ten fe en Él y a su tiempo comprobarás esta verdad. Por eso, este mensaje es de esperanza. El hombre no puede ni debe perder más tiempo buscando otras alternativas que le den seguridad a su alma. Sólo Dios puede darla y no hay más. El Señor te conceda la sabiduría espiritual que le dio a Pedro cuando éste le respondió: “Señor a quién iremos, tú tienes palabras de vida eterna”.

 

 

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RENACIDOS  PARA LA ETERNIDAD

 

Su Palabra:

“Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne, para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios”   

(Ezequiel 11. 19-20)

 

Una de las experiencias que más satisfacción produce al hombre, es cuando se llega a comprender algo con toda claridad. Es decir, cuando se hace la luz en medio de tanta obscuridad. Y esto es, porque son muchas las cosas que necesitamos saber; la vida misma, es un continuo aprender. Aplicamos el método de la prueba y el error en cada circunstancia que se nos presenta, y ¡cuántas veces nos equivocamos, cuántos fracasos recogemos! Por eso, y a causa de tantos errores, es que permanentemente nos invade la inseguridad. No obstante, sentimos el deseo de seguir luchando para encontrarle un sentido o propósito a esta vida.

Ahora bien, este esfuerzo será en vano, si quienes buscamos respuestas lo hacemos apoyados sólo en nuestra propia sabiduría. Confiando en nuestra capacidad o recurriendo a cualquier tipo de ayuda que proceda de este mundo, no lo lograremos, a menos que se haga la luz por medio de la intervención divina.

Si buscas desesperadamente el motivo de tu vida, y muchas veces te has preguntado ¿por qué, o para que vivimos?, quiero decirte que en Dios está la respuesta. Observa el texto y medita detenidamente en él; si lo haces, verás dos cosas. La primera, es que la vida que Él te dio está arruinada por el pecado; en consecuencia, es una vida inútil y apta para el fracaso. Y la segunda es que, ha pesar de todo, Dios quiere darte otra oportunidad haciendo una obra de restauración en tí. Recién entonces y no antes, descubrirás el sentido de tu vida. En ese momento comprenderás y aceptarás que la clave están en estas palabras: “para que anden en mis ordenanzas y guarden mis decretos y los cumplan...”.

La Biblia dice: “Mas Jehová es el Dios verdadero; él es Dios vivo y Rey eterno…” (Jeremías 10. 10), “…no es Dios de muertos, sino de vivos…” (Lucas 20. 38) y también dice: “No alabarán los muertos a Jehová” (Salmo 115. 17).

Conociendo ahora lo que Dios ha determinado, aplica en este momento el mismo método que usas para vivir día por día; es decir, el método de la prueba y el error. Pruébate: ¿ALABAS TÚ A JEHOVA? No te pregunto si rezas, tampoco si vas a la iglesia o tan sólo si crees en Dios. Te pregunto si toda tu vida es una alabanza permanente a Dios, si llevas una vida consagrada al Señor, si puedes decir como el salmista: “Alabaré a Jehová en mi vida y cantaré salmos a mi Dios mientras viva”. Si no lo puedes decir, debo decirte que estás muerto; es decir, para Dios estás espiritualmente muerto. Además, tienes un corazón de piedra, insensible, que no ha sido conmovido por la obra del Señor Jesucristo a tu favor. En consecuencia, hasta ahora has vivido en vano; no eres parte de su pueblo y estás perdido para toda la eternidad.

Si deseas que Él obre en tu vida y la transforme, de tal manera que puedas hallar el motivo de tu existencia en este mundo, debes reconocer tu real situación. Clama a Él y dile: Señor, mi vida es de pecado; he comprendido que eso significa estar muerto para Tí y no lo sabía. Quiero arrepentirme y pedirte, en el nombre del Señor Jesucristo, quien murió por mí, que Tú me perdones y me des una nueva vida. Quiero que pongas un corazón de carne donde hay uno de piedra y un espíritu nuevo dentro de mí. Que pueda gozar de una vida renacida y ser parte de tu pueblo para que haga según tu soberana voluntad. Además.., quiero que seas mi Dios para toda la eternidad. Amén.

Si has hecho esto, Dios hará su parte y conforme a su promesa, obrará en ti por medio del Espíritu y serás transformado de acuerdo al propósito que tiene para tu vida. Así de simple es el método de la gracia que Dios ha preparado para todos los hombres.

 

 

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LA GLORIOSA PROMESA

 

Su Palabra:

“Y tú irás hasta el fin, y reposaras, y te levantarás para recibir tu heredad al fin de los días”  

(Daniel 12. 13)

 

¡Cuán grande y abundante es la gracia! Si indagáramos diligentemente las Escrituras, podríamos descubrir cuan inumerables son las promesas que Dios tiene reservadas para sus redimidos; pero además, también podríamos comprobar que su deseo, no es que sólo las conozcamos sino que nos apropiemos de ellas. Por eso en su palabra nos garantiza como, a través de los tiempos, las fue cumpliendo una a una; asegurándonos a su vez que ninguna de ellas quedarán sin cumplirse. ¡Qué maravilla es confiar en su fidelidad! No obstante, debo destacar que para gozar del privilegio de acceder a sus promesas divinas y saber lo que ha predeterminado generosamente, es necesario, en primer lugar, volver a nacer; esto sólo es posible mediante el arrepentemiento de pecado y la fe en Jesucristo. Esta es la única manera de que el Espíritu obre dando la necesaria luz, para comprender y aceptar sus generosas promesas de gracia.

Hecha esta aclaración, ahora expondré sobre el enigma más grande que desvela a todos los hombres si excepción: su destino final.

Es tan poderosa la necesidad que sienten de hallar una respuesta a este misterio, que los ha llevado, mediante su capacidad investigativa, a lograr alcanzar niveles del conocimiento nunca soñados. Sin embargo, debo decir que esta incógnita no será develada por el hombre; sino por Dios, mediante la revelación de Su Palabra. Ella nos dice que Él, como soberano, es el que da y quita la vida sin tener que rendir cuentas a nadie;pues, como dice Su Palabra: “Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios, …” (Deuteronomio 29. 29)

Ahora bien, con la autoridad que me otorga la Escritura procederé a responder a esa “gran pregunta”. En primer lugar, me dirigiré al incrédulo; sea ateo, materialista o racionalista. Crea o no, le guste o no, debo decirle que hay un Dios que gobierna toda Su creación, incluyendo a todos los hombres sin excepción. Que Su existencia, no es imaginación ni invento de ninguna religión, que todo lo creado testifica de Su Persona como Creador; y la naturaleza sólo es una herramienta en sus manos. Tambien debo decirle que si consideramos el perfecto equilibrio de todo lo creado, es porque además les ha dictado Leyes que todos, sin excepción, las deberemos respetar hasta el final de los tiempos. Consumación que se llevará a cabo en el momento que Él soberanamente lo disponga. Sobre la base de esta verdad, debo advertirle tambien que, según su Palabra, un día todos seremos juzgados conforme a Sus Leyes; es decir que, no sólo existe un Dios creador, sino también un Dios legislador. El Juez Supremo que dará a cada uno la recompensa que merece.

Ahora quiero dirigirme al que dice ser “Cristiano”. Solamente es Cristiano quien ha aceptado a Cristo como su Salvador personal y Señor. Y aunque esta aclaración es obvia, es muy importante destacar que de esta aceptación, depende el cumplimiento de la promesa que encabeza nuestra meditación. Sólo los que están en Cristo y confian en su poder, podrán llegar hasta el fin de los días que Dios les ha asignado y reposar en paz; Su paz. Una paz que se apoya en la bendita convicción de recibir la herencia prometida. Mientras tanto, el Señor Jesucristo desde su gloria, estará afírmandolo hasta que Dios de cumplimiento a esta gloriosa promesa.

Medita el texto y podrás ver cuántos compromisos encierra. El primero dice que, habrá un “fin” de todas las cosas, Será maravilloso cuando todo este mundo contaminado por el pecado, llegue a su fin; pues Dios, tiene establecido que un día dará por terminado este tiempo y comenzará otro donde habrá cielo nuevo y tierra nueva.

El segundo asegura, que hasta tanto esto suceda, los que han creído en el Señor Jesucristo estarán “descansando”. Y el tercero dice que, inexorablemente, llegará ese día donde todos y cada uno se levantará de entre los muertos para comparecer delante de su divina persona y recibir lo que ha heredado de esta vida. Observa: “Te levantarás para recibir tu heredad”. Es decir, resucitarás para recibir tu herencia eterna. ¿Alguna vez te has puesto ha pensar cual será tu herencia? Te lo diré en dos palabras: Si eres salvo por la sangre de Jesucristo, heredarás, juntamente con Él, todas las cosas según su promesa; es decir serás coherederero con Cristo de todos los bienes celestiles. Si no lo eres, la herencia que recibirás será tu condenación eterna. Medítalo.

 

  

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LA OBEDIENCIA, FUENTE DE BENDICIÓN

 

Su Palabra:

“Porque misericordia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaustos”  

(Oseas 6. 6)

 

Suelo decir que la Biblia tiene colores. Sí, en cada una de sus páginas puedo ver con los ojos del espíritu, que hay algunos pasajes de color rosa y otros de color gris. Por ejemplo, a las promesas de Dios las veo de color rosa, y a las demandas, de color gris. La Biblia tiene tanto unas como otras. Si observamos cuidadosamente veremos que a cada una de sus múltiples demandas le acompañan preciosas promesas; y también, a cada promesa su correspondiente demanda.

Sin embargo, cuando muchos de nosotros recurrimos a la Palabra de Dios, es para buscar especialmente las hojas de color rosa y nos olvidamos que también tiene hojas de color gris. Tomemos por ejemplo este pasaje donde el profeta Oseas le está hablando al pueblo de Israel en nombre de Dios. Les recrimina su actitud tan liviana y licenciosa, diciéndoles que sus actos no son propios de aquellos que han sido elegidos y rescatados de la esclavitud para formar un pueblo que tiene como Señor, nada menos que al Dios soberano de toda la creación. Aquellos hombres desconocían u olvidaban que Dios, siendo amor, rico en promesas y bendiciones, es también un juez justo e inflexible que tiene demandas y exige su cumplimiento.

El primer mensaje que podemos ver al meditar esta porción es que Dios tiene, no sólo para Israel, sino para todos los hombres del mundo y de todos los tiempos, una sola y gran demanda: que todos procedan al arrepentimiento y depositen la fe en su Hijo Jesucristo. A este único mandato, le corresponde una sola promesa: la salvación y la vida eterna por libre gracia soberana.

Ahora bien, si no has dado cumplimiento a esta exigencia, no pretendas acceder a Su Palabra buscando otras promesas. Ya que primero, si no le has recibido como tu salvador personal, no tienes derecho a ninguna otra. Todas las demás promesas y demandas, no son para cualquiera sino sólo para su pueblo, sea este terrenal: Israel; o celestial: la Iglesia.

Ahora, habiendo Dios suspendido en esta dispensación Su Pacto con Israel, si no eres parte de Su Iglesia y por ende hijo de Dios ganado por la gracia en Jesucristo, no busques promesas, ni esperes en ellas. No seas engañado, no hay ni una sola promesa fuera de Jesucristo; pero, si realmente tienes la certeza de que eres un alma regenerada, estarás de acuerdo conmigo en que primero deberíamos obedecer sus demandas; luego, descansar en sus promesas. Dice el Señor Jesús: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos (su promesa), sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos (su demanda)” (Mateo 7. 21)

Volviendo al texto veo que este pasaje es de un color gris intenso. Dios presenta aquí solamente demandas: lo que quiere y lo que no quiere de todo aquel que cree ser parte de su pueblo. Dice que quiere “misericordia”. Si eres espiritual, debes saber que la misericordia es el acto por el cual un corazón transformado, debe brindar amor, comprensión y contención. Como estos sentimientos son el fruto de tu arrepentimiento y el perdón recibido, debes haberlo experimentado inexorablemente si es que has sido sincero; así que, lo que de gracia recibiste, de la misma manera lo debes dar.

Por otro lado dice que no quiere “sacrificios” ni “holocaustos”; y esto manda porque aborrece la religiosidad, la apariencia y el formalismo; es decir, todo lo que es hipocresía y no proviene del Espíritu.

Por último, dice que debemos “conocerle”, pues ¿si no hemos acudido a Él, como le conoceremos? Y si no le conocemos, ¿cómo le obedeceremos? Quiera el Espíritu traer luz sobre ti con estas palabras, porque ellas revelan cual es su voluntad para tu vida.

¿Creías que eras salvo?, ¡Cuidado! Pues si no atiendes estas demandas o haces lo contrario según tu criterio, estás perdido. No lo digo yo, sino el Señor Jesús cuando dice: “Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento”.

Cuando tengas el gozo, de haber aceptado en obediencia este mensaje, y entregado tu corazón al Señor Jesús, habrás cruzado las puertas de la gracia, para acceder recién al privilegio de aferrarte a todas las promesas que Dios tiene para cada uno de sus hijos.

 

 

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COMO LOGRAR UN ENCUENTRO CON DIOS

 

Su Palabra:

“Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo”    

(Joel 2. 13)

 

Posiblemente tú eres un alma que hace mucho tiempo está buscando a Dios y no lo encuentras. Lo has buscado en muchos lugares, en distintas religiones y no has tenido éxito. Tu espíritu está sediento de Él y brama como el ciervo por las corrientes de agua fresca.

También, puede que seas una persona que nunca haya tenido necesidad de buscarlo y no sepas que le necesitas ignorando que Él es la fuente de vida eterna. ¿Has pensado en la eternidad? Y, ¿qué pasará cuando tus días acaben en este mundo?

Si no lo sabes, y aunque no te interese, quiero decirte que: DIOS, TAMBIEN TE BUSCA. ¿Sabes por qué? Porque te ama y quiere salvarte de la condenación eterna. Es tan grande Su amor, que ya hizo la provisión para tu salvación antes de la creación del mundo: su Hijo Jesucristo, quien murió en la cruz del calvario ocupando tu lugar. Pero también determinó, conforme a su justicia, que la salvación es sólo para todo aquel que se arrepiente de sus pecados y cree en el Señor como su salvador personal.

Bien, ahora que ya sabes que Él te busca; y sin embargo no puedes lograr el encuentro a pesar de que tú también le buscas, te diré como hacerlo: prepara tu corazón, presta mucha atención, y atiende a sus exigencias. Lee de nuevo su Palabra y medita, verás que allí está la clave de cómo hacerlo. Dice: “Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos…”. El pueblo judío sabía muy bien lo que Dios estaba queriendo decir. Rasgar o destrozar las vestiduras, era un acto voluntario con el cual se manifestaba exteriormente un estado íntimo de profundo dolor. Esta práctica llegó a ser tan común y rutinaria que se transformó en una costumbre; muchas veces se hacía por formalismo o ritualismo sin que, en verdad, la persona sintiera la más mínima aflicción.

“Rasgad vuestro corazón”, con esta primera exigencia Dios está expresando que para tener un encuentro con Él, debe haber un dolor entrañable por los pecados cometidos y un sincero arrepentimiento; es decir, debe haber una voluntad de cambio interior “convertíos”, no una apariencia exterior. Examina tu corazón, y ve si no es verdad que es tan duro como la piedra a causa de tus pecados. Tu orgullo y tu vanidad están tan arraigados que, prácticamente forman una infranqueable fortaleza donde está cautiva tu pobre alma. Dios te dice: “rompe tu corazón”,abre una brecha de humillación en él, despeja el camino mediante el quebrantamiento, de manera tal que el Espíritu de Dios pueda entrar y pulverizarlo como el martillo a la piedra. No temas, ten fe, Él te dará un corazón nuevo, de carne, para que puedas reconocerle, amarle y alabarle. Esta es la única manera que puede convertirte en una nueva persona  agradable a Él; más aún, para que también seas adoptado como hijo amado.

A propósito, ¿Sabes que no todos somos hijos de Dios? Si tú crees lo contrario tengo que decirte que te engañas. La escritura dice: “Más a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad (les concedió) de ser hechos hijos de Dios”. (Juan 1. 12)

Por último, cuando el Señor dice que no rasgues tus vestiduras, está expresando que no debes hacer nada que sea mero formalismo; ningún acto externo tiene valor para Él. No lo intentes, sólo lograrás ofenderlo y encender aún más, su ira. No lo olvides: “El hombre ve lo que tiene delante de sus ojos, mas Dios ve los corazones.” “Dios no puede ser burlado”.

Ahora que sabes cómo lograr un encuentro con Dios, en el nombre de Jesús, inténtalo por el bien de tu alma. Anímate, no importa cuántos o cuán grande hayan sido tus pecados. Arrepiéntete y sólo considera que te está invitando a reconciliarte con Él; pues si no fuera “Misericordioso, clemente, tardo para la ira y le duele aplicar el castigo”, no tendrías oportunidad. Aprovéchala y hazlo Ahora. El Señor te bendiga.

 

 

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UNA INVITACIÓN A LA VIDA

 

Su Palabra:

“Pero así dice Jehová a la casa de Israel: Buscadme y viviréis”  

(Amos 5. 4)

 

Meditando acerca de esta incomparable invitación que Dios hace al pueblo de Israel: “buscadme y viviréis”, siento como mi espíritu se regocija ante esta santa propuesta. El motivo es obvio; en ella nos está revelando, cuán grande e inmerecido es su amor. Israel fue un pueblo rebelde, duro de corazón e inclinado siempre al mal. Y a pesar de que sabía que Dios le amaba entrañablemente no le importó; y despreciando su amor, se entregó a satisfacer sus propias ambiciones terrenales y pasajeras. Esta actitud, no debe sorprendernos, es la misma que hoy tenemos todos y cada uno de nosotros para con nuestro creador.

Por eso, lo que también podemos percibir al meditar sobre este ofrecimiento, es cuán grande es su paciencia y su fidelidad; pues a pesar de la dureza de nuestro corazón, persevera en su invitación que es mucho más que un simple llamado convocándonos a buscarle. Nos está diciendo que este ofrecimiento incluye una gloriosa promesa que es, nada más y nada menos, que la posibilidad de vivir; y cuando Dios habla de vivir, se refiere a vivir eternamente.

Ahora reflexionemos; por un lado Dios nos ofrece la vida eterna por gracia; es decir, sin costo alguno ni obras para que nadie se gloríe. Sólo debemos arrepentirnos de nuestros pecado y creer que Él “es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo”. Observa, el dador de la vida es Dios, el medio para otorgarla: Cristo crucificado, Él esquien pagó el precio de nuestra salvación con Su sangre; siendo ésta, la única forma de alcanzar la vida eterna. Por otro lado tenemos al hombre que, dándole la espalda a Dios, trata de alcanzar por sí mismo, idéntico objetivo. ¿O no es verdad, que el hombre ambiciona a vivir eternamente? ¿Acaso, no conduce todos sus esfuerzos a lograr esa misma meta? Observemos sus distintas disciplinas: la sicología, por ejemplo, argumenta desde su enfoque, que este sentimiento es real, y que proviene del instinto natural de conservar la especie. La ciencia, por otro lado, va más allá; no sólo acepta que es un instinto natural, sino que en base a ese impulso busca concretamente perdurar la vida del individuo. Los desarrollos tecnológicos apuntan a tal fin, y así es como toda la “inteligencia” del hombre está dedicada a encontrar el medio que extienda nuestras vidas al máximo; y si fuera posible, alcanzar la eternidad. No obstante, con sólo mirar a nuestro alrededor, vemos que no sólo estamos lejos de alcanzar ese objetivo, sino que cada vez nos alejamos más de él. Hace aproximadamente dos mil setecientos años, dijo el salmista en santa inspiración: “Los días de nuestra edad son setenta años y los más robustos ochenta años” (Salmos 90. 10) Hoy, el promedio de vida es de sesenta y siete años; y es difícil creer que se llegará a más antes de que el hombre se destruya a sí mismo.

¿Qué pasa entonces? ¿Por qué este fracaso? La verdad sobre esta triste realidad es que no atacamos la raíz de todos los males que nos apresuran hacia una muerte inexorable: EL PECADO. El hombre, con toda su “inteligencia”, no ha querido aceptar que “la muerte es la paga del pecado”; y que por esa causa, este mundo es un inmenso cementerio donde a través de los años, no hemos hecho otra cosa que llenarlo de tumbas.

Ahora bien, si el pecado produce la muerte, ¿cómo alcanzar la vida eterna? ¿Cuál es la solución? La respuesta está en Dios y sólo en Él. La vida eterna no se logrará mediante el esfuerzo del hombre, ni en este mundo; sino sólo por Él, “Buscadme” dice. Está hablando en primera persona del singular; y esto es, porque no comparte sus atributos divinos con nadie. Es decir que, tampoco necesita de ningún mediador celestial que interceda o colabore con Él. Sólo Dios da la vida, porque Él es la vida.

Entonces, al conocer ahora esta realidad, quizás te interese no perder más tiempo y dejes de lado tus expectativas en las soluciones que el hombre trata de encontrar y quieras buscarle sólo a Él. Si esto sucede, y deseo de todo corazón que así sea, te preguntarás ¿cómo? Interesante pregunta, considerando que “Dios es Espíritu y nadie le ha visto jamás”. No desesperes, la respuesta es que, siendo que el amor de Dios no tiene límites, nos ha enviado a su hijo Jesucristo, aquel que siendo Dios se hizo hombre para que todo aquel que en Él cree pueda buscarle y tener la posibilidad de encontrarle, ser salvo, y alcanzar la vida eterna.

Demos gracias a Dios porque en su amor y misericordia, no nos exige nada que esté fuera de nuestras posibilidades, sólo buscarle. SI TE PIERDES, NO TIENES EXCUSA.

 

 

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LA SOBERANÍA ES DE DIOS

 

Su Palabra:

“Si te remontares como águila, y aunque entre las estrellas pusieres tu nido, de ahí te derribaré, dice Jehová”    

(Abdías  1. 4)

 

¡Qué terrible es padecer el mal de la soberbia! Sin embargo, aun cuando esta cualidad es una de las manifestaciones más dañinas que produce el pecado, es la que más atesora el hombre. Quizá piense que con esta conducta puede enaltecer su persona; pero lo que no sabe es que en realidad, a través de ella satanas le tiene cautivo de la forma más sutil. ¿Recuerdas lo que le dijo el maligno a Eva aquel fatídico día en que cayo la raza humana? “Sabe Dios que el día que comáis de él, serán abierto vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal”. (Génesis 3. 5)

Meditando acerca de esta propuesta me pregunto; ¿No es ésta la forma, en que también satanás pecó contra Dios y cayó? La Biblia dice que quiso ser como Dios; y así fue como, queriendo lograr su propósito, pecó contra su Creador. La respuesta divina a su soberbia fue la condenación y muerte eterna en el infierno preparado para él, porque “Jehová uno es”.

Sin embargo, y a pesar de haber sido sentenciado, el “padre de mentira” como le llamó el Señor Jesús, logró, mediante su astucia, que nuestros primeros padres cometieran el mismo pecado; querer “ser como Dios”. Y siendo que aun hoy persiste ese mal heredado por toda la humanidad, el maligno lo aprovecha para lograr el mismo objetivo aunque sus métodos sean sutilmente distintos. Es decir, seducir a toda la raza humana para que siga pecando contra Dios en su inútil intento de poder ser como Él.

Es por eso que deberíamos tomar como enseñanza, en beneficio de nuestra propia alma, aquella fallida pretención; comprendiendo que, si el hombre no se despoja de su orgullo y vanidad, seguirá siendo derribado de la presencia de Dios de la misma manera que lo fue el maligno y nuestros primeros padres. No lo olvides, la soberanía es sólo de Dios.

Tomemos un ejemplo práctico y actual: “LA CONQUISTA DEL ESPACIO”. El hombre, habiendo heredado el corazón de Adan, persiste en la misma ambición de ser  como un dios; y satanás, conociendo su debilidad le dice lo mismo que a Adán: “¿Quién te lo puede impedir? Tu lo puedes todo”.

Como vemos, su receta es simple, y siempre la misma: un poco de soberbia, algo de codicia y una pizca de desobediencia. El resultado nos da en este caso, una "inocente" manifestación de exagerada auto estima; lo que hoy conocemos como la: “VALORACION DEL YO”. Y así, ante una aspiración que no es mala en sí, somos engañados creyendo ser seres “super especiales" que podemos alcanzar metas por nosotros mismos sin necesidad de Dios.

Sin embargo, la Biblia nos presenta una visión diferente acerca de nuestra real condición de hombres arruinados por el pecado cuando dice que somos “pobres, miserables, ciegos y ruines”; así es que, todo lo que creemos ser por nosotros mismos es un engaño. Ante esta situación, la misma Palabra de Dios nos exhorta para que acudamos a Él por sus misericordias y restauración.

Es cierto que los logros alcanzados a través de todos los tiempos han hecho que el hombre haya conseguido un desarrollo tremendo que llena de asombro a la misma humanidad. Desde el descubrimiento del fuego hasta los viajes espaciales, han sido muchas las experiencias que le permitieron convencerse de que todo lo puede. Está persuadido de que todo el poder se encuentra en su persona.

No obstante, debe saber que si Dios no cambia su naturaleza de pecado dándole una nueva vida, no tendrá jamás la humildad suficiente para ver que, en realidad, todo está bajo el control soberano de Dios; y a donde quiera que vaya,  y aún haga su nido  entre las estrellas, de allí lo derribará Dios si persiste en su orgullo y no se arrepiente de sus pecados.

 

 

 

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OPORTUNO SOCORRO

 

Su Palabra:

“Cuando mi alma desfallecía en mí, me acordé de Jehová, y mi oración llegó hasta Ti en tu Santo Templo”  

(Jonás 2. 7)

 

Jonás fue un hombre de Dios, escogido para ser profeta y comisionado para llevar su mensaje a todo un pueblo corrompido por el pecado. Debía anunciarles a los habitantes de Nínive que su Señor los destruiría si no se arrepentían de sus malas obras. Predicarles que Dios es amor y  que en su misericordia desea el bien y la salvación de todos los hombres; pero debía advertirles también, que primeramente debían arrepentirse de sus maldades. Reconocer que Dios es el creador y sustentador de todas las cosas y que ha impuesto límites a uno solo de sus atributos: su paciencia para tolerar el pecado. Además, era necesario que supieran que no hay absolutamente, ninguna posibilidad de ser reconocidos delante de su presencia mientras persistan vivir en el pecado y la indiferencia. Me pregunto: ¿NO ES ESTO PREDICAR EL EVANGELIO? Pues Jonás se negó a predicar el evangelio revelándose contra su Señor y desobedeciendo la gran comisión; por tanto, PECÓ CONTRA DIOS.

Leyendo su história, vemos como el Señor lo disciplinó con rudeza haciéndolo recapacitar; fue entonces cuando elevó esta oración: “Cuando mi alma desfallecía en mí, me acordé de Jehová, y mi oración llegó hasta Ti en tu Santo Templo.”

Meditando en estas palabras debemos aceptar, en primer lugar, que nadie está exento de caer en pecado; sea o no hijo de Dios. En segundo lugar, debemos saber que el pecado del creyente es más grave que el pecado del impío ante de los ojos de Dios, pues el primero comete su falta a sabiendas. Este acto se llama prevaricar, y aunque no pierde su salvación gracias a la fidelidad de Dios, sí pierde la comunión con Él. En tercer lugar, quisiera que nos concentremos en el momento que el profeta hace esta invocación; en ella Jonás reconoce que debe cumplir tres requisitos para alcanzar la reconciliación con Dios.

Respecto a ese bendito instante quiero decir que esa oportunidad es concedida por Dios a todos los mortales al menos una vez en la vida. En ese acto, que es por pura gracia, el Señor pone de manifiesto nuestra real situación, esperando que sintamos el peso de nuestros pecados y pidamos perdón. Esta posibilidad está al alcance de cualquiera que sienta el deseo de arrepentirse; tanto el que perdió la comunión con su Señor, como también aquel que le invoque para obtener su salvación.

Hecha esta aclaración, veamos los tres requisitos necesarios para alcanzar la reconciliación con Dios. El primero consiste en hacer un balance de tu vida considerando cada uno de tus actos hasta el mismo momento en que fuiste tocado por su gracia. Debes aceptar, con la mano en el corazón, que has ofendido a Dios; que todo tu ser, por naturaleza, tiende al mal, que no le buscas, ni deseas su compañía. Más aún, que tus prioridades consisten en satisfacer unicamente tus deseos y proyectos aquí y ahora en este mundo; salvo cuando te sientes cercado por las circunstancias adversas, muerdes el polvo de la derrota, fracases y te sientas desfallecer. No obstante debes saber que, tu rebeldía puede ser tan grande que te impida ver a Dios; quién, a través de tus adversidades te quiere conducir a buscarle, porque te ama como a su siervo Jonás. Si en este momento, te encuentras en esas circunstancias, en vez de lamentarte y revelarte contra Él, piensa en la actitud del profeta cuando dijo: “Me acordaré de Jehová”.

El segundo requisito es que debes reconocer que Dios es el único que puede sacarte de la situación donde te encuentras; pues Él, tiene poder para librarte de la esclavitud del pecado por terrible que sea; y lo más maravilloso es que tiene la voluntad de hacerlo. Dijo es Señor Jesucristo a un paralítico después que lo sanó “Qué es más fácil, decir: Los pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?; Pues debes saber que el Señor tiene potestad para ambas cosas.

Por último, la tercer exigencia es que debes tener un sincero arrepentimiento y pedirle, de todo corazón, que te perdone. Dirígete a Él con toda confianza en oración y dile simplemente: "Señor, perdona mis pecados, sálvame".

Si tu arrepentimiento y fe en Cristo ha sido verdadero, no el del hipócrita religioso, ten la absoluta certeza que tu oración “llegará a Dios en su santo templo”; por lo cual, conforme a su promesa, serás salvo. No lo dudes, es la única forma.

 

 

 

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CAMINANDO HACIA LA GLORIOSA MORADA

 

Su palabra:

“Levantaos y andad, porque no es este el lugar de reposo, pues está contaminado, corrompido grandemente”  

(Miquéas 2. 10)

 

Cuando Dios hizo al hombre, no fue un experimento para ver qué resultaba de tal acto; Dios no se equivoca y es infinitamente sabio. Él puede hacer lo que quiere y no necesita someter a prueba ninguna de sus obras. Así que, cuando resolvió crearlo tenía en mente un propósito perfectamente determinado. Quería que la obra de sus manos, hecha con el polvo de la tierra cual vasija de barro, fuese mucho más que materia. Por eso le dio vida; y no sólo como a cualquiera de sus criaturas, sino que sopló su Espíritu sobre él para que fuese hecho a su semejanza.

Con este atributo incomparable, el hombre es lo más grande y amado por Dios en toda Su creación. Y como “Dios es amor”, desea que el amor, o sea Él, sea lo más importante en la vida de su criatura. Por eso, el propósito del hombre debe ser, en primer lugar, amar a Dios por sobre todas las cosas; Jesús dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”.

Ahora bien, en base a esa estrecha relación de amor y, conforme a los atributos que le ha sido otorgado le encargó una misión: reinar sobre la tierra. Para ello, debía ser dotado de dones especiales tales como: inteligencia, memoria, voluntad, capacidad de decisión y elección. Con todas esas aptitudes el Creador sabía que le estaba dando herramientas muy poderosas que, si las usaba mal, conforme a su libre albedrío, podría ser su perdición.

Y así fue como, cuando tuvo la oportunidad de hacer uso de tan grandes atributos el hombre resolvió, ante la tentación, transgredir el mandamiento divino; es decir, desobedeció haciendo su propia voluntad. Por lo cual, pecando, dio lugar a la muerte para sí y a toda su descendencia. Dice Dios en Su Palabra que el hombre con su pecado, contaminó y corrompió no sólo su vida, sino también la de toda la creación.

Ahora bien, lo maravilloso de esta lamentable actitud de nuestros primeros padres, fue que no sólo no alteraron los propósitos divinos los cuales estaban previstos en anticipado consejo, sino que Dios, en su soberana misericordia transformó la maldición en bendición; pues, la Escritura dice que “cuando abundó el pecado, sobre abundó la gracia”. ¿De qué manera? Dándole al hombre, solamente por gracia, otra oportunidad, otra dignidad, otra naturaleza, otra relación y otro lugar para vivir mucho mejor que el que le dió originalmente; pero esta vez, no por méritos que pueda alcanzar, sino por medio de la fe en la justicia y la obra redentora de su Hijo Jesucristo.

Ahora nuevamente medita el texto: “Levantaos y andad”. Este mensaje que está en plural, está dirigido a todos los hombres de buena voluntad. Es un imperativo. Dios ordena, llama, y es evidente que en su misericordia quiere sacarlos del lugar donde han caído y agrega, “no es este lugar de reposo, está contaminado y corrompido”; pero sucede que no pueden oirle. La influencia de satanas es tan poderosa, que ha velado sus mentes, endurecido sus corazónes por medio del pecado, sujetándolos bajo el poder de la muerte espiritual; y en estas condiciones, es imposible que puedan tomar conciencia del tremendo peligro que los acecha. Piensan y actúan como si nunca fueran a dejar este mundo. Buscan acumular bienes materiales, éxito, fama, placer, y todo aquello que satisfaga sus necesidades inmediatas y temporales. No buscan ni desean todo aquello para lo cual fueron creados a menos que clamen y se rindan en obediencia ante quien les está diciendo “levantaos y andad, porque no es este el lugar de reposo”.

Considera estas palabras, ¿acaso no quieren expresar lo mismo que aquellas que dijo Jesús cuando llamó a Lázaro de entre los muertos diciéndole: “Ven fuera”?. Tan sólo con dos palabras, estaba expresando lo mismo que Dios en este pasaje: “levantaos y andad, porque este no es lugar de reposo, está contaminado grandemente”.

En el nombre de Jesús, sal del mortal estado en que te encuentras, reacciona, acepta su invitación, no ves que te está diciendo, sígueme, sal del lugar donde te encuentras y ven conmigo al glorioso lugar que estoy preparando para ti.

Escucha su voz, has algo por tu vida. No fuiste creado para ser condenado y lanzado en el abismo profundo de donde nunca saldrás por más que despues, tarde ya, te arrepientas y llores amargamente; pues fuiste creado para amar a Dios y compartir junto a Él la vida eterna.

 

 

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¡QUÉ TREMENDA PREGUNTA!

 

Su Palabra:

“¿Quién permanecerá delante de su ira? ¿Y quién quedará en pie en el ardor de su enojo? Su ira se derrama como fuego, y por Él se hienden las peñas”  

(Nahúm 1. 6)

 

Lo que está queriendo expresar esta desafiante pregunta, es que ningún hombre por si mismo podrá estar delante de la presencia de Dios por causa de su pecado. Es decir que, nuestra horrenda espectativa es ser condenados al ardor de su ira consumidora. Sin embargo, cuando el Señor Jesucristo vino a este mundo conforme a su amor y misericordia, lo hizo con el santo propósito de lograr nuestra redención. Y habiendo consumado Su obra en la cruz, fue ofrecida, por pura gracia, para todos los hombres que deseen ser librados del fuego santo; es decir, alcanzar la salvación. No obstante, hay sólo una forma de obtenerla, y es por medio del arrepentimiento de pecado para con Dios y la fe en Jesucristo como el único y suficiente salvador.

Ahora bien, la Biblia dice que para que haya un sincero arrepentimiento y una verdadera fe, ha de ser por oír Su Palabra y por la obra del Espíritu Santo.

¿Porqué destaco este proceso para ser salvo? Porque la Escritura dice que “la tristeza según la voluntad de Dios conduce a una conversión que da por resultado la salvación, y no hay nada que lamentar. Pero la tristeza del mundo produce la muerte” (2 Corintios 7. 10). Esto quiere decir que, si al oír el mensaje del evangelio sólo reconoces que has pecado contra Dios, y tus lágrimas no son más que el resultado de una mera tristeza y vuelves a perseverar en tus mismos pecados, estás manifestando que tu angustia no produjo el arrepentimiento verdadero. Por lo cual, todavía permaneces condenado a la muerte eterna.

En cambio, si al conocer el evangelio, lo has recibido, creído y guardado en tu corazón como la única verdad; el Espíritu Santo te conducirá a la fe obrando un sincero arrepentimiento y dándote una nueva vida “en Cristo”. Esto es, lo que la Palabra de Dios llama regeneración. Es decir, nacer otra vez por medio de la obra del Espíritu (Juan 3. 1-15). En ese momento, es cuando “la supereminente grandeza de su poder” (Efesios 1. 19,20) produce, por medio de la preciosa Sangre de Cristo derramada en la cruz del calvario, la limpieza de todo pecado y la redención. Sin tal obra, ninguno podrá llegar jamás a obtener la salvación y la vida eterna. Todas las demás exigencias son inventos de las distintas religiones; Por lo cual, son totalmente inútiles para poder permanecer delante de Dios, sin que el ardor de su ira nos consuma.

¿Por qué esta introducción a las “duras” palabras que encabezan esta meditación? Porque deseo de todo corazón que tengamos en cuenta todos los esfuerzos, métodos y recursos, que Dios utiliza para darse a conocer a toda la humanidad sin distinción “no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3. 9). En primer lugar, nos dio Su Palabra: la Biblia; la cual desconocemos, porque no nos interesa saber nada de lo que ella dice acerca su persona y su voluntad. Pensamos que ignorando su Palabra, podremos apartarle de nuestras vidas y hacer lo que queremos. Pero, lo que en realidad sucede es que, querramos o no, nos guste o no, todos los hombres tendremos que comparecer ante Dios. En segundo lugar, nos envió a su Hijo Jesucristo, a quien tampoco queremos escuchar y mucho menos conocer; pues hacerlo, implicaría un compromiso con su persona y no lo queremos asumir. Y en tercer lugar, también nos negamos a recibir la guía del Espíritu Santo; aceptar su intervención en nuestras vidas, implicaría rendirle incondicionalmente nuestra voluntad para hacer la suya. En síntesis, nos resistimos a que Dios intervenga en nuestras vidas y produzca en nosotros un espíritu de arrepentimiento; de manera tal, que se establezca la reconciliación con Él por medio de la fe en Jesucristo.

Ahora, ¡Qué distinto sería si aceptaramos que Dios sea soberano en nuestras vidas!; pues tendríamos la oportunidad de conocer el otro aspecto de su carácter; ese que lo describe en el versículo siguiente: “Jehová es bueno, fortaleza en el día de la angustia; y conoce a los que en Él confían.” (Nahúm 1. 7). ¿no aceptarías al Señor Jesús como tu salvador?. Piénsalo bien. Contempla su persona allí en una cruz. Observa aquellos clavos que traspasaron sus manos y sus pies, mírale desfigurado a causa de los golpes y latigazos que dejaron profundos surcos en su espalda. Allí está, desnudo, levantado entre el cielo y la tierra, exponiendo tu vergüenza ante los ojos del mundo. ¡MÍRALE BIEN, ES JESÚS!. El Hijo de Dios, “que siendo sin pecado, más sublime que los mismos cielos, se hizo pecado para que nosotros fuésemos justicia delante de Dios”. “El ocupó nuestro lugar”. Y si Dios en su justicia “no perdonó ni a su propio Hijo”. ¿POR QUÉ PIENSAS TÚ, INDIGNO PECADOR, QUE PODRÁS ESCAPAR AL ARDOR DE SU IRA, SI RECHAZAS UNA SALVACIÓN TAN GRANDE?

 

 

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CONFIANDO EN SU PROMESA

 

Su palabra:

“Aunque la visión tardará, aún por un tiempo, más se apresura hacia el fin, y no mentirá; aunque tardare espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará”  

(Habacuc 2. 3)

 

¡Qué maravilloso es poder comprobar la veracidad de esta preciosa promesa! Dijo el profeta: “Espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará”; y así fue como con esta profesía, Habacuc anunció lo que el Señor le había revelado en la intimidad seiscientos años antes de la llegada del mesías prometido. Y esta verdad es que, el Cristo de Dios, Jesús, vendría a salvar y rescatar un pueblo para sí.

Aquí nomás, en el umbral del texto, sin haber entrado a considerar su contenido, podemos aprender dos lecciones. La primera es que debemos tener paciencia ante una promesa de Dios, porque lo que Él promete, lo cumple. La segunda es que cuando el Señor escoge a un siervo para que entregue Su mensaje debe creérsele porque, aunque el anuncio parezca increible, viene de Dios. Dijo el Señor Jesús. “lo que oís al oído, proclamadlo desde las azoteas”.

Ahora, considerando el texto de nuestra meditación puedo comprobar cuán grande es la misericordia y la fidelidad de Dios. Una vez más, y a pesar de nuestras rebeliones, vuelve a confirmarnos la gran promesa hecha a nuestros primeros padres allá en el principio. Y aunque somos inmerecedores a causa de nuestros pecados, debemos entender que esta invitación se extiende a todos los hombres a través de todos los tiempos. No obstante, exige sin excepción a quienes la quieran recibir, un corazón humilde, una mente simple y un espíritu quebrantado.

Me deleita poder descansar confiadamente en este ofrecimiento. Primero, porque es nacido en el corazón de Dios; por consiguiente, es eterno, dice: “Con amor eterno te he amado” (Jeremías 31. 3). Segundo porque el emisario escogido para restaurar ese vínculo de amor arruinado por el pecado, es el único que podría llevarlo a cabo; y así es como, a su tiempo, Dios el Padre “envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley,  para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos” (Gálatas 4. 4,5). Con este acto, único y portentoso, hecho de una vez y para siempre, no sólo posibilitó la redención para todo aquel que en Él cree, sino que también proveyó un lugar seguro donde habitar confiadamente hasta el cumplimento total y acabado de su promesa, “Cristo” (ver: 1 Pedro 1. 3-5 y Judas 1).

Observémos de nuevo y detenidamente su ofrecimiento; veremos que también hizo especial énfasis en esta palabra: "y no mentira” ¿Por qué dice esto? Porque conoce nuestra incredulidad. En otras palabras, está diciendo: “Confíen en mí, porque mi decisión es inmutable; nada ni nadie la podrá cambiar”.

Hoy, a través de los años, hemos podido comprobar que Dios ha venido cumpliendo Su Palabra en forma inexorable de la misma manera que asumió cada uno de sus compromisos. La Biblia dice que cuando Cristo Jesús vino a este mundo, nos habló acerca de su buena voluntad para con los hombres. Y fue así como por medio de su mensaje y su vida consagrada nos reveló un evangelio de reconciliación que nos permite acercarnos a Dios. Fue en la cruz del Calvario, precisamente, donde selló para toda la eternidad el cumplimiento de esa gran promesa.

Ahora bien, lo más maravilloso de todo esto es que Cristo nos aseguró que su obra no terminaría en la cruz con su muerte, sino que también afirmó que debía resucitar para nuestra eterna justificación. Hecho que llevó a cabo, y muchos testigos pagaron con sus vidas al sostener que habían estado con el Cristo resucitado.

Los que por su gracia, también creemos en Su Persona, y confiamos en sus promesas, tenemos en la actualidad, la misma certeza de aquellos discipulos que escucharon de sus labios; No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros.Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”.

Queridos, si hemos confiado en Cristo como aquel que vino para salvarnos, debemos descansar con fe y esperanza que también vendrá a buscarnos para vivir eternamente junto a Él en las moradas celestiales de su Padre. Si dijo: "vendré otra vez". ¡Espéralo porque sin duda vendrá, no tardará!

 

 

 

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¿RECHAZARÍAS A ESTE DIOS DE AMOR?

 

 Su Palabra:

“Jehová está en medio de ti, poderoso, Él salvará; Se gozará  sobre ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti con cánticos”    

(Sofonías 3. 17)

 

Qué precioso es cuando uno experimenta la incomparable sensación de sentir la  presencia de Dios; no de la forma que sostienen algunos cuando dicen: “Dios está en cada cosa de la naturaleza”. Sino mucho más que eso, sentirlo como un Dios vivo, personal, un Dios que ve, que oye y tiene sentimientos, un Dios que te ama y quiere salvarte para compartir contigo la eternidad.

Si en algún momento de tu vida, las circunstancias permiten que puedas sentir su presencia viva, no la desperdicies; pues es justamente cuando “está en medio de ti”; y si lo aceptas como salvador, será de gran bendición para tu alma.

Considera mi consejo, yo he vivido esa experiencia y puedo dar fe de ello; te aseguro que es la más importante oportunidad que hombre alguno pueda alcanzar en este mundo. Aquellos que no hemos sido rebeldes a su llamado y hemos respondido a ese acto de amor, ahora sabemos que poseemos un privilegio incomparable. Él ha transformado nuestras vidas y, en consecuencia, sentimos el deseo permanente de estar firmes y anclados a su divina Persona por toda la eternidad. 

¿Quieres vivir esta experiencia? ESCUCHA ESTA VERDAD. Lo más probable es que no te interese tener un encuentro con Dios, pero debo decirte que tarde o temprano lo tendrás. Algo es seguro, en esta vida o en la otra; y es que estarás frente a Dios. En esta vida, puede ser para salvación, en cambio, si dejas pasar esta oportunidad, tu encuentro con Dios será después de la muerte, pero entonces será para condenación. Puedes rechazar esta oferta si lo prefieres, es tu decisión; pero,  si realmente sientes la necesidad de tener un encuentro íntimo con Dios, no lo busques por ti mismo, no escuches lo que te aconseja tu persona; eres humano, natural e imperfecto. Además, eres esclavo del pecado y estás enemistado con Dios. No lo busques en religiones, y no hagas lo que te propone el mundo diciéndote: “Basta con creer que Dios existe”. Tampoco te empeñes en encontrarlo por ti mismo, Dios está en lugares a los que tú no puedes acceder.

Cuando reconozcas esta verdad, debes tener un acto de humildad, debes rendir tu persona y dejar de lado tu orgullo autosuficiente. Debes aceptar que nada de lo que tú puedas hacer te acercará a Dios; y que, por más voluntad que tengas, la realidad es que estás aprisionado en un pozo profundo, hundido en el fango de tus pecados. Desde allí no puedes elevarte a la excelsa gloria del Dios Altísimo. ¡¡ACEPTA TU CONDICION!!

Cuando aceptes esta realidad, dispone tu corazón y clama a Dios; entonces, inexorablemente, Él cumplirá su promesa: “Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Romanos 10. 13), y la luz del evangelio resplandecerá delante de ti. En ese instante, y no antes, verás que Dios está más cerca de lo que tú te imaginas, sentirás que “Jehová está en medio de ti, poderoso”.

Ahora bien, para que este milagro pueda ser posible, fue necesario que Dios descendiera en la persona del Señor Jesucristo, hasta las profundidades en que tú  te encuentras para salvarte, por eso dice también su Palabra: “Él salvará”. Esta expresión, está señalando al único que puede salvarte: “Dios”; y esto por medio de su muerte en la cruz en la persona del Señor Jesucristo. ¿Por qué solamente de esta manera? Porque la justicia de Dios exige que cada persona debe estar limpia de pecado si quiere alcanzar la salvación; y porque según su Palabra, no hay nada que podamos hacer para limpiarnos a nosotros mismos; pues dice: “Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de mí, dijo Jehová el Señor.” (Jeremías 2. 22)

No obstante, debo darte una buena noticia; Dios hizo la provisión que necesitamos: “La sangre de Jesucristo su Hijo, nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1. 7) Por eso es que, El Señor Jesucristo entregó su vida derramando su sangre. Ahora bien, este acto fue necesario, porque es la única forma en que podremos ser  limpios de todos nuestros pecados. Si reconoces esta verdad, y aceptas de corazón ese sacrificio hecho a nuestro favor, debes recibirlo entregándole tu vida.

Me preguntarás, ¿qué es eso de entregar mi vida? No seré yo quien te responda, sino Dios a través de Su Palabra, Él dice que es con arrepentimiento de pecados, y la fe en Jesucristo. Tal vez, no sientas arrepentimiento y que además te falte fe. Es verdad, ya ves, ni eso tienes para acercarte a Dios; pero si en verdad lo deseas, pídele que te dé espíritu de arrepentimiento y la fe que da vida eterna. Confía, Él te dará en abundancia el verdadero arrepentimiento y la verdadera fe. Usa estas herramientas y, cuando te arrepientas reconociendo que eres pecador, Él aceptará tu confesión.

Ahora sigue leyendo su palabra y observa que también dice que “callará de amor”. Esto significa, nada más y nada menos que, en el momento que confieses tu fe en la sangre preciosa de Cristo como única posibilidad de ser limpio para tu salvación, Él promete que nunca más se acordará de tus pecados porque “el amor cubre multitud de pecados”; por lo cual, has pasado de condenación a vida eterna. ¡¡ERES SALVO!!

Por último, quiero decirte que esto no termina aquí, aún falta la coronación de esta obra, vuelve al texto que estamos considerando, presta atención a lo que sigue y observa en que se completa tu salvación: “se regocijará sobre ti, con alegría,... se regocijará sobre ti con cánticos”. ¡¡Sí!!.. Es así, tal como lees, Dios mismo, el soberano de todas las cosas, el que ha logrado para ti una salvación que tu jamás hubieras podido alcanzar, se regocijará con cánticos de alegría. Jesús mismo, cuando vino a este mundo, lo reafirmó diciendo: habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento”. (Lucas 15. 7). Si has entendido este plan tan simple y perfecto, no desaproveches esta oportunidad, recapacita, no pierdas lo más importante para ti: salva tu alma.

 

 

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UNA INVITACIÓN A LA REFLEXIÓN

 

Su Palabra:

“Pues así ha dicho Jehová de los ejércitos: Meditad bien sobre vuestros caminos”  

(Hageo 1. 5)

 

Uno de los grandes atributos que Dios otorgó al hombre, es la capacidad de poder meditar. La reflexión o juicio, es una cualidad propia que nadie más la posee en toda la creación. Y aunque los materialistas y evolucionistas con todas sus teorías absurdas, piensen y digan que tal cualidad es el resultado de un proceso evolutivo o el perfeccionamiento de la especie; la realidad es otra: el hombre es una criatura única y especialmente creada sobre todas las demás especies de la creación. Frente a esta realidad, nadie ha podido demostrar lo contrario; más aún, la famosa “Teoría de la evolución” no puede explicar cómo el hombre, siendo el último en aparecer en el escenario de la tierra, fue el que menos tiempo necesitó para desarrollar cualidades especiales tales como: pensar, razonar, recordar, etc.

¿Qué sucedió con las otras especies que aventajaron al hombre en millones de años?, ¿Por qué no desarrollaron ellas, estas cualidades especiales? O ¿De cuál de todas las especies, desciende el hombre? Si la ciencia dice que, para poder afirmar algo, se lo debe comprobar primeramente con rigor científico; entonces, ¿por qué los “sabios” de este mundo avalan una dudosa “teoría” que no ha sido demostrada científicamente? La respuesta es muy simple; el principal motivo es que, al no poseer argumento alguno, tampoco aceptan como principio: que el hombre es un ser especial creado por Dios, conforme a un santo propósito que está revelado en su Palabra. Y si esta verdad no quiere ser reconocida, simplemente es porque el pecado les impide reconocer a Dios como el creador soberano ante el cual, cada uno deberá  asumir su responsabilidad.

Si eres sincero, debes admitir que éste es el verdadero problema. El hombre percibe, consciente o inconscientemente, que Dios antes de ser Creador de todas las cosas, tuvo que ser legislador. Es decir, antes de que creara cada cosa, visible e invisible, debió establecer leyes y ejecutarlas para que todo, inexorablemente, esté bajo su control; y en esto, el hombre no es la excepción. Y como a su vez sabe que es el único que ha violado sus Leyes, también sabe, aunque algunos no lo quieran admitir, que tarde o temprano deberá comparecer ante Él y tendrá que dar cuenta de sí.

Es por eso que Dios, en su misericordia, nos invita a la reflexión y nos dice: “Meditad bien sobre vuestros caminos”.

Por el bien de tu alma, confía en esta verdad revelada en su Palabra, no somos animales evolucionados; y que, como tales, no tenemos ninguna responsabilidad delante de su persona. Por el contrario, somos seres creados a su semejanza para vivir eternamente en su compañía porque su voluntad es que ninguno se pierda.

¿Quisieras hacer un alto en tu vida y “meditar bien” tus caminos? Sí el Señor te invita hoy, es porque todavía estás a tiempo. ¿No sabes cómo hacerlo? Escucha su Palabra, Él te guiará: “Jehová da la sabiduría, y de su boca viene el conocimiento y la inteligencia. Él provee de sana sabiduría  a los rectos; es escudo a los que caminan rectamente. Es el que guarda las veredas del juicio, y preserva el camino de sus santos. Entonces (y recién entonces) entenderás justicia, juicio y equidad, y todo buen camino.” (Proverbios 2. 6-9)  

Considera estas palabras, el propósito de cada una de ellas es invitarte a que te apropies de cada uno de los recursos que Dios te está ofreciendo por pura gracia; no sólo para que medites en tus caminos, sino también para que los rectifiques según su demanda. “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia (o sabiduría), reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas” (Proverbios 3. 5-6).

 

 

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LA ÚNICA SOLUCIÓN PARA NUESTRAS VIDAS

 

Su Palabra:

“Y yo los fortaleceré en Jehová, y caminarán en su nombre, dice Jehová”  

(Zacarías 10. 12)

 

Si meditamos acerca del mundo en que vivimos, realmente es para desfallecer. Basta con observar el panorama que nos rodea para corroborar el caos que impera donde pongamos nuestra atención. Prácticamente en cada lugar donde el hombre tiene participación ha sido corrompido. Y esta apreciación no es pesimista; más bien, es el resultado de una visión realista. Por ejemplo, miremos a nuestro alrededor: por un lado, vemos una gran multitud de individuos esclavizados por el vicio, la droga y el alcohol; gente degradada por aberraciones sexuales y prostitución; familias destruidas por la avaricia, la infidelidad, el egoísmo y la falta de amor; hijos abandonados, explotados, violados hasta por sus propios padres; gobernantes corruptos, inmorales, que conducen a su antojo naciones y pueblos enteros; hombres que se complacen en la perversión; personas con poder que someten a los más débiles con métodos crueles y aberrantes hasta acabar con sus vidas; asesinatos en masa; guerras, donde se aniquilan seres humanos por millares en la forma más atroz; odio entre razas y sometimientos hasta la humillación total a infinidad de hombres, mujeres y niños.

Por otro lado, observamos una gran cantidad de individuos, que “dicen” buscar soluciones a todos estos males; algunos son sinceros, personas honorables que también están dispuestas a servir al prójimo. Del mismo modo, hay otros que, a través de organizaciones o instituciones religiosas, están dispuestos, no sólo a compartir sus bienes materiales, sino también sus ideas religiosas.

Sin embargo, el gran problema es que, por más voluntad que los hombres pongan de su parte, nadie les proporcionará la solución que permita remediar estos males. Más aún, no encontrarán la forma de subsistir dentro de este terrible medio que gobierna el príncipe de las tinieblas. Entonces, ¿en qué consiste el error? El error radica, sin ninguna duda, en que todos buscamos soluciones en cualquier lado y de cualquier manera; pero nunca acudiendo a la fuente de todo bien.

Es así como recurren a adivinos, espiritistas, astrólogos y manos santas. Los más “cultos”, a nuevas religiones, muchas de ellas esotéricas y diabólicas; y como si esas malas “soluciones” fueran pocas, ha aparecido una generación de “pastores” que dicen haber descubierto nuevos mensajes celestiales para la solución de todos los problemas. Por último, debo incluir también a aquellos que son más “espirituales”, los llamados carismáticos, que también dicen haber encontrado nuevas sensaciones metafísicas para afrontar todos los males.

Queridos, TODOS ESTOS MEDIADORES MESÍANICOS DEBERÁN RECONOCER, TARDE O TEMPRANO SU FRACASO. No encontrarán la solución eficaz, porque no han comprendido el mensaje de Dios. Él afirma, y muy claramente, que la solución de todos nuestros males están en su Persona, dice: "Yo los fortaleceré y caminarán en mi nombre,…". Su mensaje es personal, directo y sin intermediarios, observa, “Yo, dice Jehová”. La promesa es directa para cada individuo; y no es cambiar este mundo terrenal y pasajero que un día habrá de consumir, sino cambiar el corazón, la mente y el espíritu del hombre que es eterno: “los fortaleceré” y “caminarán” dice.

Por eso, es necesario que el verdadero cristiano, el creyente espiritual, no sólo debe confiar en su promesa, sino que además debe asumir en plenitud, el ministerio que le ha sido encomendado como embajador de Cristo. Lo único que podemos hacer, y no es poco, es confirmar y predicar el verdadero Evangelio. El antiguo, ése que está en LA BÍBLIA y dice cosas que a veces no gustan, pero es el único que obra con poder para transformar a todos los hombres. Nuestra tarea en este mundo caótico es ganar almas para Cristo; de tal manera, que todos aprendamos a caminar en su nombre. Sólo estando en Cristo Jesús podremos transitar por este desierto de la vida hasta alcanzar el bien prometido.

 

 

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LA PROMESA QUE DÁ VIDA ETERNA

 

Su Palabra:

“Y serán para Mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día que yo actúe; y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve”  

(Malaquías 3. 17)

 

Aquellos que hemos conocido y recibido la misericordia de Dios, tenemos el sumo placer de comprobar cuán grande e inmerecido es su amor. Un amor que no tiene límites, que da paz y seguridad, que nos guarda y sostiene en esta vida y que también nos prepara para llegar victoriosos a nuestro destino final. Todo esto, tan sólo porque nos ha perdonado de nuestros pecados. ¿De qué manera? Quitándolos de nosotros y depositándolos sobre su Hijo Jesucristo, quien pago el precio de nuestras ofensas, haciéndonos aceptables y redimidos para Él. Si no tienes esta seguridad, te invito a que medites estas palabras que registró el profeta Malaquías. Son palabras de Dios, quien en este momento se está dirigiendo a ti. Medita la forma en que fueron escritas, considera cada una de ellas, una por una. Y si te interesa la propuesta, verás que aún tiene vigencia. La decisión es tuya, la aceptas o la rechazas. Dios dijo en una oportunidad, algo que hoy te quiero hacer conocer, pues también está dirigida a ti. “...A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deuteronomio 30. 19)

Si rechazas la vida, es porque escoges la muerte, no tienes otra opción; y por ello, has elegido también la maldición y la perdición eterna. En cambio, si escoges la vida tienes preciosas promesas. En primer lugar, considera de quien es la promesa. ¿Es de algún poderoso hombre influyente, cuyo poder por grande que sea es limitado? ¿O, tal vez, de alguna “recta” persona, pero que tampoco te animas a confiar, porque es imperfecto, vulnerable y cambiante como todo hombre? ¡¡No!! La promesa viene del poderoso Jehová de los ejércitos, del dueño del mundo; de aquel que dijo:”No soy hombre para que mienta”. Viene de Dios que tiene todo el poder, que hace las cosas que a Él le placen y como le place.

Dios dice con suprema autoridad: “en el día que yo actúe”. Si consideras estas palabras verás que nos están  revelando dos cosas. La primera, nos habla de un futuro; habrá un día, un momento en la historia del universo, en que sucederá un acontecimiento de trascendental importancia. La segunda, es que ese suceso será ejecutado por Dios; ha de actuar, ha de hacer algo que solamente Él puede hacer y, seguramente, será a nuestro favor.

Ahora presta mucha atención, no pierdas la oportunidad que el Señor te concede en este momento; pues, te ha de revelar algo que va dirigido a tu alma y que tiene que ver con tu salvación eterna. Ese día al que Dios se refiere, es un largo día como su paciencia, ¡ESE DÍA ES HOY! Y llego conforme a su promesa. Tuvo su amanecer en la cruz, y terminará en el mismo momento en que Cristo venga a rescatar a sus redimidos.

Estamos viviendo ese largo y prometido día; y si quieres ser contado entre aquellos que son su “especial tesoro”, acepta lo que te dice su Palabra, no te resistas. Predispone todo tu corazón, porque ésta puede ser la única oportunidad que Él te conceda: “He aquí ahora -dice- el tiempo aceptable: he aquí ahora el día de salvación”.

Debes saber que estás viviendo el día en que Dios, por su misericordia, te está ofreciendo la salvación; una salvación que tú ni nadie la merecemos. Dios, por pura gracia, en su soberanía y misericordia, te quiere perdonar.

Pídele que “actúe” en tu persona, dile: “Señor me arrepiento de mis pecados, sálvame”. No pierdas esta oportunidad que el amante Dios te está ofreciendo.

 

 

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