SANA DOCTRINA - Ministerio de Difusión Bíblica

Los Lejanos, Cercanos; Los Cercanos, Lejanos

 

Sermón predicado la noche del domingo 11 de agosto de 1889

Por Charles Haddon Spúrgeon

En El Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres

 

 

“Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle. Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él. Y convocados todos los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo”.   Mateo 2: 1-4

 

No voy a exponer el pasaje completo que acabo de leer como texto, pero deseo ayudarles a extraer algunas lecciones de esta familiar narrativa.

 

“Cuando Jesús nació”. Tan pronto como nace Cristo se inicia un disturbio. No ha dicho una sola palabra, no ha obrado ningún milagro, no ha proclamado ni una sola doctrina, pero “cuando Jesús nació”, en el mismo principio, cuando todavía no se oye nada excepto los gritos de un bebé, y no se puede ver nada sino la debilidad infantil, Su influencia en el mundo es ya manifiesta. “Cuando Jesús nació… vinieron del oriente a Jerusalén unos magos”, y así sucesivamente. Hay un infinito poder aun en un Salvador infante.

 

Cuando Jesús nace en el corazón, aunque sólo palpiten los más débiles impulsos hacia la justicia y el arrepentimiento del pecado, Él genera una conmoción en nuestra naturaleza entera. La facultad más distante siente que algo maravilloso ha ocurrido. Cuando Cristo, la esperanza de gloria, es formado en nosotros, una sagrada revolución comienza en nuestro interior. Cuando Cristo nace en una aldea, en un pueblo o en una ciudad, el primer pecador convertido, el primer sermón predicado al aire libre, la primera distribución de literatura sagrada, provocan una conmoción. Es maravilloso advertir cuán pronto comienza a manifestarse. Una persona u otra es afectada por el hecho de que Cristo ha venido. Él no puede ser ocultado. El primer cerillo encendido genera un gran incendio. Jesús de Nazaret es un factor tan potente en el mundo de la mente que, tan pronto como está allí, aun en Su máxima debilidad como Rey recién nacido, comienza a reinar. Antes de subir al trono, unos amigos le llevan regalos y Sus enemigos traman Su muerte.

 

¡Oh, que el Señor Jesús estuviera aquí esta noche en unos cuantos corazones, aunque fuera como recién nacido! La venida de Cristo ha de producir un resultado aunque yo lo predique muy débilmente, aunque ustedes digan que yo sólo puedo traerles a un Cristo infante y aunque mi capacidad de hablar me falle y lo exponga en Su pequeñez más bien que en Su grandeza. Cuando Cristo nace, aunque Cristo sea predicado débilmente, aunque Cristo no sea más que balbuceado, se produce un gran resultado y Su nombre es glorificado.

 

Hubo dos resultados de la venida de Cristo, como siempre los habrá, pues este Niño no sólo es un Salvador para algunos, sino que también es una piedra de tropiezo para otros. Su Evangelio es o bien “olor de vida para vida”, o bien “olor de muerte para muerte”. Quiero que adviertan, primero, la nota de exclamación que tenemos en el primer versículo. “Cuando Jesús nació, he aquí”. ¡Ecce! ¡He aquí! Hay algo que debemos mirar, algo bueno que vale la pena contemplar. Contémplenlo (1). Aquí tenemos a personas lejanas que están muy cerca. Unos sabios llegan del oriente y adoran al Cristo infante. Pero hay algo para lo que no se dice ningún “he aquí”, y, sin embargo, tristemente, es digno de ser considerado. Aquí tenemos a personas cercanas que están muy lejos: Herodes, los habitantes de Jerusalén, los principales sacerdotes y los escribas. Ellos estaban tan lejos de Cristo como si Él hubiera nacido en el lejano oriente, mientras que quienes vivían en un país lejano se acercaron tanto a Él como si hubiesen vivido en Belén. Así que esta noche tengo que hablar sobre estas dos cosas: primero, sobre el hecho extraordinario de que muchos seres distantes son atraídos para que se acerquen mucho, y también sobre el triste pero igualmente extraordinario hecho de que muchos que están aparentemente muy cerca, realmente no se acercan nunca a Jesús.

 

I.   Comencemos, entonces, por el principio. HAY SERES LEJANOS QUE SON ACERCADOS. Dios salva a quienes Él quiere salvar. Su gracia es sumamente soberana. Ustedes no pueden ver, como puedo hacerlo yo, a tantas personas que son traídas a Cristo sin que tenga que preguntarme a menudo por qué fueron traídas. Con frecuencia he visto que los últimos son los primeros y los primeros últimos. Unas personas cuyas conversiones difícilmente habría soñado, fueron convertidas, mientras que otras personas por quienes he albergado esperanzas y por quienes he orado, siguen siendo inconversas. Es muy deleitable y a la vez es muy sorprendente notar la extraña manera en que la gracia de Dios escoge a las personas y las maravillosas medidas que toma el Dios de gracia para llevar a esas personas a los pies de Jesús.

 

Primero, entonces, esos eran unos hombres sabios, eran unos magos, estudiosos de la astronomía e instruidos en la tradición de los antiguos. Su filosofía no era muy verdadera. Era casi tan verdadera como la filosofía moderna, lo cual no quiere decir mucho. Creían en cosas muy absurdas aquellos magos, casi tan absurdas como  las que creen los científicos de hoy, y tal vez no tan ridículas, pues la ciencia ha progresado en lo absurdo, en especial recientemente, pero aquellos hombres profesaban la filosofía de su época. Eran hombres sabios. Si procedían de Media, eran probablemente adoradores del fuego o adoradores de los elementos de la naturaleza. La suya era una refinada forma de idolatría que no ha de ser excusada; pero aun así, si pudiera haber alguna preferencia dentro de todo lo malo, tal vez sea un poquito mejor que algunas otras. Eran unos estudiosos notables hasta donde su luz alcanzaba. Iban tras el conocimiento y la sabiduría. Ahora bien, en honor a la verdad, dentro de esa categoría de personas no hay muchos que vengan a Cristo. Su doctrina es demasiado sencilla para ellos. Él mismo pone el hacha demasiado cerca de la raíz del árbol. Su enseñanza es demasiado sencilla. Son tan sabios que Su sabiduría los deja perplejos. Saben mucho, según creen y, sin embargo, este mejor y más excelso conocimiento ensombrece el suyo y no pueden soportarlo ni entregarse a Él. “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles”. Pero aquí la infinita soberanía de Dios llama primero a estos sabios; no, no debo decir primero, pues los pastores llegaron primero. Pero enseguida de los pastores, el Señor llama a estos sabios procedentes del lejano oriente. Se ha señalado válidamente que los pastores no se entretuvieron en el camino y que vinieron a Cristo de inmediato; los magos, en cambio, se extraviaron en el camino a pesar de la estrella que los guiaba, y fueron a Jerusalén en vez de ir a Belén, y preguntaron en el palacio de Herodes en vez de hacerlo en el establo donde el Cristo había nacido. Con todo, llegaron finalmente a Cristo aun cuando lo hicieron dando rodeos y después de cometer un par de equivocaciones. He aquí el prodigio: que llegaron finalmente.

 

Y si me dirijo esta noche, como quisiera hacerlo muy respetuosamente, a cualquier persona destacada en sabiduría humana, cómo desearía que juntara sus humanidades con la teología; y si supiera mucho, con todo, anhelo que a pesar de todo su conocimiento, conozca a Cristo, y que con todos sus logros, alcance entendimiento, pues la ciencia de Cristo crucificado es la más excelente de todas las ciencias. Es la ciencia central en torno a la cual toda ciencia verdadera ha de girar en su debido lugar; y bienaventurado es el hombre cuyo sistema solar de conocimiento tiene a Cristo en su propio centro. Con todo, si así fuera, no cesaría de asombrarme y de bendecir a Dios porque ha traído de nuevo a algunos hombres sabios -como Saulo de Tarso y como esos magos del oriente- para adorar a este Salvador recién nacido.

 

Noten también que esos hombres, no sólo eran sabios -por lo que nos asombramos de que hubiesen buscado a Cristo- sino que vivían muy lejos, en el oriente. No sabemos la distancia que tuvieron que recorrer, pero no importa; era un largo camino, y probablemente, de cualquier manera era un viaje muy difícil en aquellos días. Cuando este Niño nació en Belén, no parecía probable que los adoradores vinieran de fuera de Judea, o que vinieran de regiones distantes desconocidas para los propios judíos; sin embargo, Dios, en Su misericordia, llamó a esos hombres del oriente más lejano.

 

¡Oh, que Su amor iluminara a algunos esta noche que son extranjeros o forasteros, extraños a la mancomunidad de Israel, y que tal vez estén sin Dios y sin esperanza en el mundo! ¡Que Su gracia los llame! ¡Qué clase de personas somos y qué gente rara ha de haber aquí, a quienes ninguno de nosotros podría describir! Después del sermón de esta mañana alguien me dijo que si yo hubiera conocido la historia de uno de mis oyentes, no me habría atrevido a describirlo tan precisamente como lo hice. Felizmente yo no conocía a ese oyente. Me alegra no haberlo conocido. Mi mensaje habrá de llegarle mucho más claramente como una voz de Dios, porque lo describía muy precisamente. Pero voy a musitar esta oración para que alguien aquí presente, que fuera un extraño incluso para la forma misma de la religión, alguien que no hubiera estado en esta casa antes o en ningún otro lugar de adoración cristiana, sea llamado por la poderosa voz de Dios, sea atraído por los irresistibles encantos de Cristo, y pueda venir y creer en el Dios Encarnado que asumió nuestra carne en Belén para poder llevar nuestro pecado y para llevarnos al trono consigo. He aquí el doble prodigio, entonces, referente a que los magos vinieran a Cristo: era muy difícil pensar que esos hombres vinieran de una región tan distante. Pensando en ellos nos vemos constreñidos a decir tal como lo hemos cantado frecuentemente:

 

“Cuán dulce y tremendo es el lugar,

Que alberga a Cristo en su interior,

Mientras el amor eterno despliega

Sus tesoros más escogidos.

 

¡Ten piedad de las naciones, oh Dios nuestro!

Constriñe a la tierra a venir;

Divulga Tu victoriosa Palabra por doquier,

Y lleva a los extraños a casa”.

 

Y ellos fueron singularmente guiados, ¿no es cierto? Estaban observando el cielo de medianoche y atisbaron una estrella muy extraña. Según los astrónomos, por aquellas fechas probablemente hubo una conjunción de dos planetas. Cuando dos planetas entraron en conjunción en 1640, o más o menos por aquella fecha, se dijo que una conjunción semejante debió de haber tenido lugar aproximadamente en el tiempo en que Cristo nació, y que los sabios pudieron haber pensado que se trataba de una estrella. Sin embargo, no creo que ese fuera el caso. Probablemente no era simplemente una estrella, sino una notable aparición que se movía a lo largo de los cielos. Ahora bien, fue algo extraño que vieran esa estrella y más extraño aun que, viéndola, juntaran las piezas sueltas, y por su astrología, pues tal vez no fuera nada mejor que eso, dedujeran que algún personaje maravilloso había nacido allá lejos, en Judea, y tuvieron necesidad de ir para encontrarlo. Tal vez se hubieran enterado de la famosa profecía de Balaam. Pudiera haber habido tradiciones en su país que indicaban que el Hombre Anunciado había de nacer en Judea. Yo no sé todo lo que pudiera haber ocurrido, pero esto sí sé: que Dios envió milagrosamente aquella estrella. Si los hombres no pudieran ser alcanzados de una manera ordinaria, los elegidos de Dios serán llevados a Él de manera extraordinaria. Si son dados al estudio de las estrellas, Dios escribirá en ese libro iluminado en el que están acostumbrados a leer, y ellos verán allí una nueva letra y aprenderán algo nuevo concerniente a Su voluntad. Yo he visto casos en los que el Señor se encuentra con algunos hombres en medio de la maldad, en el propio acto de pecar. Hemos visto a hombres fulminados por los más singulares accidentes y por la más extraordinaria concatenación de circunstancias, hombres que parecían imposibles de alcanzar.

 

Amados, nadie está más allá del alcance de Dios. Él tiene formas y maneras de iluminar el entendimiento, de despertar la conciencia y de renovar el corazón, que para nosotros son casi desconocidas. “Recuerda que la Omnipotencia tiene siervos por doquier”: en el cielo arriba, y en la tierra abajo, y en las aguas debajo de la tierra. Él tiene formas de llegar a los corazones de los hombres y lo hará. Si no pudiera ser realizado de ninguna otra manera, Él crearía nuevas estrellas y casi diría que haría nuevos cielos y una nueva tierra, pero llamaría a Sus elegidos. Cuando nace Cristo, los sabios del oriente tienen que venir y una estrella será la encargada de guiarlos.

 

Tal vez gracias a algunas circunstancias extraordinarias, tú, amigo mío, estés aquí esta noche. Era impensable que estuvieras aquí, pero has venido al Tabernáculo para que la gracia de Dios te ponga un alto, para que la mano del amor eterno se pose sobre tu hombro, y para que tú seas hecho un prisionero de Cristo, para que le sirvas a partir de ahora y le sirvas únicamente a Él.

 

Vale la pena notar, además, que aquellos hombres preguntaron insistentemente. Habiendo visto la estrella una vez, se apresuraron a salir sin que les importara que se tratara de un largo viaje, para encontrar al Rey recién nacido, y preguntaban a cuantos podían cuál era el camino hacia Él. Llegaron incluso a la corte de Herodes para preguntarle dónde podían encontrar a Cristo. Un hombre tiene que tener una buena dosis de curiosidad para introducir su cabeza en medio de las mandíbulas de un león como Herodes, para encontrar lo que necesita saber. Yo desearía que Dios despertara ese tipo de curiosidad y de investigación en las mentes de muchos seres. La costumbre generalizada de hoy es descartar la verdad de Dios con una expresión de enojo y suponer que no vale la pena considerarla; pero los reclamos del eterno Hijo de Dios, los reclamos de Su gracia y de Su trono no deberían ser tratados así. ¡Que Dios devolviera al pueblo el espíritu de escudriñar las cosas de Dios de tal manera que no sean tan indiferentes como la gran mayoría de nuestros compatriotas lo son ahora! Deberían empezar a preguntar y decir: “¿Cuál es el camino que lleva al cielo? ¿Quién es este Cristo? ¿Cuál es el plan de salvación?” Si así fuera, pronto tendríamos un motivo suficiente de gozo, y alabaríamos a la gracia soberana de Dios.

 

Siendo investigadores, esos hombres estaban singularmente libres de prejuicios. Preguntaban: “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido?” “¿Judíos?” ¿A quién le importaban los judíos? Aun en aquellos días los judíos eran objeto de desprecio pues en tiempos antiguos habían sido llevados cautivos al oriente. Aunque son la mera aristocracia de Dios, Su pueblo elegido, con todo, las naciones miraban con menosprecio a los judíos. Judá era un territorio un poco reducido, insignificante y pequeño y muchos preguntaban con Sanbalat: “¿Qué hacen estos débiles judíos?” Pero aquí vemos a unos hombres provenientes de algún gran imperio, como Persia o Media, que preguntaban por el Rey de los judíos. Seguramente andan todavía por ahí algunos hombres sinceros, algunos que quieren preguntar por Cristo, aun cuando se lo tengan que preguntar a los metodistas y a los bautistas y a otros grupos semejantes. ¡Oh, que los hombres pudieran romper la insensata concha del prejuicio de preguntar si estas cosas son así verdaderamente! Hubo un tiempo en que la simple palabra “Evangélico” conllevaba un tipo de menosprecio adherido a ella. No estoy seguro de que ese tiempo haya pasado por completo. Con todo, sin importar lo que otros pudieran decir o hacer, ninguno de nosotros ha de ser influenciado por el prejuicio o por el desdén, antes bien, debemos investigar para ver si estas cosas son así.

 

Y noten, además, que esos hombres, siendo investigadores imparciales, fueron maravillosamente solícitos: “Cuando Jesús nació… vinieron del oriente a Jerusalén unos magos”. Ahora bien, pienso que a ustedes les llamaría la atención naturalmente que, si un hombre nació siendo rey, habría habido tiempo suficiente para rendirle homenaje cuando creciera. Llevarle oro, incienso y mirra a un bebé no siempre podría parecerles apropiado a unos hombres sabios. Esperemos que el niño se convierta en un adolescente, y que el adolescente se convierta en un joven y que el joven se convierta en un hombre; entonces podemos emprender ese largo viaje para encontrar a Su Alteza Real. Pero, no; cuando el Rey nació y los sabios llegaron donde Él estaba, tuvieron que haber empezado a encontrarlo mucho antes de su viaje. Yo quisiera que el Señor pusiera hoy en los corazones de los hombres un poco de esa energía y de esa prontitud respecto a las cosas divinas. Si Dios se encarnó realmente, si vino aquí en forma humana, ¡oh, vamos, vayamos y encontrémosle! Inclinémonos a Sus pies en Su santuario. ¿Murió Él realmente y murió por los hombres culpables? ¿Soportó en el lugar de los hombres y en la condición de ellos lo que merecían por sus pecados? Vamos, busquemos a este “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, y busquémosle antes que el sol se levante otra vez.

 

Y luego vean, queridos hermanos, cuán supremamente obedientes fueron, cómo se entregaron enteramente al impulso divino que los movía, pues se apresuraron a hacer lo que se les dijo que hicieran, y se regocijaron cuando se inclinaron profundamente delante del Niño recién nacido y le adoraron y le reverenciaron. Fueron también abundantemente generosos con sus ofrendas. Llevaron lo mejor que pudieron encontrar, oro, incienso y mirra, y desplegaron sus dones reales ante el regio Niño. ¡Señor, envíanos convertidos que sean como esos sabios! Envíanos hombres y mujeres en grandes multitudes, que obedezcan alegremente, que sientan que es un deleite adorar a Cristo, rendirle homenaje, dar para Su servicio y entregarse a Él.

 

De esta manera he intentado mostrarles lo que hizo la gracia soberana de Dios cuando Cristo nació. ¡Que el Señor en Su misericordia haga lo mismo con muchas personas aquí presentes! ¡Oh, cuán frecuentemente ha ocurrido que, cuando menos lo sabía, estaba predicándole a alguien que se convertiría más tarde en uno de nuestros mejores ayudadores, en uno de nuestros hermanos más denodados, en una de nuestras hermanas más fervientes! Espero estar dirigiéndome a personas semejantes esta noche, a perfectos extraños hasta ahora pero que serán traídos a esta iglesia o a cualquier otra iglesia de Jesucristo, y que no estarán ni una pizca detrás del principal de los apóstoles, aunque todavía no sean contados entre los miembros de la casa de la fe.

 

II.   Pero ahora, en segundo lugar, tengo una triste tarea; la otra fue una alegre tarea; pero ahora tengo la triste tarea de identificar A LOS CERCANOS QUE ESTÁN LEJOS.

 

Aquí, primero, leemos que muchos se sentían turbados por causa de Cristo. Acababa de nacer apenas, y sin embargo, ya los turbaba. Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él. Es algo inusual oír que un rey se turbe por un bebé. ¿El altivo Herodes, el pendenciero, estaba turbado por un bebé envuelto en pañales y acostado en un pesebre? ¡Caramba, cuán pequeña es la grandeza real de la maldad y cómo un pequeño poder de bondad puede provocarle turbación! Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él. Así, cuando algunas personas oyen el Evangelio y descubren que contiene poder, se turban. Herodes se turbó porque temía perder su trono. Pensaba que, en la persona del Niño recién nacido, la casa de David tomaría posesión de su trono. Entonces tembló y se turbó.

 

¡Cuántos hay que piensan que si la religión fuera verdadera, perderían por su causa! El negocio sufriría. Hay algunos negocios que deberían sufrir, y conforme se extienda la verdadera piedad, sufrirán. No necesito indicarlos, pero quienes están involucrados en ellos sienten usualmente que preferirían clamar: “¡Grande es Diana de los efesios!”, pues su fuente de vida consiste en fabricar y vender sus estatuillas, y si sus estatuillas están en peligro y su arte está en peligro entonces se turban. Hay gente que es así; he conocido a personas que han sido líderes en el pecado, que han sido cabecillas en el pecado y han pensado que perderían a algunos de sus seguidores por causa de la venida de Cristo. Entonces se han turbado.

 

Pero toda Jerusalén se turbó con Herodes. ¿Por qué razón? Muy probablemente fue porque pensaron que habría contención. Si había nacido un nuevo Rey, habría una lucha entre Él y Herodes y habría problemas para Jerusalén. Así hay algunas personas que dicen: “No traigas esa religión aquí; provoca mucha contención. Uno cree esto, y otro cree aquello, y un tercero no cree absolutamente nada. Tendremos problemas en la familia si introducimos la religión”. Sí, así será; eso es reconocido en las Escrituras, pues nuestro Señor vino para traer fuego a la tierra. Él ha venido con una espada en Su mano, con el propósito de luchar contra todo lo que es malo y habrá contención. Por eso no me sorprende que los grandes amantes de la tranquilidad sean turbados.

 

Pero el hecho es que muchos son turbados porque el Evangelio interfiere con el pecado. “Si me vuelvo cristiano, no podría vivir como he estado acostumbrado a vivir”- dice alguien – “así que no voy a creer en el Evangelio”. El gran argumento en contra de la Biblia es una vida impía. Si investigan hasta el fondo del asunto, algún placer pecaminoso es la razón de la infidelidad de muchas personas. Hay una razón práctica contra su arrepentimiento: no pueden renunciar a su pecado favorito y no renunciarán a él, así que se turban cuando Cristo se acerca a ellos.

 

Es algo terrible aferrarse al pecado. Se parece a ustedes aquel muchacho espartano que capturó a un joven zorro y lo cargaba en su pecho, y luego, para que el maestro no lo viera y no lo castigara, permitió que el zorro mordisqueara su carne hasta comerse su corazón. Ustedes están estrechando a ese zorro, a ese lobo, a esa áspide contra su pecho todo el tiempo que les estamos predicando. ¿Qué consuelo podríamos proporcionarles? Abandonen su pecado o abandonen toda esperanza. ¿Quieres conservar tu pecado e ir al infierno, o quieres abandonar tu pecado e ir al cielo? No puedes tener a Cristo y al pecado; los dos son diametralmente opuestos. No voy a mencionar cuál pudiera ser tu pecado; que tu propia conciencia te lo diga. No puedes continuar en la práctica de ningún pecado conocido descarada y deliberadamente, y con todo, encontrar algún consuelo en la Palabra de Dios o en el Evangelio. Tiene que haber la intención y la resolución en tu corazón de abandonar el pecado, o no puedes encontrar al Salvador.

 

Ya les he hablado antes de los dos montañeses de Escocia que querían remar a través de un cierto brazo de mar en una ocasión. Habían estado tomando whisky en abundancia antes de subirse al bote, y comenzaron a remar, y siguieron remando, pero no podían avanzar. No podían entender cómo era que, a pesar de todo lo que remaban, se mantenían en la misma posición, hasta que uno de ellos dijo: “Sandy, ¿levaste el ancla?” No, no había levado el ancla, así que allí estaban con el ancla enterrada y tratando de alejarse sin conseguirlo.

 

Tienes que levar el ancla, joven amigo, ya sea de la bebida, o de la lascivia o del juego o del robo. Eres un insensato si pretendes remar cuando sabes que el ancla está hundida todavía en el lodo.

 

Frecuentemente, cuando un hombre se turba por causa de la religión, dice: “Si me convierto en un cristiano, tendré que renunciar a mi placer”. La verdadera religión no requiere que renuncies a nada que sea un placer real, o, si nos hace renunciar a lo que nos produce placer ahora, cambia nuestros gustos de tal manera que si nos entregáramos a lo que una vez amamos ya no encontraríamos ningún placer allí. La verdadera religión nos proporciona nuevos placeres; nos quita el medio centavo y nos da una moneda de oro a cambio. Hace algo mejor que eso, pero no puedo emplear una figura que sea lo suficientemente apropiada para describir el cambio. La verdadera religión no fue diseñada para disminuir nuestros placeres y no los disminuye jamás. Pero aun así, algunos piensan que lo hará, y esta es la razón de su turbación. Se quedarían asombrados si supieran la razón por la que algunos hombres se oponen a la verdadera religión: la esposa no debe ir a un lugar de reunión; no debe haber una Biblia en el hogar; no pueden aceptar que su muchacho asista a una capilla donde hay una reunión de oración; y no han de permitir que el maestro que le enseña un oficio al muchacho lo lleve consigo a la casa de Dios. Los hombres dicen y hacen todo tipo de cosas extrañas cuando se turban por Cristo, y no es porque tengan alguna base real para su perplejidad. Se turban por causa de Cristo casi por la misma razón que Herodes y Jerusalén se turbaron por Su causa, en verdad, y no por ninguna otra mejor razón.

 

Ahora bien, es algo muy triste que los turbe el Evangelio que pretende ser buenas nuevas para los hombres; que los turbe el ofrecimiento celestial de la gracia libre; que los turbe tener la puerta del cielo ampliamente abierta ante ellos; que los turbe que se les pida que se laven o que sean lavados en la sangre de Cristo. ¡Turbados por la infinita misericordia! ¡Turbados por el amor todopoderoso! Sin embargo, es tal la depravación de la naturaleza humana que para muchos que oyen el Evangelio cada día, no es otra cosa que turbación para ellos.

 

Ahora, hay otro caso aquí. Es el mismo hombre en otro rol. Hay uno que hace el papel de hipócrita. “Sí” –dice- “alguien nació para ser el Rey de los judíos. ¿Tendrían la bondad, hombres sabios, de decirme todo al respecto? Ustedes dicen que vieron una estrella. ¿Cuándo apareció esa estrella? Sean muy específicos. ¿Tomaron nota de sus movimientos? Tú dices que tú la viste, y tú la viste, y tú la viste. ¿A qué hora de la noche fue visible por primera vez? ¿Qué día del mes apareció? Herodes es muy específico en la obtención de toda la información posible acerca de aquella estrella; y ahora manda a traer a los doctores de teología, y a los escribas, y a los sacerdotes, y les dice: “¿cuándo deberá nacer este Mesías del que hablan ustedes, y dónde habrá de nacer? Díganme”. Herodes, ustedes ven, es un maravilloso discípulo, ¿no es cierto? Está sentado a los pies de los doctores; está dispuesto a ser instruido por los magos; y luego concluye diciéndoles a los sabios: “Vayan ahora; vayan y adoren al Rey recién nacido; tienen toda la razón de haber recorrido toda esta gran distancia para adorar a este Niño. Sean específicos, también, en tomar notas en cuanto a dónde lo encuentran, y luego regresen y cuéntenme acerca de Él, para que yo pueda ir también para adorarle”.

 

Así que siempre descubrimos que allí donde Cristo está, hay un Judas en las cercanías. Si el Evangelio llega a algún lugar, hay un cierto número de personas que dicen: “¡Oh, sí, sí, sí, asistiremos a ese lugar!” Yo conozco un cierto pueblo donde hay un verdadero predicador del Evangelio que ha ganado a muchas personas para Cristo; pero hay un gran número de personas que asisten allí que no saben nada en absoluto acerca de Cristo. Por supuesto que van a lo que es llamado “El Tabernáculo” en aquel lugar, porque es el lugar indicado al que hay que asistir. Conozco un pueblo donde hay una iglesia en la que se predica la doctrina evangélica, y toda la buena gente solía asistir a “San Pedro”. Era un tipo de una patente de respetabilidad reservar un reclinatorio en San Pedro, ya que allí se predicaba la buena doctrina evangélica.

 

Ahora bien, eso es precisamente lo que sucede con algunas personas en nuestros días. Un cierto número de seres pensaría que no estaría bien que no oyeran la sana doctrina, pero en todo momento han resuelto que la sana doctrina no cambiará jamás sus vidas y que no afectará nunca su carácter más íntimo. Son hipócritas, tal como lo era aquel hombre, Herodes. No quieren que Cristo reine sobre ellos. No les importa oír acerca de Él; no les importa reconocer hasta cierto punto Sus derechos; pero no le rendirían fidelidad, no se someterían prácticamente a Su gobierno ni se convertirían en creyentes en Él.

 

¿Acaso no me estoy refiriendo a algunos aquí presentes esta noche? Yo sé que lo estoy haciendo. Queridos amigos, no se queden en ese estado, se los ruego. Ustedes no desean ser llamados hipócritas; bien, entonces si no pueden tolerar ser llamados por ese nombre, no han de tener ese carácter. Sean veraces; vengan a Cristo, inclínense a Sus pies, acéptenlo como su Señor, confíen en que Él los salva y luego regocíjense en Él como su Salvador y Rey.

 

Pero había otros caracteres, además de los hipócritas, que estaban turbados, y eran los hombres que exhibían su conocimiento. Esos eran los escribas y los principales sacerdotes que miraron en sus Biblias y encontraron ese pasaje del profeta que decía dónde había de nacer Jesús. Me caen bien esas personas que buscan en sus Biblias y que estudian las Escrituras; pero lo que no me gusta de ellas es que si bien le dijeron a Herodes que el Cristo había de nacer en Belén, nadie dijo que iría a Belén para adorarle. Ni una sola alma viviente entre ellos, ni un escriba ni ninguno de los principales sacerdotes dijo: “Si éste es el Mesías que había de nacer en Belén –y esta prodigiosa estrella nos hace creer que así es- iremos con los sabios, y le adoraremos”. No, ellos no hicieron eso; les bastaba con tener el sagrado rollo y leerlo y saber todo acerca de la verdad y, sin embargo, dejar las cosas allí.

 

Yo conocí, en mi juventud a algunos hermanos calvinistas muy ortodoxos. Me imagino que tal vez eran demasiado ortodoxos -ciertamente dieciséis onzas por libra con una o dos onzas intercaladas de huesos- y después de haber bebido un vaso o dos de cerveza, podían hablar acerca de la Escritura mejor de lo que lo hacían antes. Pienso que la mayoría de esas personas duerme en el polvo. Espero que la tribu entera lo haga. Me refiero a esos que viven únicamente de hablar de la sana doctrina pero sin sentir su poder. Pero en estos días me encuentro con personas que son “poderosas en las Escrituras”, sí, y muy acuciosas en asuntos de doctrina, quienes

 

“Podrían dividir un pelo

Entre su lado oeste y su lado este”

 

Respecto a puntos de teología; pero en cuanto a la caridad para con los pobres, en cuanto a visitar a los necesitados, a cuidar las almas de los hombres, en cuanto a vivir santamente y a prevalecer con Dios en la oración, no se encuentran en ninguna parte. Yo les ruego que aborrezcan una religión que sólo está en el libro. Deben tenerla en el corazón. Deben tenerla en la vida, pues de lo contrario este Niño que nació en Belén sólo los afectará en la medida en que lean los Libros de la Escritura, y allí termina el asunto en lo que a ustedes respecta. Sí, sí, sí, conozcan la Biblia, eso es bueno, pero practiquen lo que les dice su Biblia, pues eso es mejor. Sí, sí, sí, entiendan las doctrinas de la gracia, entiéndanlas claramente; pero ámenlas, vívanlas, pues eso es mucho mejor. Sí, sí, sí, sean teólogos sólidos, pero hemos de ver en ustedes una santa humanidad también. ¡Que Dios nos conceda que así sea! De otra manera, les digo que su conocimiento libresco los dejará siendo todavía enemigos de Cristo.

 

El punto más triste es que ninguna de esas personas buscó a Cristo; no lo hizo Herodes con su hipocresía, ni Jerusalén con sus turbaciones, ni los escribas ni los sacerdotes con su vetusto conocimiento. Ninguno de ellos buscó a Cristo. ¡Que Dios nos conceda que ninguno de mis oyentes esté en esa lista negra! ¡Oh, que todos nosotros buscáramos a Jesús! ¡Que todos nosotros lo encontráramos! ¡Que lo encontremos esta noche! Lo buscaríamos y lo encontraríamos si realmente sintiéramos en nuestros corazones ese himno que cantamos justo antes del sermón:

 

“¡Yo te necesito, precioso Jesús!

Pues estoy lleno de pecado;

Mi alma es negra y culpable,

Mi corazón está muerto en mi interior;

Necesito la fuente limpiadora,

Adonde puedo huir siempre,

La sangre sumamente preciosa de Cristo,

El perfecto argumento del pecador”.

 

Hay dos oraciones con las que quisiera concluir mi discurso. Una es: “¡Señor, acerca a los que están lejanos esta noche!” ¿Puedo pedirles a los miles de Israel que están presentes esta noche que eleven esa oración? Ustedes no podrían saber por quiénes están orando. No necesitan saberlo. Podría haber personas aquí que están tan lejos de Dios como pudieran estarlo. A ellas les doy este texto, la palabra de nuestro exaltado Salvador y Señor: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más”. ¡Miren, miren, miren, miren! ¡Pecador, míralo a Él, y sé salvo!

 

“Hay vida por una mirada al Crucificado,

Hay vida en este instante para ti”.

 

“Para ti”. “Para ti”. Entonces mira, mira ahora, y descubre que así es.

 

“Hay vida en este instante para ti”.

 

¡La otra oración -y yo les pido a mis hermanos y a mis hermanas aquí presentes que tienen poder en la oración que la eleven- es: “Señor, haz que quienes están cercanos estén realmente cerca; todos los que están siempre en esta casa, y que con todo, no están en Cristo! No, no debo decir: “a todos esos”; quiero decir, a estos pocos, pues hay ahora unos pocos que están en esa condición. ¡Señor, tráelos! Alguien vino el otro lunes, y me dijo: “yo soy uno de esos pocos. He estado asistiendo al Tabernáculo durante muchos años, y sin embargo, no le he dicho nunca que he encontrado al Salvador”, y vino a confesar a su Maestro. Hay todavía unos cuantos de ese tipo. ¡Señor, tráelos a todos ellos! Ustedes que son siempre sólo oyentes, recuerden constantemente este texto: “Vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos; mas los hijos del reino”, -esto es, ustedes que han oído el Evangelio desde que eran niños- “los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera” –hechos a un lado- “echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes”. Oren pidiendo que no suceda así con ninguno de mis oyentes esta noche, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

Nota del traductor:

 

(1) La explicación que da aquí el pastor Spúrgeon, se debe a que en la Versión King James, está la palabra: “behold”, “he aquí”, que no se encuentra en nuestra versión en español.

 

 

 

 

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