SANA DOCTRINA - Ministerio de Difusión Bíblica

El Corazón de Piedra Cambiado

 

Sermón predicado la noche del domingo 25 de mayo de 1862

Por Charles Haddon Spúrgeon

En El Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres

 

 

“Quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne”.   Ezequiel 36: 26

 

La caída del hombre fue completa y total. Algunas cosas, cuando han perdido su firmeza o cohesión, pueden ser reparadas; pero la vieja casa de la humanidad está tan completamente deteriorada que debe ser derribada hasta sus cimientos y debe edificarse una nueva casa. Intentar una simple mejoría es anticipar un cierto fracaso. La condición del hombre es como la de un viejo vestido que está rasgado y podrido; el que quiera remendarlo con tela nueva no hace sino empeorar el desgarramiento. La condición del hombre se asemeja a uno de esos viejos odres de los orientales; el que quiera poner el vino nuevo allí descubrirá que las botellas van a estallar, y su vino se perderá. Zapatos viejos y recosidos pueden ser lo suficientemente buenos para los gabaonitas; pero nosotros estamos tan completamente agotados que tenemos que ser hechos nuevos o arrojados sobre el muladar. Es una maravilla de maravillas que tal cosa sea posible. Si un árbol pierde su rama, una nueva rama puede brotar; si cortas en la corteza y grabas allí las letras de tu nombre, en el transcurso del tiempo la corteza puede sanar su propia herida y la marca puede ser borrada. Pero, ¿quién podría dar un nuevo corazón al árbol? ¿Quién le podría inyectar nueva savia? ¿Por cuál posibilidad podrías cambiar su estructura interna? Si el núcleo fuera golpeado por la muerte, ¿qué poder sino el divino podría restaurarlo a la vida? Si un hombre se ha lesionado sus huesos, las partes fracturadas pronto envían un líquido sanador, y el hueso es prontamente restaurado a su antigua fuerza, si un hombre tiene a la juventud de su lado. Pero si el corazón de un hombre estuviera podrido, ¿cómo podría ser curado eso? Si el corazón fuera una úlcera pútrida, si los propios signos vitales del hombre estuvieran podridos, ¿qué cirugía humana, qué maravillosa medicina podría tratar un defecto tan radical como este? Bien dijo nuestro himno:

 

“¿Puede algo bajo un poder divino

Someter a la terca voluntad?

A Ti te corresponde, eterno Espíritu, a Ti,

Formar de nuevo el corazón.

 

¡Perseguir a las sombras de la muerte

Y pedirle al pecador que viva!

Un rayo del cielo, un rayo vital,

Sólo Tú lo puedes dar”.

 

Pero mientras una cosa así sería imposible aparte de Dios, es seguro que Dios puede hacerlo. ¡Oh, cómo se deleita el Maestro en asumir imposibilidades! Hacer lo que otros pueden hacer es una tarea de hombres; pero realizar aquello que es imposible para la criatura es una prueba poderosa y noble de la dignidad del Creador. A Él le deleita asumir cosas extrañas; sacar luz de la oscuridad; orden de la confusión; enviar vida a los muertos; sanar la lepra; hacer maravillas de gracia, y misericordia, y de sabiduría y paz, estas cosas, digo, Dios se deleita en hacerlas; y así, mientras la cosa es imposible para nosotros, es posible para Él. Y es más, su imposibilidad para nosotros lo encomia a Él y lo hace más dispuesto a realizarlo, para que así glorifique Su grandioso nombre.

 

De acuerdo a la Palabra de Dios el corazón del hombre es por naturaleza como una piedra; pero Dios, por medio de Su gracia, quita el corazón de piedra y da un corazón de carne. Es este prodigio de amor, este milagro de gracia, lo que ha de involucrar nuestra atención esta noche. Confío que hablaremos ahora, no de algo que les haya ocurrido a otros únicamente, sino de una grandiosa maravilla que ha sido obrada en nosotros mismos. Confío en que hablaremos prácticamente, y que oiremos personalmente, y que sentiremos que tenemos un interés en estos espléndidos actos del amor divino.

 

De dos cosas hablaremos esta noche. Primero, del corazón de piedra y sus peligros; en segundo lugar, del corazón de carne y sus privilegios.

 

I.   Unas cuantas palabras sobre EL CORAZÓN DE PIEDRA Y SUS PELIGROS. ¿Por qué el corazón del hombre es comparado con una piedra?

 

1.   Primero, porque, es frío cual una piedraA pocas personas les gusta estar caminando siempre sobre piedras frías en sus hogares, y por esto les ponemos piso a nuestras habitaciones; y se considera que es parte de la dureza del prisionero si no tiene dónde sentarse o descansar sino sobre la piedra fría, fría... Puedes calentar una piedra por un poco de tiempo si la arrojas en el fuego, pero cuán poco tiempo retendrá su calor; y aunque acaba de estar brillando, cuán pronto pierde todo su calor y retorna de nuevo a su nativa frialdad. Tal es el corazón del hombre. Es lo suficientemente cálido hacia el pecado; se calienta como brasas de enebro con sus propias lascivias; pero naturalmente el corazón es tan frío como el hielo para con las cosas de Dios. Podrías pensar que lo has calentado por un tiempo bajo una poderosa exhortación, o en la presencia de un solemne juicio, ¡pero cuán pronto regresa a su estado natural! Nos hemos enterado de uno que, viendo que una gran congregación lloraba al oír un sermón, dijo: “¡qué cosa tan maravillosa ver a tantos llorando por la verdad!”, y otro agregó: pero hay una sorpresa mayor que esa: ver cómo dejan de llorar tan pronto termina el sermón, con respecto a esas cosas que deberían hacerlos llorar siempre y constantemente”. Ah, queridos amigos, ninguna calidez de elocuencia puede calentar jamás el corazón de piedra del hombre en una incandescencia de amor por Jesús; es más, ninguna fuerza de súplicas puede obtener tanto como una chispa de gratitud del corazón de pedernal del hombre. Aunque sus corazones renovados por gracia deberían ser como un horno en llamas, tú no puedes calentar el corazón de tu vecino con el calor divino; pensará que eres un tonto por ser tan entusiasta; girará sobre sus talones y te considerará un loco por estar tan preocupado por asuntos que a él le parecen tan triviales; la calidez que está en tu corazón no puedes comunicarla a él, pues él no es capaz de recibirla mientras sea inconverso. El corazón del hombre, como el mármol, tiene la frialdad de la piedra.

 

2.   Luego, además, es dura como una piedraObtienes la piedra dura, especialmente algunas clases de piedra que han sido labradas de lechos de granito, y puedes martillar como quieras, pero no harás ninguna impresión. El corazón del hombre es comparado en la Escritura con la muela de debajo de un molino, y en otro lugar es incluso comparado con el diamante; es más duro que el diamante; no puede ser cortado; no puede ser quebrado; no puede ser movido. Yo he visto caer el gran martillo de la ley que es diez veces más pesado que el gran martillo de vapor de Nasmyth, sobre el corazón de un hombre, y el corazón no ha mostrado nunca las menores señales de encogerse. Hemos visto cien poderosos disparos enviados contra él, hemos observado la gran batería de la ley con sus diez grandes piezas de ordenanzas todas disparadas contra el corazón del hombre, pero el corazón del hombre ha sido más duro que incluso el revestimiento de los barcos acorazados, y los grandes disparos de la ley han caído sin hacer ningún daño contra la conciencia de un hombre: no sintió, no quería sentir. ¿Qué sentencia filosa puede compungir sus corazones? ¿Qué pinchazo puede remorder sus conciencias? ¡Ay, ningún medio sirve de nada! Ningún argumento tiene poder para mover un alma tan acerada, tan completamente empedernida, dura e impenetrable. Algunos de ustedes que ahora están presentes, han dado una evidencia más que suficiente de la dureza de sus corazones. La enfermedad los ha visitado, la muerte se ha acercado a sus ventanas, la aflicción ha venido contra ustedes pero como Faraón, ustedes han dicho: “¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz? No voy a inclinar mi cuello, ni voy a hacer Su voluntad. Yo soy mi propio señor, y voy a tener mi propio placer y voy a hacer lo que yo quiera. No voy a ceder ante Dios”. ¡Oh rocas de hierro y montes de bronce, ustedes son más blandos que el altivo corazón del hombre!

 

3.   Además, una piedra está muerta. No pueden encontrar ningún sentimiento en ella. Háblenle; no derramará lágrimas de piedad aunque le cuenten las historias más tristes; ninguna sonrisa la alegrará aunque le cuenten la historia más feliz. Está muerta; no hay ninguna conciencia en ella; pínchenla y no sangrará; apuñálenla y no puede morir, pues ya está muerta. No pueden hacer que respingue, o que se sobresalte, o muestre cualquier signo de sensibilidad. Ahora, aunque el corazón del hombre no sea como esto en cuanto a las cosas naturales, con todo, espiritualmente esta es precisamente su condición. No puedes hacer que muestre una emoción espiritual. “Están muertos en delitos y pecados”, sin poder, sin vida, sin sentimientos, sin emoción. Sienten emociones transitorias para con los hombres buenos, así como la superficie de una piedra está mojada después de una lluvia, pero no pueden conocer emociones reales vitales de bien, pues las lluvias del cielo no llegan al interior de la piedra. Melanchton puede predicar, pero el viejo Adán está demasiado muerto para ser vivificado. Puedes bajar a la tumba donde el largo sueño ha caído sobre la humanidad, y puedes buscar revivirla, pero no hay ningún poder en lengua humana para revivir al muerto. El hombre es como el áspid sordo que cierra su oído, por mucho que tratemos de encantarlo muy sabiamente. Las lágrimas se pierden en él; las amenazas son como los silbidos del viento, las predicaciones de la ley, y aun de Cristo crucificado, todo eso es nulo y vacío y cae sin esperanza al suelo, en tanto que el corazón del hombre continúe siendo lo que es por naturaleza: muerto, y duro y frío.

 

4.   Esos tres adjetivos podrían ser suficientes para dar una descripción plena, pues si agregamos dos más resultará que nos repetiremos en algún grado. El corazón del hombre es como una piedra porque no puede ser ablandado fácilmente. Pongan una piedra en agua todo el tiempo que quieran, y no la encontrarán fácilmente sometida. Hay algunos tipos de piedra que ceden a la presión del clima, especialmente en la humeante atmósfera y los vapores sulfurosos de Londres; ciertas piedras se desmoronan por el deterioro, pero ningún clima puede afectar la piedra del corazón de un hombre ni ningún clima puede someterla; se vuelve más dura ya sea que se trate de la blanda luz del sol del amor o de la dura tempestad de juicio que recae sobre ella. La misericordia y el amor, ambos, lo hacen más sólido, y tejen sus partículas más estrechamente; y seguramente hasta que el Omnipotente mismo dice la palabra, el corazón del hombre se vuelve más duro, y más duro, y más duro y rehúsa ser quebrantado. Hay un invento, yo creo, para licuar pedernales y luego posteriormente pueden ser derramados en una solución que se supone que tiene la virtud de resistir la acción de la atmósfera cuando se colocan sobre ciertas piedras de cal; pero ustedes no pueden licuar nunca el corazón de pedernal del hombre, excepto por un poder divino. El granito puede ser molido, puede ser quebrado en piezas, pero a menos que Dios ponga el martillo en Su mano -e incluso tiene que poner Sus dos manos en el martillo- el gran corazón granítico del hombre no cederá de ninguna manera. Ciertas piedras tienen sus venas y ciertas piedras cristalizadas pueden ser golpeadas tan diestramente que se quiebran frecuentemente aun con el menor golpecito; pero no puedes encontrar nunca una vena en el corazón del hombre que ayude a conquistarlo desde dentro. Puedes golpear a diestra y siniestra con muerte, con juicio, con misericordia, con privilegios, con lágrimas, con súplicas, con amenazas, y no se quebrantará; es más, incluso los fuegos del infierno no derriten el corazón del hombre, pues los condenados en el infierno se endurecen más por sus agonías, y odian a Dios, y blasfeman más contra Él debido a los sufrimientos que aguantan. Únicamente la Omnipotencia misma, yo digo, puede ablandar alguna vez este duro corazón del hombre.

 

5.   Así que el corazón del hombre es frío, y está muerto, y es duro y no puede ser ablandado; y luego, –y esto no es sino un desarrollo de un pensamiento anterior- es totalmente insensible, incapaz de recibir impresiones. Recuerden, de nuevo, que no estoy hablando del corazón del hombre físicamente, no estoy hablando de él como lo haría si estuviera enseñando una ciencia mental; ahora únicamente lo estamos considerando desde un punto de vista espiritual. Los hombres reciben impresiones mentales bajo la predicación de la Palabra; con frecuencia se ponen tan incómodos que no pueden desprenderse de sus pensamientos; pero, ¡ay!, su bondad es como la nube temprana, y como el rocío de la mañana, y se desvanece como un sueño. Pero, espiritualmente, no puedes impresionar más el corazón del hombre aun si pudieras hacer una herida sobre una piedra. La cera recibe una impresión de un sello, pero no la terca piedra que no cede; si tienes cera derretida puedes hacer la marca que quieras en ella, pero cuando tienes la piedra fría, fría, aunque presiones lo más que puedas sobre el sello, no queda ninguna impresión, la superficie no muestra las trazas de tu labor. Así es el corazón del hombre por naturaleza. Conozco a algunos que dicen que no es así, no les gusta oír que la naturaleza humana sea calumniada, eso dicen. Bien, amigo, si tú no tienes este corazón duro, ¿por qué es que no eres salvo? Yo recuerdo una anécdota del doctor Gill que le da a este clavo en la cabeza. Se comenta que un hombre vino a él en la sacristía de su capilla y le dijo: “Doctor Gill, usted ha estado predicando la doctrina de la incapacidad humana, pero yo no le creo. Yo creo que el hombre puede arrepentirse y puede creer, y que no está sin poder espiritual”. “Bien” –dijo el doctor- “¿te has arrepentido y creído?” “No”, respondió el otro. “Muy bien, entonces, dijo él, “tú mereces doble condenación”. Y así yo le digo al hombre que se jacta de que no tiene un corazón tan duro como este: ¿te has aferrado a Cristo? ¿Has venido a Él? Si no lo has hecho, entonces de tu propio corazón sé condenado, pues tú mereces doble destrucción de la presencia de Dios, por haber resistido las influencias del Espíritu de Dios y haber rechazado Su gracia. No necesito decir nada más con respecto a la dureza del corazón humano, ya que eso saldrá incidentalmente en breve, cuando estemos hablando del corazón de carne.

 

Pero ahora, notemos el peligro al que este duro corazón está expuesto. Un corazón duro está expuesto al peligro de la impenitencia final. Si todos estos años los procesos de la naturaleza han estado trabajando con tu corazón, y no lo han ablandado, ¿no tienes razón para concluir que puede ser así incluso hasta el final? Y luego perecerás ciertamente. Muchos de ustedes no son extraños a los medios de la gracia. Hablo a algunos de ustedes que han estado oyendo el Evangelio predicado desde que eran pequeñitos: asististe a la escuela dominical; pudiera ser que eras propenso en tu niñez a escuchar al anciano señor Tal y Tal, que a menudo te hacía llorar y últimamente has estado aquí, y ha habido tiempos con esta congregación, cuando la palabra parecía bastar para derretir a las propias rocas, y hacer que los duros corazones de acero fluyan en arrepentimiento, y con todo todavía eres el mismo de siempre. ¿Qué te dice la razón que debes esperar? Seguramente esto debería ser la inferencia natural de la lógica de hechos que continuarás como estás ahora, los medios serán inútiles para ti, los privilegios sólo se convertirán en juicios acumulados, y tú proseguirás hasta que el tiempo acabe, y la eternidad se acerque, sin ser bendecida, sin ser salva, y descenderás a la condenación del alma perdida. “¡Oh!”, -dice alguien- “yo espero que no”; y yo agrego, yo tampoco lo espero; pero estoy solemnemente temeroso de ello, especialmente con algunos de ustedes. Algunos de ustedes están envejeciendo bajo el Evangelio, y se están acostumbrando tanto a mi voz que casi podrían retirarse a dormir oyéndolo. Tal como dice Rowland Hill del perro del herrero, que al principio solía tenerle miedo a las chispas, pero luego se acostumbró tanto a ellas que podía acostarse y dormir bajo el yunque; y hay algunos de ustedes que pueden dormir bajo el yunque, con las chispas de la ira de Dios volando cerca de sus narices, dormidos bajo el más solemne discurso. No quiero decir con sus ojos cerrados, pues entonces podría señalarlos a ustedes, pero dormidos en sus corazones, sus almas siendo entregadas al sueño mientras sus ojos pueden mirar al predicador, y sus oídos pudieran estar escuchando su voz.

 

Y adicionalmente, hay otro peligro: los corazones que no son ablandados se vuelven más y más duros; la poca sensibilidad que parecían tener, se marcha al fin. Tal vez hay algunos de ustedes que pueden recordar lo que eran cuando eran unos muchachos. Hay un cuadro en la Real Academia en esta hora, que enseña una buena moral; allí está una madre acostando a sus hijos, el padre coincidentemente está presente cuando se retiran a su sueño; los pequeñitos están de rodillas diciendo sus oraciones; sólo hay una cortina entre ellos y la habitación donde el padre está, y él está sentado; él lleva su mano a su cabeza, y las lágrimas están fluyendo muy libremente, pues de alguna manera no puede tolerarlo; se acuerda cuando a él también le enseñaron a orar en las rodillas de su madre, y aunque ha crecido olvidándose de Dios y de las cosas de Dios, recuerda el tiempo cuando no era así con él. Cuídense, mis queridos oyentes, de volverse peores y peores; pues así será; o maduramos o nos podrimos, una de las dos, conforme pasen los años. ¿Cuál de las dos será válida para ti?

 

Luego, adicionalmente, un hombre que tiene un corazón duro es el trono de Satanás. Se nos ha informado que hay una piedra en Escocia, en Scone, donde solían coronar a sus antiguos reyes: la piedra sobre la que coronan al antiguo rey del infierno es un corazón duro; es su trono preferido; él reina en el infierno, pero cuenta a los corazones duros como sus  dominios más selectos.

 

Adicionalmente, el corazón duro está listo para cualquier cosa. Cuando Satanás se sienta en él y lo convierte en su trono, no sorprende que de la silla del escarnecedor fluya todo tipo de maldad. Y además de eso, el corazón duro es impermeable a toda instrumentalidad. Juan Bunyan, en su historia de la “Guerra Santa” representa al viejo Diábolo, el demonio, como proveyendo para el pueblo de Almahumana una armadura, de la cual el pectoral era un corazón duro. ¡Oh!, esa es un sólido peto. Algunas veces, cuando predicamos el Evangelio, nos preguntamos por qué no se hace un mayor bien. Yo me pregunto por qué se hace tanto. Cuando los hombres se sientan en la casa de Dios armados hasta el mentón en una cota de malla, no sorprende mucho que las flechas no atraviesen sus corazones. Si un hombre tiene un paraguas, no es una maravilla que no se moje; y así cuando las lluvias de gracia están cayendo, hay muchos de ustedes que abren el paraguas de un corazón duro, y no es una maravilla que el rocío de la gracia y la lluvia no caigan en sus almas. Los corazones duros son los salvavidas del diablo. Una vez que él mete a un hombre en una gruesa armadura –la de un corazón duro- “Ahora”, -dice él- “puedes ir a cualquier parte”. Así que los envía a oír al ministro, y le hacen burla; les permite leer libros religiosos, y encuentran allí algo de lo que pueden burlarse; luego les recomendará la Biblia, y con su duro corazón pueden leer la Biblia con mucha seguridad, pues aun a la Palabra de Dios el corazón duro puede convertir en algo malo, y encontrar fallas en la persona de Cristo, y en los gloriosos atributos de Dios mismo. No me voy a detener más tiempo sobre este tema muy doloroso; pero si ustedes sienten que sus corazones son duros, que se eleve su oración a Dios: “Señor, derrite mi corazón. Nada sino un baño de sangre divina puede quitar el pedernal; pero hazlo, Señor, y tú recibirás la alabanza”.

 

II.   En segundo lugar, y brevemente, consideraremos UN CORAZÓN DE CARNE Y SUS PRIVILEGIOS. “Quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne”. En muchas, muchas personas que están presentes aquí esta noche mi texto se ha visto cumplido. Unámonos en oración por otros cuyos corazones son todavía de piedra, para que Dios obre este milagro en ellos y convierta sus corazones y los haga de carne.

 

¿Qué significa un corazón de carne? Quiere decir un corazón que puede sentir por cuenta del pecado, un corazón que puede desangrarse cuando las flechas de Dios se adhieren firmemente en él; quiere decir un corazón que cede cuando el Evangelio hace sus ataques, un corazón que se impresiona cuando el sello de la palabra de Dios viene a él; quiere decir un corazón que es cálido, pues la vida es cálida, un corazón que puede pensar, un corazón que puede aspirar, un corazón que puede amar –resumiendo todo en uno- un corazón de carne quiere decir ese nuevo corazón y espíritu recto que Dios da a los regenerados. Pero ¿en qué consiste este corazón de carne; en qué consiste su blandura? Bien, su blandura consiste en tres cosas. Hay una sensibilidad de conciencia. Hombres que han perdido sus corazones de piedra tienen miedo del pecado; aun antes del pecado le tienen miedo al pecado. La simple sombra del mal atravesando su sendero los aterra. La tentación es suficiente para ellos, que huyen de ella como se huye de una serpiente; no querrían malgastar el tiempo y jugar con ella, no vaya a ser que sean traicionados. Su conciencia se alarma aun cuando el mal se acerca, y huyen lejos; y en el pecado, pues aun los sensibles corazones pecan, están intranquilos. Que la blanda conciencia obtenga alguna paz mientras un hombre está pecando, es tan difícil como buscar obtener un apacible descanso sobre una almohada rellena de espinas. Y luego, después del pecado –aquí viene el tormento- el corazón de carne se desangra como si fuera herido hasta su propio centro. Se odia y se desprecia y se detesta por haberse descarriado alguna vez. Ah, corazón de piedra, puedes pensar en el pecado con placer, puedes vivir en pecado sin que te importe; y después del pecado puedes deslizar el exquisito bocadillo en tu lengua y decir: “¿Quién es mi señor? A mí no me importa nadie; mi conciencia no me acusa”. Pero no así el tierno corazón quebrantado. Antes del pecado, y en el pecado, y después del pecado, se duele y clama a Dios. Así como en el pecado así también en el deber, el nuevo corazón es tierno. A los corazones duros no les importa para nada el mandamiento de Dios; los corazones de carne desean ser obedientes a cada estatuto. “Sólo háganme saber la voluntad de mi Señor y yo la haré”. Cuando sienten que el mandamiento ha sido omitido o que ha sido quebrantado, los corazones de carne lamentan y se quejan delante de Dios. ¡Oh!, hay algunos corazones de carne que no se pueden perdonar a sí mismos si han sido laxos en la oración, si no han disfrutado del día domingo, si sienten que no han entregado sus corazones a la alabanza de Dios como deberían. Estos deberes con los que corazones de piedra juegan y desprecian, los corazones de carne los valoran y estiman. Si el corazón de carne pudiera hacer lo que quisiera, no pecaría nunca, sería tan perfecto como su Padre que está en el cielo y guardaría el mandamiento de Dios sin tacha de omisión o de comisión. ¿Tienen ustedes, queridos amigos, un corazón de carne como este?

 

Yo creo que un corazón de carne, además, es sensible no únicamente con relación al pecado y al deber, sino con relación al sufrimiento. Un corazón de piedra puede oír que blasfeman contra Dios y reírse de ello; pero cuando tenemos un corazón de carne nuestra sangre se queda fría cuando oye que Dios es deshonrado. Un corazón de piedra puede tolerar ver a sus semejantes perecer y despreciar su destrucción; pero el corazón de carne es muy tierno con otros. “De buena gana yo reclamaría su piedad y arrebataría el tizón del fuego”. Un corazón de carne daría la propia sangre vital si pudiera arrebatar a otros para que no desciendan al pozo, pues sus entrañas anhelan y su alma se mueve hacia sus compañeros pecadores que van en el camino ancho a la destrucción. ¿Tienes tú, oh, tienes tú un corazón de carne como este?

 

Luego, para ponerlo bajo otra luz, el corazón de carne es sensible de tres maneras. Es sensible en su conciencia. Los corazones de piedra hablan sin ambages, como decimos, acerca de grandes males; pero los corazones de carne se arrepienten incluso ante el simple pensamiento del pecado. Haberse entregado a una sucia imaginación, haber adulado a algún pensamiento lascivo, y haberle permitido que se quedara aun por un minuto es más que suficiente para hacer que un corazón de carne se aflija y se desgarre delante de Dios con dolor. El corazón de piedra, cuando ha hecho gran iniquidad, dice: “¡Oh, no es nada, no es nada! ¿Quién soy yo para tenerle miedo a la ley de Dios?” Mas no así el corazón de carne. Los grandes pecados son pequeños para el corazón de piedra, los pequeños pecados son grandes para el corazón de carne, si hubiere pecados pequeños. La conciencia en el corazón de piedra está cauterizada como con un hierro candente; la conciencia en el corazón de carne está en carne viva y es muy tierna; como la planta sensitiva, enrosca sus hojas al menor contacto, no puede tolerar la presencia del mal; es como un tuberculoso delicado, que siente todo viento y es afectado por cada cambio de la atmósfera. Dios nos da una bendita conciencia tierna como esa. Luego, además, el corazón de carne se vuelve más sensible con respecto a la voluntad de Dios. Mi señor Será-lo-que quiero es un gran fanfarrón y es difícil someterlo para sujetarlo a la voluntad de Dios. Cuando tienes la conciencia de un hombre del lado de Dios, sólo tienes la mitad del combate si no puedes obtener Su voluntad. La antigua máxima:

 

“Si convences a un hombre en contra de su voluntad

Él seguirá siendo todavía de la misma opinión”.

 

es válida con respecto a esto así como a cualquier otra cosa. ¡Oh!, hay algunos de ustedes que conocen lo recto, pero quieren hacer lo indebido. Ustedes saben qué es malo, pero quieren seguirlo. Ahora, cuando el corazón de carne es dado, la voluntad se inclina como un sauce, tiembla como una hoja de álamo con cada aliento del cielo, y se inclina como un mimbre en cada brisa del Espíritu de Dios. La voluntad natural es terca y obstinada, y tienes que arrancarla de raíz; pero la voluntad renovada es gentil y dócil, siente la influencia divina, y cede dulcemente a ella. Para completar el cuadro, en el corazón sensible hay una sensibilidad de los afectos. El corazón duro no ama a Dios, pero el corazón renovado sí lo ama. El corazón duro es egoísta, frío, impasible. “¿Por qué debería llorar por el pecado? ¿Por qué debo amar al Señor? ¿Por qué debo darle mi corazón a Cristo?” El corazón de carne dice:

 

“Tú sabes que yo te amo, amadísimo Señor,

Pero, ¡oh!, anhelo remontarme

Lejos de este mundo de pecado y dolor,

Y aprender a amarte más”.

 

Oh que Dios nos dé una sensibilidad de afectos, para que amemos a Dios con todo nuestro corazón, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

 

Ahora, los privilegios de este corazón renovado son estos. “Es aquí que el Espíritu mora, es aquí que reposa Jesús”. El corazón blando está listo ahora para recibir toda bendición espiritual. Es apto para producir todo fruto celestial para honra y alabanza de Dios. ¡Oh!, si sólo tuviéramos corazones sensibles a los que predicarles, qué bendita obra sería nuestro ministerio. ¡Qué feliz éxito! ¡Qué siembras en la tierra! ¡Qué cosechas en el cielo! Podemos en verdad orar que Dios obre este cambio aunque solo fuera que nuestro ministerio pudiera ser más a menudo un olor de vida para vida, y no de muerte para muerte. Un corazón blando es la mejor defensa contra el pecado, mientras que es el mejor preparativo para el cielo. Un corazón tierno es el mejor medio de vigilancia contra el mal, mientras que es también el mejor medio de prepararnos para la venida del Señor Jesucristo, que descenderá en breve del cielo.

 

Ahora mi voz me falla, y en sus corazones ciertamente no seré escuchado por mi mucha predicación. Grandes quejas han sido presentadas en contra de los sermones de alguien por ser demasiado largos, aunque difícilmente creo que pudieran ser los míos. Así que seamos breves, y concluyamos; sólo que debemos hacer esta pregunta: ¿Ha quitado Dios el corazón de piedra y les ha dado el corazón de carne? Querido amigo, tú no puedes cambiar tu propio corazón. Tus obras externas no lo cambiarán; puedes frotar todo el tiempo que quieras afuera de una botella, pero no podrías convertir el agua de cañería en vino; puedes pulir el exterior de tu linterna, pero no te dará luz hasta que la vela arda en su interior. El jardinero puede podar un manzano silvestre, pero toda la poda en el mundo no lo convertirá en un albaricoque; así puedes asistir a todas las moralidades en el mundo, pero estas cosas no cambiarán tu corazón. Pule tu chelín, pero no se volverá oro; ni tu corazón alterará su propia naturaleza. Entonces, ¿qué ha de hacerse? Cristo es el gran transformador del corazón. “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”. El Espíritu Santo da fe, y luego por medio de la fe la naturaleza es renovada. ¿Qué dices tú, pecador? ¿Crees tú que Cristo es capaz de salvarte? Oh, confía entonces que te salve y si haces eso tú eres salvo; tu naturaleza es renovada, y la obra de santificación que comenzará esta noche, proseguirá hasta que llegue a su perfección, y tú, llevado sobre alas de ángeles al cielo “contento de obedecer al citatorio”, entrarás en la felicidad y la santidad, y serás redimido con los santos vestidos de blanco, hechos sin mancha por medio de la justicia de Jesucristo.

 

 

 

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