SANA DOCTRINA - Ministerio de Difusión Bíblica

Líbrele Ahora

 

Sermón predicado la mañana del domingo 17 de junio de 1888

Por Charles Haddon Spúrgeon

En El Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres

 

 

“Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios”. Mateo 27: 43

 

Estas palabras son un cumplimiento de la profecía contenida en el Salmo veintidós. Lean el versículo siete, “Todos los que me ven me escarnecen; estiran la boca, menean la cabeza, diciendo: Se encomendó a Jehová; líbrele él; sálvele, puesto que en él se complacía”. Así cumple nuestro Señor al pie de la letra la antigua profecía.

 

Es muy doloroso para el corazón imaginar a nuestro bendito Maestro sumido en Sus agonías de muerte, rodeado por una soez multitud que le observaba y le escarnecía, que se burlaba de Su oración e insultaba Su fe. Nada era sagrado para ellos: invadían el lugar santísimo de Su confianza en Dios, y se mofaban de Él por esa fe en Jehová que se veían forzados a admitir. ¡Vean, queridos amigos, qué cosa tan maligna es el pecado, ya que el Portador del pecado sufre tan amargamente para expiarlo! ¡Vean, también, el oprobio del pecado, ya que incluso el Príncipe de Gloria, al soportar sus consecuencias, es cubierto de desprecio! ¡Adviertan, también, cómo nos amó! Por nuestra causa Él “sufrió la cruz, menospreciando el oprobio”. Él nos amó tanto que se dignó sufrir aun el escarnio de la más cruel calaña para quitar nuestro oprobio y para hacernos capaces de volver nuestra mirada a Dios.

 

Amados, el tratamiento que los hombres le dieron a nuestro Señor Jesucristo es la prueba más clara de la total depravación que se pudiera requerir o descubrir. ¡Tienen que ser en verdad corazones de piedra los que se pueden reír de un Salvador moribundo, y aun mofarse de Su fe en Dios! Pareciera que la compasión abandonó a la humanidad, mientras que la malicia reinó suprema en el trono. Por doloroso que sea el cuadro, el hecho de pintarlo les hará bien. No van a necesitar ni lienzo, ni pincel, ni paleta, ni colores. Dejen que sus pensamientos dibujen el bosquejo, y que su amor llene los detalles; no voy a quejarme si la imaginación realza el colorido. El Hijo de Dios, a quien los ángeles adoran con rostros velados, es señalado con dedos desdeñosos por hombres que sacan la lengua y exclaman burlonamente: “Se encomendó a Jehová; líbrele él; sálvele, puesto que en él se complacía”.

 

Mientras vemos así a nuestro Señor en Su aflicción y en Su oprobio como nuestro Sustituto, no hemos de olvidar que está también allí como nuestro representante. Lo que en muchos salmos pareciera estar relacionado con David, descubrimos en los Evangelios que se refiere a Jesús, nuestro Señor. Con muchísima frecuencia el estudiante del Salmo se dirá: “¿De quién dice esto el profeta?” Tendrá que desenredar los hilos algunas veces, y deslindar lo que pertenece a David de lo que está relacionado con el Hijo de Dios, y con frecuencia será incapaz de desenredar los hilos del todo, porque son uno, y pudieran estar relacionados tanto con David como con el Señor de David. Esto tiene el propósito de mostrarnos que la vida de Cristo es un epítome de la vida de Su pueblo. No sólo sufre por nosotros como nuestro Sustituto, sino que sufre ante nosotros como nuestro modelo. En Él vemos lo que tenemos que soportar en nuestra medida. “Como él es, así somos nosotros en este mundo”. Nosotros también tenemos que ser crucificados para el mundo y debemos esperar algo de esas pruebas de fe y de esas burlas del escarnio que acompañan una crucifixión tal. “No os extrañéis si el mundo os aborrece”. También ustedes deben sufrir fuera de la puerta. No para la redención del mundo, sino para el cumplimiento de los propósitos divinos en ustedes y a través de ustedes en los hijos de los hombres, tienen que ser llevados a conocer la cruz y su oprobio. Cristo es el espejo de la iglesia. Cada miembro del cuerpo tendrá que soportar también en su medida lo que soportó la cabeza. Leamos el texto bajo esta luz, y acerquémonos a él diciéndonos: “Vemos aquí lo que Jesús sufrió en lugar nuestro y por medio de esto aprendemos a amarle con toda nuestra alma. Aquí vemos también, como en una profecía, cuán grandes cosas hemos de sufrir por Su causa de manos de los hombres”. Que el Espíritu Santo nos ayude en nuestra meditación, de modo que al concluirla amemos más ardientemente a nuestro Señor, quien sufrió por nosotros, y que nos armemos más cuidadosamente con la misma mente que le permitió soportar tal contradicción de pecadores contra Sí mismo.

 

Llegando de inmediato al texto, primero, observen el reconocimiento con el que comienza el texto: “Confió en Dios”. Los enemigos de Cristo admitían Su fe en Dios. En segundo lugar, consideren la prueba que es la esencia de la mofa: “Líbrele ahora si le quiere”. Cuando nuestra mente haya absorbido esas dos cosas, entonces consideremos por unos momentos la respuesta a esa prueba y a esa mofa: Dios en efecto libra con seguridad a Su pueblo; los que confían en Él no tienen ninguna razón para avergonzarse de su fe.

 

I.   Primero, entonces, mis amados hermanos, ustedes que conocen al Señor por fe y viven por confiar en Él, permítanme invitarlos a OBSERVAR EL RECONOCIMIENTO que estos escarnecedores hacían de la fe de nuestro Señor: “Confió en Dios”. Sin embargo el Salvador no vestía ningún ropaje peculiar o prenda por los cuales hacía saber a los hombres que Él confiaba en Dios. Él no era un recluso, ni tampoco se unió a alguna pequeña célula de separatistas que se jactara de su peculiar confianza en Jehová. Aunque nuestro Señor estaba apartado de los pecadores, con todo Él era eminentemente un hombre entre los hombres, y Él entraba y salía en medio de una multitud como uno de ellos mismos. Su peculiaridad particular era que “Confiaba en Dios”. Él era tan perfectamente un hombre que, aunque era indudablemente un judío, no había peculiaridades judías en Él. Cualquier nación podría reclamarlo pero ninguna nación podía monopolizarlo. Las características de nuestro género humano están tan palpablemente en Él, que pertenece a toda la humanidad. Yo admiro a la hermana galesa que era de la opinión que el Señor Jesús tenía que ser galés. Cuando le preguntaron cómo lo demostraba, ella respondió que Él le hablaba siempre en galés a su corazón. Sin duda que así era, y yo puedo, con igual calidez, declarar que Él me habla siempre en inglés. Hermanos de Alemania, Francia, Suecia, Italia: todos ustedes reclaman que Él les habla en su propia lengua. Esto era lo especial que le distinguía entre los hombres: “Confió en Dios”, y vivió la vida que crece naturalmente de la fe en el Eterno Señor. Esta peculiaridad había sido visible aun para aquella impía multitud a la que lo que menos le importaba era percibir un punto espiritual de carácter. ¿Fue algún crucificado saludado así alguna vez por la turba que presenciaba su ejecución? ¿Se habían mofado antes de alguien esos escarnecedores por un asunto como éste? No lo creo. Sin embargo, la fe había sido tan manifiesta en la vida cotidiana de nuestro Señor que la multitud gritaba en voz alta: “Confió en Dios”.

 

¿Cómo lo sabían? Yo supongo que no podían evitar ver que le daba gran prominencia a Dios en Su enseñanza, en Su vida y en Sus milagros. Siempre que Jesús hablaba se trataba siempre de una plática piadosa; y si bien no era siempre claramente acerca de Dios, era siempre acerca de cosas que se relacionaban con Dios, que venían de Dios, que conducían a Dios y que engrandecían a Dios. Un hombre puede ser juzgado imparcialmente por aquello a lo que le da la mayor prominencia. La pasión gobernante es un indicador justo del corazón. ¡Qué gobernante del alma es la fe! Influencia al hombre así como el timón guía a la nave. Una vez que un hombre comienza a vivir por la fe en Dios, ella colora sus pensamientos, domina sus propósitos, condimenta sus palabras, le da un tono a sus acciones, y sale a relucir en todo por medios sumamente naturales y espontáneos, hasta que los hombres perciben que están tratando con un varón que le da mucha prominencia a Dios. El mundo incrédulo dice abiertamente que no hay ningún Dios, y los menos descarados, que admiten Su existencia, lo reducen a una figura muy pequeña, tan pequeña que no afecta sus cálculos; pero para el verdadero cristiano, Dios no solamente es mucho, sino todo. Para nuestro Señor Jesús Dios era todo en todo; y cuando llegas a estimar a Dios como Él lo hacía, entonces el más descuidado espectador pronto comenzará a decir de ti: “Confió en Dios”.

 

Además de observar que Jesús le daba mucha prominencia a Dios, los hombres llegaron a notar que era un varón confiado, pero que no estaba lleno de confianza en Sí mismo. Ciertas personas son muy orgullosas porque se han hecho a sí mismas. Voy a darles el crédito de admitir que adoran de todo corazón a su hacedor. El ‘yo’ las hizo y esas personas adoran al ‘yo’. Contamos entre nosotros con individuos que son autosuficientes, y que son casi suficientes en absolutamente todo; ellos miran con desprecio a quienes no tienen éxito, pues ellos  pueden tener éxito en cualquier parte, en cualquier cosa. El mundo es para ellos un balón de futbol que pueden patear como les plazca. Si no se elevan a la más prominente eminencia es simplemente por lástima por el resto de nosotros, que deberíamos recibir una oportunidad. ¡Un barril de suficiencia se fermenta dentro de sus costillas! No había nada de ese tipo de cosas en nuestro Señor. Aquellos que le observaban no dijeron que tenía una gran confianza en Sí mismo y un noble espíritu de seguridad en Sí mismo. ¡No, no! Dijeron: “Confió en Dios”. Cuando hablaba, no hablaba de Sí mismo, y de las grandiosas obras que realizó nunca se jactó, sino que dijo: “el Padre que mora en mí, él hace las obras”. Él era alguien que confiaba en Dios, no alguien que se jactaba en el ‘yo’. Hermanos y hermanas, yo deseo que ustedes y yo seamos precisamente de ese orden. La confianza en uno mismo es la muerte de la confianza en Dios; la confianza en el talento, en el tacto, en la experiencia y en cosas de ese tipo mata a la fe. ¡Oh, que sepamos lo que la fe significa, y que así miremos fuera de nosotros mismos y nos despojemos de la perversa confianza que mira en el interior!

 

Por otro lado, podemos recordar sabiamente que, a la vez que nuestro Señor Jesús no estaba confiado en  Sí mismo, Él confiaba, y no estaba de ninguna manera abatido: Él nunca estaba desanimado. No cuestionaba Su comisión, ni perdía la esperanza de cumplirla. Nunca dijo: “Tengo que renunciar; jamás podré tener éxito”. No; “Confió en Dios”. Y este es un gran punto en la operación de la fe, que mientras nos preserva del engreimiento, igualmente nos preserva del miedo debilitador. Cuando nuestro bendito Señor afirmó Su rostro; cuando, estando desconcertado, regresó al conflicto; cuando, siendo traicionado, Él aun perseveró en Su amor, entonces los hombres no pudieron evitar ver que Él confiaba en Dios. Su fe no era una mera repetición de un credo, o de una profesión de fe, sino que era una confianza infantil en el Altísimo. ¡Que la nuestra sea del mismo orden!

 

Es evidente que el Señor Jesús confiaba en Dios abiertamente, puesto que aun aquella turba escarnecedora lo proclamó. Algunas buenas personas procuran ejercer la fe a hurtadillas: la practican en cómodos rincones, y en horas solitarias, pero tienen miedo de hablar mucho delante de otros por miedo de que su fe no vea cumplida la promesa. No se atreven a decir con David: “En Jehová se gloriará mi alma; lo oirán los mansos, y se alegrarán”. Este sigilo le roba a Dios Su honra. Hermanos, nosotros no glorificamos a Dios como debería ser glorificado. Confiemos en Él, y reconozcámosle. ¿Por qué debería avergonzarnos? Retemos a combate a la tierra y al infierno. Dios, el fiel y verdadero, merece que se confíe en Él ilimitadamente. Confíenle todo a Él, y no se avergüencen por haberlo hecho. Nuestro Salvador no se avergonzaba de confiar en Su Dios. En la cruz, Él clamó: “El que me hizo estar confiado desde que estaba a los pechos de mi madre”. Jesús vivía por fe. Estamos seguros de que lo hacía pues en la Epístola a los Hebreos se le cita diciendo: “Yo confiaré en él”. Si un personaje tan glorioso como el Unigénito Hijo de Dios vivió aquí por fe en Dios, ¿cómo hemos de vivir ustedes y yo excepto confiando en Dios? Si vivimos para Dios, esta es la absoluta necesidad de nuestra vida espiritual: “el justo por la fe vivirá”. ¿Nos habremos de avergonzar de aquello que nos brinda vida? Los crueles que vieron morir a Jesús no dijeron: “De vez en cuando confiaba en Dios”; ni “Él confió en el Señor hace años”; sino que admitían que la fe en Dios era el constante tenor de Su vida; no podían negarlo. Aun cuando con maliciosa crueldad lo convirtieron en un sarcasmo, no cuestionaron el hecho de que “confió en Dios”. ¡Oh, yo quisiera que vivieran de tal manera que aun aquellos que sienten mayor antipatía por ustedes sepan que ustedes confían en Dios! A la hora de su muerte, que sus amados hijos digan de ustedes: “¡Nuestra amada madre confió en el Señor!” Que ese muchacho que se ha alejado más de Cristo y que ha afligido más a tu corazón, diga, no obstante, en su corazón: “¡Puede haber hipócritas en el mundo, pero mi querido padre en verdad confía en Dios!” ¡Oh, que nuestra fe sea conocida de manera inconfundible! No deseamos que se haga publicidad al respecto para nuestra propia honra. Lejos esté eso de nuestras mentes. Pero aun así quisiéramos que se supiera para que otros sean animados y que Dios sea glorificado. Si nadie más confía en Dios, hagámoslo nosotros; y así podemos levantar un testimonio para honra de Su fidelidad. A la hora de nuestra muerte, que este sea nuestro epitafio: “Confió en Dios”.  

 

En el Salmo veintidós, David representa a los enemigos como diciendo de nuestro Señor: “Confió que Dios le libraría”. Esta fe práctica tiene la seguridad de ser conocida doquiera que esté en operación, porque es sumamente rara. Multitudes de personas tienen un tipo de fe en Dios, pero no llega al punto práctico de confiar que Dios los librará. Veo en los titulares de los periódicos: “¡Noticias Sorprendentes! ¡Seres Humanos en los Planetas!” No es un descubrimiento muy práctico. Durante muchos días ha habido una tendencia a referir las promesas de Dios y nuestra fe a los planetas, o a algún lugar más allá de esta presente vida cotidiana. Nos decimos: “Oh, sí, Dios libra a Su pueblo”. Queremos decir que así lo hizo en los días de Moisés, y posiblemente pudiera estarlo haciendo ahora en alguna ignota isla del océano. ¡Ah!, la gloria de la fe estriba en que es apta para el uso cotidiano. ¿Puede decirse de ti: “Confió en que Dios le libraría”? ¿Tienes la clase de fe que te hará confiar en el Señor en la pobreza, en la enfermedad, en el luto, en la persecución, en la calumnia y en el desprecio? ¿Tienes tú una confianza en Dios que te sostenga en una vida santa al costo que sea, y en un servicio activo aun más allá de tus fuerzas? ¿Puedes confiar en Dios definitivamente acerca de esto y de aquello? ¿Puedes confiar acerca del alimento, y el vestido y el hogar? ¿Puedes confiar en Dios incluso acerca de tus zapatos, que serán hierro y bronce, y acerca de los cabellos de tu cabeza, que todos ellos están contados? Lo que necesitamos es menos teoría y una confianza más real en Dios.

 

La fe del texto era personal: “Que le libraría”. Bendita es esa fe que puede extender su brazo de compasión alrededor del mundo, pero esa fe tiene que comenzar en casa. ¿De qué serviría el brazo más largo si no estuviera fijado al hombre mismo en el hombro? Si no hay fe en ti mismo, ¿qué fe puedes tener acerca de otros? “Confió en que el Señor le libraría”. Vamos, amado, ¿tienes una fe así en el Dios viviente? ¿Confías que Dios te salve por medio de Cristo Jesús? Sí, tú pobre ser indigno, el Señor te librará si confías en Él. Sí, pobre mujer u hombre desconocido, el Señor puede ayudarte en tu tribulación presente, y en cada una de las otras, y hará eso si confías en Él para ese fin. Que el Espíritu Santo te guíe a confiar primero en el Señor Jesús para el perdón del pecado, y luego a confiar en Dios para todo.

 

Hagamos una pausa por un minuto. Si un hombre confía en Dios, no en ficción sino de hecho, descubrirá que tiene una sólida roca bajo sus pies. Si confía sus propias necesidades cotidianas y sus pruebas, tengan la seguridad de que el Señor realmente aparecerá para él, y no se verá decepcionado. Una confianza así en Dios es algo muy razonable; su ausencia es sobremanera irrazonable. Si hay un Dios, Él sabe todo lo concerniente a mi caso. Si Él hizo mis oídos, puede oírme; si Él hizo mis ojos, puede verme y por tanto, percibe mi condición. Si es mi Padre, como Él dice que lo es, ciertamente cuidará de mí y me ayudará en mi hora de necesidad si puede. Y estamos seguros de que puede, pues Él es omnipotente. ¿Hay algo irrazonable, entonces, en confiar en que Dios nos librará? Me aventuro a decir que si todas las fuerzas en el universo se conjuntaran, y todos los amables intentos de todos los que son nuestros amigos se sumaran y fuéramos entonces a confiar en esas fuerzas e intentos unidos no tendríamos ni una milésima parte de justificación para nuestra confianza como cuando dependemos de Dios, cuyos propósitos y fuerzas son infinitamente mayores que los de todo el resto del mundo. “Mejor es confiar en Jehová que confiar en el hombre. Mejor es confiar en Jehová que confiar en príncipes”. Si ves las cosas a la blanca luz de la razón pura, es infinitamente más razonable confiar en el Dios viviente que en todas Sus criaturas tomadas en su conjunto.

 

Ciertamente, queridos amigos, es extremadamente consolador confiar en Dios. Yo encuentro que así es, y por eso hablo. Echar tu carga sobre el Señor, puesto que Él te sustentará, es una bendita manera de quedar libre de cuidados. Sabemos que Él es fiel, y que es tan poderoso como es fiel, y nuestra dependencia de Él es el sólido fundamento de una profunda paz.

 

A la vez que es consolador, también es edificante. Si confías en los hombres, en los mejores hombres, es probable que seas humillado por tu confianza. Somos propensos a adular servilmente a quienes nos protegen. Si tu prosperidad depende de la sonrisa de una persona, eres tentado a rendirle pleitesía aun cuando sea inmerecida. El antiguo refrán menciona a una cierta persona diciendo “que sabe lo que le conviene”. Miles son degradados prácticamente por confiar en los hombres. Pero cuando nuestra confianza se apoya en el Dios viviente somos elevados por ello; subimos tanto moral como espiritualmente. Te puedes postrar en la más profunda reverencia delante de Dios, y con todo, no habrá ninguna adulación. Puedes yacer en el polvo delante de la Majestad del cielo, y sin embargo, no ser deshonrado por tu humildad; de hecho, es grandeza nuestra ser nada en la presencia del Altísimo.

 

Esta confianza en Dios hace fuertes a los hombres. Yo le aconsejaría al enemigo que no se oponga al hombre que confía en Dios. A la larga será derrotado, tal como Amán lo descubrió con Mardoqueo. Amán había sido advertido de eso por Zeres, su esposa, y por sus varones sabios, que le dijeron: “Si de la descendencia de los judíos es ese Mardoqueo delante de quien has comenzado a caer, no lo vencerás, sino que caerás por cierto delante de él”. No contiendas con un hombre que tiene a Dios a sus espaldas. Hace años los habitantes de Menton deseaban liberarse del dominio del Príncipe de Mónaco. Ellos, por tanto, expulsaron a su agente. El príncipe vino con su ejército, uno no muy grande por cierto, pero aun así, formidable para los mentoneses. Yo no sé qué no estaría dispuesto a hacer el excelso y poderoso joven príncipe; pero llegaron las noticias de que el rey de Cerdeña se acercaba por la retaguardia para ayudar a los mentoneses y por tanto, su señoría de Mónaco, muy prudentemente, se retiró a su propia roca. Cuando un creyente se mantiene firme en la lucha contra el mal, puede estar seguro de que el Señor de los ejércitos no estará lejos. El enemigo oirá el galope de los cascos de Su caballo y el sonido de Su trompeta, y huirá delante de Él. Por tanto, tengan ánimo y obliguen al mundo a que diga de ustedes: “Confió en que Dios le libraría”.

 

II.   En segundo lugar, quiero que me sigan brevemente para considerar LA PRUEBA QUE ES LA ESENCIA DE LA BURLA que fue lanzada por los escarnecedores en contra de nuestro Señor: “Líbrele ahora si le quiere”.

 

Una prueba semejante le vendrá a todos los creyentes. Pudiera venir como una burla de los enemigos; vendrá ciertamente como una prueba de su fe. El archienemigo seguramente siseará: “Líbrele él; sálvele, puesto que en él se complacía”.

 

Esta burla tiene la apariencia de ser muy lógica, y en verdad, en cierta medida, sí lo es. Si Dios ha prometido librarnos, y nosotros hemos profesado abiertamente creer en la promesa; es muy natural que otros digan: “Veamos si en efecto le libra. Este hombre cree que el Señor le ayudará; y tiene que ayudarle, o de otra manera la fe del hombre es un engaño”. Este es el tipo de prueba a la que nosotros mismos habríamos sujetado a otros antes de nuestra conversión, y no podemos objetar ser probados nosotros mismos de la misma manera. Tal vez nos inclinemos a huir de la terrible experiencia, pero este rehusarnos debería ser un solemne llamado a cuestionar lo genuino de esa fe que tenemos miedo de probar. “Confió en que Dios”, dice el enemigo, “le libraría; líbrele ahora”; y ciertamente, por malicioso que sea el designio, no hay forma de escapar de la lógica del reto.

 

Es peculiarmente doloroso que se te recalque esta severa inferencia en la hora de la aflicción. Debido a que uno no puede negar la imparcialidad de la apelación, es tanto más penosa. En el tiempo de depresión espiritual es duro que se cuestione la fe de uno, o que la base sobre la cual se apoya sea convertida en una materia de disputa. Ya sea estar equivocado en la creencia de uno, o no tener ninguna fe real, o encontrar que la base de la fe de uno falla, es algo sobremanera penoso. Sin embargo, ya que nuestro Señor no se libró de esta terrible prueba, no debemos esperar librarnos de ella y Satanás sabe bien cómo elaborar estas preguntas, hasta que su veneno hace arder la sangre. “Se encomendó a Jehová; líbrele él; sálvele”; él arroja este dardo de fuego al interior del alma, hasta que el hombre queda gravemente herido y apenas puede mantenerse firme.

 

La burla es especialmente mordaz y personal. Está expresada así: “Se encomendó a Jehová; líbrele él”; “No nos vengas con tus desatinos acerca de que Dios ayuda a todos Sus elegidos. He aquí un individuo que es uno de Su pueblo. ¿Le ayudará? No nos hables grandes cosas acerca de Jehová en el Mar Rojo, o en el Desierto del Sinaí, o acerca de Dios ayudando a Su pueblo en épocas pasadas. He aquí un hombre vivo ante nosotros que se encomendó a Jehová para que le librara: líbrele ahora”. Ustedes saben cómo Satanás escogerá a uno de los más afligidos, y apuntando su dedo hacia él clamará: “Líbrele ahora”. Hermanos, la prueba es justa. Dios será fiel a cada creyente. Si cualquier hijo de Dios pudiera perderse, sería más que suficiente para capacitar al demonio para arruinar toda la gloria de Dios para siempre. Si fallara alguna promesa de Dios para uno de Su pueblo, esa única falla bastaría para echar a perder la veracidad del Señor para toda la eternidad; lo publicarían en la “Gazeta Diabólica”, y en cada calle de Tofet aullarían proclamando: “Dios ha fallado. Dios ha quebrantado Su promesa. Dios ha cesado de ser fiel a Su pueblo”. Sería entonces un horrible reproche: “Se encomendó a Jehová para que le librara, pero Él no lo libró”.

 

Mucho énfasis radica en que la prueba está expresada en el tiempo presente: “Se encomendó a Jehová; líbrele él; sálvele ahora”. Te veo a Ti, oh Señor Jesús. Ahora no estás en el desierto donde el diablo te está diciendo: “Si eres Hijo de Dios, dí que estas piedras se conviertan en pan”. No. Tú estás clavado al madero. Tus enemigos te han cercado. Los legionarios de Roma están al pie de la cruz, los escribas y fariseos y judíos furiosos te asedian. ¡No hay escapatoria de la muerte para Ti! De aquí sus gritos: “Líbrele ahora”. ¡Ah, hermanos y hermanas!, es así como Satanás nos ataca, usando nuestras presentes y oprimentes tribulaciones como las púas de sus flechas. Con todo, aquí también hay razón y lógica en el reto.

 

Si Dios no libra a Sus siervos en un momento así como también en cualquier otro, no ha guardado Su promesa. Pues un hombre de verdad es siempre veraz, y una promesa dada una vez permanece siempre. Una promesa no puede ser quebrantada de vez en cuando, y sin embargo, que el honor de la persona que la ofrece se mantenga porque la guarda en otros momentos. La palabra de un hombre verdadero permanece siempre siendo buena. Es buena ahora. Esta es lógica, amarga lógica, lógica de frío acero, lógica que parece cortar a lo largo de tu columna vertebral y que parte tu espinazo. “Se encomendó a Jehová; líbrele él; sálvele ahora”. Con todo, esta rígida lógica puede convertirse en consuelo. Yo les relaté el otro día una historia del hermano que estaba en Guy’s Hospital a quien los doctores le dijeron que tenía que someterse a una operación que era extremadamente peligrosa. Le dieron una semana de plazo para que considerara si se sometería a ella. Él estaba turbado por su joven esposa e hijos, y por su obra para el Señor. Un amigo le dejó un ramo de flores, con este versículo como su lema: “Se encomendó a Jehová; líbrele ahora”. “Sí” –pensó él- “ahora”. Se arrojó en oración sobre el Señor y sintió en su corazón: “Vamos, doctores, estoy listo para ustedes”. Cuando llegó la mañana siguiente, rehusó recibir cloroformo, pues deseaba ir al cielo en sus sentidos. Soportó virilmente la operación, y vive todavía. “Se encomendó a Jehová; líbrele él” en ese instante, y el Señor lo hizo. En esto estriba lo más arduo de la batalla.

 

Un cristiano puede fracasar en su negocio, puede dejar de suplir todos los pedidos, y entonces Satanás grita: “Líbrele ahora”. El pobre hombre ha estado sin trabajo durante dos o tres meses, hollando las calles de Londres hasta gastar la suela de sus botas; se ha quedado ya sin un centavo. Me parece oír la risa del Príncipe de la Tinieblas cuando clama: “Líbrele ahora”. O, por otro lado, el creyente está muy enfermo en su cuerpo y abatido en su espíritu, y entonces Satanás aúlla: “Líbreleahora”. Algunos de nosotros nos hemos encontrado en posiciones sobremanera difíciles. Fuimos movidos a la indignación debido a un error fatal, y hablamos claramente, pero los hombres rehusaron oír. Aquellos en quienes confiábamos nos abandonaron; varones buenos buscaron su propia tranquilidad y no quisieron marchar con nosotros, y solos tuvimos que dar testimonio de la verdad despreciada, hasta que nosotros mismos fuimos despreciados. Entonces el adversario gritó: “Líbrele ahora”. ¡Que así sea! Nosotros no rehusamos la prueba. Nuestro Dios, a quien servimos, nos librará. No nos vamos a inclinar ante el pensamiento moderno ni vamos a adorar la imagen que la sabiduría humana ha erigido. Nuestro Dios es Dios tanto de collados como de valles. Él no les fallará a Sus siervos aunque por un tiempo se abstenga para probar nuestra fe. Nos atrevemos a aceptar la prueba, y decimos: “Que le libre ahora”.

 

Queridos amigos, no debemos temer esta burla si es realizada por adversarios, pues, después de todo, la prueba nos llegará independientemente de cualquier malicia, pues es inevitable. Toda la fe que tienes será probada. Puedo ver que la estás acumulando. ¡Cuán rico eres! ¡Qué cantidad de fe! ¡Amigo, eres casi perfecto! Abre la puerta del horno e introduce ese montón. ¿Rehúyes? ¡Mira cómo se consume! ¿Queda algo? Trae aquí una lupa. ¿Acaso es esto todo lo que queda? Sí, esto es todo lo que permanece del montón. Tú dices: “Confié en Dios”. Sí, pero tenías razón en clamar: “Señor, ayuda mi incredulidad”. Hermanos, no tenemos ni una fracción de la fe que pensamos que tenemos. Pero sea como sea, toda nuestra fe tiene que ser probada. Dios sólo construye los buques que envía al mar. En la vida, en las pérdidas, en el trabajo, en el llanto, en el sufrimiento o en el esfuerzo, Dios encontrará un crisol apropiado para cada grano de la preciosa fe que nos ha dado. Entonces vendrá a nosotros y dirá: ‘tú confiaste en que Dios te libraría, y serás librado ahora. ¡Cómo abrirás tus ojos cuando veas la mano del Señor de la liberación! ¡Qué varón de maravillas serás tú cuando, en tus años de mayor madurez, le cuentes a la gente joven cómo te libró el Señor! Vamos, hay algunos cristianos que conozco que, igual que el viejo marinero, podían retener incluso a un convidado a una boda con sus historias de los prodigios de Dios en el abismo.

 

Sí, la prueba vendrá repetidamente. Los sarcasmos de los adversarios sólo han de prepararnos para las más severas pruebas del juicio venidero. Oh mis queridos amigos, examinen su religión. Algunos de ustedes tienen mucha religión, pero, ¿qué hay de su calidad? ¿Puede tu religión resistir la prueba de la pobreza, del escándalo y del escarnio? ¿Puede resistir la prueba del sarcasmo científico y del desprecio de los ilustrados? ¿Resistirá tu religión la prueba de una larga enfermedad corporal y de una depresión espiritual motivada por la debilidad? ¿Qué estás haciendo en medio de las pruebas comunes de la vida? ¿Qué harás en las crecidas del Jordán? Examina bien tu fe, puesto que todo pende de allí. Algunos de nosotros que hemos yacido postrados durante semanas seguidas mirando a través del fino velo que nos aparta de lo invisible, hemos sido conducidos a sentir que nada nos bastará excepto una promesa que responda a la burla: “Que le libre ahora”.

 

III.   Queridos amigos, en tercer lugar, voy a concluir notando LA RESPUESTA a la prueba. Dios en efecto libra a quienes confían en Él. La intervención de Dios a favor de los fieles no es un sueño, sino una realidad sustancial. “Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará Jehová”. Toda la historia comprueba la fidelidad de Dios. Quienes confían en Dios se han encontrado en toda clase de problemas, pero ellos han sido librados siempre. Se han visto acongojados por el luto. ¡Qué horrible duelo fue el que le tocó en suerte a Aarón, cuando sus dos hijos cayeron muertos por su irreverencia en la presencia de Dios! ¡“Y Aarón calló”! ¡Cuánta gracia había allí! Así te sustentará a ti también el Señor si suprimiera de un golpe a tu ser querido. El buen hombre ha visitado una tumba tras otra hasta que parecía que su raza entera quedaba enterrada, y sin embargo, su corazón no ha sido quebrantado sino que ha inclinado su alma delante de la voluntad del Ser siempre bendito. Así ha librado el Señor a Su afligido, sustentándolo.

 

La zarza ha ardido de otras maneras y, sin embargo, no ha sido consumida. Recuerden las multiplicadas y multiformes tribulaciones de Job. Sin embargo, Dios le sustentó hasta el fin de manera que no acusó a Dios neciamente, sino que mantuvo firme su fe en el Altísimo. Si fueras llamado alguna vez a experimentar las aflicciones de Job, también serás llamado a recibir la gracia sustentadora de Job. Algunos de los siervos de Dios han sido derrotados en su testimonio. Ellos han dado un testimonio fiel de Dios, pero han sido rechazados por los hombres. Su porción, como Casandra, ha sido profetizar la verdad, pero sin que se les creyera. Así fue Jeremías, quien nació a una herencia de escarnio por parte de aquellos cuyo beneficio buscaba. Con todo, él fue librado. No rehusó ser fiel. Su valentía no podía ser silenciada. Él fue librado mediante la integridad.

 

Hombres piadosos han sido despreciados y tergiversados, y sin embargo, han sido librados. Recuerden a David y a sus envidiosos hermanos, a David y al maligno Saúl, a David cuando sus hombres hablaban de apedrearle. Sin embargo, el arrancó la cabeza del gigante; sin embargo, él llegó al trono; sin embargo, el Señor le construyó una casa.

 

Algunos de los siervos de Dios han sido perseguidos implacablemente, pero Dios los ha librado. Daniel salió de la cueva de los leones, y los tres santos varones de en medio del horno de fuego ardiendo. Estos son sólo uno o dos casos de entre millones de personas que confiaron en Dios y Él las libró. El Señor los libra de todo tipo de males. Dios llevó a esa multitud de testigos a través de todas sus tribulaciones hasta Su trono, donde reposan con Jesús y comparten el triunfo de su Señor en este preciso día. Oh, tímido hermano mío, no te ha sucedido nada que no sea común a los hombres. Tu batalla no es diferente de la guerra del resto de los santos, y así como Dios los ha librado a ellos, a ti también te librará en vista de que pusiste tu confianza en Él.

 

Pero las formas de liberación de Dios son Suyas propias. Él no libra de acuerdo a la traducción impuesta sobre la palabra “liberación” por la soez muchedumbre. Él no libra de acuerdo a la interpretación dada a la palabra “liberación” por nuestra cobarde carne y sangre. Él libra, pero lo hace a Su manera. Permítanme comentar que si Dios nos libra a ti a mí de la misma manera en que libró a Su propio Hijo, no podemos tener ningún motivo de queja. Si la liberación que Él nos concedió es del mismo tipo de la que le concedió al Unigénito, muy bien haríamos en estar contentos. Bien, ¿qué tipo de liberación fue aquella? ¿Acaso el Padre arrancó de la tierra la cruz? ¿Acaso procedió a extraer los clavos de las sagradas manos y pies de Su amado Hijo? ¿Acaso lo puso sobre aquella “verde colina lejana, más allá del muro de la ciudad”, y colocó en Su mano una espada de fuego para que hiriera a Sus adversarios? ¿Ordenó que la tierra se abriera y engullera a todos Sus enemigos? No; nada de eso. Jehová no intervino para ahorrarle a Su Hijo ni un solo dolor, sino que dejó que muriera. Permitió que le bajaran muerto de la cruz y que fuese colocado en una tumba. Jesús siguió adelante con Su sufrimiento hasta el amargo fin. Oh hermanos y hermanas, esta pudiera ser la forma que Dios tiene de librarnos. Hemos confiado en que Dios nos libraría, y Su interpretación de Su promesa es que Él nos capacitará para seguir adelante con la prueba; vamos a sufrir hasta el final, y haciéndolo, vamos a triunfar.

 

Sin embargo, la manera que Dios tiene de librar a los que confían en Él es siempre la mejor manera. Si el Padre hubiese bajado a Su Hijo de la cruz, ¿cuál habría sido el resultado? Una redención incumplida, una incompleta labor de salvación, y el regreso de Jesús con la obra de Su vida inacabada. Esto no habría sido liberación, sino derrota. Era mucho mejor que nuestro Señor Jesús muriera. Ahora Él ha pagado el rescate por Sus elegidos, y habiendo cumplido con el gran propósito de la expiación, durmió un tiempo en el corazón de la tierra, y ahora ha ascendido a Su trono en las glorias sin fin del cielo. Fue una liberación del tipo más pleno, pues de los dolores de Su muerte ha venido el gozo de vida para Sus redimidos. No es la voluntad de Dios que cada monte sea allanado, sino que seamos más fuertes para escalar el Collado Dificultad. Dios librará; tiene que librar, pero en nuestro caso, como en el caso de nuestro Señor, lo hará de la mejor manera posible.

 

Como quiera que sea, Él librará a Sus escogidos; la mofa del adversario no provocará que nuestro Dios olvide o pase por alto a Su pueblo. Yo sé que el Señor no me fallará como tampoco le fallará a ningún otro de Sus siervos. Él no abandonará a un fiel testigo a Sus adversarios. “Yo sé que mi Vengador vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y aunque después de que los gusanos de mi piel destruyan este cuerpo, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro; aunque mi corazón desfallece dentro de mí”. ¿Es ésta también tu confianza? Entonces no te sientes en aflicción, ni actúes como si desesperaras. Compórtense como hombres. Sean fuertes, no teman. Arrójense sobre el amor que nunca cambia y nunca desfallece, y el Señor responderá todos los denuestos del Rabsaces, y las fanfarronerías de Senaquerib.

 

Hay momentos en los que podemos usar este texto para nuestro consuelo. “Que le libre ahora”, dice el texto, “si le ama”. Ustedes, queridos amigos, que no han creído nunca antes en el Señor Jesucristo, ¡cómo quisiera que le probaran ahora! Tú te sientes esta mañana lleno de pecado y lleno de necesidad. Ven, entonces, y confía en el Salvador ahora. Comprueba si no te salva ahora. ¿Hay algún día en el año en el que Jesús no pueda salvar a un pecador? Ven y ve si el 17 de Junio es ese día. Comprueba si no libra ahora de la culpa, del castigo y del poder del pecado. ¿Por qué no venir? Tal vez nunca antes hayas estado en el Tabernáculo, y cuando venías en camino esta mañana no pensabas en encontrar al Salvador. ¡Oh, que el Salvador te encuentre! Jesucristo es un Salvador cada día, y a lo largo de todo el año. Quienquiera que venga a Él, encontrará vida eterna ahora. “Oh”, dices tú, “me encuentro en un estado tan inapropiado; me encuentro revestido de mi descuido e impiedad. Date prisa, amigo, ven tal como estás. No te demores esperando mejoras y arreglos, pues Jesús te dará esas cosas; ven y pon tu confianza en el grandioso Sacrificio por el pecado, y Él te librará y te librará ahora. ¡Señor, salva al pecador, ahora!

 

Otros entre ustedes son hijos de Dios, pero atraviesan una tribulación peculiar. Bien, ¿qué vas a hacer? Tú siempre has confiado en Dios antes; ¿vas a dudar de Él ahora? “Oh mi querido amigo, no conoces mi angustia; soy la persona más afligida en el Tabernáculo”. Puede ser que así sea, pero tú has confiado en el Señor los pasados veinte años y no creo que hubieras visto alguna causa justa para negarle tu confianza ahora. ¿Dijiste que le has conocido desde tu juventud? ¡Qué!, ¿tienes setenta años? Entonces estás demasiado cerca del hogar para comenzar a desconfiar de tu Padre celestial. Eso es inaceptable. Has estado en alta mar y has capeado muchas tormentas en medio del océano, ¿y vas a ahogarte ahora en una zanja? No pienses así. El Señor te librará incluso ahora. No supongamos que hemos llegado al punto en que el amor ilimitado y la sabiduría infinita no pueden alcanzarnos. No imagines haber saltado sobre una cornisa de roca tan alta como para quedar fuera del alcance del brazo sempiterno. Si hubieras hecho eso yo todavía clamaría: arrójate en los brazos de Dios y confía en que no permitirá que seas destruido.

 

Pudiera ser que algunos de nosotros tengamos problemas acerca de la iglesia y la fe. Hemos defendido la verdad de Dios tan bien como hemos podido, y hemos hablado en contra del error fatal; pero la astucia y los números han estado en contra nuestra, y en el presente las cosas parecen haber salido mal. Los buenos son tímidos, y los malos son falsos. Dicen: “Confió en Dios; que le libre ahora”. Señores, Él nos librará ahora. Involucraremos nuestra alma una vez más en esta batalla, y veremos si el Señor no vindica Su verdad. Si no hemos hablado en nombre de Dios nos contentamos con regresar al polvo de donde brotamos; pero si hemos proclamado la verdad de Dios, desafiamos a la confederación entera para prevalecer contra ella.

 

Acaso me esté dirigiendo a algún misionero que se está lamentando por un tiempo de gran tribulación en una misión que es muy querida para su corazón. ¡Ah, querido amigo! Cristo pretendía que el Evangelio repita Su propia experiencia y que luego triunfe como Él mismo. El Evangelio vive cuando se le da muerte y conquista por derrota. Arrójenlo donde quieran, y siempre caerá de pie. No han de temer por él bajo ninguna prueba. Justo ahora la sabiduría del hombre es su peor enemiga, pero el Señor lo librará ahora. El Evangelio vive y reina. Proclamen entre los paganos que el Señor reina desde el madero, y desde ese madero de la maldición Él dicta Su mandamientos supremos. El mismísimo día en que Jesús murió, llevó consigo a Su reino y a Su paraíso más íntimo a un ladrón que había estado colgado a Su lado. Él vive y reina por los siglos de los siglos, y llama a Sí a todo aquel que ha elegido. ¡Ahoguemos las burlas del adversario con nuestros gritos de Aleluya! El Señor reinará por los siglos de los siglos. Aleluya. ¡Amén!

 

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Salmo 22     

 

 

 

 

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