SANA DOCTRINA - Ministerio de Difusión Bíblica

El día de la muerte del Creyente es mejor que su cumpleaños

 

Un sermón Predicado  en la noche del jueves 3 de marzo de 1881

Por C. H. Spúrgeon

En El Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres

 

 

 

“Mejor es la buena fama que el buen ungüento; y mejor el día de la muerte que el día del nacimiento”   Eclesiastés 7. 1

 

En esta parte del mundo, difícilmente podremos entender cuánto pensaban los orientales acerca de los perfumes. Cuando Salomón habla de “ungüento precioso”, habla de un lujo muy apreciado para quienes lo escuchaban. Los orientales se deleitaban en untarse con aceites fragantes y derramar ungüentos sobre sus cabezas llenándolas de perfume. Hoy no es nuestra costumbre; y en todo caso, no en la misma medida que representaba ser un lujo. Pues, entre los lujos del oriente, la vida consistía en la de deleitar sus narices con dulces olores. La figura es fácil de entender ya que esta costumbre se utilizaba para ostentar la excelencia de un buen nombre. Un hombre que se perfumaba y se ponía un dulce ungüento sobre su cabeza era para sentirse atractivo además de proporcionarle buen ánimo y un buen nombre. También, porque una persona perfumada era agradable a otras personas, sabía que aquellas que estaban a su alrededor eran refrescadas por la fragancia que expresaba un noble carácter a todos los que se le acercaban. En algunos casos, el uso de un ungüento sagrado, o aceite de la unción, significaba que el hombre estaba aprobado para poder presentarse agradable ante Dios. Los sacerdotes no entraban en el lugar santo a menos que hubieran sido ungidos con ciertos perfumes establecidos de olor dulce y agradable; así, el ungüento precioso se convirtió en el tipo de la unción del Espíritu de Dios y de la aceptabilidad que viene a los hombres por medio del Señor Jesucristo que es olor grato para el Señor. Así pueden comprender  como es que aquel precioso ungüento, o dulce aceite perfumado, era muy precioso para el judío; primero, según creía, por el placer que le daba la influencia saludable que ejercía sobre su persona; luego, porque lo hacía agradable a los demás; y fundamentalmente porque, en su más alto sentido sagrado, lo preparaba para presentarse ante Dios. Por todo eso, se puede observar por qué, el “ungüento precioso” era muy apreciado.

 

Pero Salomón también dice que el buen nombre, (o “buena fama” según la versión RVR), es mejor que el buen ungüento. No creo que se refiriera simplemente a una buena reputación; y, sin embargo, sería cierto si se refiriera sólo a un carácter honorable entre sus vecinos, porque es bueno para un hombre gozar de alta estima entre sus semejantes y  que nunca se le deba perder respeto excepto por una causa, a saber, por estar en mayor estima ante Dios. Los fieles seguidores de Jesús deben contentarse con separarse del buen nombre o la buena fama si, por la obediencia a Cristo, se habla mal de ellos; ¡sí, en tal caso pueden regocijarse y alegrarse sobremanera cuando digan toda clase de mal falsamente contra ellos por causa del nombre de Cristo! Sin embargo, incluso entonces, es un dolor agudo haber perdido el buen nombre entre los hombres, aunque por causa de Cristo, se deba soportar alegremente. Todo buen hombre se alegraría, si fuera posible, tener buena impresión de todos sus semejantes, porque esta es la base de la paz social que es buena y agradable en sí misma siempre que el pecado no la destruya convirtiéndola en un “ay”, motivo por el cual, con toda razón, los hombres no hablen bien de él. No obstante, creo que el texto tiene un significado más profundo que este; para un hombre que tiene un buen nombre y merece ser tenido en alta estima, aunque pueda tener mala fama por causa de Cristo, su nombre es bueno, digan lo que digan los hombres al respecto. Porque, de hecho, su buen nombre es tanto mejor ante Dios, por haber sido calumniado y vituperado por causa de Su verdad. Su nombre resplandecerá como las estrellas del cielo cuando Cristo venga, sí, el nombre del hombre de quien el mundo no era digno. Después de todo, es un asunto menor ser juzgado por el juicio del hombre; porque nuestro buen nombre está en el registro de lo alto. Estando allí, puede entenderse lo que es un buen nombre y, seguramente, eso es mejor que el más raro lujo de los reyes.

 

Considérenlo espiritualmente, y queridos hermanos y hermanas, ¿qué es un buen nombre? Un buen nombre es un nombre ¡qué está escrito en el Libro de la Vida del Cordero; y eso, es mejor que el más dulce de todos los ungüentos! ¡Ay, que yo pudiera encontrar mi nombre grabado en algún rincón de la página entre los pecadores salvados por la gracia! ¡Pensar en eso tiene un sabor que no puede rivalizar con ningún manjar terrenal! Oh, qué bendición es estar entre los elegidos de Dios, los redimidos de Cristo Jesús y amados del Padre desde antes de la fundación del ¡mundo. ¡"Un buen nombre" debe ser un nombre escrito en el pectoral del Gran Sumo Sacerdote! Si hubieras podido remontar el tiempo hasta el sumo sacerdote de la antigüedad, habrías leído en su pectoral: "Rubén", "Simeón", "Leví", "Judá", "Dan", "Gad", "Neftalí" y otros, y todos eran buenos nombres una vez que fueron grabados allí. ¡Pero qué bendito lugar para tener tu nombre inscrito, no sobre una prenda como el pectoral, que cuelga del pecho de un hombre, sino del mismo corazón de Jesucristo tu Señor! Si pudieras ver tu nombre escrito en las palmas de Sus manos, dirías: “Es un buen nombre el que está escrito allí. Bendecido Sea el Señor que alguna vez tuvo ese nombre, por insignificante que sea, aunque haya sido ridiculizado; aunque haya sido discutido y pateado como una pelota de fútbol por todo el mundo, y sin embargo sea un nombre bendito porque está escrito en las palmas de las manos de Jesús”. Así es si somos el pueblo del Señor y estamos transitando el camino de la fe. Jesús dice: “Te he grabado en las palmas de mis manos”. ¡Eso es un buen nombre que está registrado en el Libro de la Vida del Cordero y grabado en el pectoral del Salvador! ¿No lo crees?

 

Conectado con esto, puedo decir que un nombre que está escrito entre los que viven en Sión es un buen nombre. ¡Ay, no hay nada como eso! Algunos hombres están muy ansiosos por poner sus nombres en la lista de algún club, o de alguna maravillosa sociedad secreta, o para incluir sus nombres en la nobleza. Se piensa que es una cosa maravillosa ser un noble, aunque es mucho mejor ser un hombre noble. Pero la mejor lista de nombres en la tierra me parece que es la lista del pueblo de Dios. ¡Debería considerarse un mayor honor estar inscrito en el libro de una iglesia que esté conformada por verdaderos creyentes bautizados aunque sea una humilde congregación que se reúne en un granero, antes que llevar un nombre impuesto por un Conquistador y escrito en el rollo de Battle Abbey(1)! El pedigrí de la santidad confiere honor como el que reconocen los ángeles; todo lo demás es parece poco. ¿Es usted uno de los creyentes de Dios? ¿Has tomado tu cruz, resuelto a seguir a Jesús? ¿Tú, como siervo y como soldado, llevas Su nombre como el de tu Maestro y Capitán? Entonces tienes un buen nombre y hay dulzura al respecto mejor que el perfume de ungüento precioso.

 

Si, queridos hermanos y hermanas, después de haber inscrito vuestros nombres en la Iglesia de Dios, persiste hasta obtener un nombre amado entre el Pueblo de Dios a través de la gracia divina, esto será mejor que ungüento precioso. ¡Será mejor que todos los costosos lujos que la riqueza podría comprar para tener un nombre estimado por la piedad humilde o el coraje sagrado! Qué dulce, por ejemplo, es ser como aquella mujer que trajo a nuestro Señor su ungüento precioso. Él le pagó con un buen nombre, inmortalizándola en los evangelios, porque dijo: “Dondequiera que se predique este evangelio, se contará también lo que esta mujer ha hecho, para memoria de ella”. ¡Una mujer humilde como Dorcas puede hacer vestidos para los pobres y esto será mejor que ungüento precioso! Una simple comerciante como Lydia puede complacer a los siervos de Dios, disponiendo su casa para servirles; siendo mejor que ungüento precioso. Y así, un hombre humilde puede que viva para adornar el evangelio de Dios su Salvador y hablar de tal manera que lleve a unos y otros a los pies del Salvador; ¡esto será mejor que un resplandor de honor cortesano! “Un buen nombre”, es un nombre para la humildad, un nombre para el amor y el afecto, un nombre para la generosidad, un nombre para el celo, un nombre para la bondad, un nombre para la oración, un nombre entre el pueblo de Dios por ser un hombre sincero y de todo corazón, un nombre por ser uno que está listo para ayudarte en tiempo de angustia, ¡un nombre como el de Bernabé, “hijo de consolación”!

 

Un buen nombre de este tipo debería ser nuestra ambición de ganar y vestir. Un buen nombre que surgirá de exhibir un compuesto de muchas virtudes preciosas será mejor que un ungüento hecho de las especias más raras, por agradable que sea. Puedes estar en la iglesia y, sin embargo, puede que no tengas buen nombre como miembro de la misma. Me refiero a tu propio carácter personal como cristiano, hay algunos creyentes que están en el pote de ungüento, pero me gustaría poder sacarlos, ¡porque son como moscas que lo estropean todo! Hay tales como estos en esta iglesia, ¡oh, como desearía que se hubieran ido a otra parte! Si tan solo hubieran volado a un tarro de miel del mundo, o algo por el estilo. Para ellos entrar en el ungüento de la iglesia es una gran pena, quiera Dios que tú y yo nunca seamos moscas muertas en el pote del ungüento. Algunos obtienen un nombre en la iglesia para contiendas y críticas. "Oh", dice la gente, "si alguien puede estropear un sermón, sé quién es”. Solo necesita tener media docena de palabras de este crítico de manzana silvestre; y seguramente muy rápido perderás el disfrute que has tenido durante el servicio. ¡Ay! Qué pena que muchas cristianas tampoco tienen buen nombre dado que son adictas a los chismes. Espero que estas palabras sobre este asunto sean suficientes para los buenos entendidos. En este momento no profundizaré en ninguna otras faltas, sean las que sean, pero las abarcaré por completo con esta verdad: “Una buena reputación, bien ganada entre sus hermanos cristianos es mejor que ungüento precioso”.

 

Para tener un buen nombre; debes estar inscrito entre los vivos en Sión, escrito en el corazón de Cristo, escrito en el Libro de la Vida del Cordero, o de lo contrario este texto no es una verdad acerca de ti y, ¡ay!, aunque el día de tu nacimiento fue un mal día, el día de tu muerte será mil veces peor. Porque cuando mueras, mi Oyente, ¡recuerda lo que te sucederá a menos que tengas ese buen nombre! Serás expulsado de la de la presencia de Dios y de la gloria de Su poder, ¡y comenzarás a sentir los terrores de Su venganza! Y entonces, cuando llegue el Día del Juicio, Dios demostrará que es poderoso para destruir el cuerpo y el alma en el infierno, porque allí tendrás que morar en castigo eterno, preparado para el diablo y sus ángeles, porque el día de tu muerte será un día de tinieblas y no de luz, y te será mejor que nunca hubieras nacido. Pero ahora, si eres del pueblo de Dios y confías en Él, ¡anhela el día de tu muerte como mejor que el día de tu nacimiento! Es posible que nunca mueras, ya que el Señor Jesús puede venir de repente por segunda vez. Pero si esto no ocurriera en nuestros días, lo haremos a su debido tiempo, y habiendo cumplido con nuestro servicio, dormiremos en el Señor. A esta hora, antes de que se agote toda la arena del vaso en el reloj del tiempo, ¡el Señor, quien es largamente esperado, puede aparecer de repente en Su gloria! Por tanto, estemos preparados, como hombres que esperan por su Señor, con nuestros lomos ceñidos y nuestras lámparas encendidas. Pero si Él no viene durante los próximos cien años—y puede que no, porque nuestro Señor no nos ha delegado el conocimiento de los tiempos y las sazones— entonces moriremos. Y en ese caso no es poco consuelo tener la convicción de que “el día de la muerte es mejor que el día del nacimiento”.

 

 

I. Primero, NUESTRA MUERTE ES MEJOR QUE NUESTRO CUMPLEAÑOS; y esto es así, entre otras razones, porque: “Mejor es el fin de una cosa que su principio”. Cuando nacemos comenzamos la vida, pero ¿qué será esa vida? Los amigos dicen: "Bienvenido, pequeño extraño". Ah, ¿pero qué tipo de recepción obtendrá el forastero cuando ya no sea un recién llegado? Es muy probable que no esté mucho tiempo en el mundo antes de que comience a sentir la pobreza de sus padres y, quizás, la miseria de un hogar impío. Una tropa de enfermedades infantiles acechan a su alrededor y la pequeña vela que acaba de encenderse corre el gran peligro de ser ¡soplada! La infancia es una travesía muy peligrosa para un pequeño bote que no está preparado para soportar fuertes embates. Aquellos, los primeros años, están llenos de rocas y arenas movedizas; y muchos, apenas comenzarán la vida antes de terminarla. Pero, el recién nacido que ha sido ordenado para soportar una larga vida es como un guerrero que se debe poner vestidura para la batalla, ¿no estaría en mejor posición el día que se la quita porque ha ganado la victoria? Pregúntale a cualquier soldado, qué le gusta más: ¿el primer disparo en la batalla o el sonido del clarín que anuncia: “¡Dejen de disparar, porque hemos ganado la victoria!”? ¡El soldado no lo dudaría un segundo! ¡Pues, no hay lugar para la duda! El día de la muerte de un creyente, es su tiempo de triunfo y de victoria, es mejor que el día del primer disparo, ¡mejor que el día de su nacimiento! Cuando nacimos emprendimos nuestro viaje, pero cuando morimos, terminamos nuestra fatigosa marcha cuya meta está arriba, en la casa del Padre. Seguramente es mejor haber llegado al final de la fatigosa peregrinación que haberla comenzado. Agitamos el pañuelo y despedimos a los que emprenderán el largo viaje, y es justo que estén tan alegres como sea posible. Pero, seguramente, será un día mejor cuando, por fin, también lleguen a su puerto deseado y todo peligro haya pasado. Entonces, si somos en verdad el pueblo del Señor, es mejor morir que comenzar a vivir. Mejor es el día de la muerte que nuestro cumpleaños, porque sobre sobre cada cumpleaños cuelga la incertidumbre.

 

No puedo decirte, buena mujer, qué será del niño que se estrecha contra tu pecho esta noche. ¡Dios lo bendiga y lo haga un consuelo para usted y un honor para Su iglesia! Pero todavía todo es cuestión de esperanza. Dicen: “Los hijos son ciertas preocupaciones y bendiciones inciertas”. Casi no me gusta la frase. Ellos son bendiciones de todos modos, pero ciertamente hay incertidumbre en ellos: no podemos decir qué será de ellos cuando crezcan y caigan bajo la influencia del mal. Miras a un joven, y a medida que crece sientes, “No puedo ver lo que será. Puede ser descarriado por la tentación, o puede limpiar su camino por la gracia divina. Puede ser útil y honorable, o puede ser disoluto y degradado”. Todo no está seguro sobre el niño en su cumpleaños, pero todo es seguro sobre el santo en el día de su muerte. Escuché, esta mañana, de un querido amigo que se había quedado dormido en el Señor. Cuando le escribí a su esposa le dije: “Respecto a él hablamos con certeza. No os entristezcáis como los que están sin esperanza. Una larga vida de caminar con Dios probó que era del pueblo de Dios y sabemos que a los tales les queda el gozo, sin tentación, sin dolor, sin fin, por los siglos de los siglos”. ¡Oh, entonces, cuanta más certeza es mejor que la incertidumbre, pues el día de la muerte del santo es mejor que el día de su nacimiento!

 

Así también, en las cosas que son ciertas, el día de la muerte del santo es preferible que al comienzo de la vida, porque sabed que cuando el niño nace, nace para el dolor. Cualquier otra cosa es incierta en él; pues estamos seguro que esos ojitos llorarán, que esos pequeños miembros conocerán el cansancio y el dolor, y que su corazoncito será defraudado, tarde o temprano, por las penas. Sabemos esto, porque “el hombre ha nacido para la angustia de la misma manera que las chispas vuelan hacia arriba”. Ningún hombre ha sido capaz de encontrar un camino perfectamente liso a través de esta vida mortal. Las pruebas deben ocurrir y ocurrirán y su pequeño que nace hoy nace con una herencia de dolor, como su padre, como su madre, que lo antecedió con sus propios dolores. Pero mira, ahora, el santo cuando muere. Es absolutamente cierto que lo hace con pena, con dolor. Pero sabemos que no morirá más, “no tendrá más hambre, ni más sed; tampoco el sol dará su luz sobre él, ni calor alguno; y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos”. Ahora, que estamos seguros que el dolor ha terminado para el santo, también estamos seguros de que el dolor estuvo en su camino. Por eso ponemos en la lápida de su sepulcro el día que registra su muerte sobre sobre el día que registra su nacimiento: “Descansa en paz”. Es prudente y gozosamente sabio marcar cada año desde su nacimiento. Debe ser un día santo en el caso de cada cristiano, un día de acción de gracias agradecida por haber llegado tan lejos en el camino de la vida. Es una bendición sentarse en el mojón de cada cumpleaños y decir, “Bueno, ahora, he recorrido 20 millas o 30, 40, 50, 60, 70 millas de mi viaje por esta vida. Nunca más pasaré esas millas otra vez. ¡Tantos problemas he pasado, tantas olas se han levantado que nunca más se levantarán ya por segunda vez! He soportado tantas sacudidas de un lado a otro y ya nunca más las sentiré”. Todo hombre debería decir al final de una enfermedad: “Gracias a Dios que se ha ido. No sufriré una repetición de esa misma enfermedad. No volveré a sentir esos dolores. No volveré a gemir a través de los mismos, durante largas y cansadas noches. Por cada punzada que te atraviese los huesos, debes decir: "Ese hueso no volverá a sufrir ese dolor de nuevo. ¡Alégrate de que has llegado tan lejos en tu viaje!

 

En ningún caso, volverás a sufrir ese dolor de nuevo. ¡Alégrate de que has llegado tan lejos! Pero aún queda todavía otra parte del viaje: largas leguas de peregrinaje pueden estar más allá. Aún quedan batallas por librar, montañas por escalar, noches oscuras en las que suspirarás por la luz. Todavía hay tentación; todavía pecado. Sí, pero cuando lleguemos al día de la muerte, ¡todo el viaje quedará atrás! ¡Y entonces esto será todo! Al llegar la muerte no queda nada más que hacer sino morir; ¡todo lo demás está hecho! ¡La batalla se ha librado y la victoria ganada para siempre! Oh, ¿no es esto mejor, incluso, que el mejor cumpleaños que hemos tenido, aunque hayan sido buenos, y motivo de acción de gracias por cada uno, como ciertamente lo han sido? Creo, entonces, que necesito no insistir más en este punto. “El día de la muerte es mejor que el día del nacimiento”.

 

 

II. Ahora daré los mismos pensamientos en otra forma. El día de la muerte es MEJOR PARA EL CREYENTE QUE TODOS SUS DÍAS FELICES. ¿Cuáles fueron sus días felices? Lo asumiré como cualquier hombre y seleccionaré algunos días que a menudo se consideran felices. Está el día de la mayoría de edad de un joven cuando siente que es un hombre, especialmente si tiene una propiedad a la que ingresar. Ese es un día de gran fiesta. Has visto imágenes de “La mayoría de edad en los tiempos antiguos”, cuando la alegría del joven criado parecía extenderse sobre todos los labriegos y todos los trabajadores de la granja, ¡todos se regocijaban! Ah, todo eso estaba muy bien, pero cuando los creyentes mueren, en un sentido mucho más elevado, alcanzan la mayoría de edad y entran en su reino celestial. De igual modo, lo sabes, aquí en esta vida somos como niños que no han alcanzado la madurez, por lo cual estamos bajo regentes y tutores; siendo muy poco lo que nos diferencia de los siervos. Todavía tenemos que ser disciplinados, mantenidos bajo gobierno y limitados; sin embargo, todo es nuestro. Tenemos muchas cosas buenas reservadas porque todavía no somos capaces de apreciar todas ellas. “Ahora lo sabemos en parte”. Es sólo en una pequeña medida que tomamos posesión, disfrutando sólo las arras de la herencia. Sí, pero un día-

 

“Entonces veré, oiré y conoceré

¡Todo lo que deseaba y desee aquí abajo!

Y encontraré dulce tarea en cada poder

En ese mundo eterno de alegría.”

 

¡Entonces arrancaré las uvas de esas vides que he leído que enriquecen los valles de Escol! ¡Entonces me acostaré y beberé abundantes tragos de agua de vida que brotan de la fuente del río de Dios! ¡Entonces sabré como fui conocido porque ya no veré más oscuramente como a través de un espejo, sino cara a cara!

 

¡Habla de herederos, de herederos que entran en sus propiedades! ¡Pues, nuestro día de muerte será un día como ese! ¡Qué día de jubileo será! Si realmente estuviéramos en nuestros sentidos, la idea de temer a la muerte sería ridícula. Ningún joven tiene miedo de llegar a los veintiún años. ¡No! Él dice: “Días y noches vuelen lejos, vuelen. Me alegraré salir de mi niñez, de mi infancia y de llegar a mi plena madurez, y en posesión de todo”. Entonces, dirá también: “¡Vuelen, años! ¡Venid, canas! Aléjense años, y no me priven de poseer cosas que ojo no vio, ni oído oyó, y que Dios ha preparado para los que le aman”. Otro día muy feliz de un hombre es el día de su matrimonio, ¿Quién no se alegra, entonces? ¿Qué corazón frío hay que no lata de alegría en ese día? Pero en el día de la muerte entraremos más plenamente en el gozo de nuestro Señor y en esa bendita unión matrimonial que se establecerá entre Él y nosotros. Luego entraremos en la cámara de invitados donde se ha de servir la cena y esperaremos un poco con gozo en compañía del Esposo hasta que suene Su palabra dando comienzo al sonido de la trompeta. Y será el maravilloso momento cuando nos sentaremos a la cena de las bodas del Cordero, no para mirar a Sus invitados, sino para ser nosotros mismos parte integral de esa novia bendita, la novia del Cordero. Esposa, en quien Cristo encuentra todo el contenido de Su corazón.

 

Oh, sí, podemos anhelar nuestra partida porque es para el santo, un día de bodas en el que será “con Cristo”, que es mucho mejor y, como la novia anhela las bodas, así el corazón que está lleno de fe anhelando el tiempo en que ¡estaremos para siempre con el Señor! Hay días con hombres de negocios que son días felices porque son días de ganancia. Consiguen algún golpe de suerte repentino. Prosperan en los negocios, o, tal vez, son largos meses de prosperidad en lo que todo les va bien y Dios les está dando los deseos de su corazón. Pero, ¡oh, amados, no hay ganancia como la ganancia de nuestra partida hacia el Padre! La mayor de todas las ganancias es la que conoceremos cuando pasemos del mundo de angustia a la tierra de triunfo. “Morir es ganancia”. En cuanto a la prosperidad, ¿qué prosperidad mundana se puede comparar con la de años eternos en los que moraremos arriba en felicidad infinita? Morir es entrar en días de paz, descanso, alegría, satisfacción y, por tanto, ¡el día de nuestra muerte es mejor que nuestros días más felices! Hay días de honor, hermanos, cuando un hombre es ascendido en su cargo, o recibe aplausos de sus semejantes. Pero ¡Qué día de honor será ese día para ti y para mí si los ángeles nos llevan al seno de Abraham! Nuestro escolta honorable manifestará cuán alto piensa el Señor de nosotros. Oh, los honores que acumularán los santos cuando sean reconocidos en gloria como hermanos y hermanas de Cristo, herederos de Dios, juntamente ¡herederos con el Redentor!

 

Los días de salud también son días felices. Pero ¿qué salud puede igualar la perfecta integridad de un espíritu en quien el Buen Médico ha desplegado Su máxima habilidad? Los días de recuperación de una enfermedad son felices, pero, oh, para estar totalmente recuperado, para ir a donde el habitante ya no diga: “Estoy enfermo”, son incomparables. Cuando Jehová Rohi(2) restaurará todo nuestro espíritu a la perfección, entonces una nueva alegría tomará posesión de nosotros. En estos tiempos disfrutamos de días muy felices, de amistad social, cuando los corazones se calientan con la sagrada comunión, cuando uno puede sentarse un rato con un amigo o descansar en medio de la familia. Sí, ¡pero el día del verdadero disfrute social coincidirá con el día de la muerte! Algunos de nosotros esperamos encontrarnos con multitudes de benditos que se han ido a casa hace mucho tiempo y a quienes nunca olvidamos. Tenemos amigos invaluables allá y la dicha de la reunión será dulce. ¡Algunos de ustedes, ancianos, tienen más amigos en el cielo que en la tierra! ¡Puedes olvidarte de todo el dolor de los que dejaréis, con la alegría de saber que te encontrareis con los que os uniréis de nuevo! ¡Qué saludos familiares habrá! La madre que se ha ido; el padre se ha ido; tíos y tías que estaban en el Señor y hermanos y hermanas, también, ¡todos los que se han ido antes, y nos están esperando para estar en plena comunión con ellos! Pero lo mejor de todo, ha ido delante de quien nuestros corazones aman y quien es para nosotros más que hermano, hermana y madre. ¡Oh, la dicha de encontrarnos con nuestro Señor resucitado! Oh, la alegría de encontrarnos ¡Él en todos los que son verdaderamente nuestros propios parientes! Los santos se reunirán alrededor del trono de Dios, una familia ininterrumpida, ¡ninguno de los hijos de Dios estará ausente! No tendremos hermanos o hermanas que no estén allí. Pero, “Oh”, dice alguien, “me temo que todavía tenemos a quienes aún no se han convertido y no estarán allí”. Entonces no serán tus hermanos y hermanas. Los lazos de parentesco meramente natural llegarán a su fin, sólo la relación espiritual durará y sobrevivirá. ¡No tendremos por qué llorar! Nuestros parientes serán todos los que están en la gloria. Aquellos que estaban verdaderamente relacionados con nosotros en los lazos de la vida eterna estarán todos allí. Uno desea que llegue pronto, por el gozo de estar para siempre con el pueblo de Dios, sentándose con ¡Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos!

 

 

III. En tercer lugar, avanzando un paso más, el día de la muerte del creyente es MEJOR QUE SUS DÍAS SANTOS EN LA TIERRA. Creo que el mejor día santo que he pasado, (y creo que debo ponerlo bien alto), fue el día de mi conversión. Había una transformación y una frescura en ese primer día que lo hizo como el día en que un hombre ve la luz por primera vez después de haber estado mucho tiempo ciego. El día de mi conversión ¿podré olvidarlo alguna vez? Imposible, fue ¡Cuando mi corazón comenzó a latir con vida espiritual y los pulmones de mi alma comenzaron a jadear con la oración! ¡Y las manos de mi alma se extendieron para asir a mi Señor y los ojos de mi alma contemplaron su hermosura! Fue realmente una visión muy bendecida; pero, ¿qué será verlo cara a cara? ¿Estar frente a Él? ¿Cómo serán esos primeros cinco minutos en el cielo?

 

Seguramente esos momentos del glorioso amanecer serán recordados para siempre y hablados de ellos por los seres sagrados a medida que prosperan. ¡Convengan unos con otros acerca de sus delicias! ¡Ay, qué sería si un visitante celestial nos contara su experiencia de los primeros cinco minutos en el cielo! No, creo que sería mejor que no, porque podríamos estar asustados ante él y hablaría un idioma que no podríamos entender. ¡Diría cosas que no son lícitas pronunciar a un hombre! Hermano de la tierra de gloria, puedes volver, pues sería mejor que no hicieras que escuchemos tu historia de un país mejor. Lo pensaremos y empezaremos a esperarlo. Sin duda será mejor ver al Señor cruzando la muerte que cuando lo vimos por primera vez aquí abajo. Desde entonces hemos conocido muchos días benditos, nuestros sábados, por ejemplo. Nunca podría renunciar al Día del Señor. Precioso y querido para mi alma son esos dulces descansos de amor, días que Dios ha apartado para hacernos Suyos para que pueda ser nuestro. Un joven me dijo ayer, cuando vino a unirse a la iglesia: “A menudo deseo que toda la semana se componga de domingos”. Pensé: “Sí, y yo también”, sólo que no siempre podría estar predicando. Me gustaría bajar y dar un turno a la audiencia, aunque siempre, para mí, es precioso hablar de Dios. ¡Oh, nuestros benditos sábados! Bueno, sobre el día de nuestra muerte sucede que es como entrar en un sábado eterno.

 

“Donde las congregaciones nunca se separan,

y los sábados no tienen fin”.

 

Y los sábados de gloria serán sábados reales, nunca perturbados o distraídos. Serán benditos los días de reposo, excluidos de los pecadores y de esa conversación sucia que a menudo nos aflige incluso en el día de reposo. “Queda un descanso para el pueblo de Dios”.

 

“A eso aspiran nuestras almas laboriosas

Con punzadas ardientes de fuerte deseo.”

 

Nuestros días de comunión han sido días muy santos. Ha sido muy dulce sentarme a la Mesa del Señor y tener comunión con Jesús al partir el pan y al beber el vino. Pero mucho más dulce será tener comunión con Él en el paraíso de las alturas, ¡y eso es lo que haremos en el día de nuestra muerte! yo podría mencionar todos nuestros días santos, uno tras otro, pero cualquiera que elija como el de mayor alegría en la tierra, debo decir que el mejor sería el de la muerte. “Sí, porque el día de la muerte de uno, es como el preludio a un estado más alto y más santo, será mejor que cualquiera de los otros días”. Esos días han sido buenos, no los estoy menospreciando, sino bendiciendo al Señor por cada uno de ellos. Cuando decimos que una segunda cosa es, “mejor”, se supone que lo primero tiene algo de bueno. Sí, y nuestros días santos en la tierra han sido buenos como: ¡apropiados ensayos de jubileo más allá del río!

 

Cuando tú y yo entremos en el cielo, no será pasar de lo malo a lo bueno, ¡sino que será pasar de lo bueno a lo mejor! Él cambio será notable, pero no será un cambio como imaginan los incrédulos. Primero, no habrá cambio de naturaleza; la misma naturaleza que Dios nos dio cuando fuimos regenerados— la naturaleza espiritual—es aquella que disfrutará del estado celestial. No llevaremos con nosotros a nuestras depravadas naturaleza, ni queremos hacerlo, estoy seguro. En el libro “El progreso del Peregrino” de Bunyan, había un señor llamado “Listo para parar”, quien en su viaje llevaba muletas, ¡Pero cuando murió las tiró! No necesitaba llevar sus muletas a la tierra de la perfección, y nosotros no llevaremos enfermedades pecaminosas al paraíso, ni, de hecho, ¡cualquier enfermedad en absoluto! En cuanto al Señor llamado “Débil mental”, personaje del mismo libro, dio órdenes de que su débil mente fuera enterrada en un basurero, ¡no quería importar un corazón tembloroso a los cielos! Pero todo lo bueno de nosotros, todo lo que somos realmente nosotros mismos como hemos sido engendrados de nuevo en Cristo Jesús, todo irá al cielo sin pérdida de ninguna porción. Allí seré el mismo hombre que soy aquí, y no tengo la menor duda de que me conocerán. En cualquier caso, serán más tontos en el cielo que aquí, si no lo hacen. También escuché a alguien responder: ¿"Seguro que te conoceremos en el estado desencarnado? Porque aquí solo te reconocemos por tu aspecto exterior”. Respondo, muchos de ustedes me conocen de otra manera además de mi aspecto exterior, también me conocen por mi espíritu. Si pudiera salir de mi cuerpo y yo no pudiera usar mi voz, aun así podría influenciar sus espíritus por mi espíritu, ¡ustedes conocerían mi espíritu! Saben de qué espíritu soy. No intentaré describirme a mí mismo, pero me conocen. ¡Yo sé que tú! Ni nadie es exactamente como yo; en algunos rasgos del carácter cada uno tiene su personalidad. Nadie es exactamente como tú, querido amigo, de modo que habrá puntos peculiares por los cuales se puede distinguir a cada hombre en particular. Así que, ciertamente nos conoceremos. Sí, y seremos las mismas personas; y cuando nuestros cuerpos resuciten, serán los mismos cuerpos. “Cada semilla tiene su propio cuerpo”; cambiado y perfeccionado, ¡pero aun preservando su identidad!

 

En la tierra hemos tenido buenos días porque hemos tenido una buena naturaleza que nos ha dado el Espíritu Santo— y poseeremos la misma naturaleza arriba, solo que más desarrollada y depurada de todo lo que la obstaculiza. Seguiremos con las mismas tareas anteriores que hemos tenido aquí. “Oh, querido”, dice uno, “espero no trabajar duro allí, como lo he tenido que hacer aquí”. No, tal vez no, pero me refiero a las tareas de nuestros espíritus que quizás serán similar a las que han sido mientras hemos estado en el mundo. ¿Qué tareas están haciendo aquí nuestros espíritus? Bueno, una de las más dulces de ellas es cantar alabanzas al Señor. Pasaremos la eternidad adorando al Altísimo. ¡Acercarse a Dios en comunión, es una de nuestras tareas más benditas! La haremos allí y nos saciaremos. Eso no es todo, porque también vamos a servir a Dios en la gloria. No sé qué querrá Dios que hagamos en el cielo; Nunca he estado allí para ver. Pero estoy seguro de que Él hará uso de nosotros. ¿No dice Él: "Verán su rostro y a sus siervos le servirán”? Oh, sí, Él tiene algo para mí que hacer allá arriba y para ti también. Amado, si eres de espíritu activo, encontraréis un intenso deleite en continuar haciendo las mismas cosas en cuanto a la que hacéis aquí, es decir, adorar y magnificar y, tal vez difundir el nombre salvador de Jesús en cualquier lugar. Ciertamente poseeremos los mismos goces de nuestros más ricos goces, como cuando los santos que se encuentran en comunión con Cristo y unos con otros; ¡Los tendremos arriba! y ¡Viviremos en Cristo! ¡Nos regocijaremos en Dios, allí, como lo hacemos aquí! Y hay una cosa en la que me gusta pensar: tendremos la misma misión. Estaba visitando a una pobre anciana que estaba al borde de la muerte y me dijo: “Una cosa me hace sentir muy segura acerca de a dónde voy. Creo que iré a mi propia tarea durante los últimos 60 años donde nunca he tenido otra compañía que no sea el pueblo del Señor. Y si un extraño ha entrado aquí y comenzado a hablar de cosas mundanas de una manera carnal, he deseado que se fuera. Me dije a mi misma, ‘El Señor no me apartará de mi propio pueblo. Seguramente me dejará ir a donde ellos vayan y si voy donde vaya esa gente que amo, sé que seré feliz’”.

 

Entonces, creyente moribundo, no cambiarás de tarea, sólo que la tarea mejorará y tú serás mejorado ¡tanto como cualquiera de ellos! Será la misma tarea y esto hace que se veas que es tanto como ir a casa. El día de nuestra muerte no tiene nada tan extraño y misterioso como para hacernos temerla. Tú y yo debemos vivir como personas que, cuando oyen un golpe en la puerta, no se ponen nerviosos ante el sonido alarmante. Algunas personas se alarman terriblemente cuando tocan a la puerta y suena porque no han pagado el alquiler y temen que alguien los persiga por dinero. Tú y yo hemos pagado nuestras deudas, o más bien han sido pagas por todos nosotros. El Señor Jesucristo nos ha hecho libres, y cuando llega la muerte y llama a nuestra puerta, todo lo que tendremos que hacer será responder a la llamada e ir en seguida con el mensajero de Dios. Nuestros amigos dirán: “Se ha ido”. ¡Y si hemos vivido de tal manera que hemos tenido un buen nombre, que es mejor que ungüento precioso! Sabrán adónde hemos ido y se lamentarán de esa opinión insensata, porque más bien debieron decir: ¡“Gracias a Dios que nuestro amigo ha entrado en su gozo y descanso!” Había una madre querida, una mujer de gran fe, que amaba a su hija mucho, pero amaba más a su Señor. Y cuando su querida hija se estaba muriendo, la besó y le dijo a ella: “Mi querida niña, dentro de unas horas estarás en el cielo y te felicito. El pensamiento de tu alegría me llena de alegría por ti y no puedo llorar. Te felicito y ojala me fuera contigo”. Pensemos en la muerte de esa manera santa.

 

 

IV. No tengo más tiempo para terminar mi sermón. Al menos, tendré para cerrarlo pero no para continuarlo con el tiempo que quisiera. Iba a decir, en cuarto lugar, que el día de la muerte de un santo es MEJOR QUE EL DE TODOS SUS DÍAS VIVIDOS porque aquí su mejor día es el de morir. El momento en que empezamos a vivir es justamente el momento en que empezamos a morir;

 

 “Cada pulso que late lo vamos contando como uno menos hasta que deja latir”.

 

¡El propósito de la muerte es morir! ¡En el día de la muerte del creyente, se termina para siempre con la muerte! los santos que están con Dios no volverán a morir. La vida es lucha, y más lucha; pero la muerte es el final de la lucha, es descanso victorioso. ¡Bendito sea Dios! La vida está llena de pecado, pero la muerte es el fin de eso, no hay más transgresión ni iniquidad que nos siga hasta el cielo. La vida es añorar, suspirar, llorar, desear. El cielo es gozar, poseer, y deleitarse en Dios. Esta vida es fracaso, desilusión, arrepentimiento. Tales emociones eran todo lo que teníamos hasta cuando llegó el día de la muerte, ¡pues la gloria nos amanecerá con su encanto y su intenso contentamiento! ¡El día de nuestra muerte será el día de nuestra curación! ¡Hay algunas enfermedades que, con toda probabilidad, algunos de nosotros nunca nos podremos deshacer del todo hasta que llega el último Médico y resolverá el asunto con un suave toque de Su mano y seremos curados para siempre! Todas las dolencias, se desvanecerán en nuestras últimas horas. Hermana ciega, tendrás tus ojos. Hermanos, aquellos que han perdido el oír, oirán el canto de los ángeles y gozaran de las más refinadas de sus armonías. Ustedes que renguean, en sus tumbas bailarán. No tendrán más enfermedades. La muerte también será la cura de la vejez. Ningún médico puede ayudarte con eso, pero este médico acabará con todo. Renovarás tu juventud como la del águila. ¡Usted deberá ceñirse de poder cuando su cuerpo se levante de la tumba; y entonces, su alma gozará de toda la frescura y vitalidad de su juventud! ¡En la gloria estará en su mejor momento! El día de nuestra muerte será la pérdida de todas las pérdidas. La vida se compone de pérdidas, pero la muerte pierde todas las pérdidas. La vida es caída de cruces, pero la muerte es la cruz que pone fin a todas las cruces. La muerte es el último enemigo y resulta ser la muerte de todos los enemigos.

 

¡Queridos amigos, sumen todos sus días: y no serán iguales a ese último día que será para ustedes el principio de días de otro tipo! ¡El día de nuestra muerte es el comienzo de nuestros mejores días! Algunas veces, incluso esa parte del día que se genera en la tierra, es el mejor momento que el creyente moribundo jamás haya vivido. Yo he visto morir a creyentes, y si algo puede convencer a un hombre de la realidad de la religión, de la verdad de la Escrituras y del poder del Espíritu, ¡es la muerte de los santos! He visto a muchas personas que parecían estar muriendo tanto de su gozo como de su enfermedad, pero ¡eran tan felices! Sus ojos, su rostro, todo su porte eran la de personas en las que el mayor dolor se olvidaba en un exceso de alegría, mientras que la debilidad era absorbida por las delicias del cielo que amanecía sobre ellos. Yo creo en esos ángeles que vienen y se encuentran sólo con aquellos que parten, que vienen en tropel, y que sólo los agonizantes ven lo que es sobrenatural. ¡No estoy soñando! Creo que en realidad ven lo que ojos no han visto y que viene sobre ellos una luz que no es ni del sol ni de la luna. ¡De todos modos, hablan palabras de maravillosa importancia! Hay niños moribundos que han pronunciado palabras que ciertamente ¡nunca aprendieron, porque nunca habían oído antes algo así! Y otros que partieron pronunciando palabras de arrobamiento y éxtasis casi en delirio de bienaventuranza, porque Cristo ha venido a ellos y han visto al Rey en Su hermosura incluso en la tierra fronteriza antes de haber cruzado el río y entrado en ¡Canaán!

 

"¿Es esto lo que es morir?" preguntó uno. ¡“Bien, entonces”, dijo, “vale la pena vivir incluso para disfrutar la dicha de morir!” La santa calma de unos y el arrobamiento de otros prueban que ¡mejor es el día de muerte en su caso que el día del nacimiento, o todos sus días en la tierra! Y luego esa última parte del día que se emplea entre los ángeles. Desayunan con Cristo en la tierra, y cenan con Él en el cielo. ¡Oh, esa tarde del día! Pensar que será el día sin fin, por siempre feliz, por siempre triunfante y por siempre más y más. Porque, “de gloria en gloria” nos hace buscar el progreso incluso ¡allí! Pasaremos de ver a Cristo a verlo aún más y a descubrir más y más bellezas. ¡En Él! Ascenderemos de una perfección a la perfecta perfección, desde la plenitud de nuestra capacidad a una capacidad ampliada y plena. De gloria en gloria, de la luz del sol a la luz de Dios. ¡Allá no podré ir más lejos! Buenas noches, “hasta el amanecer y las sombras huyan”; ¡entonces, tú y yo sabremos, en diez minutos, más que todos los obispos juntos podrían decirnos en un año! ¡Sabrás más en medio segundo de lo que yo podría decirte aquí durante toda la noche!

 

¡Sólo fíjense, no pierdan el camino, ni uno de ustedes! ¡Cuidado con no perder el camino! Giren a la derecha, junto a la cruz, y sigan el camino recto. ¡Dios los guíe por Su Espíritu Santo! Amén.

 

 

 

NOTA:

(1) Abadía de batallas: (La abadía de Battle), consagrada como la de San Martín I, es una antigua abadía en las cercanías del poblado de Battle en Inglaterra. De gran importancia durante alrededor de cuatro siglos, había sido construida a instancias de Guillermo I de Inglaterra, con una dotación financiera considerable, sobre el campo de la batalla de Hastings (1066). Su altar se ubicó en el lugar exacto del fallecimiento del último rey anglosajón de Inglaterra, Haroldo II. Perteneció a la Orden Benedictina y fue dedicada a san Martín de Tours.

(2) Jehová Rohi: “Jehová es mi pastor”.

 

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