SANA DOCTRINA - Ministerio de Difusión Bíblica

Los Famosos Títulos del Señor

 

Sermón predicado la noche del domingo 10 de noviembre, 1889

Por Charles Haddon Spúrgeon

En El Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres

 

 

“Jehová liberta a los cautivos; Jehová abre los ojos a los ciegos; Jehová levanta a los caídos; Jehová ama a los justos. Jehová guarda a los extranjeros; al huérfano y a la viuda sostiene. Y el camino de los impíos trastorna.   Salmo 146: 7-9

 

Esta mañana, en nombre de Cristo, de la mejor manera que pude y buscando la ayuda de Dios, procuré persuadir a los hombres a que se reconcilien con Dios. Les mostré que había una gran sequía espiritual y que no habría de esperarse ni rocío ni lluvia a menos que fueren enviados por Dios; y traté de inducir a mis oyentes a ir a Dios, a esperar en Él, a mirarlo a Él, y a través de la mediación del Señor Jesucristo, a buscar y encontrar en Dios todo lo que es necesario para su bienaventuranza eterna. Yo presioné insistentemente y algunos cedieron, no a mi presión, sino a un impulso divino que acompañó a mi argumentación. Pero hubo algunos que no cedieron esta mañana. Entonces voy a realizar otro intento para ganarlos ahora, pidiendo la intervención de nuestro Augusto Aliado, el Espíritu Divino, sin el cual no podemos hacer nada. ¡Que Él lleve a muchos a Dios en penitencia esta noche!

 

Ustedes saben que cuando tienen que acercarse a una persona, a los hombres les ayuda saber de quién se trata, y cuán buena persona es, y cuán probable es que encuentren un beneficio al acudir a ella. Mi texto nos dice algo acerca de Dios, el Señor Jehová. La palabra está presente cinco veces al principio de otras tantas frases: Jehová, Jehová, Jehová, Jehová, Jehová. Algunas veces, cuando un gran rey o príncipe tienen un día excelso, un heraldo proclama los títulos de ‘su majestad’. Él es príncipe de ésto, y señor de aquello, y emperador de lo otro; demasiado a menudo son sólo un montón de sonidos vacíos. Pero cuando nos dedicamos a hablar de Dios, cada título Suyo se queda corto en lo que respecta a Su gloria y honor reales.

 

Esta noche tenemos reunidos cinco de Su títulos, cinco logros maravillosos de Dios, cinco cosas por las cuales el propio Señor quiere ser reconocido. Quiero que cada uno de ustedes, aquí presente, se entere acerca de ellos, y diga: “Eso me anima”, o “Eso me alegra”, o “Eso me ayuda”. De cualquier manera, de los cinco grandes imanes que procuraré usar esta noche, ¡que alguno de ellos atraiga a todos nuestros renuentes corazones hacia Dios, para que encontremos descanso y paz en Él!

 

I.   Aquí tenemos cinco títulos famosos de Dios. El primero es: EL EMANCIPADOR. Lean la última parte del versículo siete: “Jehová liberta a los cautivos”.

 

Es para la gloria de Dios que Él sea un Emancipador. ¡Cuán a menudo, en el Antiguo Testamento, y también en el Nuevo, encuentran al Señor libertando a los cautivos! Fue muy notable en el caso de José, cuando Dios lo sacó de la prisión y lo colocó como señor sobre todo Egipto; y fue todavía más notable en el caso de Israel en Egipto cuando, con mano fuerte y un brazo extendido, el Señor liberó a Su pueblo de toda la tiranía de Faraón, a quien destruyó en el Mar Rojo. Pueden continuar leyendo la Escritura y continuamente encontrarán que es verdad que “Jehová liberta a los cautivos”.

 

Quiero que algunos de ustedes, que están presentes, capten ese pensamiento. ¿Eres tú mentalmente un prisionero, y estás sumido en la desesperanza esta noche? ¿Se posó una nube sobre ti hace poco tiempo? ¿Se encuentra todavía nublando tu mente? ¿No puede quitarla ningún médico? Escucha esta palabra: “Jehová liberta a los cautivos”. ¿Te encuentras bajo la servidumbre del error? ¿Has sido engañado por falsos maestros? ¿Has caído en errores acerca de la Palabra de Dios? ¿Estás negando las grandes verdades que te consolarían? ¿Estás creyendo en los grandes errores que nublan tu espíritu? Acude a Dios para que aprendas. Él puede emanciparte de cualquier forma de error, aunque hubieres sido educado en él desde tu niñez. “Jehová liberta a los cautivos”. ¿O has caído en algún burdo engaño? ¿Eres víctima de alguna falsa impresión de la que no puedes deshacerte? Te ruego que si eres hostigado y afligido por tentaciones de Satanás, y él pareciera gozar de una firme posición en tu espíritu al grado que no puede ser echado fuera, permite que este texto, cual campana de plata, haga resonar una música consoladora para ti: “Jehová liberta a los cautivos”. ¡Oh, que ustedes, que están sumidos en una servidumbre mental, pudieran ser libertados esta noche!

 

Sin embargo, hay peores ataduras que esas: se trata de las cadenas de la esclavitud moral. Ese hombre es un borracho, y aunque ha hecho un voto, no puede escapar de la terrible sed insaciable que los hábitos inmoderados le han proporcionado. ¡Ah, amigo, ven a Cristo; Él puede quitar tu amor al trago de licor, y liberarte! “Jehová liberta a los cautivos”, y Él puede hacerlo por hombres y mujeres que se han rendido como perdidos. ¡Dios tenga misericordia de las desventuradas mujeres que se convierten en presa del licor! Yo sé con certeza que este mal se está volviendo mucho más común de lo que era hace unos cuantos años. Tenemos que lamentarnos por causa de las hermanas caídas más frecuentemente de lo que lo hacíamos algunos años atrás. Es triste que tenga que ser así, pero permanece siendo un hecho glorioso que “Jehová liberta a los cautivos”. ¡No desesperes, pobre mujer! Espera la liberación; Dios puede liberarte todavía de las ataduras del licor.

 

¿Ha caído alguien aquí presente en la esclavitud de una lascivia? ¿Se ha apoderado con firmeza de ti alguna pasión maligna y tú no puedes romper las ataduras? Hay Alguien que puede liberarte; ¡sí!, aunque te has estado gozando en el mal durante muchos años, y parecieras estar desposado con un hábito perverso del que no puedes escapar, aun así, es cierto que “Jehová liberta a los cautivos”. No confíes en ti mismo para liberarte del mal, sino míralo a Él, que por el pecado murió en la cruz, y confía en Él, pues está escrito: “Él salvará a su pueblo de sus pecados”.

 

No puedo detenerme esta noche para mencionar todos los tipos de servidumbre moral en los que caen hombres y mujeres; pero este dulce mensaje ha de ser como una nota extraviada proveniente de las arpas de los ángeles, para todos los que están en prisión: “Jehová liberta a los cautivos”.

 

Tal vez estés atrapado en la servidumbre espiritual. Aquí es donde por la naturaleza nos encontramos todos; nacimos esclavos. ¿Estás consciente esta noche, amigo mío, de que eres un esclavo del pecado? ¿Estás atado firmemente a tus transgresiones? ¡Oh, esclavo espiritual, hay un Emancipador que puede quitarte tus cadenas! “Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres”; y Él es capaz de hacerlo con una sola palabra. Sólo confíen en Él, sólo entréguense a Él como cautivos voluntarios, y ustedes serán libertados a partir de este momento. ¡Que Dios les dé la libertad esta noche! ¡Sí, y Él puede liberarlos de toda iniquidad en la que pudieran estar esclavizados!

 

Hay otro tipo de emancipación que el Señor está constantemente dando a los prisioneros de la esperanza, que es la liberación de este presente siglo malo. Tú estás enfermo esta noche, estás triste, estás abatido y turbado debido a la opresión de la carne. “Jehová liberta a los cautivos”. Ha habido muchos prisioneros que han sido libertados durante la última o las últimas dos semanas: amados miembros de esta iglesia que fueron confinados a lechos de enfermedad. El Señor ha abierto la puerta de la jaula, y el pájaro, dejado en libertad, se ha remontado gorjeando a los cielos. El cuerpo ha sido depositado en la tumba, y yace preso allí en vil encarcelación; pero Aquel que resucitó de los muertos por Sí mismo, vendrá, y cuando Sus pies toquen la tierra nuevamente y la trompeta angélica haga resonar el llamado, sus cuerpos saldrán:

 

“De lechos de polvo y de silente arcilla

A los dominios del día sempiterno”;

 

Pues “Jehová liberta a los cautivos”.

 

Aquí tenemos un tema para un discurso de toda una noche, pero no quiero detenerme más tiempo en este punto. Quiero más bien producir una impresión en el ánimo de ustedes mediante esto: si son cautivos, si están bajo alguna forma de esclavitud, acérquense a Dios en Cristo Jesús, y pongan su confianza en Él, pues “Jehová liberta a los cautivos”.

 

II.   Hemos de proseguir con premura, para considerar un segundo título famoso del Señor, el cual es: EL ILUMINADOR: “Jehová abre los ojos a los ciegos”.

 

Si amablemente revisan sus ejemplares de la Biblia, encontraran que las palabras “los ojos de” han sido insertadas en cursivas por los traductores, de tal manera que el texto realmente dice: “Jehová abre a los ciegos”. ¡Ah, Él abre la propia alma de los ciegos, y deja entrar la luz donde no hay ojos! ¿Acaso no han notado que es así? Si alguien me dijera: “señor Spúrgeon, elija a una docena de las personas más felices que conozca”, diez de ellas serían personas ciegas. Tenemos algunos queridos amigos, miembros de esta iglesia, que se cuentan entre las almas más felices que Dios haya creado jamás. Ha pasado mucho tiempo desde que vieron la luz, pero Dios ha abierto sus corazones de tal manera, que gozan de una portentosa quietud de espíritu, de gran placidez de mente y de una luz interior y de un esplendor que personas videntes bien podrían envidiar. Yo he notado que las personas ciegas se cuentan a menudo entre las personas más dichosas, y los cristianos ciegos podrían ciertamente tomar el lugar principal entre nosotros por su tranquilidad y descanso mental. El Señor Jesucristo ilumina a los ciegos, viene y derrama una luz cuando las ventanas del cuerpo están cerradas, y les proporciona una luz interior que los llena de claridad.

 

Pero si quieren tomar el texto tal como está en nuestra traducción, nos será muy útil. Cuando el Señor Jesucristo estuvo aquí, abrió los ojos de los ciegos. Tocó muchos ojos sin visión y la luz penetró en ellos. Lean los Evangelios de principio a fin, y encontrarán que este milagro se repite constantemente. La ceguera es un padecimiento muy común en el Oriente y, por tanto, el Señor hacía con frecuencia el milagro de que los ciegos recuperaran la vista.

 

A continuación, el Señor capacita a las almas ciegas para que vean. Aquí vemos una gran misericordia. El Señor ha abierto los ojos de muchas personas que no podían verse a sí mismas, demostrando así cuán ciegas eran, y  no podían ver al Señor, demostrando todavía con mayor contundencia cuán ciegas eran. El Señor ha suministrado la luz interior a muchos hombres que no tenían entendimiento espiritual, para quienes el Evangelio parecía un gran misterio al cual no podían encontrarle ni pies ni cabeza. El Señor ha hecho que caigan las escamas de muchos ojos mentalmente ciegos y ha capacitado a quienes eran ciegos, primero, a verse a sí mismos y luego a ver a su Salvador. ¡Bendito sea Su nombre!

 

Y siempre que los ciegos de la tierra se quedan dormidos en Jesús, y entran en el cielo, no tienen ninguna ceguera en la gloria. Allí, sus ojos verán al Rey en Su hermosura; contemplarán Su rostro, y se regocijarán en Su amor. Jehová es un grandioso Abridor de los ojos: ¿acaso no pueden algunos de ustedes, que son ciegos, captar esta verdad, y decir: “Entonces vendremos a Él, pues necesitamos que nuestros ojos sean abiertos”?

 

Tal vez alguien diga: “amigo, yo no comprendo muy bien todo lo que dices. Yo he sido un oyente durante algún tiempo y necesito entender el Evangelio. Procuro captarlo, pero, de alguna manera, no puedo alcanzar la verdad”. Acércate a Dios mismo esta noche, con una fe llena de oración, y Él te lo explicará. Yo podría impedir que la luz entre tus ojos; sin embargo, si estás ciego, no puedo hacerte ver; pero el Señor puede dar la vista así como también la luz, y yo te imploro que pidas recibirlas de Sus manos esta noche.

 

No hay nada realmente difícil en el Evangelio; y si tú vinieras a Jesús como un niño enseñable, y le pidieras ser instruido por Él, descubrirás que todo es muy sencillo para aquél que cree. Del camino de la santidad está escrito: “El que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará”.

 

Querido amigo, si vienes a Dios pidiéndole gracia, Él nunca la escatimará. Ustedes no necesitan ser cristianos pobres; podrían ser “ricos con todas las riquezas que la bienaventuranza tiene la intención de proporcionar”. No necesitas tener una gracia poco profunda; podrías adentrarte, si quisieras, en “agua de pasar a nado” (Biblia de Jerusalén). Dar no lo empobrecerá y retener no lo enriquecerá, sino que, más bien, dar lo enriquece, enriquece su propio corazón con gran gozo, pues se deleita en dar. Ven y toma gratuitamente, y conoce la liberalidad de Dios. Yo recuerdo a uno que se llamaba a sí mismo: “un hidalgo-plebeyo dependiendo de la generosidad de Dios”. Algunos de nosotros podríamos tomar el mismo título; hemos tenido una porción del tamaño de una canasta de mano durante muchos años; no un saco lleno cada vez, sino la porción de una canasta de mano. Esa es una buena manera de vivir.

 

Si una muchacha recibe de su padre una porción, y el viejo caballero no le da nunca ninguna otra cosa adicional, no recibe tanto como su hermana que recibe la porción de una canasta de mano muchos días de la semana. Pero le llega con frecuencia el regalo de su hogar. El padre lo envía cada vez con su amor, y ella recibe más amor y más cuidado que la hermana, y el padre, también, recibe a cambio más gratitud, tal vez, que si le hubiera dado a su hija una suma única, y entonces su generosidad es visible por todas partes. Recibir gratuitamente y recibir continuamente de parte de Él, es una bendita manera de conocer la liberalidad de Dios: “Él da mayor gracia”.

 

Vengan, entonces, a Dios por Jesucristo, porque Él es, primero, el Emancipador y, en segundo lugar, el Iluminador.

 

III.   Ahora vamos a considerar el tercer título luminoso del Señor, esto es, EL CONSOLADOR. Lean a la mitad de la frase del versículo 8: “Jehová levanta a los caídos”.

 

Algunos están abatidos por el luto. Es entendible que esté abatida la mujer que acaba de depositar en la tierra al amado de su corazón; y es entendible que guarde luto el hombre cuyo hijo primogénito le ha sido arrebatado por un golpe súbito. Bien puede lamentarse alguien por haber perdido al amigo más escogido que haya conocido el hombre, al comprobar que la mitad de su vida se ha ido con la muerte de ese ser amado; sin embargo, “Jehová levanta a los caídos”. Ven, cuéntale tu dolor a Aquel que tuvo piedad de la viuda en la puerta de Naín. Ven, derrama tu aflicción delante de Aquel que lloró con las amadas hermanas en Betania, cuando Lázaro estaba muerto. Él puede ayudarte, pues Él “levanta a los caídos”.

 

Algunos están tristemente abatidos por las cargas pesadas de la vida. Tienen que cargar con más peso que la mayoría de los hombres. Se tambalean en el trayecto de un día a otro, bajo el peso que amenaza aplastarlos en el polvo. ¡Oh, vengan a mi Señor, que proporciona nuevas fuerzas para llevar las cargas, pues Él levanta a los que están caídos! Es maravilloso lo que un hombre puede hacer cuando Dios ha colocado Su mano sobre Él, y le ha dicho: “Esfuérzate”. Estás desfallecido y te desmayarás sin tu Dios, pero tendrás fuerzas si vienes y confías en Él, pues “Jehová levanta a los caídos”.

 

Tal vez estés abatido con una angustia interna. ¡Ah, no hay cura para algunas formas de angustia excepto acudir de inmediato a Dios! El escándalo de nuestro ministerio es el desaliento que no podemos dispersar. Cuán a menudo he terminado de hablar con algunos queridos amigos aquí, cuyas mentes han sido distraídas, y he tenido que declararme un “inútil”. Dios me ha ayudado a consolar a muchas personas: es mi porción, casi en cualquier lugar donde esté, ser seguido por personas que sufren mentalmente. Algunas veces río y les digo que “Dios los creó y ellos se juntaron”, y que deben considerarme medio loco, y así vienen a mí para que me identifique con ellos. Bien, que así sea; hay un tipo de simpatía entre ellos y yo. Pero he aprendido esta lección: que proporcionar consuelo a una mente enferma no está dentro del poder del predicador, a menos que su Señor lo habilite especialmente para la tarea; y, en todo caso yo les digo, queridos amigos atribulados, que acudan de inmediato a Aquel de quien leen estas dulces palabras: “Jehová levanta a los caídos”.

 

¿Tengo la suprema felicidad esta noche de dirigirme en esta congregación a uno que está encorvado por un sentido de pecado? ¿Dónde estás, Magdalena, ocultando tu rostro tras las lágrimas? ¿Dónde estás tú, pobre hijo pródigo errante, anhelando regresar a tu Padre, pero demasiado abatido como para iniciar el viaje? Escucha: “Jehová levanta a los caídos”. A Él le encanta encontrar al pobre pecador encorvado sobre el muladar, metiendo su cabeza en el polvo con verdadera desesperación de corazón, y se deleita en venir, y poner Su mano sobre él, y decirle: “Ponte de pie; no temas”. Hay un grandioso Dios de misericordias que se gloría en obrar portentos de gracia, perdonando incluso el pecado más negro. Repito que me gustaría hacer resonar este texto, como una campana de plata, a los oídos de cada pecador penitente aquí presente, y decirle: “Jehová levanta a los cautivos”.

 

IV.   Estamos progresando con nuestro texto, pues hemos llegado al cuarto grandioso título. Dios es EL GALARDONADOR: “Jehová ama a los justos”. Vamos, queridos amigos, aquí tenemos una hojuela hecha con miel; aquí tenemos un banquete de manjares, de gruesos tuétanos, para ustedes que son el pueblo de Dios, para ustedes a quienes Él ha considerado justos porque la perfecta justicia de Cristo les ha sido imputada a ustedes.

 

Primero, “Jehová ama a los justos” con un amor de complacencia. Él se deleita en ellos; Él los ama, no meramente con un amor de benevolencia que desea su bien, sino que mira con placer y deleite a los justos, aquéllos a quienes Él ha hecho justos, aquéllos que lo aman porque son justos, y que son semejantes a Él siendo justos. El Señor los mira, y se regocija en ellos. ¡Cómo debería alegrar eso a todos ustedes, que han sido hechos santos por la gracia de Dios! El deleite del Señor está en ustedes; Él los llama Sus Hefzi-bás, diciendo: “Mi deleite está en ellos”. Doquiera que haya cualquier cosa de Cristo, cualquier cosa de justicia, cualquier cosa de santidad, hay evidencia del amor del Señor. Entonces, en primer lugar, “Jehová ama a los justos” con un amor de complacencia.

 

Él hace algo más que eso; Él ama a los justos con un amor de comunión. Recuerden cómo lo expresa el Señor por boca de Isaías: “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados”. Yo no dudo de que Dios hable con frecuencia con los justos. “La comunión íntima de Jehová es con los que le temen”. Deja que hablen con Él, y Él les responde. ¿Sabes algo acerca de esta comunión con Dios? Si no sabes nada, no digas nunca que otros no saben nada al respecto, pues nosotros somos tan honestos y veraces como lo eres tú, y nosotros damos nuestro testimonio de que existe tal cosa como caminar con Dios; nosotros declaramos, a partir de una experiencia feliz y genuina, que existe tal cosa como hablar con Dios, y saber que Él nos ama, y que Su amor es derramado abundantemente en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos es dado.

 

Dios ama también a Su pueblo con un amor de favor. Él lo ama de tal manera que les dará cualquier cosa que necesiten. Sí, Él ha dicho por medio del Salmista: “No quitará el bien a los que andan en integridad”. Él ama a los justos de tal manera que, cuando se retiran a su aposento para elevar sus oraciones a Él, podría dejarlos que supliquen un poco de tiempo porque es para su bien que lo hagan, pero siempre concederá sus deseos. Él ha dicho: “Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón”. Él, verdaderamente, hace eso con Su pueblo. El Señor ama a los justos de tal manera que los favorece con bendiciones extraordinarias, cosas de las no puedo hablar aquí, pues hay muchas experiencias amorosas entre Cristo y el alma justa que nunca han de ser divulgadas. Nosotros no hablamos de nuestras experiencias amorosas en las calles, pues eso sería medio profano; tampoco las podríamos contar aquí. Hay favores que el Señor muestra a Su pueblo justo, que los miembros de ese pueblo conocen, y Él conoce, pero que nadie más puede conocer sino hasta aquel día cuando todas las cosas sean reveladas.

 

Y, además, el Señor ama a los justos de tal manera que quiere honrarlos. Si los hombres son justos, el mundo los odiará, y como una prueba de su odio, comenzará a ensuciarlos. Hay siempre algunas personas en el mundo que dicen: “Arroja suficiente lodo, que algo se pegará”; y, ¡oh, cuánto se deleitan en arrojarlo! Sus manos parecieran dirigirse naturalmente al lodo. Pero, amados, si ustedes siguen a Dios plenamente, su carácter no se verá empañado por largo tiempo. No traten de responderles a quienes los calumnian. Si un asno los pateara, ¿patearían ustedes al asno? Si un necio presentara una acusación en contra de ustedes, no le repliquen. Déjenlo que lance improperios; Dios los vindicará. Recuerden aquel Salmo que acabo de citar, el Salmo treinta y siete: “Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará. Exhibirá tu justicia como la luz, y tu derecho como el mediodía”. Incluso podría sucederle a un hombre que pudiera realizar una acción que no será entendida nunca mientras viva; pero el verdadero hombre de Dios vive para la eternidad, no para el tiempo. Dice: “No me importa si tomara quinientos años para que la justicia de mi acción fuera vista por mis semejantes; no la hará más justa cuando en verdad la vean, ni será menos justa mientras ellos no la vean. ¿Qué tengo yo que ver con los hombres? Yo sirvo al Dios viviente”. Si te adentraras en esa condición de corazón, puedes confiar tu reputación, tu vida y tu utilidad enteramente a Dios, pues “Jehová ama a los justos”. El día vendrá cuando todo el mundo lo sabrá, cuando quienes son justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre, y Dios dirá de ellos: “Bien, buenos siervos y fieles… entrad en el gozo de su señor”.

 

Ahora, entonces, ¿no querrás venir a Él, puesto que Sus favoritos son las mejores personas de todo el mundo? Con frecuencia se ha sabido que los reyes y los príncipes eligen a sus asociados entre los peores de sus súbditos, hombres que ministran a sus más bajas pasiones. Los favoritos de los reyes han sido a menudo la escoria de la tierra; pero nuestro Rey ama a los justos. Él no aceptará que nadie sea Su cortesano, ni que venga cerca de Él, para permanecer delante de Su rostro, excepto quienes caminan rectamente, por medio de Su potente gracia. Yo pienso que hay algo que verdaderamente invita allí a ustedes, que son de un corazón sincero, algo que debería inducirlos a venir a un Dios como éste: el Señor que ama a los justos.

 

V.   Pero ahora, lo último de todo, y, tal vez, lo más dulce de todo, es el quinto nombre de Dios: EL PRESERVADOR: “Jehová guarda a los extranjeros; al huérfano y a la viuda sostiene, y el camino de los impíos trastorna”. Mi tiempo se ha agotado al punto que sólo puedo pedirles que traten de dar una aplicación práctica, con la ayuda de Dios, a las pocas palabras que diré.

 

Noten, primero, que Dios preserva a los extranjeros. En todas las naciones, en tiempos antiguos, los extranjeros eran echados fuera; no querían que ningún extranjero se estableciera en medio de ellas. En este país, en casi cada aldea, solía ser la práctica que un extranjero fuera considerado como un tipo de perro loco; y si se daba el caso de que usara un vestido diferente del que usaban los aldeanos, todos los muchachos le gritaban. Pareciera que nuestra depravada humanidad es naturalmente hostil para con los extranjeros. Con frecuencia oigo decir a la gente incluso ahora: “¡oh, él es un extranjero!” ¡Oh, tú, inglés altivo! ¿Acaso no es tan bueno como tú? Tú eres un extranjero cuando llegas al otro lado del Canal de la Mancha. La orden de Dios a Su antiguo pueblo era que debían ser amables con los extranjeros. Dondequiera que llegaran los extranjeros, se les debía permitir habitar, y debían ser protegidos. Dios lo expresó así para Israel: “Y al extranjero no engañarás ni angustiarás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto”; y debido a que Dios los amó cuando fueron extranjeros en Egipto, debían tener especial cuidado de los forasteros y de los extranjeros que se establecían entre ellos.

 

¡Cuán grandioso rasgo del carácter de Dios es éste: “Jehová guarda a los extranjeros”! Si algunos de ustedes se sienten muy extranjeros aquí esta noche, si son forasteros para la religión, forasteros para las observancias religiosas, forasteros para todo lo que es bueno, si sienten, cuando oyen el Evangelio, que son tan completamente extraños a él que suena muy extrañamente a sus oídos, ¡vengan, amados forasteros, “Jehová guarda a los extranjeros”! Vengan bajo la sombra de Sus alas, y allí encontrarán refugio. El padre está muerto, la madre está muerta, todos los amigos se han ido, e incluso en la propia aldea donde naciste eres un extraño; ven, pues tu Dios no está muerto, tu Salvador vive: “Jehová guarda a los extranjeros”.

 

Luego noten la siguiente frase de nuestro texto: “Al huérfano y a la viuda sostiene”. Si buscan en los primeros Libros de la Biblia, verán el gran cuidado que Dios tiene del huérfano y de la viuda. ¿Quiénes tenían los diezmos? Bien, los levitas; pero también el pobre, y el extranjero, y el huérfano y la viuda. Si buscan en Deuteronomio 14: 28, o 26: 12, encontrarán que los diezmos no eran exclusivamente para los sacerdotes, sino que también eran para las viudas, y los huérfanos y los extranjeros. Además de esto, los Israelitas no debían nunca rebuscar sus campos, pues esos frutos remanentes eran para la viuda y el huérfano; y no debían sacudir nunca los olivos ni ningún árbol frutal dos veces, sino que debían dejar lo que quedaba sobre el árbol para la viuda y el huérfano. También había sido promulgada esta ley: que no debían tomar nunca como garantía el vestido de una viuda. Eso se hace con mucha frecuencia en Londres; pero no se podía hacer en aquel entonces; el vestido de la viuda no podía ser tomado nunca en garantía. Dondequiera que la legislación de Dios para Su pueblo tocaba sobre la viuda y el huérfano, era inmensurablemente amable.

 

Ahora, entonces, ustedes que se sienten como viudas, ustedes que han perdido su gozo y su consuelo terrenal, ustedes que se sienten como huérfanos y claman: “A nadie le importa mi alma”, oh, que el dulce Espíritu del Señor los seduzca a venir a Él, pues, tal como les recordé en la lectura: “Padre de huérfanos y defensor de viudas es Dios en su santa morada”.

 

Pero la visión del carácter de Dios no sería completa si no se agregara: “Y el camino de los impíos trastorna”. Vean, los piadosos y los que confían en Dios están siempre en peligro frente a los impíos; pero Él trastorna el camino de los impíos. Tomen un ejemplo. Los hermanos de José lo venden a Egipto, y hacen de él un esclavo. Dios trastorna ese arreglo, y hace de él un príncipe. Piensen en Mardoqueo. Amán quiere ahorcarlo; tiene la horca lista, pero Amán resulta colgado en su propia horca. Dios sabe cómo hacer que la malicia de los hombres promueva el beneficio de aquéllos contra quienes dirigen su crueldad. “Y el camino de los impíos trastorna”.

 

Sé justo y no temas. Apóyate en el sacrificio expiatorio de Cristo; confía únicamente en Él. Ven a tu Dios, y sé Su siervo de ahora en adelante, y por siempre, y verás cómo Él romperá tus cadenas, y abrirá tus ojos, y alegrará tu espíritu, y te hará gozar de Su amor y te preservará incluso hasta el fin. “No te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada”. ¡Que Dios los bendiga, queridos amigos, y que todos puedan venir a Dios esta noche, por medio de Jesucristo nuestro Señor! Amén.        

 

 

 

 

  volver