SANA DOCTRINA - Ministerio de Difusión Bíblica

La incredulidad humana no afecta a la fidelidad eterna

 

Un sermón predicado

Por Charles Haddon Spúrgeon

En El Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres

 

 

“Si fuéremos infieles, él permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo”

2 Timoteo 2. 13

 

Esta es una de las cinco ‘palabras fieles’ que menciona el apóstol. Todas esas ‘palabras fieles’ son valiosas e importantes. Yo supongo que la iglesia las hizo suyas por haber sido expresadas por algunos de aquellos profetas que fueron levantados para alimentar a la iglesia en su infancia, tales como Agabo y las hijas de Felipe y otros. Éstos pudieron haber sido algunos de sus más notables dichos que se grabaron en las mentes de varones buenos, y que eran citados por los predicadores y los maestros, y de esa manera cobraron vigencia en toda la iglesia. Esas frases de oro fueron acuñadas en proverbios que pasaron de mano en mano enriqueciendo a todos los que los recibían: para los santos se volvieron “familiares en sus labios como palabras cotidianas”, y eran llamados especialmente: ‘palabras verdaderas’ o ‘palabras fieles’. Sin duda el apóstol Pablo dio su aprobación a muchos de esos santos proverbios, pero a cinco de ellos los revistió con el ámbar de la inspiración y los transmitió para que tomemos debida nota. Tal vez les interese identificarlos conforme a su orden de aparición. El primero, y probablemente el mejor, se encuentra en la Primera Epístola de Timoteo, en su capítulo primero y en el versículo quince, “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero”. Puedo suponer que cristianos de mentes sencillas transmitían frecuentemente las buenas nuevas al mundo exterior en esta forma breve y compacta: “Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores”, por lo que comúnmente se sabía que era un dicho entre los cristianos. Era la manera en que aquellos que no podían predicar un sermón, y que, tal vez, a duras penas podían componer una frase para ellos mismos, aprendían la médula espinal del Evangelio, y lo tenían a la mano en una forma concisa y sencilla para poder instruir a otros. Los convertidos, doquiera que iban, tenían el hábito de decirles esto a sus amigos y conocidos paganos para que conocieran la obra que Jesucristo vino a cumplir y fueran conducidos a creer en Su nombre. La siguiente ‘palabra fiel’ o ‘palabra verdadera’ está en la Primera Epístola de Timoteo, en el capítulo tercero y en el versículo primero. “Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea”. Cualquiera que desee liderazgo en la iglesia de Dios, y estar en medio del pueblo como un pastor, buena obra desea. Él atraerá sobre sí mismo gran ansiedad, faenas y arduos trabajos, pero la obra es honorable y tiene una recompensa espiritual tan grande, que quien la elige y le entrega toda su vida es sabio. Otra de estas ‘palabras fieles’ se encuentra en la Primera Epístola a Timoteo, en el capítulo cuarto y en el versículo ocho, pues esto dicen las palabras, “Porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera. Palabra fiel es esta, y digna de ser recibida por todos. Que por esto mismo trabajamos y sufrimos oprobios, porque esperamos en el Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen”. La piedad es provechosa en esta vida y en la siguiente, y por eso los piadosos están contentos en el sufrimiento, porque esperan, y en efecto reciben, una abundante bendición de las manos de Dios como resultado de eso. Un proverbio como este era grandemente necesario en tiempos de persecución, y todavía es valioso en estos días de voracidad cuando los hombres piensan que la piedad es un obstáculo para su apremiante acumulación de riquezas que los lleva a desviarse en caminos de deshonestidad y de falsedad. La siguiente es la palabra que constituye nuestro texto. Por lo tanto, no vamos a leerla de nuevo hasta que lleguemos a considerarla. Pero la quinta palabra está en Tito, en el capítulo tercero, y en el versículo ocho, “Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres”. Otra de estas palabras fieles es que quienes creen en Jesús deben manifestar en sus vidas el carácter santo de su fe, la cual cobra mayor fuerza todavía viniendo de Pablo porque él más que nadie estaba libre de cualquier sospecha de legalidad, o de poner el mérito humano en el lugar de la gracia de Dios que se recibe por la fe.

 

Y ahora llegamos a la palabra fiel que vamos a considerar. Pudiera ser que no les cause esa impresión de entrada, pero algunos varones eruditos han observado que los versículos once, doce y trece asumen la forma de un himno. Los himnos hebreos se escribían en paralelismos, y no en rimas; y se piensa que estos tres versículos eran uno de los himnos cristianos más antiguos:

 

“Palabra fiel es esta:

Si somos muertos con él, también viviremos con él;

Si sufrimos, también reinaremos con él,

Si le negáremos, él también nos negará.

Si fuéremos infieles, él permanece fiel;

Él no puede negarse a sí mismo”.

 

Este es un salmo en miniatura, uno de esos salmos e himnos y cánticos espirituales con los que los santos de Dios solían edificarse los unos a los otros.

 

Tengo la seguridad de que esta última parte de este breve himno es muy digna de ser considerada como una palabra fiel entre nosotros. Hermanos, podemos mencionarla a menudo; podemos citarla con frecuencia; podemos ponerla en nuestra lengua como un exquisito bocadillo; podemos pasarla del uno al otro como un dicho clásico de sabiduría cristiana, “Si fuéremos infieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo”.

 

Para analizarlo en este momento quisiera dividirlo en dos partes dobles. La primera doble porción es la triste posibilidad, con la seguridad consoladora. “Si fuéremos infieles”: una triste posibilidad; “él permanece fiel”: una seguridad consoladora. La segunda parte de nuestro tema es la gloriosa imposibilidad, y la dulce inferencia que podemos extraer de ella. La gloriosa imposibilidad es: “Él no puede negarse a sí mismo”; y la conclusión que extraemos de ella es el anverso o lo contrario de nuestro texto: si fuéremos fieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo.

 

 

I. Comencemos, entonces, con LA TRISTE POSIBLIDAD Y LA SEGURIDAD CONSOLADORA: “Si fuéremos infieles, él permanece fiel”.

 

Debo tomar primero la triste posibilidad: “si fuéremos infieles”, y voy a leer esta expresión como si, antes que nada, concerniera al mundo en general, pues creo que se puede leer así con justicia. Si no creemos, si la humanidad no cree, si la raza humana fuere infiel, si las diversas clases de hombres no creen, Él permanece fiel. Los gobernantes no creen, y hay algunos que le dan mucha importancia a este punto. Decían con respecto de Jesús: “¿Acaso ha creído en él alguno de los gobernantes?” Si el noble Fulano de Tal oye al predicador, debe de haber algo en lo que dice. Los ingleses se quedan maravillosamente impresionados con el juicio de un duque o de un conde, e incluso con el de las personas con título de nobleza de menor grado. Si alguno de los gobernantes cree en él, ¿quién lo cuestionaría entre las personas de rango que asisten al culto de adoración? ¿Está publicado bajo autoridad? ¿Los grandes lo suscriben? “Oh, entonces”, dice alguien, “tiene que ser bueno, y tiene que ser verdad”. Ahora, yo me aventuro a decir que toda la historia muestra que los gobernantes de este mundo han aceptado muy pocas veces la verdad, y que en su mayoría los más pobres de los pobres han sido más capaces de percibir la verdad que los más grandes de los grandes. No habría habido ningún cristianismo en el mundo en el presente si no hubiera encontrado un refugio en talleres y casitas humildes. Ha florecido entre los pobres despreciados cuando ha sido desdeñado por los grandes de la tierra. Bien, amigos, si no creemos -esto es, si nuestros varones más grandes, si nuestros senadores y magistrados, príncipes y potentados, no creen- eso no afecta la verdad de Dios en el más mínimo grado concebible: “Él permanece fiel”.

 

Sin embargo, muchos consideran que es más importante saber de qué lado están alistados los líderes del pensamiento, y hay ciertos individuos que no son elegidos a ese puesto específico por voto popular, y que sin embargo deciden por sí mismos ser dictadores en la república de la opinión. Son varones de avanzada que le llevan la delantera a la antigua escuela de teólogos. Algunos pensamos que están avanzando en la dirección contraria, es decir, que van para atrás, y que están introduciendo ignorantes conjeturas en el lugar de la comprobada doctrina y de la sólida y práctica enseñanza de la Escritura. Aun así, como en su opinión son superiores y pioneros en el camino del progreso, por un momento los vamos a considerar como tales. Ahora bien, en los días de nuestro Señor, los pensadores de vanguardia no estaban de Su lado en absoluto; todos ellos estaban en contra Suya, y después que hubo partido, el más grave peligro de la iglesia de Dios surgió del pensamiento de vanguardia del período. Los gnósticos y otros pensadores griegos pasaron al frente y arrojaron su lodo filosófico en la pura corriente del Evangelio hasta que no hubo ninguna sencilla declaración que no hubiera sido convertida en mítica, mística, confusa y nublada, de manera que sólo los iniciados tenían la posibilidad de entenderla. El Evangelio de Jesucristo pretendía ser la verdad más sencilla que hubiere resplandecido jamás sobre los hijos de los hombres. Pretendía ser legible bajo su propia luz para los jóvenes, los iletrados, y para la gente sencilla; pero los pensadores de avanzada tomaron el Evangelio y lo torcieron, lo colorearon, lo adornaron, y lo embadurnaron al punto que una vez que hubo atravesado sus diversos procesos no habrías sabido que se trataba de la misma cosa en absoluto; y, de hecho, Pablo dijo que no era la misma cosa, pues lo llamó: “otro evangelio”, y luego él mismo se corrigió y dijo que no era otro, pero: “Hay algunos que os perturban”. Sin embargo, no debemos preocuparnos por estos sabios, pues si no creen y más bien oscurecen el Evangelio, Dios permanece fiel. Si por allá en las arboledas donde Sócrates y Platón reunían a sus discípulos que llegaban atraídos por su filosofía, si por allá, repito, no se encontrara a ningún filósofo que creyera en Dios, tanto peor para los filósofos, pero eso no afecta ni al Evangelio ni a nuestra fe en él: si no creen, Él permanece fiel. Aunque Pablo en el Areópago no encuentre ninguna simpatía excepto la de dos o tres personas que de hecho sólo le trajeron allí para saber “¿Qué querrá decir este palabrero?”, y aunque todos ellos al regresar a casa dijeran que Pablo estaba fuera de sí, y que estaba loco, y que era predicador de nuevos dioses, con todo, Pablo tiene razón, y el Señor permanece fiel.

 

Sí, y me aventuro a desarrollar este pensamiento un poco más. Si los gobernantes no creen, y si las mentes filosóficas no creen, y si en adición a esto la así llamada opinión pública lo rechaza, con todo, el Evangelio sigue siendo la misma verdad eterna. La opinión pública no es la prueba ni la medición de la verdad, pues ha cambiado continuamente y seguirá cambiando. La suma total del pensamiento de hombres falibles es menos que nada cuando se contrasta con la mente de Dios, que es una e infalible, revelada a nosotros por medio del Espíritu Santo en las palabras de verdad de las Escrituras. Pero algunos opinan que el viejo Evangelio no puede estar en lo correcto, porque, vean, todos dicen que no está actualizado y que está equivocado. Esa es una razón para estar más seguros de que está en lo correcto, pues el mundo entero está bajo el maligno y su juicio está bajo su influencia. ¿Qué son las multitudes cuando todas ellas están bajo la influencia del padre de las mentiras? La mayoría más grande en el mundo es una minoría de uno cuando ese varón está del lado de Dios. Cuenten cabezas, ¿quieren? Cuéntenlas por millones, si les parece, pero yo prefiero pesar que contar; y si digo la verdad de Dios, tengo más peso de mi lado del que se pueda encontrar en un millón de seres que no cree. Yo desearía que todos compartiéramos el espíritu de Atanasio cuando dijo en defensa de la deidad de su grandioso Maestro: “Si el mundo va contra la verdad, entonces Atanasio va en contra del mundo”. Tienen que aprender a estar solos. Cuando saben que están en posesión de la verdad revelada no pueden comparar todos los juicios de los hombres con el eterno e infalible juicio del Dios poderoso. No, aunque no creamos, esto es, la mayoría de nosotros y de nuestras naciones, “él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo”.

 

Quisiera pedirles aquí su solícita atención a una consideración. ¿No han oído decir con frecuencia que los ministros deberían estar al corriente de los tiempos, que la teología debería ser siempre matizada y variada de manera que se adapte al pensamiento avanzado del maravilloso período en el que vivimos? Y como este es un tiempo en el que la infidelidad pareciera estar flotando en el aire, se nos dice que hemos de simpatizar sincera y cordialmente con ella, pues es una forma de luchar por la luz que nosotros deberíamos estimular. Ahora, esta es otra manera de hablar muy diferente de la que oigo del apóstol Pablo. Él no simpatiza para nada con esto. Le pone su pie encima: “Sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso”; ese es el estilo en el que habla. En cuanto a adentrarse en el estudio delas filosofías con el objeto de poner al Evangelio en el tono justo de ellas, dice: “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado”. Cuando Pablo descubre que este estilo de doctrina no agrada al judío, y que es para él tropezadero, y que no agrada al griego, y que lo hace burlarse y lo llama locura, ¿acaso por eso el apóstol dice: “Ven acá, querido amigo judío; tengo una manera de expresar esto que te mostrará que no quiero decir lo que pensaste que dije; yo usé la palabra “cruz” en un cierto sentido que no es para nada objetable para el judaísmo”? ¿Acaso susurra cortésmente: “Ven acá, mi culto amigo griego, y yo te mostraré que tus filósofos y yo queremos decir lo mismo”? Para nada; antes bien permanece firme e inconmovible para con Cristo crucificado y la salvación por Su sangre, como, por la gracia de Dios; yo confío que estamos resueltos a hacerlo nosotros. Aunque no creamos –esto es, aunque el mundo entero no crea- el Evangelio de Dios no debe ser alterado para que se adapte a los caprichos y a las fantasías del hombre, sino que ha de ser proclamado aún en toda su angulosidad y singularidad, en toda su autoridad divina, sin eliminar nada, sin cortes, forjado como un todo, pues “Él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo”.

 

Ahora, habiendo hablado de nuestro texto en referencia al mundo en general, tal vez sea un asunto más triste mirarlo en referencia a la iglesia visible en particular. El apóstol dice: “Si nosotros no creemos”, y seguramente quiso decir la iglesia visible de Dios. ¿Y acaso la iglesia de Dios cae alguna vez en un estado tal que se puede decir de ella: “No cree”? Sí, la iglesia visible se ha desviado terriblemente muchísimas veces. Para un ejemplo de eso regresen al desierto. Los hijos de Israel fueron sacados de Egipto con una mano alzada y un brazo extendido, y fueron alimentados en el desierto con alimento de ángeles, y se les dio a beber del agua de la roca; pero ellos dudaban continuamente de su Dios.

 

“Ahora creen a Su palabra

Mientras las rocas fluyen con ríos.

Pronto con el pecado contristan al Señor,

Y los juicios los abaten”.

 

¿Pero qué pasó? ¿Abandonó Dios Su propósito de dar a la simiente de Abraham la tierra que fluía leche y miel? ¿Quebrantó Él el pacto y se cansó de él? No, pues la simiente de Abraham heredó la tierra, y cada uno se sentó allí debajo de su parra y debajo de su higuera. Aunque el pueblo visible de Dios le rechazó con suma frecuencia de manera que por su incredulidad murieron en el desierto, con todo, Él permaneció fiel: Él no se negó a Sí mismo y no podía hacerlo. Bien, ahora, sucede algunas veces, de acuerdo a este ejemplo, que la iglesia visible de Dios apostata de la verdad de Dios. Las doctrinas de la gracia, las verdades del Evangelio, son oscurecidas, entenebrecidas, raramente predicadas, predicadas con palabras llamativas o son ocultadas detrás de ceremonias y ritos y de todo tipo de cosas. ¿Y qué sucede? ¿Son eliminadas las verdades fundamentales? ¿Se invierte la verdad eterna? ¿Ha retirado Dios Su promesa? Oh, no. “Él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo”.

 

¡Ay!, la iglesia de Dios pareciera perder algunas veces su fe en la oración. Sus asambleas de oración se vuelven escasas. Raras veces se eleva su oración por la conversión de los pecadores. Pocos se reúnen para suplicar al Señor y asediar al propiciatorio. ¿Qué, pues? ¿Cambia Dios? ¿Abandona Su causa? Oh, no, “Él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo”. En tales momentos la iglesia casi pierde su fe en el Espíritu Santo y considera la predicación, tal vez, como un mal necesario que debe tolerarse, mas no como el vehículo por medio del cual el Espíritu Santo salva a los hombres. Tienen poca confianza en la palabra de Dios que dice que “agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación”. No esperan que el reino de Cristo tenga predominio, sino que dicen: “Desde que los padres durmieron cuántas largas edades han transcurrido, y cuán lento ha sido el progreso del cristianismo. Es una causa perdida. Contentémonos con dejar en paz al mundo pagano. En tales momentos pierden el ánimo y toda fe en Dios. ¿No hemos visto caer en un estado como este a grandes segmentos de la iglesia visible de Dios al punto que hemos estado dispuestos a preguntar con nuestro Maestro: “Cuando venga el Hijo del Hombre, hallará fe en la tierra?” ¿Qué, pues, hermanos míos? Supongan que viviéramos para ver por todas partes una iglesia degenerada. Supongan que se volviera como Laodicea, al punto que el Señor pareciera escupir a la iglesia visible fuera de Su boca, porque no se ha vuelto ni caliente ni fría. Supongan que dijera de la iglesia profesante de hoy lo que dijo de Silo en la antigüedad: “Andad ahora a mi lugar en Silo, donde hice morar mi nombre al principio, y vean si quedó allí piedra sobre piedra, que no haya sido derribada”. Él quitó el candelero de Roma, y pudiera quitar también ese candelero de otras iglesias. Pero, ¿demostraría eso que Dios fue infiel, o que se negó a Sí mismo? No, amados; no. Su fidelidad sería vista entonces en el juicio con el que visitaría a una iglesia infiel. Sí, y es vista hoy. Ustedes verán que una iglesia que no cree en el Evangelio sencillo se vuelve pequeña y débil. Conforme las iglesias cesan de ser evangélicas se reducen y son abatidas. Una iglesia que descuida la oración se vuelve desunida, desperdigada, letárgica, casi muerta. Una iglesia que no tiene fe en el Espíritu Santo puede continuar cumpliendo con sus ordenanzas, pero lo hace con una estéril formalidad y sin el poder de lo alto, todo lo cual demuestra la fidelidad de Aquel que dijo: “Si anduviereis conmigo en oposición, yo procederé en contra de vosotros”. Si se despojan de lo que es su fuerza, no es sino fidelidad de parte de Dios que se debiliten. Si leen la historia de la iglesia desde los días de Cristo hasta ahora, toda ella servirá para mostrar que Él trata con Su Iglesia de tal manera como para hacerle ver que Él es fiel prescindiendo de lo que ella sea. Él le ayudará cuando se vuelva a Él, la bendecirá cuando confíe en Él, la coronará cuando le exalte, pero la abatirá y la disciplinará cuando se aparte de la sencillez de su fe en cualquier medida. Él demuestra así que sigue siendo fiel.

 

Una vez más, hermanos míos, voy a leer el texto en un círculo un poco más estrecho. “Si no creemos”, es decir, si los más selectos maestros, y los predicadores, y los escritores no creen, Él permanece fiel.

 

Una de las pruebas más duras para los jóvenes cristianos es la caída de un eminente maestro. He conocido a algunos que han estado casi a punto de renunciar a su fe cuando alguien que parecía muy sincero y fiel ha apostatado de pronto. Recordamos que tales cosas han ocurrido, para nuestro intenso dolor; por tanto, quiero expresarlo muy, muy claramente. Si llegara a suceder que cualquiera a quien tú le rindes reverencia porque ha sido de bendición para tu alma –a quien amas porque has recibido de él la palabra de vida- si esa persona sobre quien, tal vez, te has apoyado demasiado, resultara en el futuro no ser veraz y fiel, y no creyera, no sigas su incredulidad, pues “si fuéremos infieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo”. Pedro niega a su Maestro: no sigas a Pedro cuando esté haciendo eso, pues tendrá que regresar llorando y le oirás predicando a su Maestro de nuevo. Peor aún, Judas vende a su Maestro: no sigas a Judas, pues Judas morirá de una muerte terrible, y su destrucción será una advertencia para otros para que se aferren más estrechamente a la fe. Pudieran ver que el hombre que estuvo como un cedro del Líbano cae por un golpe del hacha del diablo, pero no por eso piensen que los árboles del Señor, que están llenos de savia, caerán también. Él guardará a los Suyos, pues conoce a los que son Suyos. No prendan su fe con alfileres a la manga de ningún hombre. Su confianza no ha de apoyarse en ningún brazo de carne, ni deben decir: “Yo creo gracias al testimonio de tal y tal, y retengo la forma de las sanas palabras porque mi ministro la ha retenido”, pues todas esos apoyos pueden desaparecer y pueden fallarte de pronto. Permítanme expresar esto muy, muy claramente: si nosotros no creemos o si quienes parecieran ser los más distinguidos maestros de la época, si quienes han sido los más exitosos evangelistas del período, si quienes ocupan un alto lugar en la estima del pueblo de Dios, en una mala hora, abandonaran las verdades eternas y comenzaran a predicarles algún otro evangelio que no sea el evangelio de Jesucristo, yo les suplico que no nos sigan sin importar quiénes pudiéramos ser, o qué pudiéramos ser. No permitan que ningún maestro, por grande que pudiera ser, los conduzca a la duda, pues Dios permanece fiel. Apéguense a la voluntad y a la mente reveladas por Dios, pues “Él no puede negarse a sí mismo”.

 

Entonces, he aquí la terrible posibilidad; y con ella corre pareja esta seguridad sumamente bendita y consoladora: “Él permanece fiel”. Jesucristo permanece: no hay variaciones ni cambios en Él. Él es una roca, y no arena movediza. Él es el Salvador ya sea que los gobernantes o los filósofos crean en Él o lo rechacen, ya sea que la iglesia y sus ministros sean fieles a Él o lo abandonen. Él es el mismo Salvador, Dios-hombre, sentado en el trono supremo. “¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Se levantarán los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su ungido… El que mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos. Pero yo” –dice Él- “he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte”. No pueden afectar el trono imperial de nuestro inmortal Señor. Él sigue siendo “el bendito y único Potentado”, y así debe ser, sin importar lo que digan.

 

Y como Cristo sigue siendo el mismo Salvador, nosotros tenemos el mismo Evangelio. ¡Nos dicen que ellos lo han mejorado! Bien, bien, yo me siento tan satisfecho con el Evangelio tal como lo he recibido de Pablo y de los inspirados apóstoles que yo preferiría no tener otro evangelio mejorado si me permiten retener el viejo original. Pero así sucede que, como bebés encantados con nuevos juguetes, proclaman su “pensamiento moderno”, y su cultura y sus avanzadas ideas. Aquel que ha gustado alguna vez el viejo vino no desea el nuevo, porque dice: “el añejo es mejor”. Nuestro Salvador y Su Evangelio siguen siendo los mismos. El Evangelio de Pablo, el Evangelio de Agustín, el Evangelio de Calvino, el Evangelio de Whitfield, el Evangelio de cualquier sucesión de varones fieles que ustedes quisieran mencionar, nos basta con creces. “Él permanece fiel”.

 

Y así como el Evangelio es el mismo, así también Cristo permanece fiel a Sus compromisos para con Su Padre. Él ha prometido guardar a aquellos que el Padre les dio, y los guardará hasta el fin; y cuando las ovejas pasen bajo la mano de Aquel que las cuenta dirá: “De los que me diste, no perdí ninguno”. “Él permanece fiel”. Él les dice a los pecadores en todo el mundo que si vienen a Él no los echará fuera, y Él es fiel a eso. Él promete clemente que “todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo”; y será fiel a eso. Él es también fiel a Sus santos. Él ha prometido preservarlos para Su reino y gloria eternos, y los preservará. Él dice: “Yo les doy a mis ovejas vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano”, y las ha retenido en Su amoroso abrazo y las retendrá hasta el fin; y todo esto hace, aunque toda la incredulidad en el mundo se levante en contra Suya. Él cumplirá cada palabra que ha dicho, y hará efectiva cada promesa que ha hecho, aunque todos desconfíen y nieguen. “Sí, y Amén en Cristo Jesús” son todas las promesas, a partir de ahora y por siempre, y veremos que así es.

 

 

II. Y ahora sólo nos queda poco tiempo que dedicar a la segunda parte de nuestro texto, que es muy importante, y es UNA GLORIOSA IMPOSIBILIDAD CON UNA DULCE CONCLUSIÓN QUE SE PUEDE EXTRAER DE ELLA. “Él no puede negarse a sí mismo”.

 

Hay tres cosas que Dios no puede hacer. Él no puede morir, Él no puede mentir, y Él no puede ser engañado. Estas tres imposibilidades no limitan Su poder; más bien, magnifican Su majestad, pues estas cosas serían debilidades, y la debilidad no puede tener ningún lugar en el infinito y siempre bendito Dios. He aquí una de las cosas imposibles para Dios, “Él no puede negarse a sí mismo”. ¿Qué significa eso? Quiere decir, primero, que el Señor Jesucristo no puede cambiar en cuanto a Su naturaleza y carácter para con nosotros los hijos de los hombres, pues si cambiara, sólo podría cambiar de un estado a otro: de uno mejor a uno peor o de uno peor a uno mejor. Si cambiara de uno mejor a uno peor, eso sería en efecto negarse a Sí mismo dejando de ser tan bueno como es por naturaleza; y si cambiara de uno peor a uno mejor, eso sería negarse a Sí mismo demostrando que no era antes tan bueno como pudiera haber sido. Jesucristo no puede cambiar en ningún punto pues Él es “Jesucristo, el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. Si cambiara en cualquier punto, en ese punto se negaría a Sí mismo; pero Él no puede hacer eso, pues siendo Dios no cambia.

 

Su palabra no puede cambiar. Quiero que noten esto, porque Su palabra demuestra muy visiblemente que es Él mismo. Su nombre es: la Palabra de Dios; sí, Él mismo es el Logos, la Palabra eterna, y esa Palabra no puede cambiar. “La hierba se seca, y la flor se cae; mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada”. Oh siervo del Señor, la misma seguridad que dieron Pablo y Pedro, tú puedes darla. Esa misma palabra de misericordia que aquellos primeros mensajeros del cielo salieron a declarar, tú la puedes declarar, pues sigue siendo la misma. Él no puede negar Su palabra puesto que esa palabra es Él mismo, y Él no puede negarse a Sí mismo.

 

Queridos amigos, Él no puede retirar la salvación que ha ofrecido a los hijos de los hombres, pues esa salvación es ciertamente Él mismo. Jesús es la salvación de Israel. Si un pecador quiere saber dónde está la salvación, le señalamos al Cristo de Dios. No sólo es un Salvador, sino que Él es la salvación misma y Su salvación no puede ser cambiada, pues si cambiara, Él mismo sería cambiado o negado, y Él no puede negarse a Sí mismo. Existe aún el mismo perdón para el primero de los pecadores, la misma regeneración para los corazones más duros, la misma respuesta generosa para aquellos que se han descarriado más, la misma adopción en la familia para forasteros y extranjeros. Su salvación, tal como Pedro la predicó en Pentecostés, es la salvación que nosotros predicamos ahora a los pecadores. “Él no puede negarse a sí mismo”.

 

Y luego, la expiación es aún la misma, pues también la expiación es Él mismo: Él por Sí mismo ha purgado nuestros pecados. Él mismo es el sacrificio. Bien dijo el poeta:

 

“Amado Cordero moribundo, Tu sangre preciosa

 No perderá nunca su poder”.

 

Como es Su sangre, tiene que ser inmutable en eficacia. Él limpia nuestros pecados por Sí mismo. Su sangre es Su vida, y Él vive para siempre, y como Él vive para siempre, “puede salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios”. Bendito sea Su nombre porque el sacrificio expiatorio no ha perdido su eficacia ni en el más mínimo grado. Es tan poderoso como cuando lavó al ladrón moribundo de la podredumbre del infierno para llevarlo a la pureza del cielo, transportándolo de un patíbulo a un trono. Oh, cuán bendito debe ser su poder ya que lavó a un infeliz tan corrompido y lo colocó con el propio Maestro en el paraíso aquel mismo día. La expiación no puede cambiar, pues eso implicaría que Jesús se habría negado a Sí mismo.

 

Y el propiciatorio, el lugar de oración, aún permanece; pues si eso cambiara, Él se habría negado a Sí mismo, pues, ¿qué era el asiento de la misericordia o el propiciatorio, esa tapa de oro sobre el arca del pacto? ¿Qué era sino Cristo mismo, que es nuestro propiciatorio, el verdadero asiento de la misericordia? Ustedes pueden orar siempre, hermanos, pues si se le negara su eficacia a la oración, Dios se habría negado a Sí mismo. Este es Su memorial: “El Dios que oye la oración”; y si no oyera la oración, se habría negado a Sí mismo y habría dejado de ser lo que era. Jehová nunca se negará a Sí mismo como para volverse como Baal, un dios sordo; imaginar eso sería una blasfemia.

 

Y he aquí otro dulce pensamiento: el amor de Cristo por Su iglesia, y Su propósito para con ella, no pueden cambiar, porque Él no se puede negar a Sí mismo, y Su Iglesia es, Él mismo. No me refiero a esa iglesia visible de la cual acabo de hablar, que es una multitud mixta, sino que me refiero a esa iglesia invisible, a ese pueblo espiritual, a esa esposa de Cristo que nadie ve pues es preparada en la oscuridad, y forjada curiosamente en la partes inferiores de la tierra; y su propio Señor no la verá nunca en realidad hasta que sea perfeccionada, así como tampoco Adán nunca vio a Eva, sino que durmió hasta que el gran Dios hubo formado a su esposa, y la hubo presentado en toda su belleza incomparable para que fuera su hermana y su esposa. Llega el día cuando el Señor Jesucristo recibirá así a Su esposa perfeccionada, y mientras tanto Él no puede cambiar para con ella sino que Sus esponsales serán confirmados. Ella fue tomada de Su costado cuando permanecía en el sueño profundo dela muerte, y ella es formada para ser semejante a Él, de manera que cuando en gozo la contemple, Su gozo y el gozo de ella serán plenos. No, Él nunca, nunca la negará, pues no se puede negar a Sí mismo. Su plan de amor será implementado y todos Sus pensamientos de gracia serán cumplidos.

 

Ni tampoco fallará jamás ninguno de Sus oficios para con Su iglesia y Su pueblo. El Profeta será profeta para siempre, “Él no puede negarse a sí mismo”. El Sacerdote será un sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec, y nunca rehusará ofrecer nuestras oraciones y loas, ni limpiar nuestras almas, pues Él no puede negarse a Sí mismo. El Rey no cesará nunca de reinar, ni se quitará su corona, ni depondrá su cetro, pues no puede negarse a Sí mismo. El Pastor guardará por siempre al rebaño. El Amigo seguirá eternamente más unido que un hermano. El Esposo amará aún a su esposa. Todo lo que Él es en relación a Su pueblo continuará y permanecerá, pues Él permanece fiel. “Él no puede negarse a sí mismo”.

 

Ahora, mi última palabra es acerca de una conclusión. El texto dice, “Si no creemos, él permanece fiel”. La declaración se basa en esa suposición. Ahora, hermanos, tomen la otra suposición: supongan que en efecto creemos. ¿No será Él fiel en ese caso? ¿Y no será verdad que no se puede negar a Sí mismo?

 

Voy a suponer que un pecador está diciendo en este momento: “Yo creo que Cristo puede salvarme: iré y le pediré, iré y confiaré en Él”. Ah, Él no se negará a Sí mismo rechazando tu clamor. Yo te digo, alma querida, quienquiera que seas, que si acudes a Él y te dejara afuera, se negaría a Sí mismo. Él aún no se ha negado a Sí mismo. Siempre que un pecador viene a Él, se convierte en su Salvador. Siempre que encuentra a un alma enferma, actúa como su médico. Ahora, he oído acerca de individuos que siendo médicos, se han enfermado, o han estado agotados y han necesitado un descanso; cuando ha ocurrido un accidente en esas condiciones, se han sentido inclinados a hacerse a un lado, si fuese factible, por sentirse agotados y desgastados. Le han pedido a su ayudante que diga: “¡Mi señor no se encuentra en casa!” Pero mi Señor nunca se negó a Sí mismo. Nunca se apartará de un pecador. Si acudes a Él lo encontrarás en casa y esperándote; estará más contento de recibirte que tú de ser recibido, pues Él “espera para tener piedad”. Así como Mateo estaba sentado en el banco de los tributos, esperando que la gente pagara lo que debía, así Cristo se sienta en el lugar de recepción de los pecadores, esperando que mencionen sus necesidades. Él está vigilándolos. Les repito que no puede rechazarlos; eso sería alterar Su carácter íntegro. Dejaría de ser Cristo. Si despreciara a un pecador que se acercara, eso haría que dejara de ser Jesús y lo convertiría en alguien más, y no en Él mismo. “Él no puede negarse a sí mismo”. Anda y pruébalo. Yo desearía que alguna alma trémula fuera en este momento y se arrojara en Cristo, y que luego nos reportara el resultado. Anden, pobres buscadores trémulos, canten en sus corazones, incrédulos como son, este himno nuestro:

 

Sólo puedo perecer si voy,

Pero estoy resuelto a probar;

Pues si permanezco alejado, yo sé

Que voy a morir para siempre”.

 

Oh, pero si fueras a perecer a Sus pies, serías el primero que pereciera jamás de entre todos los que se han acercado alguna vez a Él; y no se ha visto jamás a ese primer hombre. Vayan y prueben a mi Señor y comprueben por ustedes mismos.

 

Bien, ahora, pueblo cristiano, quiero que también ustedes vengan. Si le creen a su Señor, Él será fiel para con ustedes. Supongan que es un tiempo de tribulación para ustedes; Él les será fiel; vayan y echen sobre Él su carga. Supón que en este momento estás muy inquieto por alguna zozobra espiritual; acude a tu Señor como lo hiciste al principio, como un pobre pecador, culpable y rebelde, y arrójate sobre Él, y encontrarás que es fiel. “Él no puede negarse a sí mismo”. Si mi Señor no fuere benévolo conmigo esta noche cuando acuda a Él con mi carga, pensaría que me equivoqué de puerta, porque el Señor ha sido tan bueno y tan fiel conmigo hasta ahora que me dejaría sin aliento descubrir que ha cambiado. ¡Oh, cuán bueno, cuán extraordinariamente bueno es mi Señor! ¿No acabamos decantar ahora?:

 

“Él a mi lado siempre ha estado,

¡Oh, cuán buena es Su misericordia!”

 

Yo podría cantar eso de todo corazón, y esperaría que muchos de ustedes se unieran sinceramente a mí. Ustedes tienen una madre amada, o una esposa cariñosa, o un amigo íntimo, y ninguno de ellos les ha dicho otra cosa que cosas amables; y, por tanto, si en alguna hora oscura acudieran a ellos, y en vez de mostrarles simpatía les dijeran palabra duras, y pudieran ver evidentemente que no los aman, ¡cuán sorprendidos se quedarían! Así me quedaría yo si me fuera a encontrar con algo que no fuera amor de parte de mi amado Señor después de todos estos años de ternura. No hay temor de ello, pues “Él no puede negarse a sí mismo”.

 

Entonces concluyo diciendo que encontraremos que así es en relación con las cosas de Su reino y los temas de Su verdad. Hay una gran confusión en este momento acerca del Dios de la providencia, y me llaman no sé por qué nombres por decir la verdad a nombre de mi Señor. Bien, ¿qué resulta de eso? ¿Estaremos, por tanto, temerosos? No; pero si creemos, encontraremos que Él es fiel. Él no se negará a Sí mismo. ¿Está la buena y antigua causa realmente en peligro por parte del escepticismo y de la superstición? Hablando a la manera de los hombres, pudiera parecer que sí; pero no es realmente así nunca. Aun si vaciláramos no debemos poner nuestra mano sobre el arca del Señor para estabilizarla. La causa de Dios es siempre segura. Yo no sé si podamos vivir para verlo, pero tan ciertamente como el Señor vive, la verdad triunfará en Inglaterra. Pueden decirnos que el puritanismo está colocado contra la pared, pero todavía recogerá la corona en la acera. La vieja causa retrocede un poco para tomar aire, pero dará tal salto en esta tierra que sorprenderá completamente a los adivinos, pues el Señor enloquecerá a los adivinos, y aquellos que cuentan las torres y dicen que Sion está totalmente caída no sabrán dónde esconder sus cabezas. El diablo voló una vez sobre Europa y dijo: “es toda mía”. Aquí están vendiendo indulgencias, y el Papa y yo somos señores de toda ella”. Pero un pobre monje acababa de ver luz hacía poco tiempo, clavó sus tesis en la puerta de una iglesia y partir de esa hora la luz comenzó a extenderse por toda Europa. ¿Y creen ustedes que el Señor está sin Luteros? ¿Imaginan que no le queda ninguna espada o lanza en Su armería? Yo les digo que tiene a Su alcance tantos instrumentos como hay estrellas en el cielo. Cuando la influencia del Evangelio parece retroceder es como la marea cuando está comenzado a bajar. Consistentemente va para atrás, y si no supiéramos que no es así, comenzaríamos a pensar que las olas de plata darían lugar al cieno y al guijarro; con todo, cuando llega la hora, en el minuto preciso, las aguas hacen una pausa y permanecen un rato en un punto. Luego se levanta la primera ola del flujo, y luego otra, y otra, y otra, y otra, y se levantan, avanzan y conquistan la costa hasta que el mar alcanza su plenitud de nuevo. Así tiene que ser, y así será con el océano de la verdad; sólo hemos de tener fe, y veremos al Evangelio en plenitud de nuevo, y a la vieja Inglaterra cubierta con él. Duden lo que quieran, hermanos, pero no duden de la verdad divina, ni duden de Dios. Apéguense al lado que está más desacreditado y deshonrado, y que recibe los peores comentarios de los hombres, pues Cristo y Su iglesia usualmente ocupan el lado sombrío del monte. Conténtense con hacer frente a la corriente con el valor aprendido de su Redentor y Señor, pues viene el día cuando haber estado con la verdad y con el Hijo de Dios será el más grande honor que una criatura pueda ostentar.

 

Que sea nuestro ese honor, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

 

Porción de la Escritura leída antes del sermón: 2 Timoteo 2.

 

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