SANA DOCTRINA - Ministerio de Difusión Bíblica

Dios en la Naturaleza y en la Revelación

 

Sermón predicado la noche del jueves 14 de junio de 1866

Por Charles Haddon Spúrgeon

En El Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres.

 

 

“La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos. El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre; los juicios de Jehová son verdad, todos justos”.    Salmo 19. 7-9

 

Lo que tengo que decir esta noche será realmente una exposición de todo el Salmo; seleccioné esos tres versículos únicamente por la conveniencia de contar con un texto breve. El Salmo comienza con una nota excelsa: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos”. Basta que la telilla de la incredulidad se desprenda de nuestros ojos para que veamos que, en el magnífico templo de la naturaleza, todas las cosas proclaman la grandeza y la gloria de Dios. Basta que el oído naturalmente sordo sea destapado, para que sea capaz de oír voces -misteriosas pero claramente inteligibles- que revelan que Dios está obrando todavía aquí en la providencia, así como antiguamente obró en la creación. Opino que las personas que piensan que los cristianos no deben deleitarse con las maravillas y las bellezas del mundo natural, difieren grandemente del salmista cuyas palabras estamos considerando.

 

Un hombre realmente excelente, a quien todos nosotros estimamos muy altamente, declaró que cuando se encontraba navegando por el Rin, no miraba el paisaje porque deseaba que sus pensamientos estuvieran completamente absortos en las cosas espirituales. Yo no puedo condenar a ese buen hombre; con todo, pienso que puesto que estoy viviendo en la casa de mi Padre, debo deleitarme en las obras de mi Padre, y tendría que ser un raro tipo de hijo si pensara que es una señal de mi afecto por mi Padre que no me importe mirar el jardín que Él ha decorado o la casa que ha construido. A la vez que los exhorto sinceramente a tener una mentalidad espiritual, quisiera recordarles que es igualmente fácil tener una mentalidad espiritual con los ojos abiertos a todas las bellezas de la naturaleza que nos rodean, como tenerla con los ojos cerrados.

 

Hay dos cosas en el Salmo sobre las cuales voy a hablarles; la primera es un paralelo propuesto; y la segunda es una alabanza expresada.

 

 

I. Primero, hay UN PARALELO PROPUESTO.

 

Este paralelo me fue sugerido cuando leía el Comentario del Obispo Horne sobre este Salmo, y él confiesa a su vez su agradecimiento a un autor más antiguo por esa idea. El paralelo es este: David elogia primero la revelación de Dios en la naturaleza y luego elogia la revelación de Dios en Su Palabra, y pareciera implicar que hay una semejanza entre las dos revelaciones; que son, de hecho, dos libros de la misma revelación o dos partes de un mismo grandioso poema.

 

Al leer los comentarios de David relativos a los cielos, podemos aplicarlos legítimamente a las Escrituras. Igual que los cielos, las Escrituras declaran la gloria de Dios, e igual que el firmamento, muestran la obra de Sus manos; sólo que, mientras el firmamento muestra la obra de las manos de Dios en la creación, la Palabra de Dios muestra esa misma obra de Sus manos en la redención, en esa nueva creación realizada por Aquel que dice: “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas”.

 

Consideren, primero, la vasta extensión de los cielos. ¿Quién podría medir la gran cortina que Dios ha extendido como una tienda para morar en ella? ¿Quién conoce su altura o su anchura? ¿Dónde están los compases que pudieran describir ese portentoso círculo? Y las Escrituras son justamente tan extensas como los cielos; nadie ha abarcado todavía toda la verdad de la revelación divina. Conforme miramos las grandiosas doctrinas que destacan ante nosotros como los altos montes, muy bien haríamos en decir: “Altas son, no las podemos comprender”. La longitud, la anchura, la profundidad y la altura de las Escrituras sobrepasan la comprensión de los mortales; y aunque creemos en ellas sin fingimientos y en ellas nos regocijamos devotamente, no está dentro del alcance de nuestros poderes comprenderlas plenamente. Hay personas que hablan como si conocieran el círculo íntegro de la verdad divina; piensan que han logrado introducir el grandioso océano de la revelación en la diminuta medida de su capacidad mental, pero ustedes saben, queridos amigos, que no es así. Nadie sería capaz jamás de sujetar a los cielos con su mano, o de abarcar al firmamento con su palmo; pero aun si pudiese hacerlo, todavía descubriría que la Palabra de Dios, en toda su portentosa inmensidad, habría sido demasiado vasta para dejarse asir. Tenemos que sujetar firmemente cualquier cosa que hayamos aprendido de la verdad de Dios, pero tenemos que estar siempre preparados para aprender más. Decir en cuanto a mi Biblia que yo he alcanzado cada altura revelada por ella sería tan insensato como decir que he alcanzado el más sublime grado de vida espiritual posible. Pablo dice: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús”. Y cuando me he esforzado al máximo por conocer la Palabra de Dios, he sentido que todavía tengo necesidad de orar diciendo: “¡Enséñame tus estatutos, oh Dios, y ensancha mi entendimiento para que pueda conocer más y más tu verdad!” Por su extensión, por su altura, por su brillo y por su gloria, las Escrituras son comparables a los cielos que declaran la gloria de Dios, y al firmamento que muestra la obra de Sus manos.

 

Luego el salmista prosigue diciendo: “Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría”, y así, la revelación de Dios en las Escrituras está hablando siempre a los hombres. Cuantas veces los hombres acuden a la Escritura, reciben un mensaje de ella en todo momento. Cuando estamos felices y somos dichosos, tiene una voz para nuestro día más brillante; y cuando estamos afligidos y nos lamentamos, es el consuelo de nuestra noche más oscura. Durante esta larga noche de la historia de la Iglesia, la larga noche de la ausencia de su Señor, Sus verdaderos ministros son capacitados para brillar como estrellas a Su diestra, y muchos espíritus afligidos son animados, y muchos marineros en el mar de la vida son guiados por la luz de las Escrituras. En el futuro nacerá el bendito Sol de justicia y en Sus alas traerá salvación, y entonces a lo largo del prolongado y luminoso día milenial, y después, a lo largo de aquel día sempiterno para el cual no habrá ninguna noche, continuaremos aprendiendo más y más acerca de las maravillas de esa revelación que Él nos ha dado en Su Palabra.

 

Una gran gloria de los cielos es que tienen una voz para todas las tierras: “No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras”. En un lenguaje que todos los hijos de los hombres entienden –no solo en el lenguaje del judío o del gentil, no solo en el lenguaje del bárbaro o del griego, sino en el lenguaje de todos los seres humanos, antiguos y modernos, siervos y libres- la voz de los cielos ha salido por todo el ancho mundo declarando la gloria de Dios.

 

Así sucede con el Evangelio; sin importar dónde lo introduzcas, su mensaje está adaptado para todos los hijos de los hombres. Pablo demostró el poder del Evangelio entre los idólatras de Licaonia y entre los sabios de Grecia. Tiene una voz para hombres de los más diversos temperamentos; habla con igual autoridad al fornido anglosajón y al más volátil francés. Tiene una facilidad peculiar para adaptarse a todas las nacionalidades; no es ni el Evangelio del inglés, ni del americano, ni del africano únicamente, sino que habla a:

 

“A toda la gente que en el mundo habita”.

 

Dondequiera que vaya la Biblia, allí se muestra, no como una flor exótica sino como una flor cultivada en casa; y dondequiera que es predicado el Evangelio, no llega como una revelación del Oriente, o del Occidente, o del Norte, o del Sur, sino como el mensaje de Dios para toda la humanidad en el mundo entero.

 

La gloria de las Escrituras es como la gloria de los cielos: “En ellos puso tabernáculo para el sol”, y en la Palabra de Dios hay un tabernáculo para el Sol de justicia. Jesucristo habita dentro de las verdades de la revelación divina de la misma manera que el sol habita en su propia esfera. ¿Qué serían los cielos sin el sol, y qué serían las Escrituras sin el Sol de justicia? Puedo decir verdaderamente en cuanto a la Biblia: 

 

“Aquí contemplo el rostro de mi Salvador

Casi en cada página”.

 

La gloria del Evangelio es que Dios es revelado en él como manifestado en carne; todos los atributos divinos son expuestos en la persona de Emanuel, Dios con nosotros. Si suprimen a Jesucristo del Evangelio, desaparece su poder; si suprimen a Jesucristo del ministerio cristiano, se queda completamente indefenso. Me aflige tener que decirlo, pero yo creo que es debido a que ha habido tan poca predicación de Cristo en muchos de nuestros púlpitos, que los oyentes se han adherido a la Iglesia de Roma y a todo tipo de errores. El corazón humano necesita algún objeto supremo de afecto, y nunca puede quedarse satisfecho con ensayos filosóficos, o con discusiones acerca de la moralidad, o con temas similares que han desperdiciado cientos de domingos y que han convertido a los servicios del santuario en un desaliento para el pueblo de Dios. ¡Oh, que hubiera más predicación de Jesucristo y de Él crucificado! Si Él fuera levantado, atraería a todos los hombres a Él; y Él tiene que ser levantado o de lo contrario la predicación es un mero engaño solapado y un gozo para los demonios, pero para nadie más.

 

A continuación, David dice muy elocuentemente acerca del sol: “Y éste, como esposo que sale de su tálamo”. ¿Y no es éste un cuadro verídico de Cristo según es revelado en las Escrituras? Él se comparó a un esposo durante Su ministerio terrenal, y esa es Su relación para con Su Iglesia, que es “la desposada, la esposa del Cordero”. Se afirma aquí de Él “que sale de su tálamo”, como salió del salón del consejo del decreto divino, diciendo: “He aquí, vengo; en el rollo del libro está escrito de mí; el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón”. Sale de la cámara de lo divino e invisible, y se viste con las humildes ropas de nuestra humanidad. Viene a una vida de aflicción y sufrimiento, y con todo, viene a ella con pasos gozosos porque se deleita en cumplir la voluntad de Dios, y está encantado de redimir de la muerte y del infierno a Su esposa. Luego, más tarde, sale de la cámara en la que había ocultado las glorias de Su Deidad durante los treinta y tres años de Su estadía en la tierra; y ahora, sale de Su cámara continuamente cuando Su Evangelio es proclamado fielmente en el poder del Espíritu Santo. De cierto este es un cuadro verídico de Cristo según es revelado en las Escrituras “como esposo que sale de su tálamo”.

 

Es también un cuadro Suyo como un paladín: “Se alegra cual gigante para correr el camino”, -“cual gigante”- no como alguien débil que jadea y se esfuerza para mantenerse en la pista, sino como un hombre fuerte que se alegra porque sabe que llegará victorioso a la meta. Cuando hace Su aparición en el Evangelio, domingo tras domingo, y semana tras semana, nuestro Señor Jesucristo no sale para ser derrotado. No sale, como algunos de mis hermanos parecieran imaginar, necesitando las pruebas que de Su existencia y Deidad ellos aportan, ni necesitando las apologías para Su Evangelio que ellos elaboran, sino que sale para lograr Sus propósitos sempiternos, para poder decirle a Su Padre, al final, lo mismo que le dijo cuando estaba aquí en la tierra: “He acabado la obra que me diste que hiciese”. “La voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho”. Cual gigante que se alegra para correr el camino, está confiado que alcanzará la meta, y que ganará el premio. Es una larga y ardua carrera, es una carrera en la que hay muchos competidores; pero cuando Jesús los mira a todos ellos, sabe que les ganará y que la corona de la victoria será seguramente Suya.

 

Yo espero que alguna pobre alma turbada reciba consuelo con el siguiente versículo del Salmo: “De un extremo de los cielos es su salida, y su curso hasta el término de ellos”. La luz del sol abarca incluso las congeladas cavernas del gélido norte, y derrama sus brillantes rayos de manera sumamente generosa: 

 

“Sobre la franja de coral de la India”, 

“Donde las soleadas fontanas del África

Hacen rodar su arena dorada”.

 

Lo mismo ocurre cuando Cristo aparece en Su Evangelio: “De un extremo de los cielos es su salida, y su curso hasta el término de ellos”. La luz de Su Evangelio brilla sobre todos los rangos y sobre todas las clases, y sobre todos los caracteres, ricos y pobres, estudiados e iletrados, y el tiempo vendrá cuando brille sobre el mundo entero, pues:

 

“Jesús reinará doquiera que el sol

Recorra sus sucesivas jornadas;

Su reino se extiende de costa a costa,

Hasta que se disipen las fases de la luna”.

 

Luego el salmista agrega: “Y nada hay que se esconda de su calor”. El calor del sol encuentra a la florecita escondida en el más oscuro rincón del bosque, y sin duda ejerce una misteriosa influencia incluso en las profundidades del mar y en el fondo de las más recónditas minas. “Y nada hay que se esconda de su calor”, aunque muchas cosas se esconden de su luz. Lo mismo sucede con el Evangelio y con el amor de Cristo. Allí donde se encuentran algunos de ustedes esta noche, podrían imaginar que están ocultos del calor del amor del Salvador, pero, ¿es acaso así? Ustedes oyen el Evangelio, ¿no es cierto? Eso es algo, pero ustedes dicen que necesitan encontrar al Cristo que tiene Su tabernáculo en el Evangelio. Pero ese deseo suyo demuestra que no están escondidos del calor del amor del Salvador, pues ese anhelo es uno de los dones de Su gracia. Si tú tienes algún quebrantamiento de corazón, alguna conciencia de culpa, alguna inclinación hacia el arrepentimiento, esa es la obra de Cristo a través de Su siempre bendito Espíritu. La flor no sabe que no podría florecer sin el sol, pero es verdad. Tal vez piense que el sol tiene demasiados quehaceres vigilando sobre la vasta extensión del mar y de la tierra y viendo sus rayos reflejados sobre el resplandeciente techo del palacio, para advertir a una pobre ‘campanulita’ en una cañada o a una ‘primavera’ escondida en un banco cubierto de musgo; pero no es así. El sol proyecta sus rayos sobre todo, y no es más pobre por hacerlo; y lo mismo sucede con el amor de Cristo. Si tú sintieras aunque solo fuera un anhelo de Él, eso sería una prueba de que no estás oculto al calor de Su amor. Musita una y otra vez esta oración: “¡Jesús, glorioso Sol de justicia, brilla sobre mí, y lléname de Tu gracia!” Del heliotropo se dice que vuelve su faz hacia el sol; vuelve tú también tu rostro hacia Cristo. Yo he notado que las flores que crecen en aquella parte del jardín que permanece un buen tiempo en la sombra, cuando pueden tratan siempre de girar hacia la luz del sol; y ustedes han notado probablemente que cuando ponen flores junto a sus ventanas en casa, siempre tratan de abrirse hacia el cristal. Busquen crecer hacia la luz, especialmente si son creyentes, y sobre todo busquen crecer hacia Cristo quien es la Luz, la Luz del mundo, el Sol de justicia. Traten de captar lo más que puedan Sus rayos celestiales. Recuerden que el sol no desmerece por compartir muchos de sus rayos con las flores, y Jesucristo no perderá nada por darles el don de Su gracia; el Sol de justicia será justo tan brillante y glorioso como antes; es más, será todavía más glorioso conforme Su gloria sea expuesta en ustedes.

 

Entonces, yo quiero que consideren la Palabra de Dios con gran reverencia y afecto porque allí está montado un tabernáculo para Jesucristo. Si quieren aprender todo lo que puedan relativo a Jesucristo, tienen que estudiar diligentemente la Palabra que lo revela a nosotros.

 

 

II. Habiendo hablado sobre el paralelo propuesto, me dirijo ahora a nuestro segundo tema que es LA ALABANZA EXPRESADA. 

 

Les recuerdo de nuevo que estoy haciendo una exposición más bien que una predicación de un sermón, y cuestiono seriamente si no sería mejor que expusiéramos con más frecuencia la Escritura en vez de dar expresión a tantas de nuestras propias palabras y pensamientos.

 

Hablando en este Salmo sobre la Palabra de Dios, David usa seis expresiones diferentes para describirla, y a cada una le brinda un encomio especial con el objeto de recomendarla para nosotros. Como regla general, el impío conoce la Biblia únicamente por un nombre o dos tal vez; la llaman la Biblia o las Escrituras, y eso es acaso todo lo que conocen acerca de ella; pero un hombre que está muy familiarizado con sus contenidos, tiene diversos nombres para ella. El ejemplo más notable de esto es el Salmo 119, que contiene 176 versículos, y casi cada uno de ellos hace mención de la Palabra del Señor. Sería un provechoso ejercicio leer ese largo Salmo desde el principio al fin cuidadosamente, y notar todas las variaciones de expresión que el salmista usa en relación a las Escrituras, en la medida en que las conocía; pero para nuestro presente propósito bastará que limitemos nuestros pensamientos a las seis descripciones y encomios que encontramos en el Salmo 19.

 

Primero, David dice: “La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma”. En la nota marginal, tenemos la palabra “doctrina” como otra traducción alternativa de la palabra ley, y sabemos que la expresión “la ley de Jehová” no está restringida al Decálogo, así que no haríamos mal si aplicáramos esa expresión al Evangelio, que es el instrumento especial de Dios para convertir a las almas, y la aplicáramos también a la revelación íntegra del plan y del método de salvación de Dios que encontramos en las Escrituras. Si quiero saber cómo he de ser salvado, recurro a este bendito Libro, y leo allí: “la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús” que Pablo decía que lo había librado de la ley del pecado y de la muerte. Leo allí las propias palabras de Cristo: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo”. Leo allí la incomparable historia de Aquel en quien he de creer; leo acerca de Su persona, de Su carácter, de Su doctrina, de Su misión, y esa “ley de Jehová” comienza a operar en mi corazón conforme la leo. No sólo cambia mis acciones externas, sino que renueva mi mente, modifica todo el sentido y el propósito de mi vida, y en palabras de David: convierte mi alma. Los manantiales de mi ser, que una vez estuvieron envenenados por el pecado, son purificados por la gracia. Yo sé que ustedes han comprobado que eso es cierto, amados, y que, por tanto, ustedes aman esta “ley de Jehová”. M’Cheyne dice que es la Palabra de Dios, y no nuestros comentarios acerca de ella, lo que salva a las almas; y yo he notado a menudo que, en las conversiones, no ha sido tanto la palabra del predicador la que ha sido bendecida, como la propia Palabra de Dios; aunque ésta, por supuesto, es una regla para la cual hay excepciones, pues nuestro Señor Jesús mismo dijo en Su grandiosa oración intercesora: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos”; no únicamente por medio de la propia palabra de Cristo, sino a través del testimonio veraz y fiel de Sus siervos; y la palabra de los predicadores y de los maestros sinceros y creyentes sigue siendo bendecida para los oyentes y para los estudiantes. Sin embargo, la gran agencia convertidora es la Palabra de Dios, pues la “ley de Jehová es perfecta”; en ella no hay nada que sobre y no hay nada que pudiese faltar. Es perfecta en todas sus operaciones sobre mi naturaleza, perfecta para inspirar mi vida entera y para encender el entusiasmo en mi alma, perfecta para iluminar mi entendimiento y para someter mi voluntad, y perfecta para todo lo que fuere necesario para la conversión de mi alma.

 

A continuación dice David: “El testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo”. Yo entiendo que la palabra “testimonio” quiere decir la revelación de Sí mismo que Dios nos ha dado en Su Palabra. Él da testimonio de Su propia paternidad y de Su adopción en Su familia de todos los que creen en Su Hijo Jesucristo. Da testimonio de todos Sus atributos según son revelados en la persona y obra de nuestro Señor Jesucristo. Da testimonio de Su propio amor eterno, y de Su fidelidad a cada promesa que ha hecho a Sus elegidos. Da testimonio de muchas cosas que no habríamos podido descubrir nunca a partir de la naturaleza, y todo Su testimonio hace sabio al sencillo.

 

Sobre el pórtico de una de las academias en Atenas se encontraba escrito: “Quien sea ignorante de la aritmética no puede entrar aquí”, pero sobre el pórtico de la Palabra de Dios está inscrito: “Quien sea ignorante es aquí bienvenido”. “El testimonio de Jehová” está lleno de divina sabiduría, y con todo, es expresado en un lenguaje tan claro que aun los niños pueden entenderlo; así que los sencillos acuden a él para ser hechos sabios; y, con frecuencia, lo que está escondido para los sabios y prudentes les es revelado a los niños, porque así le agradó a Dios.

 

Entonces, yo entiendo que la Palabra de Dios, antes que nada, me enseña cómo puede ser convertida mi alma; y luego, habiendo sido convertido, acudo a este bendito Libro con un propósito muy diferente; no lo hago para descubrir cómo he de ser salvo, sino para aprender más cosas relacionadas con el Dios que me ha salvado; y conforme leo Su testimonio relacionado consigo mismo, hace que sea sabia mi alma sencilla.

 

Habiendo avanzado hasta ese punto, necesito algo más; y David, a continuación, dice: “Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón”. Esta palabra: “mandamientos”, según la entiendo, se refiere a las ordenanzas del decreto del Señor, a los mandatos y edictos del Rey; y también a Sus promesas, que son una transcripción de Sus decretos. David dice que los “mandamientos de Jehová son rectos”; por supuesto que lo son, ya que son Sus estatutos; y que hacen que el corazón se alegre, y nosotros podemos confirmar esa declaración en nuestra propia experiencia. Yo he confesado a menudo que, cuando mi espíritu se deprime, nada podría sustentarlo excepto la buena y anticuada doctrina calvinista. Si no están hambrientos, podrían contentarse con la porción puesta ante ustedes por la moderna escuela de predicadores y podrían disfrutarla cuando hay buen clima; pero cuando las tormentas de la tribulación aúllan en torno suyo, cuando están conscientes de una gran necesidad de alimento que satisfaga al alma, entonces yo creo ciertamente que la vieja doctrina de Agustín, que es la doctrina del apóstol Pablo y de su Señor y Maestro, Jesucristo, es la única porción que su corazón puede disfrutar con regocijo. ¡Cuán dulce es, en un momento así, apoyarse por completo en los eternos propósitos de Dios en Cristo Jesús! Saber que la propia vocación y elección son firmes, saber que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”; eso es ciertamente un “banquete de manjares suculentos, banquete de vinos refinados, de gruesos tuétanos y de vinos purificados”. La madre del rey Lemuel dijo: “Dad sidra al desfallecido, y el vino a los de amargado ánimo”; y, en un sentido escritural, son la sidra y el nutriente vino de las doctrinas de la gracia los que pueden sustentar a aquellos que están espiritualmente a punto de perecer y a los que tienen un corazón afligido.

 

Hay algunos que estarían de acuerdo con David hasta donde hemos avanzado, pero no están tan ávidos de escuchar su siguiente frase: “El precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos”. Siendo convertido, el hombre aprende todo lo que puede del testimonio del Señor; luego su corazón se regocija en los estatutos del Señor, y prosigue obteniendo una mayor iluminación del mandamiento del Señor. Algunas personas no parecieran tener jamás sus ojos iluminados porque descuidan obedecer los preceptos del Señor. Es seguro que la desobediencia traerá su propio castigo; y hay algunos que no pueden leer claramente su propio interés en Cristo porque su negligencia para guardar Sus mandamientos ha cerrado sus ojos, tal como podría haberlo hecho una nube de polvo. Hay una gran recompensa para quienes obedecen sus preceptos, y aunque somos salvados por gracia y no por nuestras obras, con todo, en la economía de la gracia hay ciertas recompensas que sólo son otorgadas a quienes guardan diligentemente los mandamientos del Rey. Dichosos son aquellos que, como Caleb, siguen al Señor plenamente; ciertamente estarán entre las almas vírgenes que, en el monte Sion celestial, “siguen al Cordero por dondequiera que va”.

 

Enseguida David menciona un asunto muy práctico: “El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre”. Algunos tipos de temor son todo menos limpio; “el temor del hombre” ha sido una vil trampa en la que muchos han sido capturados por el diablo. La concesión es muy popular hoy en día, pero la Biblia es un Libro que no hace concesiones, y “el temor de Jehová” es un principio que no hace concesiones en absoluto. Si este bendito temor permea completamente nuestras almas, no lo perderemos nunca, pues David dice, verídicamente, que permanece para siempre. Si hay alguna vez un hombre que realmente estuvo muerto y enterrado y fue resucitado con Cristo, no hay ningún miedo de que experimente jamás un proceso de regresión como sería estar muerto con Cristo y luego vivir de nuevo para el mundo. Hay algunos principios que sólo son poderosos por un tiempo; pero el principio de la gracia, que produce el temor del Señor, ejerce una permanente influencia sobre cualquiera en quien el Espíritu Santo la obre, y no hay ninguna posibilidad de que el amor del mundo o el temor del hombre lo eche fuera. ¡Que ese clemente Espíritu obre este santo temor en cada uno de nosotros!

 

Luego, por último, David dice: “Los juicios de Jehová son verdad, todos justos”. Siempre que pienso en los juicios de Jehová en los tiempos antiguos, considero que siempre son juicios justos. ¡Justo fuiste, oh Señor, cuando derramaste el granizo de fuego sobre Sodoma y Gomorra, cuando eliminaste a Faraón y venciste a sus ejércitos en el Mar Rojo y cuando tu ángel mató al ejército de Senaquerib! ¡Justo has sido, oh Dios, al destronar a las antiguas monarquías que habían quedado inmersas en la iniquidad! Y esos son “los juicios del Señor” que aún han de ser ejecutados, en relación a los cuales tenemos las repetidas declaraciones de la revelación que todos ellos serán “verdad, todos justos”. Esas son las propias palabras que son usadas en relación a los juicios del Señor sobre la gran ramera que ha corrompido a la tierra con sus fornicaciones. Con este bendito Libro en nuestras manos, y especialmente si sus verdades son entronizadas en nuestros corazones, podemos enfrentar confiadamente el futuro, y no alarmarnos por ninguno de los errores que pudieran surgir en torno nuestro. Los maestros de la falsedad sólo están imitando la insensatez de los constructores de Babel, y todos sus inventos sólo terminarán en su propia confusión.

 

El sol se ha puesto, y en una o dos horas el mundo aparecerá cubierto con un vestido más sombrío del que ahora lleva. Si ustedes salen a la media noche no verán nada excepto a las titilantes estrellas y a unas cuantas lámparas vacilantes; con todo, el sol no se ha apagado y su luz no ha sido suprimida. Esperen al momento designado y la gran luz del día será de nuevo “como esposo que sale de su tálamo, se alegra cual gigante para correr el camino”. La oscuridad pudiera cubrir tu mente esta noche, la oscuridad pudiera cubrir tus circunstancias, la oscuridad pudiera cubrir durante un tiempo incluso a la Iglesia de Dios en la tierra; pero aquella antigua promesa sigue siendo verdadera. “Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación”. Asegúrense de estar del lado del Señor, de poner su confianza en la sangre preciosa de Jesús y de esperar en Él más que los centinelas a la mañana; y entonces, cuando Él venga, será para ustedes un día de luz y no de oscuridad, y los días de su lamentación habrán concluido para siempre. ¡Que el Señor consuele sus corazones, los sostenga bajo cada tribulación, los conserve en Su amor, y los capacite para esperar pacientemente Su venida, por causa de Su amado nombre! Amén.           

 

 

  volver