SANA DOCTRINA - Ministerio de Difusión Bíblica

La Dicha de los Hogares Santos

 

Sermón predicado

Por Charles Haddon Spúrgeon

Con motivo de la dedicación de la ‘casa del jubileo’ en conmemoración del quincuagésimo cumpleaños del amado pastor, el 19 de junio de 1884

 

 

“Voz de júbilo y de salvación hay en las tiendas de los justos; la diestra de Jehová hace proezas. La diestra de Jehová es sublime; la diestra de Jehová hace valentías.”   Salmo 118: 15, 16

 

Un creyente en Cristo no tarda mucho en encontrar la dicha. Está en la tierra que fluye leche y miel, y muy pronto podrá dar un sorbo de su dulzura. Como Nicodemo, viene a Jesús de noche, pero el sol está saliendo. Cuando se arroja al pie de la cruz, su amanecer ha comenzado, y en breve caminará en la luz: justificado por la fe, tendrá paz para con Dios. Y no sólo esto, sino que también aprende a gozarse en Dios, por el Señor nuestro Jesucristo, por quien ha recibido ahora la reconciliación. Este gozo permanece en él y abunda, de tal manera que pertenece a un pueblo feliz. Es cierto que no todos los creyentes son igualmente felices, pero cada uno de ellos tiene el derecho de estar sumamente alegre. Algunos flotan sobre una pleamar de dicha, mientras que otros van a la deriva sobre el reflujo; pero todos están metidos en la misma corriente que los transporta al océano de la perfecta felicidad. Todos aquellos que confían en Cristo como deben hacerlo, encontrarán que una medida de esta dicha brota en su interior y acompaña a la nueva vida que el Espíritu Santo ha creado. La nuestra es una paz que sobrepasa todo entendimiento y una dicha indecible.

 

Esta dicha es contagiosa; se esparce como un oloroso perfume. Un hombre feliz hace felices a otros. El hombre que está lleno de la bendición de Dios la derrama para otros. La música no es solamente para quien la toca, sino para todos los que tienen oídos. La influencia del hombre dichoso se siente primero en casa; regresa a su hogar, a su propia familia, siendo un hombre convertido, y los miembros de la familia pronto perciben el cambio. Les cuenta lo que el Señor ha hecho; pero, aun si no lo hiciera, pronto descubrirían, por su amabilidad, por su amor, su verdad y su santidad, que algo extraordinario le ha ocurrido. Sus acciones, sus palabras, su carácter y su espíritu han cambiado muy singularmente, y quienes le rodean pueden verlo. Él está alegre, y muy pronto ellos están alegres también. Cuando el hombre es mejor, todos los que tienen que ver con él se benefician por su progreso. Cuando el propio corazón del hombre se regocija, entonces reparte gozo, igual que los discípulos de Cristo que, cuando recibían panes y peces de las manos de su Señor, los repartían entre la multitud, “Y comieron todos, y se saciaron.”

 

Yo confío en que muchos de ustedes, queridos amigos, que son mis asociados en la Iglesia de Dios, sienten que esto es válido en su propio caso, como yo estoy seguro al confesar que es cierto en mi caso. Para la gloria de la gracia de Dios he de dar mi testimonio. Nuestro propio Dios de bendición ha bendecido a nuestras familias.

 

Ciertos creyentes, sin embargo, esparcen el gozo en un gran número de familias; no únicamente a aquellos a quienes pertenecen según la carne, sino diseminan consuelo entre todas las familias de Sion. David, por ejemplo, cuando salía y hería a los enemigos de su nación, hacía brotar un gran regocijo en todos los tabernáculos de Israel; todo el pueblo escogido participaba en lo que el adalid del Señor había hecho. Cuando alguien es bendecido por Dios, de tal manera que puede enseñar la Palabra y predicarla con poder, derrama el gozo en todas las familias con las que entra en contacto.

 

Aspiren, amados hermanos, a brillar ampliamente como una vela que, puesta sobre un candelero, alumbra a todos los que están en la casa. Primero, tienen que asegurarse que ustedes mismos hayan sido verdaderamente salvados; luego clamen al Señor pidiendo por sus propios parientes y amigos, y trabajen por ellos hasta que sean conducidos a los pies del Redentor; y, entonces,  dejen que su luz brille en derredor de donde ustedes viven. La lámpara que no es vista fuera de su propio cristal es una pobre lámpara. Brillen a lo largo de esa calle de donde poca gente asiste jamás a la casa de Dios; brillen en esa fábrica donde la masa de los obreros mora en las tinieblas; brillen en ese banco, donde muy pocos empleados caminan en la luz de Dios. Oren para que puedan ser, no meramente luces nocturnas que sirven para consolar a algún enfermo, sino que puedan ser como esas nuevas lámparas de gas, que son colocadas en los cruces de caminos, y que generan una magnífica iluminación a su alrededor. Tal vez el Señor los haya colocado a propósito en una posición aflictiva para que sean de mayor servicio del que pudieran haber sido bajo circunstancias más cómodas. Debemos ser felices de estar allí donde podamos hacer felices a otros. Debe ser nuestra voluntad hacer la voluntad del Señor, siendo útiles a nuestros semejantes. No debemos valorar nuestra posición por la tranquilidad que nos proporciona, o la respetabilidad con que nos cubre, sino por las oportunidades que nos depara para vencer al mal, y promover el bien. Creo que muchos cristianos serían sabios si dudaran antes de mudarse del lugar donde están ahora, aunque sea muy agradable vivir en una localidad más elegante. Digo que deberían dudar de trasladarse, porque, si se fueran, la propia luz del lugar sería apagada, y la esperanza de muchos pobres pecadores se esfumaría. La sal no puede hacer nunca tanto bien en una caja como puede hacerlo en contacto con los alimentos, que se descompondrían sin ella. Un piloto, en la costa, puede ser muy hábil pero no puede ser útil a menos que salga al mar. Un río es una bendición en Inglaterra, pero en Egipto o en el Sudán es valorado más allá de toda medida; las Escrituras hablan de “arroyos de aguas en tierra de sequedad”. Hemos de orar pidiendo ser hombres y mujeres tales, que podamos bendecir nuestros propios hogares y, entonces, ser colocados de tal manera en la providencia que podamos ser canales de bendición hasta el límite de nuestra capacidad para un círculo que se amplía continuamente, del cual somos su centro. Oh, que tuviéramos una participación en la bendición que recayó en Abraham, “De cierto te bendeciré”; y también, “Te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición”; y además, “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra”.

 

Ahora vamos a analizar más detenidamente el texto, y notamos en él, primero, que hay dicha en las familias de los justos. El texto lo afirma, y la experiencia y la observación lo confirman; y, en segundo lugar, esta dicha debe ser expresada: “Voz de júbilo y de salvación hay en las tiendas de los justos”. Luego, en tercer lugar, esta dicha se relaciona con lo que el Señor ha hecho: “La diestra de Jehová hace proezas. La diestra de Jehová es sublime; la diestra de Jehová hace valentías.”

 

I.   Primero, hay DICHA EN LAS FAMILIAS DE LOS JUSTOS.

 

Gracias a Dios, eso es divinamente cierto. Una vez, el paraíso fue el hogar del hombre; y ahora, para el hombre bueno, su hogar es el paraíso. Puedo decir que, hasta cierto punto, esto es en proporción a la salvación que es encontrada en la familia. Si una o dos personas son convertidas dentro de una familia numerosa, es algo por lo que hay que alabar a Dios, porque toma “uno de cada ciudad, y dos de cada familia”, y los introduce en Sion; sin embargo, la dicha será más bien una suave melodía en vez de una armonía exultante. Si la esposa es convertida como también el esposo, ¡qué consuelo es para ambos! Ahora se ocuparán dos partes de la música, y el himno será cantado más dulcemente. Si dos caballos jalan juntos un carruaje, cuán bien se desplaza al rodar; pero si uno va hacia atrás y el otro hacia adelante, habrá mucha molestia si es que no hay un daño. Yo he visto a dos bueyes en un yugo, y he observado cómo trabaja coordinadamente un verdadero equipo de bueyes en una yunta, al punto de echarse juntos, levantarse juntos, y moverse juntos al mismo paso: donde no ocurre eso, la dificultad y la inconveniencia hacen que arar sea una tarea difícil.

 

Si el esposo y la esposa son ambos convertidos, están por alcanzar todavía una dicha mayor, pues comenzarán a orar por sus hijos. Aquellos hijos que les son dados constituirán su ansiosa preocupación hasta que ellos también nazcan para Dios. Ellos experimentarán un  gran deleite cuando uno de sus seres queridos diga: “he entregado mi corazón a Cristo”, y sea capaz de expresar su fe en Jesús, y dar una razón de la esperanza que hay en él. La copa de la dicha se llenará aún más cuando otro venga y diga: “quiero ser contado en el rebaño de Cristo.” Muchos de nosotros podemos decir: “todos mis hijos son hijos de Dios: ellos van conmigo de mi mesa a la mesa del Señor: tengo una iglesia en mi casa, y todos los miembros de mi hogar están en la iglesia”. Aquí hay un cuadro, un patrón, un dechado, un paraíso. Podríamos decir lo mismo que dijo una vez un ministro de Cristo acerca de sus hijos espirituales: “no tengo mayor gozo que oír que mi hijos caminan en la verdad”.

 

Es mejor, querido padre, querida madre, que tus hijos y tus hijas sean herederos de Dios a que pudieras hacerlos herederos de una vasta hacienda; es mejor que sean buenos, que notables; es mejor que sean benevolentes, que famosos. Si están casados con Cristo, no tienes que angustiarte por encontrarles cónyuges, y si sirven al Señor, no necesitas preocuparte por sus asuntos. Mientras vivas, serán tu consuelo, y cuando mueras, los dejarás en mejores manos que tus propias manos. Su futuro está bien garantizado, puesto que está escrito: “En lugar de tus padres serán tus hijos, a quienes harás príncipes en toda la tierra.”

 

Yo creo que es generalmente cierto que la dicha en una familia va mayormente en proporción a la gracia que haya en sus miembros. Las circunstancias y las pruebas peculiares podrían causar excepciones a la regla, pero, en general, esto será válido. Entonces, busquen la salvación de todo su hogar.

 

Aquí cometería una triste omisión si no dijera que es una mayor dicha si el círculo salvado incluye, no únicamente a los padres y a los hijos, sino también a los sirvientes. Un siervo servicial y fiel es un gran consuelo; y estar rodeado por aquellos que temen al Señor, es una de las bendiciones más especiales de esta vida mortal. No debemos estar contentos en tanto que un solo empleado doméstico, en nuestro hogar, permanezca siendo inconverso. La niñera, la muchacha que viene para trabajar una parte del día, el limpiabotas, y todos aquellos que son empleados ocasionalmente para hacer trabajos extras, deben ser considerados por la señora de la casa y por sus compañeros sirvientes. Deberíamos orar porque todos aquellos que traspasan nuestro umbral tengan un nombre y un lugar en la casa de Dios. ¿Por qué no habría de ser así? ¿No deberíamos censurarnos a nosotros mismos, a menudo, porque hemos sido olvidadizos de aquellos que ministran para nuestro consuelo? ¡Oh, que todos aquellos que nos sirven sirvieran a Dios! ¡Oh, que todos aquellos que sirven a nuestra mesa coman pan en el reino de nuestro Padre, y que todos aquellos que moran bajo nuestro techo, tengan un lugar en las muchas mansiones de arriba!

 

Ahora damos un paso hacia adelante, y comentamos que el gozo al que se alude aquí, es principalmente espiritual. El temor de Dios tiende a hacer feliz al hombre en todos los sentidos, mental, social y espiritualmente. Es luz para los ojos, música para los oídos, y miel para la boca. Es un endulzante universal. El trabajo ordinario de la vida se desarrolla fácilmente cuando las ruedas son aceitadas con la gracia. Deberíamos ambicionar que nuestro hogar sea un templo, que nuestras comidas sean sacramentos, que nuestros vestidos sean ornamentos, y que nosotros mismos seamos sacerdotes para Dios, y que nuestra vida entera sea un sacrificio de alabanza a Él.

 

Hay hogares donde el Señor Jesús es el Maestro, tanto del jefe del hogar como de los siervos, y donde el Espíritu Santo es el espíritu que preside en toda la economía hogareña. Las dificultades que turban a otros nunca molestan allí, pues el amor las previene. Todos son benevolentes; todos están ansiosos de ser buenos, y de hacer el bien y de volverse buenos. Por consiguiente, las pendencias y las riñas son desconocidas; no se permite que las pequeñas diferencias se conviertan en disputas. Las envidias y los altercados, las griterías y las pláticas no edificantes, son suprimidos; aunque estas cosas brotan incluso entre quienes son parientes cercanos, sin embargo, los corazones benevolentes no tolerarán su existencia. Cada uno otorga la debida consideración a los demás: se mantienen los lugares apropiados según la regla del Nuevo Testamento, y el resultado es que el ángel está en la casa, y el diablo ve la señal sobre la puerta, y no se atreve a entrar.

 

“Bienaventurado es el hombre que tiene temor

Y se deleita en el Señor,

Dios le dará como galardón

La riqueza, la riqueza que alegra verdaderamente;

Y sus hijos

Serán bendecidos en torno a su mesa.”

 

Sí, la dicha principal en las tiendas de los justos es de naturaleza espiritual; el padre tiene gozo, porque es salvado en el Señor con una salvación eterna; la madre tiene gozo, porque ella también ha visto abierto su corazón, como Lidia, para oír y recibir la Palabra; los amados hijos tienen gozo, cuando ofrecen sus pequeñas oraciones y cuando hablan con Jesús, a quien aman sus almas. No creo experimentar un gozo mayor que cuando, a veces, tengo que recibir a una familia entera en la iglesia. Una vez vinieron a verme cinco personas, de un mismo hogar, un buen número de muchachos y muchachas. Es deleitable ver a nuestros amados vástagos entregando sus corazones al Señor al inicio de sus vidas. ¡Allí donde el Señor obra tan misericordiosamente, las madres son felices, los padres son felices, los hermanos son felices y las hermanas son felices! ¡Si son partícipes de ella, que puedan continuar por largo tiempo alabando y bendiciendo Su nombre por esa singular bendición! Yo no conozco a nadie de la familia de mi padre, ni de mi propia familia, que no sea salvo; y, por tanto, yo puedo dirigirlos en la alabanza.

 

Este tipo de dicha, en tanto que espiritual, no depende de circunstancias externas; no depende de las riquezas ni del honor. El gozo del Señor será encontrado en el palacio de un príncipe, si la gracia de Dios está allí; pero con mucha más frecuencia medra en las casas humildes y en los aposentos modestos, en donde viven los cristianos que trabajan arduamente para ganarse el sustento, experimentando, con frecuencia, las estrecheces de la pobreza. Se decía antiguamente que los filósofos podían estar alegres sin la música, y yo estoy seguro de que eso más cierto todavía en referencia a los cristianos, quiero decir que pueden ser felices en el Señor cuando las circunstancias temporales están en su contra. Nuestras campanas no necesitan cuerdas de seda para tocar, ni tampoco tienen que ser colocadas en torres altas. Si nuestra dicha dependiera de acumular oro y plata o de la salud y la fortaleza de todos los miembros de nuestra familia, o de nuestro rango y linaje, podríamos ir llorando a nuestros lechos, y despertar en la mañana cegados por las lágrimas; pero como nuestra dicha brota de otro manantial, y sus gotas preciosas destilan de una fuente más pura, cuyas corrientes fluyen tanto en verano como en invierno, podemos bendecir a Dios por nuestra constante satisfacción. La llama de gozo que arde en las tiendas de los justos es estable, pues es alimentada con óleo santo. Que Dios nos conceda que nunca opaquemos su lustre por pecados de familia contra Dios, o por alguna negligencia en nuestros deberes de los unos para con los otros; pero, ¡que la lámpara sagrada del gozo santo esparza continuamente su brillo en nosotros de generación en generación! Que se diga de nuestra habitación: “Jehová-sama”, “Jehová allí”.

 

Me enteré de un hombre acaudalado que era dueño de varias casas en diversos lugares. Poseía una hermosa propiedad en el campo, que tenía en su centro una magnífica mansión; poseía también un departamento en el West End (un barrio aristocrático de Londres), una residencia junto al mar, y un pabellón de caza en ‘the Highlands’ (país montañoso de Escocia), y que viajaba a menudo al continente europeo. Se trasladaba de una casa a la otra, y no se supo que permaneciera más de unas cuantas semanas en cualquiera de las residencias. A un amigo le dijo que estaba tratando de encontrar la paz de su mente en alguna de sus casas. ¡Qué vana empresa! Podría haber encontrado más rápido la piedra filosofal, o el solvente universal. Yo he conocido a muchas personas que sólo tenían un cuarto, y estaba pobremente amueblado, y, sin embargo, encontraron la paz de la mente allí, porque la llevaban consigo.

 

Bienaventurado es el hombre que lleva la esmeralda de la paz en su seno, aunque no esté engastada en oro. Bienaventurados son aquellos cuya paz es semejante a un río que tiene lejos su fuente, en las colinas, y una corriente clara como el cristal, continua, que se va profundizando, que se va ensanchando, y que se mueve silenciosamente hacia el océano de ilimitada felicidad.

 

Sí, no se trata de dónde estamos, sino de lo que somos; no es qué tenemos, sino dónde lo tenemos, si lo tenemos en nosotros mismos o en nuestro Dios, lo que demuestra si somos realmente bienaventurados. La paz es la mejor posesión para un individuo, la propiedad más rica para una familia, y el más hermoso legado para los descendientes. Allí donde llega la salvación de nuestro Señor Jesús, la paz y la dicha son seguros acompañantes: por tanto, se dice en nuestro texto que “Voz de júbilo y de salvación hay en las tiendas de los justos.” Hechos justos en carácter, podemos sentir más que nunca la naturaleza transitoria de nuestra residencia temporal, y por tanto, preferimos morar en tiendas que en mansiones; pero somos honrados por la compañía de estos dos huéspedes celestiales: salvación y gozo, y, por tanto, no envidiamos a ningún César en el Monte Palatino, ni a ningún monarca en su palacio de mármol.

 

El gozo cristiano, ya sea en un individuo o en la familia, puede ser justificado abundantemente. Los creyentes pueden dar siempre una razón del gozo que hay en ellos. Como hogares cristianos, ¿por qué no habríamos de estar alegres en el Señor? Si Dios está complacido con nosotros, muy bien podemos estar complacidos en Él. Si el Señor se regocija por nosotros, ¿no deberíamos de alegrarnos por ese hecho? Dios mismo nos llama un pueblo feliz; no hemos de vivir como si quisiéramos falsificar Su Palabra.

 

Vean, hermanos y hermanas míos, cualesquiera que sean sus aflicciones temporales, todas las cosas les ayudan a bien; ¿no podrían, entonces, regocijarse para siempre? Aunque cada componente de la medicina incorporado en la mezcla sea amargo, la poción completa es saludable; aunque cada evento pareciera estar en tu contra, el curso íntegro de la providencia es positivo para ti de una manera divinamente sabia y misericordiosa. Nada ocurre en la historia de tu familia, sea nacimientos o muertes, venidas o llegadas, pérdidas o ganancias, gozos o tristezas, enfermedad o salud, que no produzca al final el bien más excelso. No juzgues cada rueda, sino observa el funcionamiento de toda la maquinaria. Para mí es un pensamiento feliz que ni un solo grano de polvo en los vientos de Marzo, ni una sola gota de lluvia en los chaparrones de Abril, son dejados al azar, sino que la mano del Señor lo dirige todo; y, por tanto, yo confío que ni en lo pequeño ni en lo grande, nada hará daño al hombre que mora bajo la protección del Altísimo.

 

Junto a esto, nos regocijamos por el pecado perdonado; esta es la primera bendición de la que canta David en el Salmo ciento tres, y es la preparación para todas las demás bendiciones. Si el pecado es perdonado, toda la amargura desaparece, pues este es el verdadero ajenjo y la hiel real de la vida. Ahora que Goliat de Gat ha sido herido en la frente, el resto de los filisteos es de poca consideración. Cuando el pecado ha desaparecido, la negra nube que amenazaba con una tempestad eterna es borrada, y el sol disuelve el resto de las nubes de la misma manera que dispersa la neblina matutina. Incluso la muerte pierde su terror cuando el pecado ha sido quitado; es una abeja sin aguijón, y nos asomamos para encontrar miel en su cercanía. Si entra en la casa, y se lleva a nuestros seres queridos, ellos están con Cristo, que es mucho mejor; y cuando nos lleva a nosotros, nuestra muerte será ganancia, pues “así estaremos siempre con el Señor.” Así como la vida entera recibe otro color cuando el pecado es perdonado, así el creyente en Jesús ve la muerte de manera diferente; ese asunto solemne queda tan modificado que incluso podemos:

 

“Anhelar la noche para desvestirnos,

Para descansar con Dios.”

 

¿Qué hay sobre la tierra que pudiera turbar a quienes temen a Dios? “Vamos” –dices tú– “podríamos mencionarte mil tribulaciones.” Sí, pero cuando hubieres terminado, yo te diría que no hay ninguna base para estar turbado por ninguna de ellas, pues escrito está, “Ninguna arma forjada contra ti prosperará.” “No quitará el bien a los que andan en integridad”; y también, “todo es vuestro: sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo porvenir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.” “Son linaje de los benditos de Jehová, y sus descendientes con ellos.” Por tanto, hemos de cuidarnos de no ser como los egipcios cuando temblaban en las tinieblas que podían sentirse, sino más bien seamos como era la gente en los días de Salomón, cuando comían y bebían y se alegraban, y la paz no tenía término.

 

Yo quisiera preguntarle a cualquiera de ustedes, jóvenes, que están recién casados y acaban de comenzar una nueva vida, ¿cómo pueden esperar tener la felicidad a menos que la busquen en Dios? Ustedes han entregado sus corazones el uno al otro; ¡oh, que hubieran dado sus corazones a Cristo también, pues entonces estarían unidos con Uno de quien no podrían ser separados nunca! Si son uno en Cristo, tendrán una base de unión más firme que las bases que el afecto natural pudiera proporcionarles. Cuando uno de ustedes sea llevado a casa, habrá una breve separación del cuerpo, pero se encontrarán de nuevo y morarán para siempre en el mismo cielo. Las uniones en el Señor son uniones que tienen la bendición del Señor. Asegúrense de comenzar como tienen la intención de continuar; es decir, con esa bendición que enriquece, y que no trae ninguna aflicción con ella. Si su hogar ha de ser feliz, si los hijos que Dios les dé han de ser su consuelo y su deleite, primero sus propias almas han de ser rectas con Dios. Si el Señor es el Dios de los padres, Él será el Dios de su simiente. El Dios de Abraham será el Dios de Isaac, y será el Dios de Jacob, y será el Dios de José, pues Él guarda Su fidelidad de generación en generación de aquellos que le aman. Él no echa fuera a Su pueblo, ni tampoco a sus hijos. Si tú eres un Ismael, ¿qué serán tus hijos? Si estás apartado de Dios, ¿cómo esperas que tu posteridad esté cerca de Él?

 

Regresando a mi primer punto, el pueblo de Dios es un pueblo feliz, y su familia es una familia feliz. Si hay aquí alguna persona cristiana que se queje: “no soy feliz en casa”, me gustaría preguntarle: “¿no es esa tu propia culpa, querido amigo? Es más, no se enojen porque estoy obligado a hacer la pregunta, pues a menudo encuentro que quienes se quejan de infelicidad en sus propios hogares, son la causa principal de esa infelicidad.

 

La mayoría de las criaturas ven según su naturaleza, y los hombres a menudo reciben en su pecho lo que dan a otros. Cuando me encuentro con alguien que clama: “no hay amor en la iglesia”, puedo convertir esa expresión a un español sencillo y leerla así: “no hay amor en mí”. Cuando una persona dice: “todo el mundo en mi casa está mal a excepción mía”, te sientes seguro de que esa persona ha mantenido abiertos sus ojos a las fallas de otros, pero nunca se ha visto realmente a sí misma. Si usas lentes de colores, todas las cosas a tu alrededor serán de colores.

 

“¡Ay!”, –clama otro– “yo no soy feliz, aunque anhelo serlo”. ¿Conoces, querido amigo, el secreto para obtener la felicidad? La respuesta es muy sencilla: no intentes hacerte feliz, sino esfuérzate por hacer felices a otros. Sé un hombre alegre, y alegra a quienes te rodean. Yo bendigo a Dios porque nunca caí en el engaño de creer que hay virtud en un semblante apesadumbrado. Algunos podrían pensar que es bueno ser “un miserable pecador”, pero ciertamente es mejor ser un santo feliz. Lleven consigo el brillo de la luz del sol a través del mal tiempo. No piensen que, en la piedad, empujar sea lo mismo que atraer. Un ceño fruncido puede beneficiar a unos cuantos, pero una sonrisa puede influenciar a un mayor número de personas. Un famoso estadista francés tenía un semblante tan aterrorizador que un muchacho le preguntó una vez si su rostro no le hacía daño. Ciertamente se les podría hacer la misma pregunta a ciertas personas muy “decorosas”, pues habitualmente están revestidas de tal tenebrosidad que uno pensaría que todo era noche en su interior.

 

No debe ser así en cuanto a nosotros, sino que la luz del amor debe circundar nuestro sendero causando que las florecillas de la alegría broten a ambos lados del camino. Hay suficientes sauces llorones juntos a nuestros arroyos; yo quisiera que rebosaran con lirios de agua. Mayor gracia nos capacitaría para glorificar más al Señor, y regocijarnos con una dicha más constante.

 

Esto basta en cuanto a nuestro primer testimonio: hay dicha en las familias de los justos.

 

II.   En segundo lugar, ESTA DICHA DEBE SER EXPRESADA; “Voz de júbilo y de salvación hay en las tiendas de los justos.”

 

Debemos prestar una lengua a nuestros goces, y dejar que hablen. La voz debe ser escuchada diariamente, de la mañana a la noche y hasta que el silencio del sueño se escabulla en todo; pero nunca debe dejar de resonar en las reuniones diarias para la oración en familia. Debe constituir una ocasión feliz cuando nos reunimos para leer la Palabra de Dios, y para orar juntos. Sería muy bueno si pudiéramos cantar también en esos momentos. Matthew Henry dice, en relación a la oración familiar: “los que oran, hacen bien; los que oran y leen las Escrituras, hacen todavía mejor; los que oran, y leen las Escrituras, y cantan un himno, hacen lo mejor de todo.” En esto, fue sabio y preciso como siempre; yo desearía que sus palabras recibieran una mayor atención. Si no pueden abarcar la última de las tres cosas buenas, combinen la alabanza con su oración haciéndola más llena de gozo y de agradecimiento que lo usual. No permitan nunca que la devoción doméstica degenere en una insulsa formalidad, antes bien involucren un vivo deleite emocionado en ello, de tal manera que sea un gozo acercarse al Señor y no un fastidio. Donde no hay oración de familia, no podemos esperar que los hijos crezcan en el temor del Señor, ni el hogar puede esperar la felicidad.

 

Tal vez, algunos de ustedes no han comenzado la oración en familia, pues han sido convertidos recientemente. Comiencen a hacerla de inmediato, si les fuera posible; no permitan que concluya este día sin hacer el intento de orar en familia. Pero oigo que alguien dice: “Nunca he orado en voz alta”. Entonces comienza de inmediato, hermano mío. “Pero me da miedo”. ¿Le tienes miedo a tu esposa? Eso, en verdad, es una verdadera lástima; lo siento mucho por tu condición de hombre, pues ella es la última mujer de quien deberías tener miedo. “¡Oh, pero es que yo hablaría de manera entrecortada!” Eso no sería una gran calamidad; una oración entrecortada es a menudo la mejor forma de suplicación. ¿No será que esta objeción brota de tu orgullo? No te gusta orar delante de tu familia a menos que lo hagas bien, para recibir así su aprobación. Despréndete de ese espíritu, y piensa en Dios únicamente, a quien te debes dirigir. Las palabras seguirán al deseo, y muy pronto tendrás que tener más miedo de tu fluidez que de tu brevedad. Sólo rompe el hielo; pídele al Señor Jesús que eche fuera al espíritu mudo, y Él te liberará de su poder. Si el esposo no dirige la devoción, entonces que lo haga la esposa; pero no dejen pasar ni un solo día sin la oración en familia; un hogar sin ella es un hogar sin techo, y un día sin ella es un día sin bendición. ¿Me comentas: “¡Ay!, querido señor, mi esposo no es convertido”? Entonces, mi querida hermana, esfuérzate por tener oración con los hijos, y ora tú misma.

 

Yo recuerdo que cuando mi padre se ausentaba del hogar para predicar el Evangelio, mi madre suplía siempre su lugar en el altar de la familia; y en mi propia familia, si yo he tenido que ausentarme y mi amada esposa ha estado enferma, mis hijos, siendo muchachos todavía, no dudaban en leer las Escrituras y orar. No podíamos tener un hogar sin oración; eso sería pagano o ateo.

 

Habrá frecuentes ocasiones de santa dicha en todas las familias cristianas, y estas ocasiones deben disfrutarse muy cordialmente. La dicha santa no engendra ningún mal, por mucho que la disfrutemos. Tú podrías comer fácilmente demasiada miel, pero nunca podrías disfrutar de demasiado deleite en Dios. Los cumpleaños y los aniversarios de todo tipo, y las diversas reuniones familiares deberían hacernos vivir la vida muy cordialmente al compás de la música.

 

Además, sería bueno que sus hogares resonaran más generalmente con cantos. Cuando los miembros de un hogar están acostumbrados a cantar individual y colectivamente, eso echa fuera los monótonos cuidados, ayuda a evitar los malos pensamientos, e induce a una exultación general. Por supuesto que debe haber un sentido común en esto, como en todas las demás cosas, pero así como los mundanos son capaces de cantar canciones, nosotros podemos con la misma facilidad cantar salmos.

 

He conocido a algunas personas muy felices que siempre estaban tarareando salmos e himnos y cánticos espirituales. Conocí a una sirvienta que cantaba cuando estaba lavando, y decía que eso aligeraba su trabajo. Es algo muy importante cantar cuando estás trabajando. Trata de silbar un poco si no puedes cantar; esa es una palabra que recibí de un viejo metodista primitivo. Solía encontrármelo en las mañanas; él tarareaba y tarareaba y tarareaba mientras caminaba. Mientras trabajaba en el campo, hacía exactamente lo mismo. Yo le pregunté qué era lo que le hacía cantar. Él respondió: “Bien, yo no le llamo cantar a lo mío, sólo tarareo; pero para mí es lo mismo que cantar, es cantar en mi corazón; yo canto de esta manera porque me siento muy feliz en el Señor. Dios me ha salvado, y me puso en el camino al cielo, entonces, ¿por qué no habría de cantar?”

 

¡Qué ruido hacen a veces los impíos cuando están sirviendo a su dios! Vuelven odiosa la noche con sus cantos, y con sus gritos y blasfemias; entonces, ¿por qué no habríamos de hacer una algarabía de júbilo para el Señor nuestro Dios? Les recomiendo que lo intenten en sus propias casas, que literalmente alaben al Señor con sus voces con canto santo.

 

Si realmente no pueden cantar del todo, sin embargo, la voz de júbilo y de salvación puede estar en sus tiendas por una constante alegría que se sostiene bajo el dolor y la pobreza, las pérdidas y las cruces. No estés abatido, amado hijo de Dios; o, si estás abatido, regáñate a ti mismo, y di: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío.” La dicha es la condición normal de un cristiano; cuando es lo que debe ser, su corazón se regocija en el Señor. ¿Acaso el mandato apostólico no va en este sentido: “Regocijaos en el Señor siempre”? Si alguna vez se salen fuera de esa palabra: “siempre”, entonces podrían abandonar el regocijarse; pero eso no pueden hacerlo, por tanto, obedezcan el precepto de Pablo: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” Amontonen las dichas la una sobre la otra; gócense y regocíjense, y luego regocíjense todavía más.

 

“¿Por qué habrían de ir los hijos de un Rey

Lamentándose todos sus días?”

 

¿Por qué los hijos del Rey no deberían ir regocijándose todos sus días, y expresando su gozo de tal manera que otros lo conozcan también? ¡Ah, queridos amigos, si entráramos en algunas casas en las que Dios no es conocido, oiríamos un sonido muy diferente a la voz de júbilo y salvación! Tienen la horrible voz del borracho, que hiere el oído de la mujer a quien prometió amar y proteger, pero cuya vida hace indeciblemente miserable, mientras incluso los hijitos corren a su aposento para apartarse del paso del padre alcohólico. Es algo terrible cuando un hogar es así; y hay muchos hogares de esa índole; y en otros lugares, donde no hay borrachera, hay muchos individuos sin el temor de Dios, que entran a su casa y amedrentan e intimidan a los demás, como si todos tuvieran que ser sus esclavos. Hay una mujer, tal vez, que es una persona desaseada y desaliñada, y que hace infeliz al hogar por causa de su murmuración y de su holgazanería y hace que se desvanezca toda idea de felicidad. Estas cosas no deberían suceder, y no deben ser.

 

¡Que Dios te conceda que tu hogar no sea así; antes bien, que todos los que entren en tu casa se vean forzados a reconocer que Dios está allí, y a reconocerlo principalmente por el hecho de que tú eres un cristiano feliz, jovial, alegre y agradecido, que hablas bien del nombre de Dios, y que no te avergüenzas ante nadie de profesar que eres un soldado de la cruz, un seguidor del Cordero! ¡Que Dios les dé más y más de este espíritu en todos sus hogares! La iglesia entera será bendecida cuando cada familia sea conducida de esta manera a ser feliz en el Señor y en Su gran salvación.

 

III.   Concluyo notando brevemente que este regocijo de los hogares santos es UN GOZO RELATIVO A LO QUE EL SEÑOR HA HECHO.

 

Ustedes ven, queridos amigos, que tengo un texto que es demasiado extenso para ser tratado en un sermón, así que consideraremos el resto otro día. Pero he de pedirles que noten el cántico que cantan los hogares santos; es este: “La diestra de Jehová hace proezas. La diestra de Jehová es sublime; la diestra de Jehová hace valentías.” Es un acorde triple; nosotros y nuestros hijos hemos aprendido a bendecir al Dios Trino. “¡Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo; como era en el principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos! Amén.”

 

¡Cómo deberíamos alegrarnos en Dios, en nuestras familias, cuando pensamos en todo lo que Él ha hecho venciendo al pecado y a Satanás, a la muerte y al infierno! Cristo llevó cautiva a la cautividad; por tanto, cantemos al Señor, pues ha triunfado gloriosamente. En esa gran victoria en la cruz, en verdad, la diestra del Señor fue exaltada, la diestra de Jehová-Jesús hizo proezas a favor nuestro, y por ello debemos estar alegres por siempre y alabar Su nombre.

 

Luego, pensemos en lo que el Señor ha hecho por cada uno de nosotros individualmente. Nosotros estábamos cautivos bajo el dominio del pecado y de Satanás, pero Él nos sacó con mano fuerte, y con brazo extendido, de la misma manera que liberó a Israel de los Egipcios. Entonces nuestros pecados nos persiguieron, y estábamos listos a desesperar; pero el Señor obró de nuevo nuestra liberación, y nos arrancó de las manos de nuestros poderosos enemigos, y nos puso gloriosamente en libertad. En verdad, “la diestra de Jehová hace proezas.”

 

Desde entonces, el Señor nos ha ayudado en Su providencia, y nos ha liberado de las fieras tentaciones, y ha hecho que permanezcamos firmes cuando el adversario ha arremetido agresivamente en contra nuestra para hacernos caer. “La diestra de Jehová es sublime; la diestra de Jehová hace valentías.” Cuando considero mi vida con una mirada retrospectiva, nunca sé dónde comenzar a alabar a Dios; y, cuando comienzo, estoy convencido de no saber dónde dejar de hacerlo. “Marcha, oh alma mía, con poder”. También en tu caso, querido amigo, la diestra del Señor es sublime dándote fuerzas en medio de la debilidad, y ayudándote a pesar de las muchas caídas y fallas; ¿no podría ver cada uno de ustedes, en su esfera separada, algo que la diestra del Señor está haciendo por ustedes? Por tanto, ¿no piensan que sus familias deberían entonar alegres cánticos de acción de gracias?

 

Cuando la obra del Señor está prosperando, cuando regresas a casa después de una reunión en la iglesia en la que muchos han confesado su fe en Cristo, cuando ves la fosa del bautismo removida por muchos que han llegado para ser enterrados simbólicamente con Cristo, cuando ves la iglesia desarrollándose a izquierda y derecha, cuando se abren nuevas estaciones de misión y más escuelas dominicales, y más obreros están ocupados en la obra del Señor, ¿no deberían danzar de gozo sus corazones al cantar: “La diestra de Jehová hace proezas; la diestra de Jehová es sublime; la diestra de Jehová hace valentías”?

 

cuando ves a grandes pecadores convertidos, cuando el borracho abandona sus copas, cuando el blasfemo lava su inmunda boca y canta las alabanzas de Dios, cuando un hombre escéptico, endurecido e irreligioso, se inclina como un niño a los pies de Jesús, ¿no deberían nuestros familiares ser notificados con esos hechos, y no debería ser un tema de gozo en el altar familiar? Estoy seguro de que debería serlo; y cuando oyes a los misioneros reportando sus éxitos, cuando el pagano se vuelve al Señor y las naciones comienzan a recibir la luz de Cristo, ¿no deberíamos tener un día solemne de jubileo, y decir: “Este es el día que hizo Jehová; nos gozaremos y alegraremos en él”? Quiero que nuestras familias participen más y más en el júbilo de la gran familia de Dios, hasta que nuestras pequeñas familias sean fundidas en la gran familia única del cielo y de la tierra; hasta que nuestras tribus separadas formen parte del único Israel grandioso de Dios; hasta que nosotros y todos nuestros familiares cercanos seamos un cuerpo en Cristo, y alabemos a ese Señor que es nuestra gloriosa Cabeza.

 

¡Ah, queridos amigos, pero cada uno de nosotros debe comenzar por ejercitar la fe personal en el Señor Jesucristo! Algunos aquí presentes no conocen todavía al Señor. No pueden hacer felices a otras personas mientras ustedes mismos estén sin el verdadero secreto de la felicidad; sin embargo, ustedes desean ser una fuente de bendición para otros, ¿no es cierto? Ustedes no desean hacerles daño, ¿no es cierto? No obstante, ustedes, buenas personas morales, que no entregan sus corazones a Dios, hacen un gran daño si su conducta conduce a otras personas a decir: “es bastante suficiente ser morales y rectos; no hay necesidad de que vayamos a Cristo para confesar nuestro pecado, y recibir de Él un nuevo corazón y un espíritu recto.” Ustedes los impulsan a hablar así dándoles un ejemplo muy malo.

 

En cuanto a ustedes, que entran y salen de la casa de oración todos los años, y raramente piden una bendición para sus comidas, y mucho menos llaman a sus niños a su regazo para hablarles acerca de Cristo, recuerden que tendrán que enfrentarse con esos niños en el día del juicio. ¿Qué les dirán a ustedes, padres, si descuidan sus almas? Ustedes trabajan muy duro, tal vez, para ganar el pan diario para ellos, y para poner vestidos sobre sus espaldas, y los aman mucho; pero el amor que sólo ama al cuerpo y no ama al hijo real, al alma que está dentro, es un pobre amor. Si en medio de la noche, alguien te despertara, y te dijera: “tu Juanito no está en casa”, habría una conmoción en el hogar muy rápidamente; perderías el sueño si tu pequeño Juanito estuviera afuera, en el frío.

 

Yo quisiera poder despertar a algunos de ustedes, padres, que son salvos, pero que tienen hijos que no son convertidos. Tienen que orar para que sean salvados antes de que abandonen su techo.

 

El otro día me reuní con una mujer que vino para unirse a la iglesia, y su gran aflicción era que sus hijos eran todos impíos, y ahora no podía hablarles como una vez hubiera podido hacerlo cuando estaban en su casa. Ella nunca buscó su salvación entonces, y aquel tiempo se acabó, pues ya eran hombres y mujeres maduros, y tenían poco respeto ahora por la palabra de una madre.

 

Siempre me agrada oír lo que me dijeron dos hijos hace sólo quince días; uno me dijo: “yo encontré la paz en el regazo de mi madre”; y el otro me dijo: “yo encontré la paz con Dios en el regazo de mi madre”. El regazo de una madre es un lugar encantador para que un hijo encuentre al Salvador; su regazo ha de estar consagrado así hasta que sus hijos se acerquen a Dios allí. ¿No los tomarán individualmente, y orarán con ellos, y no hablarán con ellos acerca de sus almas? Si lo hicieran, creo que puedo aventurarme a prometerles que tendrán éxito en casi cada caso. Siempre que me entero de que los hijos de buenos padres han salido malos, cuando he tenido la oportunidad de escudriñar la causa, he descubierto que ha habido generalmente una buena razón para ello.

 

Me enteré que los hijos de un ministro eran todos malos sujetos; pero cuando comencé a analizar la vida de esa familia, me pregunté cómo se atrevió a subir al púlpito ese ministro, pues su propio carácter no era de una naturaleza que propendiera a conducir a sus hijos al Salvador. Pudiera no ser así en cada caso; pero yo creo que, allí donde se da la oración en familia, y hay un hogar feliz, y hay un santo ejemplo, y mucha suplicación sincera con los hijos y por los hijos, la declaración de Salomón es válida todavía: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”.

 

¡Ah, queridos amigos, que el texto se convierta en una realidad para todos ustedes! ¡Que el Señor lo conceda así por Jesucristo nuestro Señor! Amén.

 

 

Nota del Traductor:

 

Pleamar: fin o término de la creciente del mar.

Reflujo: Movimiento de descenso de la marea.

 

 

 

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