SANA DOCTRINA - Ministerio de Difusión Bíblica

Propósito

 

El verdadero evangelio tiene la cualidad de revelarse explícitamente, es claro y terminante; de modo que cuando es expuesto, debe entenderse que siendo la Palabra de Dios dice lo que quiere decir. Su mensaje es directo y apunta a la mente y al corazón a fin de que sea conocido y aceptado. Pues, Conocer el verdadero evangelio y aceptar su mensaje tal cual es revelado, es lo que permite tener la certeza de haber sido alcanzado por la misericordia y haber hallado gracia para la única y segura salvación.

 

Consecuente con esta verdad, es que el MINISTERIO DE DIFUSIÓN BÍBLICA “LA SANA DOCTRINA” se ha propuesto proclamarlo con total fidelidad sin adulterarlo ni arreglarlo al gusto de quién lo quiera recibir. En él, se destacan dos aspectos fundamentales, ambos son inseparables y no puede ser el uno sin el otro; de manera que, quien pretenda desconocer uno de los dos, no predica el verdadero evangelio.

 

El primero y fundamental es proclamar su naturaleza. Es un mensaje divino de “buenas noticias”; y éstas son que Cristo Jesús es Dios encarnado, que vino al mundo a salvar a todos los pecadores que creen en Él y que ese hecho fue por amor, por pura gracia, y no por obras que el hombre pueda aportar. Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2. 8, 9). De manera que, consecuentes con este mensaje, desarrollaremos en este sitio distintos temas sobre la pura Doctrina del Padre, a fin de demostrar, en forma irrefutable, como toda la Escritura da testimonio de la naturaleza de este evangelio, desde el Génesis al Apocalipsis.

 

El segundo aspecto, es declarar su poder. El evangelio es el único medio por el cual Dios obra para convertir las almas. Dijo el Señor Jesucristo en su oración intercesora al Padre, rogando por los que habrían de creer: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17. 17); y dice David: “La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma” (Salmo 19. 7); afirmando el Apóstol: “el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1. 6); diciendo también: “irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Romanos 11. 29).

 

No obstante estas aseveraciones, Satanás tratará de engañar a los hombres, incluso a los creyentes, para hacerlos caer y llevarlos por caminos de perdición. Pero, el que verdaderamente está “en Cristo”, jamás caerá de la gracia. Y esto se puede afirmar sin ninguna duda, porque Su Palabra también nos garantiza que, aunque el poder de Satanás es tremendamente grande y despliega todas sus fuerzas, nunca podrá contra la omnipotencia de Dios que es más que suficiente para proteger a “sus escogidos” según el propósito irrevocable de su beneplácito. Por eso dice Su Palabra: “Pero nosotros debemos dar siempre gracia a gracias a Dios respecto de vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tesalonicenses 2. 13, 14).

 

Estimado lector, en el nombre del Señor le ruego que preste atención y medite los pasajes de este encabezamiento; si pone su mente y corazón en ellos, el Espíritu le revelará el espantoso peligro que le acecha.

En ambos, el Señor Jesucristo es quien asegura que, entre los no creyentes y los verdaderos creyentes, abran engañadores y engañados.

Si meditamos sobre el primer texto que habla de los engañadores, veremos cómo los discípulos, azorados por una predicción que hizo el Señor, le hacen dos preguntas concretas, la primera es: cuándo será el fin de este tiempo o lo que es lo mismo, cuándo será su venida; y la otra, cuál será la señal que precederá a ese portentoso acontecimiento. Él no contesta la primera pregunta porque a ningún hombre le es dado a conocer el anticipado decreto que pertenece a la soberana y privada voluntad de Dios. Aunque en otra oportunidad les dirá que “de aquel día y de la hora nadie sabe, ni aun los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre” (Marcos 13. 32). En cambio, les responde directamente la segunda pregunta con estas palabras: “Mirad que nadie os engañe”. Les dice: estén alerta, porque la señal de mi venida será cuando muchos engañadores, charlatanes y falsos profetas vengan en “mi nombre” diciendo: “Yo soy el Cristo”; Y lo lamentable, es que el engaño no será grosero, sino que lo harán con tanta habilidad y sutileza que “a muchos engañarán” arrastrándolos, sin piedad, hacia una perdición eterna. Estas no son meras palabras, no son predicciones de un futurista, no es la creencia de una determinada religión, son Palabras del Señor Jesucristo, el mismo que dijo: “Vendré otra vez y tomaré a mismo para que donde yo estoy vosotros también estéis”.

 

Con sólo prestar atención a lo que está sucediendo a nuestro alrededor, veremos que los acontecimientos actuales confirman que estamos viviendo los últimos tiempos. Y conforme a lo predicho, es evidente que Satanás está redoblando sus esfuerzos y usando todos sus recursos para seducir “con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos” (2 Tesalonicenses 2. 10). ¿Dónde está su estrategia? Precisamente, en levantar falsos maestros y engañadores. Este método, tan de moda en los últimos tiempos, está produciendo más daño a la Iglesia que todo lo que han hecho y están haciendo sus perseguidores a lo largo de todos los tiempos. Cuando Satanás no logra su objetivo como león rugiente, trata de hacerlo “como ángel de luz” (2 Corintios 11. 14).

 

Respecto a los engañados; el segundo texto declara que muchos partirán de este mundo, convencidos de que son salvos, pues “dirán en aquel día”: ¡Señor! ¡Señor! En tu nombre hemos predicado el evangelio, hemos hecho campañas de evangelización, hemos servido en la iglesia, nos hemos asegurado una religión, leíamos la Biblia, cantábamos coros de alabanzas; más aún, teníamos dones y los ejercíamos, curábamos enfermos, echábamos demonios y hacíamos milagros. A lo que el Señor les responderá: nada de eso les garantiza entrar en el reino de los cielos, “sino el que hace la voluntad de mi Padre”.

 

CONCLUSIÓN

No todo lo que se proclama como la Palabra de Dios y se presenta bajo un manto de piadosa religiosidad, proviene del Señor. Muchos son los teólogos, religiosos y eruditos que despliegan su arsenal de “conocimientos” con el sólo propósito de justificar lo que ellos llaman “sus interpretaciones”. Pues bien, todos deben saber que hay una sola verdad y una sola interpretación, tanto una como la otra la da el mismo Espíritu. Por lo cual, no es excusa ignorar que, todos los hombres sin excepción, en todo tiempo y lugar somos llamados a ser salvos, en obediencia, mediante el arrepentimiento y la fe para hacer “la voluntad del Padre” conforme está escrito.

Todo el que predique otra doctrina, no es nada más que un mercader de la fe, y todo aquel que no haya escudriñado la escritura para encontrar allí la verdadera Doctrina del Padre, y se haya dejado cautivar por cualquier dogma con un evangelio pervertido, debe saber que también tiene su responsabilidad. Así que un día (tanto el engañador como el engañado), tendrán que rendir cuenta de sus actos ante el supremo juez; el único Dios verdadero.

 

Cualquier duda e inquietud que tengas respecto a esta exhortación, dirígete por correo electrónico a mdb@sanadoctrina.org

 

 

“Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento” (Efesios 1. 17-18).  Amén.