SANA DOCTRINA - Ministerio de Difusión Bíblica

Jesús en Getsemaní

 

Sermón predicado la noche del domingo 6 de marzo de 1881

Por Charles Haddon Spúrgeon

En El Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres

 

 

“Habiendo dicho Jesús estas cosas, salió con sus discípulos al otro lado del torrente de Cedrón, donde había un huerto, en el cual entró con sus discípulos. Y también Judas, el que le entregaba, conocía aquel lugar, porque muchas veces Jesús se había reunido allí con sus discípulos”.   Juan 18: 1, 2

 

Yo recuerdo haber leído en alguna parte, aunque en este momento no puedo recordar la fuente, que Betania –uno habría pensado que el Salvador iría a ese lugar para pasar la noche, en casa de María y de su hermana Marta- estaba del lado más alejado del Monte de los Olivos, y estaba fuera de los límites de la ciudad de Jerusalén. Ahora bien, en la pascua, era obligatorio que todos los que guardaban la fiesta pasaran toda la noche dentro los límites de la ciudad, y nuestro divino Señor y Maestro, quien era un escrupuloso observante de cada punto de la antigua ley, no pasó al otro lado del monte, sino que permaneció dentro del área que estaba técnicamente considerada como parte o porción de Jerusalén; así que Su decisión de ir a Getsemaní era, en parte, para dar cumplimiento a la ley ceremonial, y, por esa razón, no pasó más allá ni buscó ningún otro refugio.

 

Nuestro Señor sabía también que en esa precisa noche, Él sería entregado en manos de Sus enemigos y, por tanto, necesitaba estar preparado mediante un tiempo especial de devoción para la terrible ordalía que estaba a punto de soportar. Aquella noche de la pascua iba a ser una noche memorable por ese motivo, por lo que Él quería guardarla de una manera particularmente sagrada, pero como iba a ser todavía más memorable como el tiempo del comienzo de los sufrimientos de Su pasión, resolvió pasar la noche entera en oración a Su Padre. En ese acto nos recuerda a Jacob junto al vado de Jaboc, quien, cuando tenía que afrontar duras pruebas al siguiente día pasó la noche luchando en oración; y este Hombre mayor que Jacob pasó Su noche, no junto al vado de Jaboc, sino junto al negro y pestilente torrente de Cedrón, y allí luchó con unas fuerzas muy superiores a las que el patriarca tuvo que emplear en su notable forcejeo nocturno con el Ángel del pacto. Yo quiero que intenten ir hasta Getsemaní en el pensamiento, y creo que deben sentirse estimulados a ir allá ya que nuestro texto dice: “Muchas veces Jesús se había reunido allí con sus discípulos”.

 

I.   Y, primero, hasta donde podamos hacerlo en el pensamiento, VEAMOS EL LUGAR. Yo no he visto nunca el huerto de Getsemaní. Muchos viajeros nos informan que lo han visto, y han descrito lo que vieron allá. Mi impresión es que ninguno de ellos vio jamás el sitio real, y que no queda ningún vestigio de él. Hay ciertos vetustos olivos dentro de un terreno acotado que comúnmente se piensa que crecieron en el tiempo del Salvador; pero eso pareciera ser muy poco probable pues Josefo comenta que todos los árboles que había en los alrededores de Jerusalén fueron derribados, muchos de ellos para ser convertidos en cruces para la crucifixión de los judíos, y otros para ser utilizados en la construcción de las fortificaciones con las que el emperador romano sitió a la ciudad sentenciada a la ruina. No pareciera que haya quedado nada que pudiera ser una reliquia verdadera de la antigua ciudad, y no puedo imaginar que los olivos corrieran una suerte diferente. De lo que han comentado algunos hermanos que han ido al famoso huerto de Getsemaní yo concluyo que no es muy útil ir allá para las devociones personales. Una persona que planeaba pasar una porción de su día domingo allá y que esperaba disfrutar en ese lugar de mucha comunión con Cristo, dijo que fue conducido a aprender muy amargamente el significado de las palabras que nuestro Salvador le dijo a la mujer, junto al pozo de Sicar: “La hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre… La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren”.

 

Yo no quiero averiguar dónde estaba exactamente Getsemaní; me basta saber que estaba en un costado del Monte de los Olivos, y que era un sitio muy apartado. El concepto que me formo del lugar es el resultado de haber residido, durante muchos inviernos, en un pequeño pueblo del sur de Francia donde los olivos crecen a la perfección y donde, en las laderas de las colinas, me he sentado a menudo en medio de los olivares, y me he dicho: “Getsemaní debe de haber sido un lugar parecido a éste”. Estoy seguro de que lo era, ya que un huerto de olivos en la ladera de una colina tiene que ser necesariamente muy similar a otro. Las colinas están cubiertas de terrazas, una más alta que la otra, cada una de ellas poseyendo raras veces una anchura superior a ocho, diez o doce pies; luego subes, digamos, cinco, seis, siete u ocho pies y encuentras otra terraza, y así sucesivamente por toda la colina, y en esas terrazas crecen los olivos.

 

Uno de los encantos de un huerto de olivos de ese tipo es que tan pronto como entras en él, puedes sentarte al abrigo del terraplén ubicado al fondo de cualquiera de las terrazas –tal vez en un ángulo en el que estés protegido del viento- y estarás completamente oculto a la vista de todos los observadores. Ha habido personas que se han sentado a unos escasos metros de mí, de cuya presencia no tuve nunca la menor idea. Un día domingo, después de haber pasado con otras personas un poco de tiempo en oración, advertí lo que parecía ser un sombrero de copa de un ciudadano inglés que se iba alejando, a una corta distancia de nosotros, justo encima de una de las terrazas. Pronto reconocí a la cabeza que llevaba el sombrero como la de un hermano cristiano a quien yo conocía, y descubrí que había estado caminando allí de un lado a otro estudiando su sermón para la tarde. Él no nos había notado, excepto que había oído algunos sonidos que le habían parecido como oración y alabanza. Muchos de ustedes podrían estar en un huerto de olivos, pero, a menos que enviaran alguna señal de reconocimiento para sus amigos, ellos no se darían cuenta de que alguien más se encontraba allí; y bajo el espeso aunque liviano follaje, con los destellos de la luz solar que se filtra, o en la noche, bajo un tipo de color cenizo y gris, con la luz de la luna proyectando a través del follaje sus rayos de plata, no puedo imaginar un lugar de retiro más deleitoso, un lugar donde uno se sentiría más seguro de estar muy aislado -aun cuando alguien pudiera estar muy cerca de ti- un lugar donde podrías sentirte libre de expresar tus pensamientos y tus oraciones, porque, de cualquier manera, para tu propia percepción, parecerías estar completamente solo.

 

No puedo evitar pensar también que a nuestro Salvador le gustaba estar entre los olivos, debido a la figura muy congenial del olivo. Se retuerce y se enrolla y se contorsiona como si estuviese en una agonía. Tiene que extraer el aceite del duro pedernal, y pareciera hacerlo con gran trabajo y fatiga; la figura misma de muchos olivos pareciera sugerir ese pensamiento. Entonces, un huerto de olivos es un lugar de doloroso placer y de fructífero trabajo, donde el aceite es rico y graso, pero donde ha de invertirse mucho esfuerzo en su extracción desde el duro suelo sobre el que está plantado el olivo. Yo creo que otros han sentido respecto a ésto lo mismo que yo he sentido, es decir, que no hay ningún árbol que parezca más sugerente de un sentimiento de identificación con un ser sufriente que un olivo, ninguna sombra que sea más dulcemente pensativa, más apropiada para los momentos de aflicción y para la hora de devota meditación. No me sorprende, por tanto, que Jesús buscara el huerto de Getsemaní para poder estar completamente solo, para derramar Su alma delante de Dios, y no obstante, poder contar con algunos compañeros a una corta distancia sin ser molestado por su inmediata presencia.

 

Una razón para que Él haya ido a ese huerto en particular era porque había ido allí con tanta frecuencia que le encantaba estar en ese viejo lugar familiar. ¿No sientes algo de eso en tu propio lugar especial de oración? No me gusta tanto la lectura en las Biblias de otras personas como en mi propia Biblia. No sé a qué se deba, pero a mí me gusta mi propia Biblia de estudio más que ninguna otra; y si tengo que usar alguna Biblia más pequeña, prefiero una que tenga las palabras en el mismo lugar de la página que en mi Biblia, para poder encontrarlas con facilidad; y yo no sé si ustedes sienten lo mismo, pero usualmente puedo orar mejor en un determinado lugar. Hay ciertos sitios en los que me deleita estar cuando me acerco a Dios; hay alguna asociación de anteriores entrevistas con mi Padre Celestial vinculadas con ellos que hace que el viejo sillón sea el mejor lugar en el cual uno pueda ponerse de rodillas. Entonces me parece que al Salvador le encantaba Getsemaní porque había ido allí con mucha frecuencia con Sus discípulos; y, por tanto, convierte al lugar en el sitio sagrado donde será derramada delante de Su Padre Su última agonía de oración.

 

II.   Sin embargo, eso fue sólo la introducción al tema principal de nuestras meditaciones; entonces, ahora, CONTEMPLEMOS AL SALVADOR EN GETSEMANÍ PARA QUE PODAMOS IMITARLO.

 

Y, primero, hemos de imitar a nuestro bendito Señor en esto: en que Él frecuentemente buscó y gozó de la soledad. La Suya era una vida sumamente atareada; tenía que hacer muchísimo más que lo que tenemos que hacer ustedes y yo; sin embargo, encontraba abundante tiempo para la oración en privado. Él era mucho más santo de lo que somos cualquiera de nosotros; con todo, Él se daba cuenta de Su necesidad de la oración privada y de la meditación. Él era mucho más sabio que lo que nosotros seremos jamás; sin embargo, sentía la necesidad de retirarse a la soledad para la comunión con Su Padre. Él tenía mucho poder sobre Sí mismo, podía controlarse y sosegarse mucho más fácilmente de lo que nosotros podemos; con todo, sentía que debía quedarse solo con frecuencia en medio de las distracciones del mundo. Sería bueno que estuviéramos solos con mayor frecuencia; estamos tan ocupados, tan involucrados en esta reunión de comité o en aquella otra, en el adiestramiento de obreros, en la escuela dominical, en la predicación, en pláticas, en visitas, en chismes, en todo tipo de cosas, buenas, malas o indiferentes, que no tenemos ningún tiempo disponible para el debido cultivo de nuestra vida espiritual. Corremos de un lugar a otro sin tener el tiempo apropiado para descansar; pero, hermanos y hermanas, si queremos ser fuertes, si tenemos la intención de asemejarnos a Jesús, nuestro Señor y Salvador, tenemos que tener nuestro Getsemaní, nuestro lugar de secreto retiro donde podamos estar a solas con nuestro Dios. Pienso que fue Lutero el que dijo: “Hoy tengo ante mí un duro día de trabajo; me consumirá muchas horas y habrá una severa lucha, así que tengo que disponer de al menos tres horas de oración para poder acumular la energía suficiente para desempeñar mi tarea”. ¡Ah!, nosotros no actuamos de esa sabia manera en nuestros días; sentimos como si no pudiéramos encontrar un tiempo para la oración privada; pero, si tuviéramos más comunión con Dios, tendríamos una mayor influencia en los hombres.

 

Pero nuestro bendito Maestro ha de ser imitado especialmente en el hecho de que Él buscó la soledad cuando estaba a punto de entrar en el gran conflicto de Su vida. Justo entonces, cuando Judas estaba a punto de darle el beso del traidor, cuando los escribas y los fariseos estaban a punto de acosarlo hasta la cruz, fue entonces cuando sintió que tenía que retirarse a Getsemaní y estar solo en oración con Su Padre. ¿Qué hiciste, mi querido hermano, cuando percibiste la prueba? Pues bien, buscaste a un amigo que se identificara contigo. No te voy a culpar por desear las consolaciones de la verdadera amistad, pero no te voy a encomiar si las pones en el lugar de la comunión con Dios. ¿Temes, incluso ahora, alguna calamidad inminente? ¿Qué estás haciendo para enfrentarla? No voy a sugerirte que descuides ciertas precauciones, pero te aconsejaría que la primera y la mejor precaución tuya sea dirigirte a tu Dios en oración. Así como los débiles conejos encuentran refugio en la roca sólida, y así como las palomas se alejan volando a su hogar en el palomar, así también cuando los cristianos esperan alguna tribulación, deberían volar directamente a su Dios sobre las alas del miedo y de la fe. Tu gran fortaleza no radica en tu pelo, pues de lo contrario podrías sentirte tan orgulloso como Sansón en los días de sus victorias; tu gran fortaleza radica en tu Dios. Por tanto, acude presuroso a Él y pídele ayuda en esta tu hora de necesidad.

 

Por decirlo así, algunos de ustedes oran cuando están en el Calvario, pero no en Getsemaní. Quiero decir, oran cuando les sobreviene la tribulación, pero no cuando ésta está en camino; sin embargo, su Maestro les enseña aquí que para vencer en su Calvario tienen que comenzar luchando en su Getsemaní. Cuando todavía no es sino la sombra de su tribulación venidera la que abre sus negras alas sobre ustedes, clamen a Dios pidiendo ayuda. Cuando no están vaciando todavía la amarga copa sino que están únicamente sorbiendo las primeras gotas del ajenjo y de la hiel, comiencen aun entonces a orar: “¡No sea como yo quiero, sino como tú, oh Padre mío!” Así estarán mejor capacitados para beber de la copa hasta sus heces cuando Dios la coloque en su mano.

 

Podemos imitar también a nuestro Señor, hasta donde seamos capaces de hacerlo, en el hecho de que tomó a Sus discípulos con Él. De cualquier manera, si no lo imitamos en este sentido, ciertamente podemos admirarlo, pues Él llevó a Sus discípulos consigo, pienso, con dos propósitos en mente. Primero, para el bien de ellos. Recuerden, hermanos y hermanas, que el siguiente día debía ser de tribulación para ellos así como para Él mismo. Él debía ser sometido al juicio y ser condenado, pero ellos debían ser probados severamente en su fidelidad hacia Él al ver a su Señor y Maestro entregado a una muerte vergonzosa. Así que los llevó consigo para que ellos también oraran, para que aprendieran a orar oyendo Sus maravillosas oraciones, para que vigilaran y oraran para que no entraran en tentación. Ahora, algunas veces, en tu hora especial de tribulación, yo creo que sería para el bien de otros que les comunicaras la historia de tu angustia, y les pidieras que se unieran a ti en oración con respecto a ella. Como yo he hecho eso a menudo, puedo exhortarlos a hacer lo mismo. Descubrí que fue una gran bendición, en un lúgubre día de mi vida, que les pidiera a mis hijos -aunque eran todavía unos adolescentes- que entraran a mi aposento, y que oraran con su padre en el tiempo de su tribulación. Sé que fue bueno para ellos, y sus oraciones fueron de gran ayuda para mí; pero actué como lo hice, en parte para que ellos se hicieran cargo de su parte en las responsabilidades domésticas, para que llegaran a conocer al Dios de su padre, y aprendieran a confiar en Él en su tiempo de tribulación.

 

Pero nuestro Salvador llevó también consigo a Sus discípulos a Getsemaní para que ayudaran a consolarle; y, en este sentido, debemos imitarlo debido a Su maravillosa humildad. Si todos esos discípulos hubieran hecho todo lo posible, ¿de qué habría valido? Pero lo que verdaderamente hicieron fue muy desalentador para Cristo, en vez de ser de alguna utilidad para Él. Se quedaron dormidos cuando debieron haber velado con su Señor, y no le ayudaron con sus oraciones como podrían haberlo hecho. Es digno de notarse que no les pidió que oraran con Él. Les pidió que velaran y oraran para que no cayeran en tentación, pero les dijo: “¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora?” No les dijo: “¿Así que no habéis podido orar conmigo una hora?” Sabía que no podían hacerlo. ¿Qué hombre mortal habría podido orar en una hora como aquella, cuando grandes gotas de sudor de sangre puntuaban cada párrafo de Su petición? No; ellos no podían orar con Él, pero hubieran podido velar con Él; sin embargo, tampoco hicieron eso. Queridos amigos, cuando les sobrevenga alguna tribulación muy grande, sería bueno algunas veces que les pidieran a algunos hermanos y hermanas que no pueden hacer mucho, pero que pueden hacer algo, que vengan y velen con ustedes y oren con ustedes. Si no les hace ningún bien a ustedes, será bueno para ellos; pero les hará bien a ustedes también, estoy seguro de ello. A menudo –debo confesarlo- cuando me he sentido deprimido a causa de mi enfermedad más reciente, he contado con dos hermanos que se han puesto de rodillas conmigo en oración, y sus honestas, sinceras y fervorosas oraciones en mi estudio me han propulsado con frecuencia hasta la dicha y la paz. Yo creo que les ha hecho bien a ellos también; sé que a mí me ha hecho bien, y estoy seguro de que tú podrías ser a menudo de bendición para otros si no te importara confesarles que estás deprimido y triste en el corazón. Di: “entra en mi habitación, y vela conmigo una hora”; y a esa solicitud puedes agregar esta otra: “Entra y ora conmigo”, pues algunos de ellos pueden orar tan bien como tú lo haces e incluso mejor. Entonces imita al Salvador esforzándote no sólo en orar tú mismo, sino en llamar en tu ayuda, cuando sea inminente una gran tribulación, a la legión de los elegidos de Dios que oran.

 

Podemos seguir también el ejemplo de nuestro Señor en otra dirección, es decir, que cuando oramos en presencia de una gran tribulación es bueno orar con mucha importunidad. Nuestro Salvador oró tres veces en Getsemaní, usando las mismas palabras. Él oró con tal intensidad de deseo que Su corazón parecía arder de angustia. Los conductos se desbordaron y los rojos torrentes irrumpieron en gotas sangrientas que cayeron en tierra en aquel lugar llamado correctamente “almazara” o ‘lugar donde se exprime la aceituna’. ¡Ah!, esa es la manera de orar, sino hasta el punto de producir un sudor sangriento -como seguramente no tengamos que hacerlo ni seamos capaces de hacerlo- con todo con tal intensidad de un fervor sincero como nos sea posible y como deberíamos hacerlo cuando Dios el Espíritu Santo esté obrando con poder en nosotros. No podemos esperar recibir ayuda en nuestro tiempo de tribulación a menos que enviemos al cielo una intensa oración.

Pero imiten también a Cristo en el tema de Su oración. Estoy seguro de que Él nada más musitó suavemente la plegaria: “Padre mío, si es posible, pase de mi esta copa”. Tú también puedes presentar esa petición, pero asegúrate de musitarla suavemente. Sin embargo, estoy seguro de que fue con todo Su poder que nuestro Salvador dijo: “Pero no sea como yo quiero, sino como tú”. En presencia o ante la perspectiva de una gran tribulación, haz que ésta sea tu oración a Dios: “Hágase tu voluntad”. Alienta a tu alma hasta este punto: habiéndole pedido al Señor que te proteja, si así le agradare, ponte absolutamente en Sus manos, y di: “¡Pero no sea, oh Padre mío, como yo quiero, sino como tú!”

 

Cuando uno llega hasta ese punto se trata de una oración prevaleciente; un hombre está preparado a morir cuando sabe cómo presentar esa petición. Esa es la mejor preparación para cualquier cruz que pudiera caer encima de tus hombros. Tú podrías morir la muerte de un mártir y aplaudir aun en medio del fuego, si puedes, con toda tu alma, orar realmente como Jesús oró: “No sea como yo quiero, sino como tú”. Este es el objetivo que pongo ante ustedes, mis hermanos y hermanas en Cristo, que, si están esperando una enfermedad, si están temiendo alguna pérdida, si están anticipando un duelo, si le temen a la muerte, que este sea su gran ultimátum, ir a Dios ahora, en el tiempo de su angustia, y, por medio de una poderosa oración prevaleciente, con tal acompañamiento de oración como otros puedan brindarte, musita esa única plegaria: “¡Hágase tu voluntad, oh Padre mío!” Hágase Tu voluntad; ayúdame a cumplirla; ayúdame a sobrellevarla; ayúdame a seguir adelante con todo, para Tu honra y gloria. Que sea yo bautizado con Tu bautismo, y que beba de Tu copa hasta los sedimentos”.

 

Algunas veces, queridos amigos, pudieran desear en sus corazones que el Señor los usara grandemente, y, sin embargo, Él tal vez no lo haga. Bien, un hombre que se calla cuando Cristo le dice que lo haga, está glorificando a Cristo más que si abriera su boca y quebrantara el mandamiento del Maestro. Hay algunos miembros del pueblo de Dios que gracias a una manifestación tranquila, santa y consistente de lo que el Señor ha hecho por ellos, le glorifican más de lo que lo harían si fueran de lugar en lugar declarando Su Evangelio de una manera que haría que el Evangelio mismo fuera desagradable para quienes lo oyeran. Eso es muy posible, pues algunas personas lo hacen. Si el Señor me pone en primera fila, bendito sea Su nombre por ello, y yo tengo que pelear por Él allí como mejor pueda. Pero si Él me dice: “¡Quédate acostado en tu lecho! ¡Quédate allí durante siete años, y no te levantes del todo!”, no tengo nada más que hacer que glorificarle de esa manera. El mejor soldado es el que hace exactamente lo que su capitán le dice.

 

III.   Ahora, en tercer lugar, y sólo brevemente, A MODO DE INSTRUCCIÓN PARA NOSOTROS MISMOS, VEAMOS A LOS DISCÍPULOS EN GETSEMANÍ.

 

Probablemente los discípulos habían ido con su Maestro a Getsemaní a menudo; yo supongo que, algunas veces durante el día, y algunas veces durante la noche, habían sido instruidos, en cónclave secreto, en el huerto de los olivos. Había sido su Academia; allí habían estado con el Maestro en oración; sin duda, cada uno oraba y aprendía a orar mejor con Su ejemplo divino. Queridos hermanos y hermanas, yo les recomiendo que vayan con frecuencia al lugar donde puedan tener una mejor comunión con su Dios.

 

Pero, ahora, los discípulos fueron a Getsemaní porque se cernía una gran tribulación. Fueron llevados allí para que velaran y oraran. Así también, acude tú al lugar de oración en este momento de tribulación, y en todos los otros momentos de tribulación que te sobrevengan a lo largo de toda tu vida. Siempre que oigas el repique de las campanas anunciando todo goce terrenal, ese debe ser el aviso para que te dirijas al huerto de la oración. Siempre que haya la sombra de una tribulación que se avecina y se vislumbra delante de ti, eso también debe ser la sustancia de una comunión más intensa con Dios. Sin embargo, estos discípulos eran llamados a entrar en comunión con su Maestro en aquel momento, en la oscuridad más densa y más profunda que estaba sobreviniéndole, mucho más densa que cualquiera que les estuviera sobreviniendo a ellos. Y ustedes son llamados, queridos hermanos y hermanas, cada uno en su propia medida, a ser bautizados en Jesús en la nube y en el mar, para que puedan tener comunión con Él en Sus sufrimientos. No se avergüencen de ir con Cristo aun a Getsemaní, entrando en un conocimiento de lo que Él sufrió por ser conducidos a sufrir de la misma manera, según su propia capacidad. Todos Sus verdaderos seguidores tienen que ir allí; algunos sólo tienen que quedarse en la puerta que da al exterior, y velar; pero Sus muy favorecidos tienen que adentrarse en la oscuridad más densa, y estar más cerca de su Señor en Sus mayores agonías; pero si somos Sus verdaderos discípulos, tenemos que tener comunión con Él en Sus sufrimientos.

 

Nuestra dificultad es que la carne evade esta tribulación, y que, al igual que los discípulos, nos quedamos dormidos cuando deberíamos velar. Cuando llega el tiempo de la tribulación, si nos deprimimos en espíritu por su causa, somos propensos a no orar con ese fervor y ese vigor que una mayor esperanza habría engendrado; y cuando llegamos a sentir algo de lo que el Salvador soportó, somos demasiado propensos a quedarnos sobrecogidos más bien que a ser estimulados por ello; y así, cuando Él viene a nosotros, nos encuentra, como a los discípulos, “durmiendo a causa de la tristeza”. El Maestro dijo benignamente: “El espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”; pero no creo que alguno de los discípulos se excusara. Me parece, si puedo juzgarlos basándome en mi propia persona, que yo hubiera dicho: “no podré perdonarme nunca por haberme quedado dormido aquella noche; ¿cómo pude quedarme dormido habiéndonos dicho Él: ‘Velad conmigo’? Y cuando regresó, con Su rostro rojo por el sudor de sangre, y con esa desilusionada mirada en Su semblante, dijo: ‘¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora?’ ¿Cómo pude quedarme dormido una segunda vez? Y, luego, ¿cómo pude quedarme dormido una tercera vez?” Oh, me parece que Simón Pedro debe de haber recordado perennemente que su Salvador le dijo: “Simón, ¿no has podido velar una hora?” Seguramente no dejó de hacerse esa pregunta toda su vida; y Santiago y Juan deben de haber sentido lo mismo. Hermanos y hermanas, ¿se ha quedado dormido alguno de ustedes en circunstancias similares mientras la Iglesia de Cristo está sufriendo, mientras la causa de Cristo está sufriendo, mientras el pueblo de Cristo está sufriendo, mientras te está sobreviniendo una tribulación que te ayudará a tener comunión con Él? En vez de ser motivado a una devoción más elevada e intensa, ¿estás cayendo en un sueño más profundo? Si es así, Cristo, en Su gran amor, puede excusarte, pero yo te ruego que tú mismo no comiences a excusarte. No, levántense, hermanos, y “velen y oren, para que no entren en tentación”.

 

La amabilidad del Salvador para con Sus discípulos debe de haber reprendido grandemente el sopor de ellosSegún entiendo de la narración, nuestro Señor se acercó a Sus discípulos tres veces, y en la tercera ocasión los encontró todavía rendidos de sueño, así que se sentó junto a ellos, y les dijo: “Dormid ya, y descansad”. Se sentó allí a aguardar pacientemente la llegada del traidor; sin esperar ninguna ayuda o simpatía de Sus discípulos, sino simplemente velando por ellos como ellos no velarían con Él, orando por ellos como ellos no orarían por ellos mismos, y dejando que durmieran otro rato mientras se disponía a encontrarse con Judas y la turba de la gentuza que pronto le rodearía. Nuestro Maestro, en Su gran ternura, algunas veces nos consiente sueños como esos; sin embargo, podríamos tener que lamentarlos y desear haber tenido suficiente fuerza de mente y fervor de corazón para permanecer despiertos, y velar con Él en Sus momentos de aflicción. Me parece que, de todos los once discípulos buenos, no hubo ninguno que permaneciera despierto. Hubo un vil traidor, y él sí estaba bien despierto. Nunca se quedó dormido; estaba lo suficientemente despierto para vender a su Maestro y para actuar como guía de aquellos que vinieron para capturarlo.

 

Pienso también que, al menos parcialmente, como consecuencia de ese sopor de ellos, en un breve lapso, “todos los discípulos, dejándole, huyeron”. Parecieran, por un tiempo, haber perdido en el sueño su apego a su Señor, y al despertar como de un sueño turbado a duras penas sabían lo que hacían y huyeron atropelladamente. Todas las ovejas fueron dispersadas y el Pastor se quedó solo, cumpliendo así la antigua profecía: “Hiere al pastor, y serán dispersadas las ovejas”; y aquella otra palabra: “He pisado yo solo el lagar, y de los pueblos nadie había conmigo”. Despierten, hermanos y hermanas, pues de otra manera también ustedes podrían abandonar a su Maestro; y en la hora en que deberían demostrar más su fidelidad, pudiera ser que su estado de sopor de corazón los lleve a la rebeldía, y a abandonar a su Señor. ¡Que Dios nos conceda que no suceda así!

 

IV.   Ahora concluyo con una palabra de advertencia que ya casi he anticipado. VAYAMOS, EN EL PENSAMIENTO, A GETSEMANÍ PARA QUE JUDAS NOS SIRVA DE ADVERTENCIA. Permítanme leerles la última parte del texto: “Y también Judas, el que le entregaba, conocía aquel lugar, porque muchas veces Jesús se había reunido allí con sus discípulos”.

 

“Judas, el que le entregaba, conocía el lugar”. Sí, probablemente él había pasado allí toda la noche, muchas veces, con Cristo. Judas se había sentado en círculo con los otros discípulos en torno a su Señor en alguna de las terrazas cubiertas de olivos, y había escuchado Sus prodigiosas palabras a la tenue luz de la luna. Había oído orar allí a su Señor con frecuencia. “Judas, el que le entregaba”, le había oído orar en Getsemaní. Conocía los tonos de Su voz, la pasión de Su súplica, la intensa agonía de ese gran corazón de amor cuando era derramado en oración. Sin duda, se había unido a los otros discípulos cuando le dijeron: “Señor, enséñanos a orar”.

 

“Judas, el que le entregaba, conocía el lugar”. Él podría habernos señalado el sitio preciso donde el Salvador prefería estar, ese ángulo en la terraza, ese pequeño rincón escondido donde el Maestro solía buscar un asiento para sentarse y enseñar al grupo escogido en torno Suyo. Sí, Judas conocía el lugar; y era debido a que conocía el lugar que fue capaz de traicionar a Cristo; pues, si no hubiese sabido dónde estaba Jesús, no habría podido llevar a los soldados allí.

 

Me parece algo muy terrible que esa familiaridad con Cristo haya capacitado a ese hombre para convertirse en un traidor; y es todavía cierto, algunas veces, que la familiaridad con la religión puede capacitar a los hombres para convertirse en apóstatas. ¡Oh, si hubiese un Judas aquí, yo le hablaría muy solemnemente! Tú conoces el lugar; sabes todo lo concerniente al gobierno y al orden de la iglesia, y puedes ir a contar bonitas historias acerca de los errores cometidos por algunos de los siervos de Dios que no errarían si pudieran evitarlo. Sí; tú conoces a los miembros de la iglesia; tú sabes dónde hay algún defecto en el carácter y alguna debilidad de espíritu; sabes cómo ir y divulgar la historia de ellos entre los mundanos, y puedes hacer mucho daño que no podrías hacer si no hubieras conocido el lugar. Sí; y tú conoces las doctrinas de la gracia al menos en una medida de conocimiento mental, y sabes cómo retorcerlas como para hacerlas verse ridículas, esas eternas verdades que embelesan los corazones de los ángeles y de los redimidos de entre los hombres. Como tú las conoces tan bien, sabes cómo parodiarlas, y cómo caricaturizarlas y hacer que la propia gracia de Dios parezca una farsa. Sí, tú conoces el lugar; te has sentado a la mesa del Señor, y has oído a los santos cuando hablan de sus arrobamientos y de sus éxtasis; y tú pretendías que participabas en ellos. Así que sabes cómo regresar al mundo y representar a la verdadera piedad como algo que es pura mojigatería e hipocresía; y haces raras burlas de esos secretos sumamente solemnes de los cuales un hombre a duras penas hablaría a sus semejantes porque son las transacciones privadas entre su alma y su Dios.

 

Difícilmente puedo captar cuán terrible será la condenación de aquellos que, después de hacer una profesión de religión, han prostituido su conocimiento de la obra interna de la Iglesia de Dios, y la han convertido en material para novelas en las que el Evangelio de Cristo es exhibido para escarnio. Sin embargo, ha habido tales hombres que no se han contentado con ser como pájaros que han ensuciado sus propios nidos, ya que también han salido y han intentado ensuciar el nido de cada corazón creyente que pudieran alcanzar. ¡Qué cosa tan terrible sería que alguien de nosotros, aquí, conociera el lugar y por eso traicionara al Salvador! ¿Conoces el lugar de oración privada, o piensas que lo conoces? ¿Conoces el lugar donde van los hombres cuando la sombra de una tribulación venidera está proyectándose delante de ellos? ¿Piensas que sabes algo acerca de la comunión con Cristo en Sus sufrimientos? Pero, ¿qué pasaría si la avaricia del oro dominara, tal como lo hizo en Judas, ese natural apego que sientes por Cristo y por las mejores cosas? ¿Y qué pasaría si incluso Getsemaní, como un abismo, abriera ampliamente sus fauces para engullirte? Es algo terrible para ser contemplado pero, con todo, pudiera ser verdad, pues “también Judas, el que le entregaba, conocía aquel lugar”. No puedo tolerar pensar que alguno de ustedes esté familiarizado con las interioridades de este Tabernáculo, y sin embargo, que traicione a Cristo; que seas uno de esos que se congregan en torno a esta mesa de la comunión, que estés familiarizado con todo el amor y las tiernas expresiones que suelen ser usadas aquí, y con todo, que después de todo abandones a nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. Hagan circular la pregunta de los discípulos, y que cada uno se la formule: “¿Soy yo, Señor? ¿Soy yo?”

 

“Cuando alguien se desvía del camino de Sion,

(¡Ay, cuántos lo hacen!)

Me parece que oigo decir al Salvador,

‘¿Me abandonarás tú también?’

 

¡Ah, Señor!, con un corazón como el mío,

A menos que me sujetes firmemente,

Pienso que tengo que flaquear y que lo haré,

Y que comprobaré ser como ellos al final”.

 

Por tanto, ¡sostenme, oh Señor, y estaré seguro; guárdame hasta el fin, por Tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo! Amén.

 

Nota del Traductor:

 

Ordalía: juicio de Dios, prueba.

Congenial: del mismo genio que otro. De igual genio.

Almazara: Molino de aceite. Palabra que viene del árabe.

 

 

 

 

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