SANA DOCTRINA - Ministerio de Difusión Bíblica

Preparados para encontrar a Dios

 

Un sermón predicado el domingo 8 de agosto de 1875

Por Charles Haddon Spúrgeon

En el Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres

 

 

Por tanto, de esta manera te haré a ti, oh Israel; y porque te he de hacer esto, prepárate para venir al encuentro de tu Dios, oh Israel”.  

Amós 4. 12

 

Hay una peculiar solemnidad en el lenguaje de nuestro texto, porque aunque la totalidad de Las Escrituras son la Palabra de Dios, sin embargo gran parte de ellas nos las han dado los profetas, los apóstoles y otros escritores inspirados. Pero aquí, es Dios mismo quien está hablando, y desde el cielo se dirige a su descarriado pueblo y les dice: “Porque esto os haré a vosotros, preparaos para el encuentro con vuestro Dios, oh Israel”.

 

Si alguna vez todo oído mortal debería estar fervientemente atento, es cuando escucha la voz de Dios. ¿No escucha toda la creación a su Creador? Y ¿No prestará atención el hombre a la voz del Dios de toda la tierra? ¡O Señor, danos oído para oír y no permitas que tus palabras lleguen simplemente a nuestros oídos, sino que el significado profundo de cada una de ellas penetren en nuestras almas a través de la obra eficaz de Tu Espíritu todopoderoso!

 

 

I. Voy a usar las palabras finales del texto: “Prepárate para venir al encuentro de Dios, oh Israel”; y lo hare como para orientarlos hacia ESA DIRECCIÓN A TODOS LOS QUE ESTÁN AQUI PRESENTES.

 

Has venido aquí, pero ¿con qué propósito has venido? Si el propósito es bueno, has venido al encuentro de tu Dios. Los israelitas a menudo se reunían para inclinarse ante sus imágenes esculpidas o profesando adorar a Dios con ritos de su propia invención. Olvidaron que toda adoración verdadera debe ser espiritual; y como no la hacían de tal manera, no podían encontrarse con Dios, sin embargo, regresaban a sus hogares perfectamente satisfechos con lo que habían hecho.

 

Habían realizado los ritos externos de su religión. Habían pasado por todas sus ceremonias correctamente y estaban contentos. Pero ahora Dios los llama a prepararse para encontrarse con Él, y a no estar más satisfechos con lo visible y lo externo, sino llegar a lo Invisible y lo Eterno—y ese es el llamado de Dios a todos los que ahora están aquí presentes.

 

“¿Qué saliste a ver?” ¿Qué viniste aquí a escuchar? Demasiados asisten incluso a la Casa de Dios con la idea de simplemente ir a escuchar al predicador. Es un hombre reflexivo, profundo, filosófico. O es un hombre elocuente, oratorio y fluido. ¿Es por eso que van a sus iglesias y sus capillas, simplemente para dejarse encantar por la voz de un hombre?

 

Si es así, ¡permítame recordarles que Dios aborrece esta burda manera de adorar! En cuanto a mí, desde hace mucho tiempo he despreciado los trucos de la oratoria y las ostentosas demostraciones de elocuencia. Prefiero ser mudo que simplemente hablar para exhibir mis propios poderes. Si han venido aquí correctamente, han venido para que Dios se encuentre con ustedes y ustedes puedan encontrarse con Dios, para que sus conciencias se despierten y la Verdad de Dios pueda entrar en sus corazones.

 

Oh, mis oyentes, ¿han venido con tal propósito? ¿No hay algunos de ustedes que casi han salido al encuentro de Dios como Mical que salió al encuentro de David, para burlarse de él? ¿No han venido algunos de ustedes casi como fue Goliat para desafiar a Israel, para pelear contra Dios y luchar contra la Verdad? o, ¿posiblemente, despreciarlo en sus corazones y burlarse de él? 

 

Dios habla a todas esas personas y les dice: “Abandonen sus malos caminos y preparen sus corazones para ENCONTRARME”. Oh, sí siempre fuéramos a las asambleas del pueblo de Dios con corazones preparados, no iríamos en vano. Si los pecadores subieran a escuchar el Evangelio con el corazón quebrantado hasta lo sumo, y clamando, desde sus propias almas: “¡Oh, que pueda encontrar a Cristo!”, -si subieran con fervor, oración de fe— y se reunieran con una expectativa sagrada de bendición, ¡qué reuniones serían entre Dios y ellos!

 

No habría para ellos más sábados desperdiciados, no más profesiones falsas, no más religión sin ningún efecto sobre la conciencia y la vida. Entonces nuestros servicios solemnes serían arroyos de bendición: el agua volvería a saltar de la roca y la congregación sedienta sería verdaderamente renovada ¡Oh Dios! ¿No tocarás el corazón de los hombres para que cuando se reúnan en tu casa, vengan preparados para encontrarte allí y adorarte en espíritu y en verdad?

 

 

II. Una segunda aplicación que haré del texto, sin pretender que haya sido planeado para esto: es que puede ser considerado como UN MENSAJE AL PROPIO PUEBLO DE DIOS.

 

A veces, el pueblo del Señor se sale del camino de la comunión y el compañerismo con Él. Así fue con Israel en los días de Amós, sin embargo, aquí vemos que el Señor declara ser su Dios todavía, porque dice: “Prepárate para el encuentro de tu Dios, oh Israel”. En cuanto a ustedes, que son su pueblo, Él sigue siendo su Dios, y aunque es posible que hayas caído en una condición de corazón frío y ahora estés caminando en la oscuridad y sin ver la luz, sin embargo, Él te llama a encontrarte con Él, porque Él desea tener tu compañía.

 

Él te ha estado castigando, una y otra vez, porque no querías caminar cerca de Él, y está preparado para castigarte aún más; pero detendrá Su mano si ahora te acercas. Recuerda lo que Elifaz le dijo a Job y obedece ese mandato: “Vuelve ahora en amistad con Él, y tendrás paz; Y por ello te vendrá bien”.

 

Hijo de Dios, permíteme señalarte con mi dedo y decirte: “Prepárate para encontrarte con tu Dios”. ¿No fueron benditos aquellos tiempos cuando el sonido de Sus pies hacía música en tus oídos? ¿Has olvidado los hermonitas y el monte Mizar, donde el Señor se les apareció y les dijo: “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia”? 

                        

¡Oh! Qué benditos fueron esos días cuando nos retirábamos a un rincón privado y comulgábamos con Dios. -¿Fue ese estudio, esa cocina, ese dormitorio, ese pajar o esa zanja debajo del seto?- donde estábamos acostumbrados a encontrarnos con el Amado de nuestras almas y a hablar con Él como se habla con los amigos. Nosotros hemos tenido muchas ocasiones benditas en que la puerta del cielo ha parecido estar abierta de par en par, y si no pasamos, sin embargo nos sentábamos como en el umbral de la gloria y Jesús se revelaba para nosotros y derramábamos nuestros corazones delante de Él.

 

Ha habido momentos en que hemos recibido esos besos de sus labios, de los que nos encanta hablar incluso ahora que la compañía es selecta, y ha habido muestras de amor entre nuestra alma y nuestro Salvador que nos ha hecho sentir, ya sea en el cuerpo o fuera del cuerpo, difícilmente podríamos decirlo, solo Dios lo sabe. Entonces, por todos nuestros dulces recuerdos del pasado, venid, hijos del Dios viviente, y prepárate para encontrarte con Él nuevamente.

 

Si preguntan: “¿Qué haremos para prepararnos para el encuentro con Él?” Respondo: Echen los ídolos fuera de sus corazones. Déjenlos ir a todos. No amen a nadie ni a nada más que a Él, denle todo el cuerpo, el alma y el espíritu. Humíllense ante Él y ante el sólo pensamiento de que alguna vez podrían llegar a alejarse y actuar desenfrenadamente contra su Bienamado. Hermano, vuélvete a Él con una firme confianza en Su misericordia inmutable, confiando que, aunque lo has abandonado muchas veces, Él nunca te abandonó. Cree en esa declaración de Su gracia que dice: “Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí”.

 

Mira de nuevo a la sangre preciosa de Jesús, que es el único camino de acceso al Padre, y vuelve salpicado con ella incluso ahora. ¿Por qué no deberías venir a Él de inmediato? Dios tiene maneras más deliciosas de bendecir a Su pueblo repentinamente. “Antes que lo supiera, mi alma me puso Entre los carros de Aminadab”.

 

Personalmente, sé lo que es levantarse de inmediato del lugar donde me encontraba, las profundidades de la desesperación, abandonado, con mil preocupaciones, penas y pecados; y de repente elevarme conscientemente al éter sereno de la perfecta reconciliación y comunión con Él.

 

“He aquí”, dice Jesús resucitado y glorificado, “yo estoy a la puerta y llamo”. Está a la puerta de Laodicea, la puerta de aquella iglesia que estaba tibia, ni fría ni caliente; y ahora, también está llamando a tu puerta, oh cristiano tibio. ¿Cuál es la cura para tu tibieza? La cura es de Cristo que está llamando a tu puerta y diciéndote: “si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”.

 

Esto te levantará de tu tibieza, y en lugar de que Cristo te vomite de Su boca, como debería hacerlo según Su promesas, vendrá y festejará contigo, y tú festejarás con Él. Ábrele ahora tu corazón. Hermanos y hermanas, ¿Quién de nosotros, que profesamos amarlo, puede guardar su corazón cerrado contra Él? “Entra, bendito del Señor”, clamamos a nuestro Amado, y mientras le contemplamos, y vemos que Su cabeza está mojada con rocío, y Sus cabellos con las gotas de la noche, nuestro corazón anhela ir hacia Él y con amor sincero rogarle: “¡Quédate con nosotros, oh bendito Salvador, y no permitas que nos apartemos nunca más para siempre, que nuestra comunión contigo sea perpetua!”

 

 

III. Me hubiera gustado, si hubiera tenido tiempo, pero no lo tengo, de haber aplicado este texto a cualquier profesante aquí presente que ha superado la dañina pérdida de la comunión con Dios y que ha recaído nuevamente en el pecado. Este es EL MENSAJE DEL SEÑOR A LOS REICIDENTES: “Prepárense para encontrarse con su Dios”.

 

Prepárate para volver a Sus brazos amorosos y reconciliarte nuevamente con Él. Hay algunos de ustedes, quizás, que no sólo eran miembros de esta iglesia, sino que también eran miembros de la clase que ha presidido durante mucho tiempo esa mujer piadosa a quien la recordamos con dolor con este memorial: [Sra. Bartlett ha sido “llamada a casa”] Incidente acontecido durante la semana anterior a la entrega de este sermón.

 

Ella lloró por ti cuando te apartaste. Y entre las muchas cosas que te ha hecho difícil pecar, es ésta: que sabías que estabas afligiendo su espíritu agraciado y afable. Oír su voz llamándote desde la tumba. No peques más, escúchala mientras te habla desde la excelente gloria, diciendo: “¡Mi amado hermano, vuelve a tu Señor!”

 

Ya has tenido que sufrir por tu reincidencia. Dios te ha enviado, como dice el Señor que envió a Israel idólatra, “explosión y moho”. Él también te ha retenido la lluvia en un sentido espiritual, para que estés cerca de morir de hambre. Y hay algo aún peor viniendo sobre ti. Y Dios no te dirá lo que es, así como no les dijo a los israelitas culpables todo lo que les haría—es algo tan terrible que parece vacilar en describirlo.

 

Pero Él sólo dice: “Porque yo te haré esto a ti”. No sé lo que es, ni puedes adivinarlo, pero es algo que destruirá todas tus alegrías y te postrará en el polvo del dolor. Porque Él amenaza con hacerte esto, vuélvete a Él, vuélvete a Él ahora. “Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino; Pues se inflama de pronto su ira”. Desearía poder acercarme a cada uno de los reincidentes y rogarles que recuerden que no hemos dejado de amarlos, ni de orar por ellos, ni  de esperar que todavía sean guiados a prepararse para tener un encuentro con Dios.

 

 

IV. Ahora, llegando a mi objetivo principal, en esta ocasión quiero tomar el texto y usarlo como UN MENSAJE A LOS INCONVERSOS.

 

¡Oh Espíritu de Dios, aplícalo a ellos con Tu poder omnipotente!

 

Creo que el texto se puede aplicar a los no salvos de tres maneras. Primero, como un desafío: “Prepárate para obedecer a tu Dios”. En segundo lugar, como una invitación: “Prepárate para encontrarte con tu Dios”. Y en tercer lugar, como una convocatoria; porque llegará un día, donde cada uno de nosotros seremos llamados de esta forma: “Prepárate para encontrarte con tu Dios”.

 

a) Primero, esta frase llega a los impíos como un desafío. En el momento al que se refiere el texto, Dios había estado castigando a los idólatras israelitas una y otra vez, y otra vez, y otra vez, con el fin de traerlos al arrepentimiento. Pero ninguno de sus castigos, en ningún momento, los había movido a rendirse a Él. Cuanto más Dios los golpeó, más duros se volvieron, por lo que pareció decirles: “Bien, entonces, ya que no se someten, ya que nada parece hacerles inclinar a Mis pies, ahora me pondré mi armadura de ira y saldré contra ti con espada y escudo. Y te lanzo este desafío— prepárate para encontrarte conmigo”.

 

Ahora, mis queridos oyentes, ustedes que han escuchado el Evangelio por mucho tiempo pero que, hasta ahora, lo han rechazado, les pregunto: ¿Esperan poder resistir a Dios cuando salga contra ustedes en la majestad de Su justa ira? Sabiendo que cuando apenas los ha tocado, ha hecho temblar cada hueso y nervio de sus cuerpos. Ustedes saben cuán cerca de la puerta de la muerte los ha llevado, ¿se imaginan que cuando Él salga contra ustedes con Su poder, serán un rival para Él?

 

Hay tres cosas que puedes intentar hacer y te preguntaré si estás preparado para encontrarte con Dios en referencia a ellas. La primera será justificarte por seguir siendo Su enemigo. ¿Qué estás preparando hacer cuando el Señor Dios te diga: “Yo te creé, te he mantenido, te he alimentado y cuidado; por qué hasta ahora, no me has obedecido? Cuando el Señor Jesucristo dijo: “Ame tanto a los pecadores que morí por ellos” ¿por qué no creíste en mí? Y cuando el Espíritu de Dios dice: “Yo luché con los hombres, ¿Por qué me resististe?”

 

¿Qué respuesta darás? ¿Serás capaz de precisar que estabas perfectamente justificado escogiendo los placeres de este mundo en lugar de rendir obediencia a Dios? ¿Serás capaz, con toda tu lógica, para que te parezca bien haber vivido una mala vida, haber despreciado la ley de Dios, y el derecho de haber rechazado el Evangelio de Cristo? Vamos, hombre, pone a trabajar tu ingenio y ve si puedes esperar justificarte ante el tribunal de justicia de Dios que pronto se llevará a cabo. “Prepárate, para encontrarte con tu Dios”.

 

O en segundo lugar, ¿esperas poder resistirle? ¡Vengan, valientes, empuñen sus armas y salgan a la batalla contra el Señor Dios Todopoderoso! Será más efectivo que luchen los espinos contra el fuego y no ser consumidos con sus lenguas de fuego, o que la cera luche contra el calor del horno que la hará correr como el agua, que dejar que el pecador trate de contender contra el Dios omnipotente.

 

Su más leve aliento sería suficiente para dispersar a los impíos y llevarlos como paja al viento. ¿Podrás hacer frente al Altísimo, oh tú que lo desprecias y lo olvidas? ¿Triunfó Faraón sobre JEHOVÁ en el Mar Rojo? ¿Derribó Senaquerib al Dios de Israel en aquella terrible noche en que su vasta hueste fue arrojada a un sueño profundo del cual no podía despertar? No, y tampoco tú podrás levantarte con éxito contra Dios. Pero si piensas pelear con Él, calcula el costo, entiende los medios y así prepárate para el encuentro con tu Dios.

 

Hay un tercer recurso abierto para ti y es, ¿eres capaz de soportar lo que Él puede imponerte? yo he leído acerca de un preso que insultó al juez que lo había sentenciado diciéndole que el castigo que le había otorgado era una mera bagatela. ¿Puedes decirle esto a Dios? Oh hombres inconversos, ¿serás capaz de soportar el terror de su ira en aquel día cuando salga contra ti?

 

¡Oh, no! Las mismas coyunturas de tu cuerpo se soltarán en aquel día, tu cabello se erizará con horror, ese audaz espíritu tuyo se desesperará, y toda la bravuconería con la que dijiste: "No hay Dios”, se habrá apartado de ti y te postrarás, temblarás, llorarás y gemirás en Su presencia.

 

Dices hoy: “No hay infierno”, pero no dirás eso cuando llegues allí. Tú desafías a Dios hoy, pero no lo desafiarás en el día en que se te revele, porque entonces clamarás a los montes que caigan sobre ti para esconderte de Su ira. Oh señores, el desafío del Dios vivo es este: si no te rindes a Él, prepárate para contender con Él.

 

Si no te sometes a Su misericordia, si no puedes justificarte a ti mismos por tu maldad, entonces levanta tu brazo y contiende contra Él, o endurécete como el diamante y prepárate para soportar el furor de Su ira. Pero ninguna de estas cosas puedes hacer, así que deja que ese terrible desafío te lleve a doblar tus rodillas y—

 

“Busca su gracia

Cuya ira no puedes soportar.”

 

b) En segundo lugar, usaré el texto como una invitación, y la nota cambia de inmediato; del trueno del Sinaí a la voz suave y apacible del Calvario: “Prepárate para encontrarte con tu Dios”. ¿Has oído esta noticia, hombre impío? Dios sale contra ti, armado con su terrible espada de dos filos, la misma espada de justicia infinita con que hirió a su Hijo unigénito en aquel día cuando se puso de pie como el Sustituto de los pecadores. ¿Qué puedes hacer? ¿Huirás de Él? ¿Hacia quién o hacia dónde podrás correr? los confines extremos de la tierra están en sus manos. Si vuelas a mares lejanos, Él te arrestará allí. Si te sumerges en las sombras más densas de la oscuridad, aún Su ojo te observará.

 

“Señor, ¿adónde se retirarán las almas culpables,

Olvidadas y desconocidas?

En el infierno se encuentran con Tu terrible fuego,

En el cielo con Tu glorioso trono.

 

“Si alado con rayos de luz de la mañana,

Vuelo más allá del Oeste;

Tu mano, que debe sostener mi vuelo,

Pronto traicionaría mi descanso.

 

“Si sobre mis pecados pienso trazar

Las cortinas de la noche;

Esos ojos llameantes que guardan tu ley

Convertiría las sombras en luz.

 

“Los rayos del mediodía, la hora de la medianoche,

Ambos son iguales para Ti:

¡Oh, que nunca provoque ese poder

Del cual no puedo huir!”

 

Dios viene a tu encuentro y no hay forma de que escapes de Él. Te quedarás ¿Dónde estás? Entonces Él pronto te alcanzará y cuando lo haga, entonces vendrá tu terrible final. Tu sabiduría es prestar atención al consejo del texto e ir a su encuentro. No puedes escapar si te quedas donde estás, así que ve a su encuentro.

 

"¿Cómo?" –Dices-, ve a su encuentro así, de esta manera: con humildes confesiones y peticiones en tus labios, y con una soga en tu cuello juzgándote digno de muerte, y entregándote enteramente en las manos del Señor, confesando que mereces cualquier castigo que Él quiera poner sobre ti. Pues estás, en las mismas condiciones que un súbdito rebelde se encuentra ante su Rey: confesando su culpa, orando por misericordia, suplicando por perdón y pidiendo gracia.

 

Así David conoció a su Dios. Lee el Salmo 51, observa cómo oró, y ve y haz lo mismo. Tú también debes ir con sincero arrepentimiento en tu corazón. Los pecados que has amado en el pasado deben ser aborrecidos y abandonado. Debes ir a Dios aborreciéndote a ti mismo y haciéndole una entrega total de tu alma. Entrégate así, y hazlo de una vez, ya que por haberte rebelado contra Él, Su justicia puede apoderarse de ti en cualquier momento y ejecutar sobre ti su ardiente desagrado.

 

Pero déjame decirte que tienes una dura tarea por delante si quieres prepararte de esta forma para encontrarte con tu Dios, una tarea que encontrarás imposible de realizar con tus propias fuerzas. Nuestro rebelde corazón no cederá fácilmente. Nuestro terco espíritu no se humillará fácilmente. Nuestro orgullo no nos dejará confesar nuestro pecado. El demonio mudo dentro de nosotros no nos permitirá orar; pero te diré qué hacer.

 

Ve a Dios, tal como eres, en el nombre del Mediador, o ve primero a Jesús y dile: “Señor Jesús, dame arrepentimiento, dame fe, dame odio al pecado, dame un espíritu de entrega, dame un corazón de carne, dame una mente sumisa”. Y cuando te hayas entregado así a Jesús, estarás preparado para encontrarte con Dios, porque el lugar donde Dios se encuentra con los pecadores es en la cruz de Cristo; pues es el único lugar seguro para un pecador donde podrá intentar encontrarse con su Dios.

 

Si, pues, quieres estar preparados para encontrarte con tu Dios, acude a ese Jesús que se ha encontrado con su Padre en vuestro nombre y quien, como resultado de esa terrible reunión, murió por tus pecados si verdaderamente estás confiando en Él. Acude a Cristo y Él te lavará en Su sangre preciosa y te vestirá con Su manto inmaculado de justicia. Id a Cristo y Él soplará sobre ti el perfume de sus méritos, y entonces, cuando encuentres a Dios, Él no verá simplemente en ti a un pecador, sino a un pecador salvado.

 

Él olerá el perfume fragante de las vestiduras de Su Hijo, las cuales tendrán un aroma tan dulce para Él que seréis aceptos a Él por causa de Cristo. No hay otro camino a Dios que este. Como yo deseo que toda persona inconversa presente preste atención a este mensaje y lo obedezca: “Prepárate para encontrarte con tu Dios”. Acude a encontrarlo en la forma que te he indicado y encuéntralo en este mismo instante.

 

Uno pregunta: “¿A dónde iré para encontrarme con Dios?” Bueno, encuéntralo justo donde estás. Confía en Jesús y entrégate a Dios y la gran transacción quedó hecha de inmediato. O retírate a algún rincón tranquilo y vierte tu dolor delante del Señor y pídele, por amor de Jesús, que se encuentre contigo para que puedas reconciliarte con Él a través de la muerte de Su Hijo.

 

Hace apenas una semana que nuestra buena hermana, la señora Bartlett, se durmió, y no sé expresar la cantidad de cosas que la mantiene en nuestros recuerdos, pero una en especial es de cuantas veces he oídos de sus amorosas invitaciones a muchos de ustedes, pero no han cedido a ellas, así que una vez más hablaré en su nombre, así como en nombre de mi Señor, para decirles: “Ven y encuentra al Señor. Ven y encuéntralo ahora, preparado para recibirlo por la sangre y la justicia de Jesucristo vuestro Señor”.

 

Feliz día, feliz día, sería si muchos fueran guiados por el Espíritu de gracia para encontrarse con Dios ahora. Yo recuerdo bien la época en que lo conocí por primera vez así. Pensé que era un alma perdida. Me juzgué ser una persona al borde del infierno. No tenía ningún mérito ni bondad innata que me llevara a Dios: era una masa de corrupción y pecado, pero,

 

“Vine a Jesús tal como estaba,
cansado, desgastado y triste”

 

Y en Jesús encontré a mi Dios y al encontrar a Dios, mi alma fue puesta en libertad. Y esa noche mi alma engrandeció al Señor y mi espíritu se regocijó en Dios mi Salvador. La puerta que estaba abierta para mí, también está abierta para ti, mi amigo, así que ingresa y ahora. ¡Que el Espíritu Santo misericordiosamente te permita venir!

 

c) Y por último, si no se acepta la invitación de este texto, pronto se escuchará como una convocatoria. Yo no soy un oficial de justicia para traer tal citación. No tengo autoridad para hacer eso. Me envían para darte a  conocer tu Dios y es lo que he hecho. Pero llegará un día, amigo mío, en que será el oficial autorizado el que te entregará este mensaje: “Prepárate para encontrarte con tu Dios”.

 

Estarás sentada a la mesa de trabajo, jovencita, y sentirás un dolor extraño en el costado y te preguntarás, “¿Qué es esto?” Será un mensaje que te dirá: “Vete a casa, a tu cama, porque así dice el Señor, 'de esa cama no te levantarás más hasta que seas llevada a tu ataúd’, ‘Prepárate para encontrarte con tu Dios’”.

 

Ese mensaje te llegará también a ti, mi anciano amigo, dentro de poco, casi habrás terminado el período completo de tu vida; y muy pronto, deberás retirarte a tu habitación y quedarte quieto esperando, porque también tú debes prepararte para encontrarse con tu Dios. Este llamado puede venir también a mí mientras estoy aquí, o a ti mientras estás sentado allí, puede llegar al joven o la joven más fuerte entre nosotros. Incluso mientras estamos en este servicio, el dardo de la muerte puede alcanzar a cualquiera de nosotros.

 

¡En qué frenesí se encuentran algunas personas cuando les llega ese llamado: “Prepárense para encontrarse con su Dios!” Por regla general, no tienen la audacia para ignorarlo. Unos pocos lo hacen, pero muchos dicen: “Envíen por el ministro, llama a algunos amigos que oren y preparémonos para encontrarnos con nuestro Dios”. Se dedican a ese asunto solemne generalmente de manera equivocada. Pasó su siega, se acabó su verano y no se salvarán. Aun ahora, no van por el camino correcto para ser salvos, ellos están confiando en los hombres, están confiando sólo en las oraciones, porque aún no han aprendido a mirar sólo a Jesús.

 

No conozco trabajo más triste que ser llamado, a veces en la oscuridad de la noche, para ver a un moribundo, hombre o mujer, que ha vivido una vida descuidada y sin Dios. A menudo siento que sería mejor negarme a ir, pues, cuando uno llega allí, muchas veces la persona está inconsciente y lo que sus amigos imaginan es que nosotros, siendo ministros, podemos hacer más cosas de lo que podemos decir.

 

Vamos, si mientras tienes tus sentidos, estás consciente, no podemos hacer mucho contigo. Incluso mientras estás sentado aquí, mucho de lo que decimos se desliza de tus sentidos como la lluvia del techo de tu casa. ¿Qué puedes esperar que podamos decirte cuando estás inconsciente o distraído por el dolor, con dolor de cabeza, tu mente confundida, y tu alma desconcertada por la perspectiva cercana del mundo venidero?

 

La gracia de Dios puede obrar milagros, lo sé, pero me temo que este milagro rara vez se realiza, que el hombre, que ha descuidado toda su vida en prepararse para el encuentro con su Dios, pueda encender su lámpara de repente y salir al encuentro del Rey justo cuando la voz de la trompeta está sonando por las calles, “¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!”.

 

La mayoría de las veces, hay un ruego lastimoso: “Danos de tu aceite; porque nuestras lámparas se han apagado”, pero eso no lo podemos hacer les responden las sensatas. Y mientras ellas van a comprar para sí, viene el Esposo, y cuando claman para ser admitidas a la puerta cerrada, la respuesta es: “¡Demasiado tarde! ¡Demasiado tarde! No os conozco, ahora no puedes entrar.

 

Los antiguos rabinos solían decir que todo hombre debe prepararse para morir un día antes del día de su muerte y como no sabía si moriría mañana, el plan más sabio era que se preparara hoy. Y así es. A través de esta asamblea, entonces, que corra esta verdad: que llegará un llamado a la muerte. Y ese llamado será así: “Prepárate para encontrarte con tu Dios”.

 

Pero cuando mueras, en un instante tu alma estará ante el tribunal de Dios. Allí se llevará a cabo la sentencia, lo único que yo puedo hacer ahora, es convocar a sesiones menores, antes de que seas convocado al último gran tribunal. Pero en esa sesión tu alma estará sola y Dios te ordenará que vayas a prisión, donde deberás esperar hasta que tu cuerpo se levante para ser unido a tu alma.

 

Cuando llegue el día de la resurrección, más fuerte que diez mil truenos resonará el estruendo de la trompeta del arcángel, sobresaltando el cielo y la tierra, y resonando sobre la tierra y el mar: "¡Despertad, muertos, y venid a juicio!” Entonces los cementerios se sacudirán como mares cuando son azotados con furia por la tempestad. Entonces los campos de batalla de la tierra se enriquecerán con hombres vivientes como el campo de cosecha es rico cuando sale el segador con su hoz.

 

Entonces la tierra, desde su vientre rebosante, engendrará innumerables miríadas de quienes han dormido dentro de su seno —y se levantarán, cubriendo la tierra y el mar, una multitud innumerable, como las hojas del bosque o las arenas de la orilla del mar. Luego, volverá a sonar la trompeta sobre toda la multitud reunida: “Prepárense para encontrarse con su Dios”.

 

Y vendrá Él, Jesucristo hombre, a quien no quieren que sea su Dios y Rey, y sentado en el gran Trono Blanco, con todas las naciones delante de Él, “los apartará unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos”. Y “los libros” serán abiertos y cualquiera de nuestros semejantes, incluso nosotros, que no se halle inscrito en el libro de la vida, será echado en el lago de fuego.

 

Oh señores, en el nombre del Dios vivo, les pregunto: ¿Están preparados para ese gran día? Alguno de nosotros podemos decir, con humilde audacia: “Sí, estamos preparados para ello”. Espero que muchos aquí puedan sinceramente decir, con el conde Zinzendorf,

 

“¡Jesús, tu sangre y tu justicia
son mi hermosura, mi vestido glorioso!
En medio de mundos llameantes, en estos atavíos,
Con alegría levantaré mi cabeza.


Audaz me mantendré firme en ese gran día,
porque ¿quién estará a mi cargo?
Mientras que por Tu sangre soy absuelto
De la tremenda maldición y vergüenza del pecado.”

 

Pero si no has sido absuelto por la sangre de Jesús, ¿cómo podrás estar ahí? La misma luz de Su semblante te asustaría hasta el terror más horrendo. Y si su rostro te alarma, ¿qué hará su voz cuando diga: “Apartaos, malditos”? ¿Y qué hará su mano cuando empuñe su vara de hierro y te desmenuce como vaso de alfarero? Cuidado, ustedes que se olvidan de Dios, no sea que vacilen, detengan, y posterguen, hasta que suene el último llamado de la trompeta: “Prepárate para el encuentro con tu Dios”. Que Él, mediante su misericordia ¡Te conceda que puedas estar preparado ahora, en lugar de quedarte sin preparación para ese día terrible!

 

“¡Pecadores, buscad Su Gracia,
cuya ira no podéis soportar!
¡Vuela al refugio de Su Cruz,
y encuentra allí la salvación!”

 

Póstrate a Sus pies. Inclínate ante esos queridos pies que fueron clavados en la cruz. Mira hacia arriba a las manos que todavía llevan las huellas de los clavos. Mira el rostro que una vez estuvo manchado de saliva, pero ahora brilla más allá de la luz del sol. Mira hacia arriba a esa frente que una vez estuvo coronada de espinas. Refúgiate en esa hendidura en Su costado donde la lanza hizo un camino abierto al corazón de Jesús. En una frase, descansa en Su sacrificio expiatorio, porque no hay nada más en lo que puedas descansar. Que el Señor te capacite ¡hazlo, por el amor de Jesús! Amén.

 

 

 

 

Nota:

Conde Zinzendorf: Conde del Sacro Imperio Nikolaus Ludwig von Zinzendorf und Pottendorf fue un religioso, teólogo y obispo de la Iglesia Morava, padre del también teólogo Christian Renatus von Zinzendorf.

 

 

 

 

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