SANA DOCTRINA - Ministerio de Difusión Bíblica

Solo, Pero No Solo

 

Sermón predicado la noche del domingo 2 de marzo de 1890

Por Charles Haddon Spúrgeon

En El Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres

 

 

“Jesús les respondió: ¿Ahora creéis? He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo”.   Juan 16: 31, 32

 

Nuestro Señor espera ver la fe como el resultado de Su enseñanza, y me parece oírle decir al término de cada servicio: “¿Ahora crees? Tú has escuchado; tú has aludido al predicador. ¿Ahora crees? Has sido inducido a sentir pues has enjugado tus lágrimas, pero, ¿ahora crees? Pues nada excepto la fe te puede proporcionar la salvación”.

 

Esta noche, me gustaría hacerle a cada oyente presente en esta gran casa, la pregunta de mi texto. Tú ya has escuchado sermones durante muchos años: “¿Ahora crees?” Tus cabellos se están poniendo grises y tu oído ya está muy familiarizado con el Evangelio, pues has escuchado su predicación durante muchos, muchos años; pero “¿Ahora crees?” Según la respuesta que des verazmente a esta pregunta, puedes evaluar tu condición ante Dios: “¿Ahora crees?”

 

Cristo ama la fe dondequiera que la ve; para Él es algo precioso.

 

Para ustedes que creen, Él es precioso, Él es honra; y quienes tienen fe confieren a Él todo el honor que les es posible conferirle. La confianza de ustedes lo adorna con joyas; la confianza de ustedes coloca la corona sobre Su cabeza. Pero nuestro Señor es muy discriminador; Él distingue entre la fe y la presunción, entre la fe y nuestra idea de la fe. Los discípulos le dijeron que ya estaban seguros: “Ahora entendemos que sabes todas las cosas, y no necesitas que nadie te pregunte”. “¡Sí! ¡Sí!”, -parecía decir el Salvador- “esa es la medida de la propia fe de ustedes, pero Yo no la mido de la misma manera que ustedes la miden”.

 

Si hubiese alguien aquí que dijera: “En materia de fe no necesito ser precavido; casi no necesito una admonición, pues yo creo, ¡oh!, no podrías saber cuán firmemente”. No, mi querido amigo, y tal vez ni tú sepas cuán débilmente crees. De cualquier manera, no confundas tu creencia en tu propia fe con la fe en Cristo, pues la creencia en tu propia fe pudiera ser sólo vanidad, pero la fe en Cristo da gloria a Dios, y trae la salvación al creyente.

 

Para rebajarles el orgullo, el Salvador les recuerda que, prescindiendo de la fe que tuvieran, les había tomado mucho tiempo llegar a ella. “¿Ahora creéis? Tres años he estado enseñándoles; tres años he obrado milagros en medio de ustedes; tres años me han visto y han podido ver al Padre en Mí, pero, ¿después de todo este tiempo han llegado finalmente a tener una pequeña fe?” ¡Oh, amigos!, no tenemos jamás ninguna razón para jactarnos de nuestra fe, pues nos ha tomado mucho tiempo llegar a ella. Ahora confiamos efectivamente en Cristo; yo espero que muchos de nosotros podamos decir sinceramente que nos apoyamos enteramente en Él. Nosotros creemos en Dios y creemos también en Su Hijo Jesucristo; pero le tomó meses sacarnos de nuestra confianza en nosotros mismos; se necesitaron años para alzarnos de la desesperación; le ha tomado todo este tiempo al Señor, en el poder de Su propio Espíritu, obrar en nosotros la poca fe que tenemos.

 

Luego nuestro Señor les recordó otra cosa más humillante todavía: que así como su fe había tardado en llegar, así también podría irse muy rápidamente. “¿Ahora creéis?”, -dice- “he aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo”. Oh, amados, si surge un pequeño problema, si ocurre una dificultad imprevista, ¿dónde está la fe de ustedes? Una pequeña persecución, una burla trivial de un incrédulo, el sarcasmo de un agnóstico, ¿y dónde está su fe? ¿No les sucede así a muchos, que mientras gozan de buena compañía casi podrían alardear de su fe; pero si la compañía cambia, ciertamente no tienen ninguna fe de la cual alardear? Los hombres que eran de una lengua muy locuaz están callados ahora, y aunque antes usaban sus cascos adornados con plumas, ahora los esconderían y ocultarían también sus cabezas si pudieran. Se avergüenzan ahora de aquel en quien antes se gloriaban. Oh, amigos, el que se gloría, gloríese únicamente en el Señor. El creyente no debe jactarse nunca de su fe, no vaya a ser que se le recuerde cuánto tiempo le tomó llegar a ella, y cuán pronto podría verse privado de ella.

 

Los discípulos del Señor no recibieron esta advertencia con mucha diligencia. No creo que ninguno de ellos lo hiciera; ciertamente Pedro no lo hizo, y los demás se le asemejaban mucho. Cuando Pedro le dijo a Jesús: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré”, y, “Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré”, leemos que: “Todos los discípulos dijeron lo mismo”. Nosotros podríamos decir esta noche: “No hay nadie entre nosotros que vaya a ser jamás un traidor a Cristo; no hay ninguna mujer aquí cuyo corazón se vaya a enfriar jamás”. Esa sería una adulación para nuestras propias personas. Lo que otros hayan hecho, sin importar cuán vil y bajo sea, nosotros también somos capaces de hacerlo. Si pensáramos que no lo somos, es nuestro orgullo y sólo nuestro orgullo el que nos induce a pensar así.

 

Por tanto, nuestro Señor, para llamar la especial atención de Sus discípulos acerca de su peligro, no dijo meramente: “La hora viene”, sino, “He aquí la hora viene”. Inserta un “¡He aquí!”, un “¡Ecce!” Así como los antiguos escritores solían poner una mano en el margen, o las iniciales N. B., nota bene, para llamar la atención hacia algo en especial, así el Salvador inserta aquí un: “¡He aquí!”, “¡Miren aquí!”, “Vean esto”. Ustedes que acaban de ponerse su armadura piensan que ya han ganado la victoria. “He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo”.

 

Por tanto, yo les ruego, hermanos, -y me hablo a mí mismo a la par que a ustedes- que aprendamos la lección de nuestra fragilidad; y aunque esta noche confiamos honestamente en Cristo, cada uno de nosotros debe clamar: “Sosténme, y seré salvo”. De todos los que ocupan estos balcones y de todos los que están sentados abajo en esas bancas, de todos los más experimentados y de los más consolidados de ustedes, así como también de aquéllos que sólo recientemente han sido conducidos a conocer al Señor, debe elevarse una oración, y cada uno debe clamar: “¡Señor, guárdame, pues yo no puedo guardarme a mí mismo!” ¡Ay! ¡Ay!, hemos visto caer incluso a los portaestandartes, y cuando ése es el caso, ¡cuán tristemente se lamentan los soldados rasos! Los que estaban firmes como rocas han sido conducidos a titubear. ¡Dios, guárdanos! ¡Cristo de Dios, guárdanos por Tu Espíritu eterno! Amén.

 

Ahora, vamos a dejar esa consideración introductoria, pero seguiremos considerablemente en la misma vena. Primero, aprendamos esta noche de nuestro Señor la lección de Su abandono: “Seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo”; en segundo lugar, Su confianza: “mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo”; y luego, en tercer lugar, Su ejemplo, pues en todo esto hemos de seguir Sus pasos. ¡Si experimentáramos el padecimiento del Señor, que tuviéramos también Su confianza, debido a que imitamos Su ejemplo!

 

I.   Entonces, noten primero EL ABANDONO DE NUESTRO SEÑOR, pues algo parecido pudiera ocurrirles a ustedes.

 

Dejaron solo a nuestro Señor. ¡Vamos, esos once apóstoles que le rodean y a quienes se dirige, seguramente no abandonarían a su Señor! Están muy seguros de resistir cualquier andanada de fuego que pudiera ser dirigida contra ellos y, con todo, ni uno solo de ellos permanecerá firme. Todos le abandonarán y huirán. En el huerto, los tres que son Sus escoltas se quedarán dormidos, y el resto de los discípulos hará lo mismo; y cuando Él comparece ante Pilato y ante Herodes, ninguno de ellos estará allí para defenderlo; ni una solitaria voz se alzará por Él.

 

A pesar de que estaban convencidos de que serían solidarios, abandonaron a Aquel a quien creían en verdad, y advirtamos que eran hombres honestos cuando hablaban tan confiadamente. No había ninguna hipocresía en lo que decían, pues hablaban con toda sinceridad; cada uno de ellos creía verdaderamente que podía ir a prisión y a la muerte, y cada uno prefería sufrir eso a negar a su Señor. En su propia opinión, ellos no alardeaban; hablaban con sinceridad.

 

Esta es la amargura de la prueba para ti: que tus buenos y honestos amigos se marchen en tu hora de necesidad, que tus amigos verdaderos desfallezcan y se cansen. No pueden seguirte el paso; no pueden confrontar la tormenta que tú eres llamado a confrontar, y se marchan. ¡Ay, cuán doloroso fue para nuestro amado Señor! Quienes estaban muy confiados y eran verdaderamente sinceros, fueron esparcidos, y Él se quedó solo.

 

Ellos también amaban realmente a Cristo. Yo estoy seguro de que el amor de Pedro no era un incipiente amor cuando le dijo: “Tú lo sabes todo; tú sabes que te amo”. Pedro amaba en verdad a su Maestro. Aun cuando negó a su Señor, en su corazón había amor hacia Él. Lo mismo sucedía con los otros discípulos; todos ellos amaban a su Señor y, sin embargo, todos lo abandonaron y, -pobres seres débiles como eran- le dieron la espalda en el día de la batalla.

 

Para nuestros corazones es muy doloroso ser abandonados por amigos buenos y amorosos. Yo no lo sé, pero si ustedes hubieran estado seguros de que habían sido hipócritas, casi podrían alegrarse de que se hubieran ido; pero sabiendo que eran veraces de corazón, tan veraces como pudieran serlo esos pobres seres, se incrementa la amargura de que los abandonen. Cuando experimenten eso, no necesitan pensar que algo extraño les hubiera sucedido, pues Cristo fue abandonado así.

 

Noten, que fue abandonado por todos. “Seréis esparcidos cada uno por su lado”; “cada uno”. Cuando llega la prueba, ¿no permanece Juan? ¿No recuerda ese amado pecho sobre el que apoyó su cabeza? ¿Se fue Juan? Sí, “cada uno”. Cristo miró y no había nadie que estuviese junto a Él. Tenía que confrontar a Sus acusadores sin un solo testigo a Su favor, pues todos se habían ido. ¡Ah, eso fue una dura prueba, en verdad! Pero un verdadero amigo, un Damón o un Pitias, es fiel para con el amigo incluso hasta la muerte, y entonces la prueba no es tan demoledora. Pero no; cada uno se va por su lado, y Cristo se queda solo; de los pueblos nadie había con Él, ni uno solo de los que habían sido Sus más íntimos amigos.

 

¿Qué se proponían todos ellos? Bien, cada individuo buscaba su propia seguridad: “Seréis esparcidos cada uno por su lado”. ¿Acaso no es esa la propia esencia del egoísmo y de la ruindad, “Cada uno por su lado”? Eso es todo lo que Cristo obtuvo de Sus mejores seguidores; ellos lo abandonaron y cada uno se fue por su lado, a su propia casa, para cuidar de su propia seguridad, para proteger a su propia reputación, para preservar su propia vida. “Cada uno por su lado”.

 

Oh, Jesús, ¿son ellos Tus amigos? Amante de los hombres, ¿acaso son ellos Tus amantes? ¿Te asombra si, algunas veces, encuentras que tus amigos querrían cuidarte, sólo que tienen que cuidarse ellos mismos? Ellos querrían mantenerte, pero entonces tú cuestas demasiado; ¡eres un amigo demasiado “caro”! El costo de tu amistad tiene que ser considerado, y su ingreso no puede aguantarlo. “Cada uno por su lado”. Eso debió sentir también el Salvador.

 

Y recuerden que esto sucedió cuando la hora especial de Cristo había llegado. “La hora viene”, la hora de Cristo, la hora del poder de las tinieblas. Fue entonces cuando ellos lo abandonaron. Cuando no necesitaba de su amistad, ellos eran Sus muy buenos amigos. Fueron Sus fieles seguidores cuando no podían hacer nada por Él, aunque lo intentaran. Pero la hora del tormento ha llegado; ahora podrían vigilar con Él una hora, ahora podrían acompañarlo en medio de la numerosa gentuza, y al menos podrían interponer el voto de la minoría en contra de las masas; pero se esfuman. Como las golondrinas, desaparecen tan pronto la primera helada cubre el torrente. Como las verdes hojas del verano, ¿dónde están ellos ahora en este gélido tiempo invernal? ¡Ay, ay, por la amistad si falla cuando es más necesaria! Y en verdad le falló entonces al Salvador.

 

Él fue abandonado también, en violación de todo vínculo. Estos hombres que lo abandonaron se habían comprometido a serle fieles. Le habían dado una promesa de morir con Él. Eran Sus compañeros escogidos; Él los había llamado de sus barcas de pesca en Galilea, y los había hecho Sus discípulos. Eran Sus apóstoles, los hombres principales en Su nuevo reino. Ellos debían sentarse sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. A éstos los había redimido para Sí; ellos habían de ser partícipes de Su gloria en el día de Su venida. No hubo nunca hombres ligados a hombre, como ellos estaban ligados a Cristo y, sin embargo, lo dejaron solo.

 

Querido amigo, no esperes gratitud de tus semejantes; la gratitud es un bien muy escaso en este mundo. Entre más hagas por los hombres, menor será su agradecimiento. No hablo ahora como alguien que piensa mal de sus semejantes, pero, ¡ay!, yo sé que así es en muchos casos; y si no fuera esa tu porción, puedes agradecer a Dios que no lo sea, y debes sorprenderte de ser una excepción a la regla. Si poco a poco perdieras tu posición en el mundo, y necesitaras la ayuda de los mismos a quienes tú ayudaste en días pasados, como regla, ellos serán los últimos en ayudarte y los primeros en pisotearte.

 

Ciertamente, en el caso de nuestro Señor Jesucristo, aquéllos que estaban más cerca y que más le debían, huyeron, y no obtuvo ningún socorro de ellos. Se fueron: “Cada uno por su lado”, y lo dejaron solo, para ser atado y golpeado por Sus adversarios insensibles y para ser arrastrado a la prisión y a la muerte.

 

Allí está la primera división de nuestro tema: la prueba de nuestro Señor. Repito que un abandono semejante podría ocurrirle a algunos de los presentes. Les ha correspondido a menudo a algunos valerosos defensores de la fe comprobar que son los últimos pilares que quedan para sostener el puente; es una tribulación aguda y severa para el hombre que es llamado a soportarla.

 

II.   Tendremos una exposición más alegre en nuestro segundo encabezado, que es: LA CONFIANZA DE NUESTRO SEÑOR. Él dice: “Me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo”.

 

Observen, entonces, que la confianza de Cristo era la confianza de que el Padre estaba con Él, y esta confianza lo retuvo en Su propósito. Vean, los discípulos huyeron; fueron esparcidos cada uno por su lado. Pero, ¿se fue Cristo? No. Juan, Pedro, Santiago, Tomás, y todos los demás se fueron; pero, ¿se fue Cristo? Él no. Él sigue allí. Lo dejaron solo pero allí está, permaneciendo fiel a Su propósito. Él vino para salvar, y salvará. Él vino para redimir, y redimirá. Él vino para vencer al mundo, y lo vencerá. Lo dejaron solo; no lo llevaron con ellos. Él no es ningún cobarde. ¡No se arrepiente nunca de Su propósito, bendito sea Su nombre! Él se mantuvo firme en aquella terrible hora cuando todos lo abandonaron y huyeron. Esto fue gracias a Su confianza en Dios.

 

En seguida, observen que esta confianza en Dios no sólo lo mantuvo firme en Su propósito, sino que lo sostuvo ante la perspectiva de la tribulación. Noten cómo dice: “Me dejaréis solo; mas no estoy solo”. Cristo no dice: “No estaré solo”. Eso sería cierto; pero dijo: “No estoy solo”. Me encanta leer la experiencia del hijo de Dios en el tiempo presente; leer los dones, las gracias y las promesas de Dios en el tiempo presente: “No estoy solo”. “Jehová es mi pastor”, y también: “Nada me falta”. “En lugares de delicados pastos me hace descansar; junto a aguas de reposo me pastorea”. Él hace todo eso por mí ahora. El bendito Cristo dice que la perspectiva de que Dios esté con Él a lo largo de toda Su prueba, y de que la presencia de Dios esté con Él ahora, es Su consuelo ante la inminencia del abandono. Quienes estuvieron presentes aquí esta mañana saben que predicamos un sermón muy triste, basándonos en el texto: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Yo elegí este texto para mi sermón de esta noche porque es la contraparte del que predicamos esta mañana, pues nuestro Señor podía decirles realmente a Sus discípulos: “Mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo”.

 

La declaración de nuestro Señor fue contradicha por las apariencias. ¿Acaso no tuvo que decirle a Dios: “Por qué me has desamparado?” Entonces, ¿cómo pudo decir: “El Padre está conmigo”? Era cierto, y en una parte de mi sermón matutino procuré mostrarles que si bien Dios lo desamparó en Su capacidad oficial como Legislador y como Ejecutor de la ley, con todo, en Su relación personal para con Él, no lo desamparó, ni podía hacerlo. El Padre estaba con Él. Oh, ¿no es bendito de parte de Cristo que se apegara a eso? Él sabe que Su Padre está con Él, inclusive cuando siente que el Padre lo ha desamparado en otro sentido.

 

Amado, si todo el mundo te abandonara, y Dios pareciera dejarte solo, aun así aférrate a tu confianza en Dios. No creas que Dios pueda desamparar a los Suyos; ni siquiera lo sueñes; no puede ser. Él nunca abandonó a los Suyos; no puede hacerlo nunca ni nunca lo hará. El Padre está con Jesucristo, incluso cuando sabe que tendrá que decir: “¿Por qué me has desamparado?”

 

Sin embargo, fue fidedignamente cierto que el Padre estaba con Cristo cuando fue dejado solo. Entonces, ¿cómo estaba el Padre con Él? Amados, incluso cuando el Padre no se quedaba mirando a Cristo, o le otorgaba una sonrisa, o una palabra de consuelo, todavía estaba con Él. ¿Cómo es eso? Bien, estaba con Cristo en lo tocante a Sus propósitos y al pacto eterno. Ellos habían hecho juntos un pacto para la redención de los hombres, para la salvación de los elegidos, y habían estrechado manos, y se habían comprometido mutuamente a llevar a cabo el divino propósito y el pacto eterno. Recuerdo aquel pasaje acerca de Abraham, cuando se dirigía con Isaac al monte Moriah, donde Isaac debía ser ofrecido. Está escrito: “Y fueron ambos juntos”. Lo mismo hicieron el Padre Eterno y Su Bienamado Hijo cuando Dios estaba a punto de entregar a Su propio Hijo a la muerte. No había ningún propósito dividido; fueron ambos juntos. Toda la obra de Cristo era la obra del Padre, y el Padre lo apoyaba con plenitud.

 

En el diseño y en el método de la expiación, el Padre y el Hijo estaban juntos. “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito”; pero de tal manera amó Jesús al mundo que se entregó a Sí mismo. La expiación fue el don del Padre, pero fue la obra del Hijo. En todo lo que sufrió pudo decir: “El Padre está conmigo en esto. Estoy haciendo lo que le glorificará, y le contentará”. Él no fue solo a la prisión y a la muerte. En todas las cosas, hizo lo que agradó al Padre, y el Padre estaba con Él en todo.

 

Todos los decretos de Dios respaldaban a Cristo. Está escrito en el libro sellado, pero ¿quién habrá de leerlo excepto el Cristo? Todo lo que está escrito allí, está escrito en apoyo de Cristo. No hay ningún decreto en el libro del destino que no obre para la gloria de Cristo, y de acuerdo a la mente de Cristo. No solamente hay doce legiones de ángeles detrás de la cruz, sino que el Dios de los ángeles está allí, también. No sólo las fuerzas de la Providencia obrarán juntas para lograr el propósito del Creador, sino que el Dios de la Providencia, el infinito Jehová, está en alianza con Jesús, y puede decir cuando va a la muerte: “No estoy solo, porque el Padre está conmigo”. ¿No es ésta una gloriosa verdad, que nuestro Señor Cristo no estaba solo? En lo relativo a compañeros terrenales, las palabras escritas por Isaías podían ser expresadas literalmente por Cristo: “He pisado yo solo el lagar”. Cada uno se marchó, pero Dios siempre estuvo con Él.

 

Desde entonces, ha sido manifestado que Dios estaba con Cristo. Lo demostró resucitándolo de los muertos. ¿Acaso el Padre no demostró también que estaba con el Hijo enviando al Espíritu Santo en Pentecostés, con diversos signos y portentos? Jesús no está solo. Toda la obra del Espíritu Santo desde entonces, convenciendo a los hombres de pecado y conduciéndolos a Jesús, es una prueba de que no está solo.

 

Amados, toda la historia de la Providencia, desde el día en que Cristo ascendió al cielo, demuestra que no está solo. ¿Solo? ¿Acaso el Cristo está solo? Vamos, las bestias del campo están en alianza con Él. Las estrellas en sus órbitas luchan por Él. Cada evento de la historia, dándole el tiempo y el espacio suficientes, hará que Su reino venga. Cada vuelta de esas enormes ruedas de la Providencia hará que Su carro de triunfo se aproxime más y más y pase sobre el cuello de Sus enemigos. Incluso ahora, por fe, “Vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte”.

 

“Miren ustedes, santos, pues la visión es gloriosa,

Vean al ‘Varón de dolores’ ahora,

Que ha regresado victorioso de la lid;

Toda rodilla a Él se inclinará:

Corónenle, Corónenle;

Las coronas son idóneas para la frente del Vencedor”.

 

Jesús es el centro de todo poder y sabiduría. Dios está con Él, y viene el día cuando aparecerá en Su gloria. En Su reino milenial, entre los hijos de Dios, se verá que Él no está solo; y cuando venga en la gloria del Padre y todos Sus santos ángeles con Él, entonces podrá decir inclusive con un mayor énfasis: “No estoy solo, porque el Padre está conmigo”. Y cuando se siente sobre el gran trono blanco y divida a la humanidad, Sus amigos a la derecha, Sus enemigos a la izquierda, y pronuncie ira eterna sobre los rebeldes y abra el cielo a los creyentes, entonces todos los mundos sabrán que el Hombre de Nazaret no está solo. ¿Solo? Pareciera que debo reír ante ese mero pensamiento. Todo el cielo y la tierra, las cosas presentes y las cosas venideras, el tiempo y la eternidad, la vida y la muerte, todo está con Él. Los hombres pueden abandonarlo, pero Él no está solo.

 

III.   Ahora, en tercer lugar, quiero enseñarles las lecciones del EJEMPLO DE NUESTRO SEÑOR. Como mi tiempo casi se ha agotado, debo hablar muy brevemente sobre estas lecciones.

 

Primero, aprendan la fidelidad cuando otros fallan. ¿Eres tú un cristiano? ¿Confías en Cristo? ¿Lo amas? Entonces, no lo abandones nunca. “¡Oh!, pero”, -dirá alguien- “la corriente va en sentido contrario ahora”. Hermano, déjala que corra; desaparecerá cuando haya terminado de correr. Yo creo en Aquel que resucitó de los muertos, cuya justicia en verdad me justifica, cuya sangre en verdad me lava y me deja más blanco que la nieve. “Pero los filósofos nos dicen que eso no es científico”. Entonces yo no soy un científico y me alegra no serlo. “¡Oh, pero los pensadores profundos dicen que eso es inconsistente con el progreso!” Bien, que sea inconsistente con el progreso. “¡Oh, pero todo el mundo lo niega!” Tanto peor para el mundo. Que niegue la verdad si quiere. Fue grande el espíritu de Atanasio cuando dijo: “Athanasius contra mundum”, esto es, “Atanasio contra el mundo entero”. Y todo cristiano puede ser de este espíritu, y debería ser de este espíritu. ¿Es veraz este Libro? ¡Qué importa que algún necio diga que es una mentira! Que los necios digan eso si quieren; pero es verdad, y apéguense a él. Si Dios el Espíritu Santo les ha enseñado a confiar en Cristo, confíen en Cristo, sin importar lo que otras personas hagan. ¡Cómo! ¿Vives acaso del hálito de las narices de otras personas? ¿Cuentas las cabezas y luego te unes al mayor número? ¿Es esa tu forma de proceder? Vamos, un hombre así difícilmente es digno de ser salvado. ¿Es un hombre o no es más bien un gato que debe mirar antes de saltar? No, si eres un hombre, y crees en Cristo, defiende a Cristo.

 

“¡Defiendan! ¡Defiendan a Jesús!

¡Ustedes, soldados de la cruz!

Alcen muy en alto Su regio pendón;

No debe sufrir ninguna pérdida:

De victoria en victoria

Él guiará a Su ejército,

Hasta que todo enemigo sea vencido,

Y Cristo sea en verdad Señor.

 

¡Defiendan! ¡Defiendan a Jesús!

Obedezcan el llamado de la trompeta;

Avancen al nutrido conflicto,

En este Su glorioso día;

Ustedes que son valientes, sírvanle ahora,

Luchando contra los innumerables enemigos;

Su valor ha de aumentar con el peligro,

Opongan potencia a la potencia”.

 

Y cuando los muchos se desbanden, párense con mayor firmeza y con mayor confianza, pues su confianza y su arrojo son más necesarios en tales circunstancias. El Señor no abandonó Su gran misión cuando todos los hombres lo abandonaron a Él. No renuncien a la obra de su vida y de su fe, aunque todos los demás presenten su renuncia.

 

En seguida, con su Maestro, crean que Dios se basta a Sí mismo. Lean esto: “Seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque” -¿por qué?- “¿Porque habrá una media docena de fieles”? No. “¿Porque tres de ustedes me serán solidarios? No. “Porque el Padre está conmigo”. Oh, no contamos como deberíamos hacerlo. Hay un millón en contra de ustedes. ¿Está Dios por ustedes? Bien, entonces ustedes son la mayoría. ¿Qué es un millón, después de todo, sino un uno y muchos ceros? Confíen en Dios, y dejen que los millones sigan su camino. Dios basta. Cuando aquél que discurseaba en la academia se dio cuenta de que todos se iban y que lo dejaban hablando solo, excepto Platón, aun así continuó su plática; y alguien le dijo: “Conferencista, ya no te queda ninguna audiencia, excepto Platón”. “¿Ninguna audiencia, excepto Platón?, dice; Platón basta para cincuenta oradores”. Entonces, en verdad, si tú no tienes ningún otro ayudador excepto Dios, permanece allí donde estás, pues Dios no sólo basta para ti, sino para todos los fieles, por débiles que sean.

 

En seguida, aprendan otra lección. Confíen en Dios a pesar de las apariencias. ¿Eres muy pobre? ¿Eres débil? ¿Eres calumniado? ¿Estás siendo azotado con la vara más pesada de Dios? Con todo, no des coces contra Él, sino haz como nuestro Señor hizo. Él dijo: “El Padre está conmigo”, inclusive cuando tuvo que clamar: “¿Por qué me has desamparado?” Cree en Él cuando no puedas verle; cree en Él cuando no te sonría; cree en Él cuando te frunza el ceño; cree en Él cuando te golpee; cree en Él cuando mate, pues el clímax de todo es decir como Job: “He aquí, aunque él me matare, en él esperaré”. A Él le corresponde hacer lo que le agrade; a mí me corresponde confiar en Él, prescindiendo de que haga lo que quiera. Yo rodeo con mis brazos a mi Dios, y le digo: “Dios mío, Dios mío”, incluso cuando no se sienten gozos sensibles, y estoy obligado a caminar por fe.

 

Por último, combatiente hijo de Dios, estando firme por la verdad y por lo recto, has de esperar que tu tribulación no dure mucho. ¿Advertiste cómo lo expresa Cristo: “He aquí la hora viene”? Sólo una hora. “He aquí la hora viene”. No se trata de un año, hermano, no se trata de un año; no se trata de un mes; no se trata de un día; no es sino una hora. “La hora viene”. Para Cristo fue ciertamente una larga hora, cuando colgó de la cruz; pero Él llama a todo el período desde el sudor sangriento hasta la muerte de cruz: “la hora”. A la fe le corresponde acortar los días en horas. A ustedes les corresponde, esta noche, recordar que si tienen que sufrir y quedarse solos por Cristo, que es sólo una hora. ¡Cómo hemos esperado de buen grado cuando ha sido sólo por una hora! ¡Cuán alegremente nos hemos quedado a oscuras cuando sabíamos que era únicamente por una hora! ¡Nuestra tribulación es solamente por una hora! Literalmente, antes de que dé una nueva hora, algunos de nosotros podríamos estar con Dios; pero si así fuera para nosotros, o no, todavía podemos cantar:

 

“No importa que la duda y el peligro se opongan a mi progreso,

Sólo hacen que el cielo sea más dulce al final:

Venga gozo o venga aflicción, lo que me toque,

Una hora con Dios lo compensará todo”.

 

Pero si no fuera literalmente solo una hora, el más prolongado reino de la persecución es ciertamente muy breve. Una vez que llegamos a casa todo concluye. Yo pienso que contribuirá a la celebración de un dichoso día de fiesta en la tierra que fluye leche y miel, cuando nos sentemos junto a alguno de esos arroyuelos ondeantes y digamos: “Yo recuerdo cuando Fulano de Tal me abandonó, pero yo permanecí firme en la verdad que conocía y que creía. Todos ellos me abandonaron, y eso me pareció duro de sobrellevar en aquel momento; pero mi soledad no duró mucho y pronto pasó; y cuando el Señor dijo: ‘Bien, buen siervo y fiel’, no pareció entonces que hubiera sido una hora, sino sólo el guiño de un ojo, o como cuando, en la noche, la vela se apaga y se enciende de nuevo con su propio humo, pues el tiempo de la oscuridad fue muy breve”. Así en el cielo parecerá como si nunca hubiéramos sufrido algo por Cristo. El mártir irá en un carro ardiente al rojo vivo desde la hoguera, y cuando llegue al cielo habrá olvidado que fue incinerado hasta la muerte, en medio del sumo gozo de contemplar a su Señor. Sólo tomará una hora y nos reuniremos delante del trono de oro, y estaremos sobre el mar de vidrio, y cantaremos perdurablemente: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén”.

 

 

Nota del traductor:

 

DAMÓN (s. IV a. C.). Filósofo pitagórico, de los tiempos de Dionisio el Joven, célebre por su amistad con Pitias. Condenado éste a muerte, Damón consintió en que pudiera irse a arreglar sus asuntos y, en caso de no volver, ser condenado en su lugar. Llegada la hora del suplicio, se presentó Pitias a tomar su puesto. Conmovido, Dionisio perdonó al condenado.

 

 

 

 

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