SANA DOCTRINA - Ministerio de Difusión Bíblica
botonestemas EL CAMINO DE LA SALVACIÓN LA IGLESIA DEL SEÑOR JESUCRISTO EL DIEZMO ¿QUÉ DICE LA BIBLIA?  

El verdadero evangelio

Una bendita revelación de Dios

 

Jesús les respondió y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta. El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en él injusticia” (Juan 7. 16-18)

 

ÍNDICE

 

 

1. INTRODUCCIÓN

Es necesario adoptar una posición

 

2. SIGNIFICADO DE ALGUNAS PALABRAS BÍBLICAS QUE SERÁN CITADAS

 

3. EL VERDADERO EVANGELIO

 

4. ACERCA DEL HOMBRE Y SU CONDICIÓN FRENTE A DIOS

Comenzando desde el principio

El hombre corona de la creación

Los atributos del hombre bajo prueba de obediencia

La condición del hombre después del pecado

De qué manera la descendencia de Adán hereda su naturaleza

La condición perdida de toda la humanidad

 

5. ACERCA DE DIOS Y SU PROPÓSITO PARA CON EL HOMBRE

Dios es soberano y obra conforme a su atributo

Dios en su soberanía se propuso salvar a todos los hombres

La respuesta del hombre

Respecto a la total depravación del hombre

 

 

6. ACERCA DEL EVANGELIO

¿Cuál es el verdadero evangelio?

¿Qué dice el verdadero evangelio?

¿Cómo se manifiesta el verdadero evangelio?

Tres razones por las cuales el verdadero evangelio MANDA

¿Cómo obra el verdadero evangelio?

¿Puede el hombre juzgar lo que Dios ha decidido soberanamente?

¿Cómo debe predicarse el verdadero evangelio?

¿Cómo debe enseñarse a recibir el verdadero evangelio?

¿Cuáles son los efectos que deben manifestarse en la persona que ha recibido el verdadero evangelio para su salvación?

 

 

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1. INTRODUCCIÓN:

Siendo que el pecado y la redención son los temas más importantes que expone la Biblia desde el Génesis al Apocalipsis, es propósito de este tratado desarrollar un estudio sobre EL VERDADERO EVANGELIO con el sólo ánimo de aportar luz;  pues, es innegable que al respecto hay mucha confusión. Y el motivo es que muy pocas veces, debido a distintos intereses, no ha querido ser profundizado por la mayoría de las iglesias.

No obstante, este asunto es lo primero que todo hombre debe conocer y tener en claro; ya que ésta es la única manera de tener la absoluta certeza de poder discernir si ha recibido el genuino evangelio. Poseer tal conocimiento es lo que nos permite estar seguro acerca nuestra salvación. Una salvación que no depende de méritos personales ni del esfuerzo que hagamos para tal fin, sino de la soberana voluntad de Dios.

La Biblia dice: Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1. 12).

 

Durante muchos años viví apartado del Señor y fueron muchas las amargas experiencias que recogí en el mundo. En mi adolescencia, tuve la oportunidad de  conocer los rudimentos de una doctrina que era nueva para mí: el evangelio. Por medio de él me enseñaron acerca del Señor Jesús y toda su obra a mi favor; lo acepté como mi salvador personal, concurrí a la iglesia, me bauticé, leí las Escrituras y tuve participación activa a través del ejercicio de dones. Todo eso hasta los días de mi juventud; pero nadie me habló acerca del tema que habré de exponer. Luego me aparté. Atraído por el deseo de mayores conocimientos, empecé a incursionar en la lectura de distintas corrientes del pensamiento que tratan acerca del hombre, su naturaleza  y su condición respecto del mundo; todas distintas y sin respuestas concretas que pudieran saciar mis inquietudes espirituales. Fue así como llegué a comprobar en mi propia experiencia, la veracidad de aquellas palabras  que dijo el Señor: Me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua” (Jeremías 2. 13).

Cuando volví, no eludí mi responsabilidad delante de su Persona, sino que reconocí mi pecado y me arrepentí. No obstante, hoy pienso que mi fracaso espiritual se debió, en gran parte, a no haber estado firmemente arraigado en aspectos fundamentales de su doctrina. Nótese que dije fundamentales y no rudimentarios; pues, como dijo el Apóstol: “… todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal. Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección”  (Hebreos 5.15-6.1).

Dejar los rudimentos implica conocer y arraigarse en los aspectos fundamentales de la doctrina. Creo que los hermanos responsables del pastoreo, al menos en la iglesia a la cual concurrí, no supieron contenerme con fundamentos precisos del verdadero evangelio; y cuando volví al Señor, no fue por propia convicción, sino por medio de circunstancias que Él, soberanamente, preparó de antemano para recibirme a misericordia.

Entonces todo volvió a empezar, busqué nuevamente una iglesia a la cual asistir; y, aunque era otra asamblea y veinte años después, adolecía del mismo problema que la anterior. Es decir que, como la mayoría de las iglesias –sin distinción de credos o denominaciones– no estaba lo suficientemente capacitada para recibir y contener a las almas que necesitan ser asistidas; y esto es, precisamente, porque desconocen los fundamentos esenciales de la doctrina.

 

Si los ancianos o pastores se nutrieran espiritualmente en los graneros celestiales a través de la Palabra y la oración; si recurrieran cotidianamente al Príncipe de los pastores para recibir, por medio de una íntima comunión, el sano alimento que han de llevar a su rebaño, y si tuvieran el don de pastorear, seguramente podrían ejercer un ministerio más efectivo.

Cuando digo el don de pastorear, no me refiero solamente al compromiso de servir en el más amplio sentido de la palabra, sino también a saber discernir las Escrituras; ya que este atributo es indispensable para un pastoreo eficiente. Esa excelencia en el discernimiento es lo que lo habilita para alimentar a la grey; y esto consiste, nada menos, en saber seleccionar y administrar el sano alimento.

Hermanos; en primer lugar, los que anhelan este don deben tener la absoluta certeza de que el Espíritu se los ha concedido. En segundo lugar, deben saber que poseerlo significa una gran responsabilidad, porque alimentar la grey no es darle solamente lo que les gusta, sino lo que necesitan; y muchas veces, el sano alimento no es el que gusta. Por eso el apóstol le dice a Timoteo: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren” (1 Timoteo 4.16).

 

Con esta breve introducción de lo que ha sido mi propia experiencia -y seguramente, la de muchas otras personas- deseo engrandecer el nombre de nuestro Señor por su paciencia y misericordia.

 

Es necesario adoptar una posición

Antes de introducirnos en el tema, debo decir que el evangelio que habré de exponer me ha traído muchos problemas a causa de su incomprensión, aun de parte de otros hermanos. No obstante, me ha fortalecido saber que, por la gracia de Dios, lo recibí directamente del Espíritu por medio de su Palabra; y Él mismo, fue quién me condujo hacia verdaderos siervos que también formó para que, además de la Biblia (única fuente de inspiración), pueda nutrirme de sus testimonios a fin de seguir la senda que ellos han transitado fielmente a través del tiempo, siguiendo las pisadas del Maestro. Estos son: Agustín, Lutero, Calvino, Bunyan, Whitefield, Matthew Henry, Spúrgeon, Moody entre muchos otros. Ellos predicaron “el verdadero evangelio”; ese en el que muchos, aún hoy, no pueden confiar plenamente porque desconocen su tremendo propósito y poder.

 

El verdadero evangelio -y no hay otro- es el “viejo”, el que anunciaron los profetas, el que predicó el Señor Jesús y sobre el cual echó sus cimientos la iglesia apostólica. Es el que hoy una gran cantidad de hermanos lo predican a medias porque no lo conocen con profundidad. Algunos no lo aceptan de la manera en que nos ha sido dado, y tratan de “arreglarlo” con argumentos humanos a fin de que sea más “aceptable”; y otros, aun conociéndolo, no se animan a predicarlo porque temen el rechazo, no sólo del pecador, sino de los mismos hermanos de su propia congregación, olvidándose que... “La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4.12). Por lo cual, nuestra posición debe ser, ineludiblemente, la del Apóstol cuando dijo: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).

 

El tiempo es corto y debemos redimirlo; a esta altura, cuando los hechos a nuestro alrededor nos indican que estamos frente a los últimos acontecimientos, todavía no podemos ponernos de acuerdo en aspectos fundamentales de la doctrina; por ejemplo, cuál es el verdadero evangelio, cómo se lo debe predicar y cómo enseñar a recibirlo. Sé de muchos que “prudentemente” desean que este tema no sea tratado, fuera ni dentro de la iglesia, pero por esta causa son muchas las almas que se pierden. Estos hermanos argumentan, erróneamente, que a lo largo de la historia de la iglesia y aún hoy, grandes teólogos no han podido ponerse de acuerdo con respecto a ciertos temas de la doctrina. Sin embargo, con todo el respeto que esos hermanos merecen, debo decirles que mi confianza ha sido depositada en el Señor Jesús quien, conforme a su promesa, me asegura la guía necesaria para llegar a toda verdad por medio del Espíritu. Él dijo:

“Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad” (Juan 16. 12-13).

Y aunque estas palabras fueron dichas a sus discípulos, también nos incluyó cuando nos encomendó al Padre y dijo: “...no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos” (Juan 17.20).

 

Personalmente creo que, en la doctrina del Padre no existen temas prohibidos o que no puedan ser tratados; esa postura es de la iglesia “católico romana”. Por el contrario, debemos pensar que hay que terminar con ciertos “tabúes escriturales” porque: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3. 16-17). En consecuencia, debemos predicar toda la Escritura y de la manera que nos ha sido dada. Si no tenemos luz suficiente, en vez de cuestionar ciertas doctrinas, clamemos al Señor para que, en su misericordia, nos permita acceder a los misterios de su gracia; cosa que no a todos es concedida.

 

Antes de considerar cuál es “el verdadero evangelio” -y según mi criterio, cómo se lo debe anunciar-, daré definiciones de algunas palabras que están en la Biblia y permanecen allí por voluntad divina. Y aunque es posible que algunos no comprendan el real significado de lo que ellas quieren expresar, lo que no se debe hacer, es ignorarlas y, mucho menos, cuestionarlas.

Hermanos, ruego no emitir juicio apresuradamente; sino que obren prudentemente, de la misma manera que lo hicieron los hermanos de Berea cuando recibieron este evangelio por boca del Apóstol Pablo, “éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hechos 17. 11).

Así que, predispongamos nuestro corazón y entreguémonos a la sana meditación de su Palabra, no con ánimo de polemizar, sino con espíritu de humildad, recordando lo que éramos: pobres e indignos pecadores que un día fuimos movidos al arrepentimiento y salvos por pura gracia; y que, aun estando imposibilitados en gran medida –por nuestras propias limitaciones- de conocer con profundidad los misterios de su gracia, igualmente nos ha sido concedido el privilegio de poder disfrutarlos.

Si este sentimiento abunda en nuestros corazones, tenemos más que sobrados motivos para enaltecer su Santo Nombre. 

“¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” (Romanos 11.33-36).

 

  indice

 

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2. SIGNIFICADO DE ALGUNAS PALABRAS BÍBLICAS QUE SERÁN CITADAS EN ESTE ESTUDIO:

 (Todas las definiciones han sido resumidas con el solo propósito de no perder el rumbo del pensamiento. Pero, para alcanzar un conocimiento más amplio de lo que significa cada palabra, sugiero recurrir a las fuentes mencionadas. Lo destacado en negrita es sólo con el propósito  de llamar la atención sobre determinados aspectos de su significado).

 

*Pecado: Pecado es aquel poder misterioso primordial que se opone por naturaleza a Dios y a su buena voluntad para con el hombre, así como también todo el conjunto de manifestaciones y consecuencias trágicas del mismo.

Los principales aspectos destacados de acuerdo con los diferentes vocablos de los idiomas bíblicos son los siguientes:

1. La realidad objetiva del pecado sin miras o con miras a sus efectos, motivaciones, etc. Inclusive se toma en cuenta la posibilidad de pecar sin saberlo «por yerro»(Levíticos 4. 2); (Números 15. 27).

2. La rebelión como acto consciente de la voluntad. La manifestación más extrema de esta voluntad rebelde es el pecado cometido «con soberbia» (RV; el hebreo dice «con mano alzada») (Números 15. 30).

3. Culpabilidad (Iniquidad; Maldad)

4. Errar, salir del camino. Aparece con frecuencia como verbo: «errar», «desviarse», «andar perdido» o «ciego» y «divagar».

5. El concepto que en el Nuevo Testamento se traduce «deuda» u «ofensa»

El pecado consiste en cualquier infracción de las normas que salvaguardan la vida normal, o sea, la comunión entre Dios y el hombre o entre los hombres. Y como es Dios el que ha establecido las normas que se infringen, cada pecado es, al final de cuentas, rebelión contra Él. Esta actitud no sólo es la característica más distintiva del concepto bíblico del pecado, sino también la medida de su funesta naturaleza. Es evidente que cada acto pecaminoso de la voluntad es fruto de la condición del alma pervertida de la humanidad(Proverbios 4. 23); (Proverbios 23. 7); (Marcos 7. 20); (Romanos 8. 15-25).

 Esta condición se conoce como depravación.

 

*Depravación: Es la incapacidad de evitar el pecado y hacer el bien sin la ayuda de Dios. (Proverbios 6. 12-14); (Isaías 1. 4).

(Fuente: Diccionario Ilustrado de la Biblia).

 

*Muerte: Fenómeno universal que marca la terminación de la vida, generalmente muy lamentado. En el orden de la naturaleza, lo experimentan tanto las plantas como los animales. No obstante, los primeros seres humanos, Adán y Eva, no fueron creados para morir, sino con una capacidad que no tenían las plantas ni los animales: debían escoger entre la inmortalidad y la muerte. Todo dependía de su obediencia a Dios (Génesis 2. 17) Tanto Adán como Eva desobedecieron al comer del fruto prohibido y murieron (Génesis 3 .6).

La muerte humana, sin embargo, fue distinta de la de los animales, en que Adán no dejó del todo de existir. Su muerte tenía dimensiones físicas, morales y espirituales, y por causa de su desobediencia la misma clase de muerte pasó a todos sus descendientes y a todo el género humano (Romanos 5. 12). La muerte humana no implica dejar de existir; más bien consiste básicamente en una separación. La muerte física es la separación entre lo físico y lo inmaterial, o sea, entre el cuerpo y el alma. La muerte espiritual es la separación del ser humano de su Dios.

La muerte física fue resultado del pecado original, pero Adán no perdió la vida el día que comió del fruto prohibido, sino que vivió 930 años (Génesis 5. 5). Su muerte consistió en dejar de ser inmortal: comenzó a envejecer desde aquel momento y la muerte le fue inevitable. Se supone que si no hubiera desobedecido a Dios, hubiera sido inmortal, tanto física como espiritualmente. Con todo, la muerte física es poca cosa comparada con la muerte espiritual, o sea, la separación del hombre de su Dios y la consecuente incapacidad moral. Adán representó al género humano en la prueba de obediencia en Edén, y como resultado de su pecado original, todos los hombres vivimos desde entonces en un estado de muerte espiritual(Colosenses 2. 13). El evangelio anuncia la manera de pasar de muerte a vida (Juan 5. 24) y cómo obtener la vida eterna  La fe salvadora en Cristo vence a la muerte espiritual y quita el temor de la muerte.

 

*Evangelio: (trascripción del sustantivo griego euangelion, buenas nuevas) Gozosa proclamación de la actividad redentora de Dios en Cristo Jesús para salvar al hombre de la esclavitud del pecado. En el Nuevo Testamento (griego) no sólo se expresa en forma de sustantivo, sino también en forma verbal euanggelizo (proclamar o anunciar el evangelio) Las buenas nuevas anuncian al pueblo la presencia de Dios (Isaías 40. 9) para juicio y restauración. Son tanto para judíos como para gentiles (Isaías 40. 5; 45. 23–25; 49 .6; 51. 4) Los mensajeros del evangelio son personas (Isaías 52. 7); (61. 1) y Dios actúa en la proclamación (Isaías 55. 11).

La iglesia primitiva hizo de la predicación del evangelio a toda persona su deber principal (Hechos 5. 42; 8. 12; 11. 20; 14. 7); (1 Corintios 1. 17); (Gálatas 1. 16).

En el Nuevo Testamento Cristo Jesús es el evangelio mismo, y su obra hace real la salvación, la justificación y la paz para el mundo (Hechos 10. 36); (Romanos 1. 16); (Efesios 2. 17); (1 Pedro 1. 23).

El contenido del evangelio permanece inalterable y absoluto, pero se sella con la muerte propiciatoria de Cristo (1 Corintios 15. 1–4). Es el mensaje de reconciliación con Dios y nosotros somos colaboradores en su proclamación (2 Corintios 5. 20)

En el juicio final, los hombres se juzgarán según su respuesta al evangelio (2 Tesalonicenses 1. 8); (1 Pedro 4. 17).

(Fuente: Diccionario Ilustrado de la Biblia).

 

*Gracia: Aunque en la Biblia la gracia es fundamentalmente un atributo de Dios (1 Pedro 5. 10), la mención más usual es la «gracia de Dios»(Hechos 14. 26; 20. 24); (2 Corintios 8. 1); (Col 1. 6); (2 Tesalonicenses 1. 12); (Tito 2. 11), en algunos pasajes también es virtud humana y en otros ofrenda. Como atributo inseparable de Dios, la gracia no existe independientemente, como si fuese una entidad por sí sola. Debe eliminarse toda imagen que se la figure como una especie de sustancia, pues es la actitud de Dios hacia el hombre.

Es la generosidad o la magnanimidad de Dios hacia nosotros, seres rebeldes y pecadores.

En el Antiguo Testamento es la traducción de una palabra que también se entiende como «favor» (Oseas 14. 4), pero, aun sin emplear el término, el concepto impregna toda la Biblia, y entrelaza ambos Testamentos en completa unidad más que ninguna otra idea (Deuteronomio 7. 7; 8. 14–18; 9. 4–6); (Salmo 103. 4, 10).

En el Nuevo Testamento la gracia está centrada en la persona de Jesucristo(Juan 1. 14-17) Ver también (Romanos 5. 15); (1 Corintios 1. 4); (2 Corintios 8. 9); (Efesios 4. 7); (1 Timoteo 1. 14); (Hebreos 2. 9); (1 Pedro 1. 13).

Él es la gracia de Dios, manifestada por acción de la voluntad divina, y las Escrituras afirman resueltamente que el hombre no puede hacer nada para merecerla (Romanos 3. 27; 11. 6); (Gálatas 2. 21; 3. 11); (Efesios 2. 4–10), sin que esto, por supuesto, signifique abolición de la Ley.

 Estos mismos pasajes también insisten en la importancia de las buenas obras (Efesios 2. 4–10);( Tito 2. 11–14; 3. 4–8) Estas no son causa sino consecuencia de la gracia de Dios, a pesar de lo ilógico que resulte esta doctrina para el orgullo del hombre natural.

La gracia posibilita la fe, que es la respuesta agradecida a la iniciativa de Dios. La fe es la aceptación de la gracia de Dios, pero a esta no la provoca aquella, pues es don de Dios para salvación (Hechos 15. 11); (Romanos 4. 13–16); (Efesios 1. 7; 2. 8); (1 Pedro 1. 10). Toda la idea neo testamentaria de la redención y salvación gira en torno a la gracia de Dios manifestada en la vida, obra, muerte y resurrección de Cristo. Es la base de nuestra justificación(Romanos 3. 24); (Tito 3. 7), la verdadera buena nueva y la esencia misma del evangelio (Hechos 20. 24) Por esa gracia, Dios nos reconcilia consigo mismo en la cruz (2 Corintios 5. 14–21).

La vida cristiana en su totalidad está contenida en la gracia de Dios. La santificación, crecimiento y maduración del creyente no se efectúa como una etapa posterior e independiente de la recepción de la gracia, sino dentro de ella (Hechos 13. 43); (2 Timoteo 2. 1); (2 Pedro 3. 18). La vida cristiana está orientada por la gracia (2 Corintios 5.14–21), así como ha sido emancipada por ella de la sujeción penosa de la Ley (Romanos 6. 14). Proviene del amor sin límites del Padre celestial.

Ser objeto de la gracia es un privilegio, y por consiguiente una responsabilidad. No podemos apoderarnos de la gracia como si fuera nuestro derecho, pero es posible oponer resistencia y perder así los beneficios que nos ofrece(2 Corintios 6. 1); (Gálatas 5. 4); (Hebreos 10. 29; 12. 15); (Judas 4).

Tenemos la obligación de administrar la gracia (Efesios 3. 2; 1 Pedro 4. 10).

(Fuente: Diccionario Ilustrado de la Biblia).

 

*Salvación: La idea básica del término «salvación» es rescatar y preservar de un peligro inminente; implica dar salud y seguridad. En su sentido más profundo, sin embargo, es un término cuyo significado está limitado cada vez más a la expresión del milagro divino de la emancipación espiritual del hombre del dominio y culpa del pecado y la muerte, y al goce de una vida eterna de comunión renovada con Dios. En las Sagradas Escrituras el tema se desarrolla desde el concepto puramente físico, hasta el plano moral y espiritual. Dios tiene en sus manos todos los medios para la salvación del hombre, y es Señor de todos los instrumentos salvadores. El Nuevo Testamento toma el amplio concepto del Antiguo Testamento y lo liga a la persona de Jesucristo, el Salvador que trae salvación a todos los hombres (1 Timoteo 1. 15; 2. 4).

Jesús es la respuesta definitiva a las esperanzas de salvación del Antiguo Testamento, como se ilustra en la profecía de Simeón en (Lucas 2. 29–32), y en la explicación del significado del nombre de Jesús (Mateo 1. 21).

Jesús enfoca la salvación desde la perspectiva del deber del hombre (Mateo 10. 22; Marcos 8. 35; Lucas 7. 50) y el significado del ministerio del hijo del hombre. Proclamó que su tarea era servir y dar su vida para la salvación de muchos (Mateo 18. 11; 20. 28); (Marcos 10. 45); (Lucas 4. 18).

El concepto de la salvación en el Evangelio de Juan tiene aspectos aún más significativos. Aquí se pone énfasis en el nuevo nacimiento como obligación esencial para entrar al Reino (Juan 3. 5), pero a la vez la vida no es posible sin poner la confianza definitivamente en Cristo (Juan 3. 14, 16). El hombre que no cree «ya ha sido condenado»(Juan 3. 18). La salvación se presenta en un plano cristológico y Jesucristo es el agente de la misma. Para ser salvo es necesario volverse a Él, por la fe, en esperanza y confesión.

Pablo da al tema su máximo desarrollo en sus cartas, haciendo destacar que la salvación es gratuita y no la puede merecer ningún hombre por sus buenas obras ni por el cumplimiento de la Ley (Gálatas 2. 21; 3. 11), sino que estos más bien son la manifestación externa de una salvación interna (Efesios 2. 10). Todo es de gracia (Efesios 2. 5).

La conversión que produce la salvación en el individuo la opera el Espíritu Santo de Dios (Romanos 8. 1); y es un cambio de vida tan radical como de la noche al día (2 Timoteo 1. 10); (1 Pedro 2. 9).

El hombre pecador puede valerse de la salvación únicamente identificándose por la fe con Cristo, él es “El Cordero de Dios”, quien expió la culpa del mundo y quien por su muerte y resurrección se califica como único salvador y mediador del Nuevo Pacto entre Dios y la humanidad (1 Timoteo 2. 5).

(Fuente: Diccionario Ilustrado de la Biblia).

 

*Arrepentimiento: Juan el Bautista continúa la demanda de arrepentimiento (Mateo 3. 8,10) y asimismo Jesús (Marcos 1.15); (Lucas 13.1), pero con mayor énfasis en la limpieza interior y la totalidad de la demanda divina (Lucas 14. 33); (Mateo 18. 3); (Lucas 5. 32). En un sentido nuevo Jesús hace posible el arrepentimiento, porque este se completa con la fe, con el discipulado cristiano.

En la predicación de la iglesia apostólica el arrepentimiento es básico (Hechos 3. 19); (2 Corintios 7. 9); (Hebreos 6. 1); (Apocalipsis 2. 21); se relaciona con el bautismo (Hechos 2. 38), la fe (Hechos 20. 21) y el perdón (Lucas 24. 47). Este regreso a Dios (1 Pedro 2. 25) se basa en la obra de Cristo(Hechos 17. 30); es a la vez una responsabilidad humana (Hechos 8. 22) y un don de Dios (Romanos 2. 4); (2 Timoteo 2. 25) mediante el Espíritu (Hechos 10. 45).

En el Nuevo Testamento arrepentimiento, por lo general, es traducción de la voz griega meta Œnoia, que significa «cambio de actitud o de propósito en la vida» y no sólo «penitencia» como solía traducirse en las versiones católico romanas antiguas.

(Fuente: Diccionario Ilustrado de la Biblia).

 

*Fe: Aprobación que se da a alguna verdad, o confianza que una persona deposita en otra. Fe salvífica, por ejemplo, es la total confianza del hombre en Cristo. En la teología bíblica no hay palabra más importante. Es tema predilecto de los autores del Nuevo Testamento, especialmente Pablo y Juan, pero encuentra sus antecedentes también en el Antiguo Testamento. Las tres palabras (fe, fiel y creer) se hallan en el Antiguo Testamento aproximadamente setenta y cinco veces, y en el Nuevo Testamento más de seiscientas veces.

En los Evangelios sinópticos la fe se dirige generalmente hacia la persona de Jesucristo, allí presente en la carne, y particularmente se refiere a la fe para salud (Mateo 9. 22). Al pasar la Iglesia a la edad pos apostólica, cada vez más la fe significa el cuerpo oficial de doctrina (Judas 3, 20). Entre estos extremos hallamos la enseñanza apostólica que puede apreciarse en los siguientes temas:

1. La fe se basa en el significado de un hecho histórico (Hechos 17. 3).

2. Es más que el acto de creer. (Los demonios también creen y tiemblan, según (Santiago 2. 19). Es la participación en la vida de Jesús (1 Juan 2. 6).

3. Es el resultado del impacto de la gracia de Dios en nuestras vidas. «Dios nos amó» este es el punto de partida para el desarrollo de una nueva experiencia de vida (Juan 3. 16).

4. Pero más que una decisión momentánea, la fe es un clima espiritual, un modo nuevo de vivir (2 Corintios 7 .7); (Romanos 11. 20).

5. La fe es indispensable para la justificación. Cristo inmolado en la cruz efectuó la salvación de la humanidad. Sin embargo, el hombre debe ser receptivo al significado de aquel acontecimiento. El acto fundamental del amor de Dios espera una respuesta de los hombres. La fe es esa respuesta. Por nuestra fe somos justificados (Romanos 1. 17; 5. 1); (Gálatas 2. 16).

6. La fe se vincula siempre con la gracia. El mensaje de la cruz (la capacidad de responder a él) no tiene requisitos de santidad, conocimiento, buenas obras, etc. No son los poderosos ni los sabios los que se salvan (Mateo 11. 25); (1 Corintios 1. 18–31; 2. 14). Puesto que el espíritu del incrédulo está muerto, no puede responder si no es por la gracia (Romanos 4. 16); (Efesios 2. 8).

7. Cristo es el autor y consumador de la fe (Hebreos 12. 2) y obra fe en nosotros por su Espíritu Santo. El Espíritu vivifica a la persona que es justificada por la fe. Ya no anda conforme a la carne sino conforme al Espíritu, en novedad de vida (Juan 6. 63); (Romanos 7. 6).

(Fuente: Diccionario Ilustrado de la Biblia).

 

*Obediencia: Los términos traducidos por obediencia tanto en el Antiguo Testamento (shama) como en el Nuevo Testamento (hypakouŒo y eisakouŒo) denotan la acción de escuchar o prestar atención (otros términos en el Nuevo Testamento son peétho «ser persuadido»(Hechos 5. 36, 37); (Romanos 2. 8); (Gálatas 5. 7), y peitharjeŒo «someterse a la autoridad»(Hechos 5. 29, 32); (Tito 3. 1). Aunque obediencia se utiliza también en sentido secular, el significado central deriva de la relación con Dios. Él da a conocer su voluntad mediante su voz o su palabra escrita, y frente a ella no hay neutralidad posible: prestar atención humilde es obedecer, mientras desestimar la Palabra de Dios es rebelarse o desobedecer (Salmo 81. 11); (Jeremías 7. 24–28).

La obediencia a Dios es una entrega total a su voluntad y, por consiguiente, obediencia y fe están íntimamente relacionadas (Génesis 15. 6; 22. 18; 26. 5); (Romanos 10. 17–21).

La práctica de la desobediencia a Dios (Zacarías 7. 11); (Romanos 5. 19; 11. 32) llega a hacer del hombre un incapaz aun para oírle (Jeremías 6. 10). Pero Dios envía a Jesucristo, quien cumple plena y filialmente la obediencia debida (Juan 6. 38); (Filipenses 2. 8); (Hebreos 5. 8). Su obediencia es imputada a los hombres (Romanos 5. 18; 1 Corintios 1 .30). Por la fe participamos de esa obediencia (Hechos 6. 7); (Romanos 1. 5); (Hebreos 5. 9), en tanto que la incredulidad es desobediencia (Romanos 10. 16); (2 Tesalonicenses 1 .8); (1 Pedro 2. 8) En esta relación de agradecida obediencia (Romanos 12. 1-2), que excluye toda idea de mérito propio (Romanos 9. 31 al 10. 3), el cristiano imita a Cristo en humildad y amor (Juan 13. 14); (Filipenses 2. 5); (Efesios 4. 32 al 5. 2) y se somete «en el Señor» a quienes corresponde (Romanos 13. 1); (Efesios 5. 22; 6. 1); (Filipenses 2. 12); (Hebreos 13. 17). No obstante, la obediencia a Dios tiene absoluta prioridad (Hechos 5. 29).

(Fuente: Diccionario Ilustrado de la Biblia).

 

*Rebeldía: anupotaktos (ajnupovtakto"), insubordinado (a, privativo; n, eufónico; jupo, bajo; tasso, ordenar) Se traduce «de rebeldía» en (Tito 1. 6 rv): «contumaces») Véase contumaz, y también desobediente.

(Fuente: W. E. Vine. Diccionario expositivo de Palabras del Antiguo y Nuevo Testamento)

 

*Llamar, llamamiento: Término cuyo significado teológico implica una invitación a servir a Dios con algún propósito específico (1 Samuel 3. 4); (Isaías 49. 1). En otro sentido, describe una relación directa entre Dios y el sujeto llamado (Isaías 43). Dios llama a Israel y lo separa de entre los otros pueblos, a fin de que le sirva y goce de su especial protección. Dios es el que siempre toma la iniciativa en el llamamiento, aunque casi siempre es una minoría o «remanente» el que responde(Joel 2. 32); (Hechos 2. 21); (Romanos 10. 13).

En el Nuevo Testamento es frecuente el uso del término en Lucas, Hechos y las cartas de Pablo. Sorprende su ausencia casi total en la literatura Juanina. En algunos pasajes de los Evangelios y en los escritos de Pablo, la base para el significado teológico del llamamiento es el hecho de que Dios llama al hombre en Cristo para un propósito que Él mismo determina. En general, este es el punto de vista del Nuevo Testamento (Filipenses 3. 14). La respuesta del hombre llamado puede ser para creer, y en este sentido el llamamiento es un término técnico para designar el proceso de la salvación (Hechos 2. 39); (1 Corintios 7. 17); (Gálatas 5. 13); (1 Pedro 5. 10).

Las epístolas paulinas clarifican el concepto teológico del llamamiento cristiano. Este viene de Dios, a través del evangelio, para la salvación, santificación y servicio (2 Tesalonicenses 2. 14); permite entrar al Reino de Dios y formar parte de la «familia de Dios» en compañerismo y amor fraternal (1 Corintios 1. 9); (Gálatas 1. 15); (Efesios 2. 19). Para Pablo, quienes responden al evangelio son «llamados» en oposición a quienes lo rechazan (1 Corintios 1. 24). Esta idea está tomada de la misma enseñanza de Jesús (Mateo 22. 14).

El llamamiento de (1 Corintios 7. 20) parece señalar, más que una ocupación particular, el carácter histórico del acto divino. La respuesta del hombre «llamado» incluye todas sus circunstancias históricas. De aquí que en algunos pasajes del Nuevo Testamento el llamamiento sea un imperativo a vivir conforme a la vocación cristiana (Efesios 4. 1); (Colosenses 1. 10); (2 Tesalonicenses 1. 11).

Sin embargo, el sentido más pleno del llamamiento cristiano destaca la posición que el creyente asume en una relación más profunda con Dios. Ser «llamado hijo de Dios» es el propósito eterno de la salvación (Juan 1. 12); (Romanos 8. 28-30; 9. 26); (1 Juan 3. 1).

(Fuente: Diccionario Ilustrado de la Biblia).

 

*Conversión: La conversión es un concepto muy importante en el Antiguo Testamento. Debe entenderse en sus tres tipos básicos: conversión individual, conversión comunitaria y conversión como parte de un proceso permanente en la vida del creyente. En el Antiguo Testamento, la palabra hebrea que se traduce «conversión» es shub, que significa «regresar, volverse» y es un llamado de atención para dejar de lado prácticas idolátricas y volver a Dios.

En el Nuevo Testamento las palabras que expresan conversión son metanoia en los Sinópticos y Apocalipsis y epistrefo en Hechos y 1 Pedro. El concepto shub del Antiguo Testamento se complementa con la noción de proceso de conversión (metanoia), por ejemplo en (Mateo 3. 8), y se continúa con la idea de conversión como manifiesta en actos externos (epistrefo) (Hechos 26. 20; Mateo 3. 8). La conversión es una vuelta de algo hacia algo. En su lado negativo es el arrepentimiento (Hechos 26. 20) y en su fase positiva es la fe (Hechos 11. 21). La verdadera conversión se levanta sobre el arrepentimiento y la fe, que llevan al creyente no solamente a observar una nueva forma de vida, sino a una transformación espiritual completa (2 Corintios 3. 18).

El Nuevo Testamento enseña que la conversión no es pasiva (algo que se tiene o se siente), sino dinámica (algo que se hace) Es la respuesta que una persona da al evangelio en forma incondicional y que le afecta en su totalidad.

Significa comprometerse con Cristo y vivir para Dios en novedad de vida, mediante el poder que da el Espíritu Santo (Romanos 6. 1–4); (Colosenses 2. 10–16; 3. 1). Entonces la conversión en el Nuevo Testamento es un activo compromiso con Cristo mediante el poder del Espíritu Santo, que continúa durante toda la vida del creyente y que conduce al hombre a la liberación de estructuras de injusticia, violencia, mentira y esclavitud. La verdadera conversión libera al individuo de toda forma de idolatría y restaura su relación con Dios.

(Fuente: Diccionario Ilustrado de la Biblia).

 

*Vocación: Llamado o invitación a una profesión o estilo de vida. Pero en términos teológicos, la palabra vocación no se usa en referencia a una profesión que uno pueda ejercer. Vocación es la invitación que Dios extiende a todas las personas a ser hijos suyos a través de la obra de Cristo. Esta vocación o llamado no llega a las personas porque lo merezcan, sino que es estrictamente un resultado de la gracia de Dios (2 Timoteo 1. 9).

Es cuestión del individuo el aceptar o rechazar ese llamado.

(Fuente: Diccionario Ilustrado de la Biblia).

 

*Elección y predestinación: Acto eterno de Dios por el cual, según su gracia y su soberana voluntad y no a base de ningún mérito en el escogido o elegido, escoge a su pueblo para tener una relación especial con Él y un ministerio específico dentro de su pacto.

Dicha elección puede ser de carácter nacional (Deuteronomio 7. 6–8); compárese con (Romanos 11. 28) refiriéndose a Israel.

De carácter personal en función de la vocación y el ministerio de determinados individuos (1 Samuel 10. 24); (Hechos 1. 24).

Personal con referencia al destino final del individuo(Romanos 8. 28); (Efesios 1. 4-14).

(Fuente: Diccionario Ilustrado de la Biblia).

 

Elección y predestinación: denota sacar de entre, selección y, de ahí, lo que es elegido. En (Hechos 9. 15), se dice de la elección por parte de Dios de Saulo de Tarso; la frase es, literal: «un vaso de elección»

En (1 Tesalonicenses 1.4): «vuestra elección» se refiere no a la iglesia colectivamente, sino a los individuos que la constituyen; la certeza que tiene el apóstol de la elección de ellos da la razón de su acción de gracias.

Los creyentes deben dar «la mayor diligencia para hacer ciertos su llamamiento y elección», por el ejercicio de las cualidades y gracias que los hagan llenos de fruto del conocimiento de Dios.(2 Pedro 1. 10).

(Fuente: W. E. Vine. Diccionario expositivo de Palabras del Antiguo y Nuevo Testamento).

 

*Escogidos: Véase elección.

Fuente: W. Vine. Diccionario expositivo de Palabras del Antiguo y Nuevo Testamento).

 

*Conocer: Entre otras acepciones, significa “Aprobado”, “Reconocer”.

Fuente: W. Vine. Diccionario expositivo de Palabras del Antiguo y Nuevo Testamento).

 

*Presciencia: Término que describe la omnisciencia de Dios, y en especial el hecho de que Él sabe todas las cosas de antemano (Sal 139. 1–6); (Isaías 16. 9-10).

Todo es un eterno «ahora» para Dios, pues el tiempo es una propiedad de la creación finita y Dios no está sujeto a ella (Sal 90. 4); (Isaías 57. 15); (2 Pedro 3 .8).

La Biblia enseña que Dios es soberano (Daniel 4. 35).

Que actúa según un plan perfecto (Salmo 33. 11).

Y que por su presciencia predice lo que va a pasar según su voluntad (Hechos 2. 23); (Romanos 8. 29); (1 Pedro 1. 2).

Esto provee la base de la profecía; pero, a la vez, suscita un difícil problema: ¿cómo armonizar el libre albedrío y la responsabilidad moral del hombre con la presciencia de Dios? La Biblia no trata de resolver este problema, solo reconoce la responsabilidad humana (Romanos 1. 18; Romanos 2. 6).

(Fuente: Diccionario Ilustrado de la Biblia).

*Presciencia: conocimiento anticipado: prognosis, conocimiento anticipado (similar a proginosko) Se usa sólo del conocimiento anticipado que posee Dios(Hechos 2. 23); (1 Pedro 1. 2).

El conocimiento anticipado es un aspecto de la omnisciencia; está implicado en las advertencias que da Dios, en sus promesas y predicciones. Véase (Hechos 15. 18).

El conocimiento anticipado de Dios involucra su gracia en elección, pero no anula la voluntad del hombre. Él conoce anticipadamente el ejercicio de la fe que conlleva salvación. El apóstol Pablo destaca especialmente los propósitos reales de Dios más que la base de los propósitos (Gálatas 1. 15); (Efesios 1. 5, 11).

Los consejos divinos jamás se podrán torcer. Cf. prokatangello.

(Fuente: W. E. Vine. Diccionario Expositivo).

 

*Pervertir – Perverso:(metastrefo), transformar en algo de carácter opuesto (significando un cambio, girar, dar la vuelta), de la manera en que los judaizantes intentaban «pervertir el evangelio de Cristo» (Gálatas 1. 7).

 

*Libre albedrío: Esta expresión también ha de ser considerada en este tratado; pero ha sido dejada intencionalmente al final, porque no es una palabra bíblica.

Según el diccionario de la Real Academia Española libre albedrío significa: poder o capacidad del individuo para elegir una línea de acción o tomar una decisión sin estar sujeto a limitaciones impuestas por causas, antecedentes, necesidad, o por la predeterminación divina. Desde el enfoque teológico se acepta como verdad inobjetable que uno de los principios básicos de la doctrina cristiana tradicional es que Dios es omnisciente y omnipotente, y que todo acto humano está predeterminado por Dios. La doctrina de la predestinación, como réplica teológica al determinismo, impide en teoría, la existencia del libre albedrío. Dios nos revela en Su Palabra que, sobre todos sus atributos que lo hacen único en majestad, le agrada destacar Su soberanía. Y cuando la ejerce en la elección su propósito es la salvación; porque si Dios no salva, NADIE PODRÍA SER SALVO.  No obstante, dado que muchos reclaman el derecho de ejercer su libre albedrío; o dicho con otras palabras, resolver libremente su salvación, es necesario que sepan que lo que pretenden, no es nada más y nada menos que confrontar la soberanía del hombre con la de Dios. Por lo cual, será muy útil tener en cuenta esta actitud cuando analicemos su incidencia en el plan de la salvación, cómo afecta su uso a quien la ejerza, y que perjuicios le ha de reportar.

La doctrina de la predeterminación soberana de Dios, tuvo como principal oponente al monje bretón Pelagio (Siglo V) fundador de una corriente hereje conocida como Pelagianismo que, entre tantas perversiones doctrinales, sostiene que la libertad de la voluntad es el elemento decisivo de la perfección humana y minimiza o niega la necesidad de la gracia divina y la redención.

Posteriormente en el siglo XVI, se elaboró un sistema teológico respecto al libre albedrío conocido como “Arminianismo”.

 

*Arminianismo: Movimiento encabezado por Jaime Arminio, nacido en 1560. Estudió teología en Ginebra y volvió como predicador a la ciudad de Ámsterdam. Después de algunos años de pastorado fue elegido profesor de la Universidad de Leiden, donde dio una serie de conferencias sobre la doctrina de la predestinación; sus postulados crearon un conflicto de tal magnitud, que dividió al cuerpo estudiantil y también a los pastores de la iglesia reformada; en consecuencia, esta situación originó dos grupos antagónicos: Arminianos y Calvinistas.

Sus principales puntos de diferencias son:

 

*Arminio – arminiano

- El decreto o propósito de Dios se aplica a todos los creyentes en Cristo.

- Cristo murió por todos los hombres.

- EL Espíritu Santo debe ayudar a todos los hombres a seguir por el buen camino, o sea, a tener fe en Cristo para la salvación, pero no constriñe a nadie en tal sentido.  

- La gracia salvadora de Dios no es irresistible.

- Es posible para los cristianos caer de la gracia y perderse eternamente.

 

*Calvino - calvinismo: Su teología es Paulina y Agustiniana. Intentó seguir lo que entendía como un camino intermedio entre un énfasis excesivo en la divina providencia y un sobrado hincapié en la responsabilidad humana. Es decir que, sin ubicarse en ninguno de los dos extremos, trató de explicar la armonía que existe entre estas dos verdades bíblicas.

 Dentro de sus dogmas más importantes se destacan la creencia de la soberanía absoluta de Dios y la justificación sólo por la fe.

Sus cinco puntos fundamentales son:

- Total depravación del hombre (después de la caída en el paraíso terrenal, el hombre es incapaz de servir a Dios por causa de su naturaleza corrompida).

- Elección incondicional (Dios escoge a los suyos, sin dejarse influenciar por las acciones de éstos).

- Expiación particular (Cristo murió solamente por los elegidos, puesto que éstos solos son los que se salvan).

- Gracia irresistible (Que la gracia divina no puede ser rechazada por los escogidos de Dios).

- Perseverancia de los santos (que aquellos que han sido elegidos por Dios perseverarán hasta el fin y no se perderán. La salvación no se pierde).

 

COMENTARIO: A fin de tener una mejor comprensión y tomar una posición respecto de esta controversia, es importante ubicarse dentro del contexto histórico. De la misma manera que la iglesia reformada surgió alrededor de los años 1517, con el propósito de corregir ciertos desórdenes y volver a los puros fundamentos de la fe; también fue necesario, celebrar el Sínodo de Dort (1618-1619) con el fin de preservar dicha pureza de la doctrina. En esa asamblea, se refutó la doctrina Arminiana descartándola definitivamente como hereje y afianzando en cambio, la doctrina bíblica de la soberanía de Dios.

 

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3. EL VERDADERO EVANGELIO

“Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica” (1 Corintios 3.10).

Creo que estas palabras inspiradas del Apóstol, son muy oportunas como prólogo al tema que vamos a tratar. En ellas destaca los distintos factores que han de intervenir como condición necesaria para que cada creyente sea edificado y, a su vez, sea un edificador enteramente apto en la Iglesia del Señor.

En primer lugar, el Apóstol destaca la “gracia de Dios”. Sin la gracia de Dios que es dada por medio del Espíritu Santo en Cristo, nada es posible hacer para Él. El que no está en Cristo carece de la gracia de Dios y, por consiguiente, está totalmente inhabilitado para toda buena obra. En segundo lugar, dice que le ha sido dada “conforme” a la medida de un determinado propósito. Aquí podemos observar como el apóstol reconoce sobre todas las cosas “la soberanía de Dios”, doctrina que tanto nos cuesta aceptar como principio para nuestras vidas; aunque, sin embargo, con la boca confesamos que “Él es el Señor”. Dios nos libre de tal contradicción. En tercer lugar, el Apóstol manifiesta que por medio de esa gracia, Dios lo habilitó como un experimentado arquitecto. Hermanos, esta expresión es de una magnitud que no podemos ignorar. Si en verdad habremos de sobreedificar sobre su fundamento, debemos tener al menos alguna idea acerca de la importancia de la tarea encomendada y su necesaria capacitación para ejecutarla; sólo de esta manera podremos ser enteramente aptos para su propósito.

Humildemente, creo que puedo aportar algo al respecto ya que a mí también me fue concedido, en mi vida secular, el don de arquitecto. Con esto me atrevo a decir que a través de mi experiencia, pude entender con mayor claridad lo que el Apóstol quiere decir, y precisamente esto es lo que quiero compartir con ustedes.

Un arquitecto, es un creador preparado para generar ideas que puedan satisfacer determinadas necesidades del hombre; para ello se necesita: noción de orden y sensatez (capacidad de discernimiento), dos condiciones necesarias para poder desarrollar con ingenio la respuesta adecuada a través de un proyecto.

La principal característica de un proyecto es la de transmitir, mediante representaciones gráficas (dibujos, números y/o palabras), algo que ha sido generado y planificado primeramente en la mente de su creador. Para ello éste “elige”, en primer lugar, los componentes adecuados con los que ha de trabajar y “desecha” otros, no porque no sirven, sino porque no son útiles a ese determinado proyecto.

Dios, que es el supremo arquitecto, hizo un determinado proyecto de su creación y lo está ejecutando conforme al designio de su voluntad. En ese proyecto incluyó su Iglesia, y para edificarla ha hecho dos cosas: la primera es escoger el lugar más seguro donde construirla, la Roca Inconmovible de los siglos: Cristo Jesús; la segunda, capacitar a peritos arquitectos para que, por medio de Él, unos pongan su fundamento y otros edifiquen sobre ese fundamento.

Como podrá apreciarse, la tarea del arquitecto se divide en dos partes. La primera es la etapa de proyecto, esta es una tarea de “laboratorio”, es la parte creativa; por lo general, es una tarea íntima, personal.

En el caso de Dios, puede verse en lo que le dijo a Job:

“¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra?

Házmelo saber, si tienes inteligencia” (Job 38. 4 y ss.).

O al pueblo de Israel por boca de Isaías:

“Porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero; que llamo desde el oriente al ave, y de tierra lejana al varón de mi consejo. Yo hablé, y lo haré venir; lo he pensado, y también lo haré” (Isaías 46. 9-11).

La segunda etapa es la ejecución de ese proyecto; lo puede realizar el mismo arquitecto (Isaías 46. 9-11) en forma individual o en conjunto con otros profesionales. En ambas etapas se requiere que los que han de intervenir estén habilitados y que sean peritos o expertos; en la primera, porque el proyecto debe ser factible en todas sus partes; en la segunda, porque al ejecutarlo se debe respetar fiel y eficazmente las condiciones del proyecto original. Unos ponen el fundamento (hay especialistas) y otros edifican sobre ellos (también especialistas).

Edificar no es simplemente “amontonar” en cualquier lugar los materiales que intervienen en el proyecto. Digo esto porque, siguiendo el espíritu de alegoría que usa el Apóstol, a muchos de nosotros nos han sido dados los “materiales” (textos bíblicos) del “proyecto” (Su  Palabra), para que edifiquemos “la obra” (Su Iglesia); y lo que muchas veces hacemos es amontonarlos o mezclarlos sin sentido en cualquier lugar sin considerar que son piezas que deben “encastrarse” perfectamente en la estructura prediseñada. Sólo así se podrá ejecutar fielmente el espíritu del proyecto divino. Creemos que cada texto por el sólo hecho de ser parte de la Biblia es suficiente con eso; y nos remitimos a decir: está en la Biblia (¿?)

En otras palabras, de nada vale conocer toda la Escritura e incluso recitar sus textos de memoria, si no hemos sido capacitados por el Espíritu (hechos peritos), para que con discernimiento podamos edificar una estructura de fe sobre el fundamento de su doctrina; y esto, conforme al espíritu de la Letra (el proyecto).

Por ejemplo, si un arquitecto es realmente perito, con sólo observar las proporciones y características de un fundamento (cimiento), debe poder vislumbrar la magnitud y naturaleza de la obra que se ha de edificar sobre él, ya que éste debe ser adecuado a la misma.

Entonces, si en verdad creemos que Dios proveyó en Cristo: “la Roca” y sobre ella los apóstoles pusieron el fundamento -cuya característica es de una magnitud incomparable respecto a profundidad y solidez-, es imposible que pueda edificarse sobre tremendo basamento, un precario e inestable rancho de paja, heno y hojarasca, como lo es un evangelio pervertido (modificado).

Al respecto, el apóstol les dice a los Gálatas allá en el comienzo de la Iglesia: “Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del  que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Mas si aún nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gálatas 1. 6-8).

Por esto el Apóstol concluye vehementemente su declaración con esta advertencia: “Pero cada uno mire como sobreedifica” ¡¡Qué responsabilidad!!

Así que, hermanos, si tenemos la convicción de que somos salvos por pura gracia, debemos asumir la obligación de saber que el Señor nos ha convocado “para que anunciemos las virtudes de aquel, que nos sacó de las tinieblas a su luz admirable”; y la única forma de hacerlo es predicando el verdadero evangelio. Escudriñemos pues entonces su Palabra porque, como decía Spúrgeon: “El mejor comentario bíblico es la Biblia misma”.

 

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4. ACERCA DEL HOMBRE Y SU CONDICIÓN FRENTE A DIOS:

Comenzando desde el principio

La Biblia dice en sus dos primeros versículos que:

“En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1. 1)

“Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Génesis 1. 2).

Aunque nadie sabe cuánto tiempo pasó entre estos dos primeros versículos, es evidente que entre ellos, algún acontecimiento de colosal envergadura tuvo que haber producido semejante caos en “la tierra”.

Si tenemos en cuenta lo que dijimos acerca de lo que es un proyecto, no cabe duda de que cuando “creó Dios los cielos y la tierra” (v.1) tiene que haberlos hecho perfectos. En primer lugar, porque todo lo que proviene de Él es bueno y excelente; Él no hace ensayos, ni tampoco cosas desordenadas. En segundo lugar, porque todo aquello que no es improvisado, necesariamente tiene que haber sido ordenado conforme a un anticipado y determinado proyecto.

No obstante, lo que haya pasado o no en ese período, la Biblia no lo revela y todo lo que podamos decir es meramente especulativo. Por eso debemos remitirnos solamente a lo que el Señor, soberanamente, quiera declararnos.

La Biblia dice: “Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley” (Deuteronomio 29. 29)

Continuando con el relato de Génesis, podemos ver como a partir del versículo 3 se nos revela la manera en que Dios va ordenando el caos; y en ese proceso, lo primero que se puede percibir es que desde el principio mismo “la tierra” se va disponiendo conforme a su mandato.

Vemos también como, después de haberla acondicionado, el Creador empezó a poblar las aguas, el aire y la tierra con seres vivientes según su especie a la orden de su Palabra: “Produzcan las aguas seres vivientes,... produzca la tierra seres vivientes... y cuando vio Dios que era bueno”.

“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1. 26).

 

* El hombre, corona de la creación

En (Génesis 1. 26) podemos considerar dos aspectos de suma importancia para la fundamentación de  este evangelio. El primero tiene que ver con la particular dedicación que Dios puso en la creación del hombre. Mientras que mandó a las aguas y a la tierra que produzcan “seres vivientes”; respecto a la creación del hombre dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. Es decir que cuando el Trino Dios (dijo “hagamos” plural), se propuso crear “al” hombre a su imagen, no le encomendó esta tarea a la naturaleza sino que Él, personalmente, hizo un ser único en quien imprimió las cualidades que éste habría de transferir a toda la raza humana. La palabra “al” es contracción de “a él”, artículo determinante; esto quiere decir, que no dijo hagamos “hombres” o “seres vivientes” como en los otros casos, sino “al hombre”. Único, con inteligencia, voluntad, raciocino y algo muy especial que tanto valoramos, el libre albedrío.

Sobre la base de esta revelación, lo primero que debemos ir teniendo en cuenta de aquí en adelante son estos dos detalles muy importantes: Dios creó un ser único y lo creó con libre albedrío. Estos son puntos de apoyo esenciales del verdadero evangelio.

Cuando el apóstol Pablo les predicó a los atenienses, les destacó este aspecto de la doctrina. Les dijo: “Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación” (Hechos 17. 26).

Hay algo más con respecto a Adán que debemos saber, y esto es de mucha importancia. La Biblia dice: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz  aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2. 7). “sopló en su nariz aliento de vida”, este es otro motivo por el que la vida del hombre es distinta a la de los otros seres naturales. El hecho de que Dios haya soplado “aliento de vida” quiere decir que le transmitió Su Espíritu. En otras palabras, Dios habitó en Adán, y con ese acto le dio vida semejante a la Suya. Es así como Dios puso no sólo eternidad en el hombre, sino entendimiento (inteligencia), sentimientos, voluntad y capacidad de expresarse con libertad, cosa que ningún otro ser viviente la tuvo. Ese dato que no es menor, nos va dando indicios que Dios tuvo, desde el principio, un plan especial para con el hombre.   

 

* Los atributos del hombre bajo prueba de obediencia

La Biblia dice: “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2.16, 17).

Este pasaje está corroborando lo que concluimos anteriormente. Si Dios le dice a Adán que debe tomar solamente los frutos que puede comer, y le señala cuál es el que no puede hacerlo, es fácil deducir que Adán podía discernir; y que, basándose en ese atributo, Dios le dio la opción de elegir entre obedecer o no. Es decir, Adán tenía la libertad y la responsabilidad de usar su libre albedrío. Y como a su vez le dio a entender que si desobedecía habría de morir, evidentemente sabía de lo que se le estaba hablando; es decir también tenía capacidad de razonar, usar su imaginación, proyectarse al futuro y medir sus consecuencias.

Ahora bien, la Biblia también nos muestra como a pesar de que Dios estaba en comunión con Adán y vivían en perfecta armonía, todos los atributos de Adán, incluyendo su libre albedrío, estaban subordinados a la voluntad de Dios.

El pasaje dice muy claramente: “Y mandó Jehová Dios al hombre”, no le pidió ni lo exhortó.

De esta manera se nos revelan tres principios inmutables y eternos:

1. Dios es soberano.

2. Todo lo creado, incluso el hombre, le debe obediencia.

3. La muerte, es la trágica consecuencia de la desobediencia.

Otro detalle: “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás”. Dios mandó y no dio explicación acerca del motivo de su mandato. Este hecho, nos pone en evidencia otro aspecto a tener en cuenta: si a un Soberano le place dar una orden y no dar razones acerca de la misma, como en este caso, nada se le puede objetar.

Aquí estamos frente a otro principio: Las órdenes son para obedecerlas, no para cuestionarlas. Sin embargo, Adán desobedeció; y a partir de aquel acto, la humanidad entera puede comprobar con amargura cuán alto fue el precio de la desobediencia. En primer lugar tuvo acceso al conocimiento “del bien y del mal”. Me pregunto: ¿no hubiera sido más hermoso poder elegir libremente entre muchas opciones, pero dentro de la esfera del bien? En segundo lugar, qué terrible es haber accedido a la esfera del mal, conocer el mal y sufrir sus consecuencias. 

Hermanos, la desobediencia es lo que introdujo a Adán a la esfera del mal donde habitan el pecado, Satanás y la muerte; y estos tres, seguirán teniendo dominio sobre su descendencia; es decir sobre todos los hombres nacidos y que permanecen viviendo según “el primer hombre”. Más aún, también hostigará permanentemente, a los que son salvos; es decir, a todos los hombres re-nacidos según “el segundo hombre”. Esto será hasta que Dios ponga a todos bajo juicio y termine con esta creación contaminada por el pecado mediante su destrucción para luego hacer nueva todas las cosas.

Desde el comienzo, debemos ir sabiendo que el libre albedrío es un atributo para obedecer voluntariamente los mandamientos de Dios; y que precisamente, le ha dado esa cualidad al hombre porque lo ama y le agrada que su obediencia no sea forzada sino voluntaria. Al respecto es importante volver a destacar que, en Su soberanía Dios manda no obliga.

Algo más respecto a este mandamiento; es evidente que Dios, cuando le dio la orden, también le previno acerca de las consecuencias de no cumplirlas:

“Más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2. 17).

A partir de ese momento, Adán sabía que el precio de la desobediencia es la muerte. Pero, ¿Qué muerte? ¿La muerte física o la espiritual? Por supuesto que la espiritual. La muerte física es consecuencia de la muerte espiritual. En el momento en que Adán pecó, Dios le retiró su Espíritu de vida eterna y el espíritu de Adán al quedar sin el sustento divino quedó muerto en ese mismo instante: “muerto en delitos y pecados”. La Biblia también confirma que aunque vivió 930 años, Adán empezó a envejecer y morir físicamente; pues, como hemos visto, la muerte física era inevitable ya que había muerto espiritualmente.

 La Biblia dice: “la paga del pecado es muerte” y “El alma que pecare, esa morirá”.

 

* La condición del hombre después del pecado

La Biblia dice:  

“Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre” (Génesis 3. 22).

Adán desobedeció a Dios; y por su desobediencia, pecó contra Él.

Hasta ese momento el pecado no existía en el mundo, pero cuando le dio entrada introdujo con él la muerte.

“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5. 12).

El pecado arruinó totalmente la vida de Adán transformándolo en enemigo de su creador; y aunque esa condición pasó a todos los hombres, el amor divino permaneció inalterable.

En (Génesis 3. 22) la Escritura nos relata cómo a partir del pecado, Dios tomó una serie de previsiones necesarias para contener los efectos de tan terrible mal. Estas decisiones, aunque a nosotros nos parezcan duras, fueron para beneficio de Adán y la de toda su descendencia.

Por otro lado es digno destacar –y esto es muy importante–, que aunque Adán peco, Dios nunca le retiró ni uno de los atributos que le había concedido; aunque, a partir de su condición envilecida, ninguno le sirvió para restablecer su comunión con Dios; incluyendo el libre albedrío.

Después de la caída en el paraíso terrenal, el hombre, es incapaz de servir a Dios por causa de su naturaleza de pecado. Esto es lo que la Biblia define como: “depravación”.

“¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados! Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás” (Isaías 1. 4).

Daré un ejemplo como ilustración: el hombre es como una delicada máquina de relojería. La tarea del reloj; es decir, su cometido, es marcar el tiempo con precisión, pero habiendo sufrido una caída se arruinó y aunque aún “funciona”, confunde los segundos, los minutos, las horas y hasta el día con la noche. Todo en él es confusión. En consecuencia, ya no sirve para cumplir el propósito para el cual fue creado.

Lo mismo sucedió con el hombre: el propósito de su creación era adorar y honrar a Dios en perfecta comunión con Él; pero en su caída, por causa del pecado, toda su vida se arruinó; y aunque sus atributos “funcionan”, ya no cumplen eficazmente su misión. Es decir que, la existencia del hombre ya no tiene motivo de ser y sería terrible que en ese estado de ruina viviera eternamente.

Por eso, Dios muestra Su amor y toma dos maravillosas iniciativas. La primera es la gran promesa de reconciliación y salvación por medio de la victoria de Su Hijo en la cruz. Esto le dijo a Satanás: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Génesis 3. 15).

Y la segunda, es impedir que viva eternamente en pecado. Es por eso que decide expulsarlo del paraíso: no sea que ahora, conociendo el mal, pretenda hacerle una trampa a Dios y “alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre”.

 

* De qué manera la descendencia de Adán hereda su naturaleza

La Biblia dice: “Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado. Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida” (Génesis 3. 23, 24). Es importante saber que la relación original de Adán y Eva para con Dios, quedó interrumpida cuando fueron “sacados fuera del huerto”. Y estar fuera del huerto no es cosa sin importancia; pues implica: ser desalojados del reino de la luz -donde el esplendor de la gloria de Dios todo lo alumbra-, al reino de las tinieblas. De las riquezas de Su gracia, a la miseria del mundo. De la perfección, a la imperfección. De la libertad, a la esclavitud. De la salud, a la enfermedad. De la vida, a la muerte. Es decir que, al perder la comunión con Dios, perdieron todas sus bendiciones de “gracia”.

En esa condición, engendraron hijos. Descendencia que no heredará nada, salvo perdición y muerte, porque sus padres lo perdieron todo a causa del pecado. Y como la Biblia destaca que toda la humanidad desciende de un solo padre y una sola madre, ésta no será merecedora, por derecho, de ningún beneficio a menos que Dios, en su misericordia, quiera otorgárselo como regalo o gracia.  

La Biblia dice: “Y llamó Adán el nombre de su mujer, Eva, por cuanto ella era madre de todos los vivientes” (Génesis 3. 20).

“Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: Por voluntad de Jehová he adquirido varón. Después dio a luz a su hermano Abel” (Génesis 4. 1-2).

“Y conoció de nuevo Adán a su mujer, la cual dio a luz un hijo, y llamó su nombre Set” (Génesis 4. 25).

“fueron los días de Adán después que engendró a Set, ochocientos años, y engendró hijos e hijas” (Génesis 5. 1).

Como la descendencia de Adán, se gestó fuera del paraíso y estando en pecado, la Escritura destaca la diferencia entre la obra perfecta que realizó Dios al crear “al hombre”; y la que éste hizo al procrear hijos en su miserable condición de pecado.

La Biblia dice: “El día en que creó Dios al hombre, a semejanza de Dios lo hizo. Varón y hembra los creó; y los bendijo, y llamó el nombre de ellos Adán, el día en que fueron creados.” (Génesis 5. 1).

“Y vivió Adán ciento treinta años, y engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen, y llamó su nombre Set” (Génesis 5. 1-3).

Es importante destacar este aspecto de la doctrina porque pone en claro la manera en que el pecado involucró a toda la humanidad. Por un lado, vimos como Dios creó a Adán a su semejanza; y también, por el otro, como los hijos de Adán fueron engendrados a la semejanza de su progenitor, no de Dios. Es así como toda la descendencia humana posee todos los atributos que Dios le imprimió a Adán en su creación, pero ahora arruinados por el pecado. No sirven para ninguna buena obra.

 

* La condición perdida de toda la humanidad

Contrariamente a lo que por lo general el hombre cree; que, con ser bautizado, tener una religión (cualquiera sea ésta), hacer buenas obras o simplemente creer en Dios. Su destino final, cuando parta de este mundo a la eternidad, ha de ser indefectiblemente un eterno descanso en el cielo, la Ley de Dios asegura lo contrario. Ella dice que toda la humanidad está bajo condenación por causa de su pecado.

La Biblia dice: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3. 23). Su sentencia es una condenación irrevocable, Dios ha establecido que por causa del pecado todos están destituidos de su gloria. La destitución de la gloria de Dios es muerte eterna.

Además, su Palabra revela otra verdad; Ella no dice serán destituidos, ya estamos destituidos, dice “están” tiempo presente; es decir, según su justo juicio la condición del hombre es la de un muerto, legal y espiritual.

Así es como el verdadero evangelio nos revela esta verdad que muchos ignoran; y aunque parezca obvio, cuando se lo predica muy pocas veces se la destaca. Para Dios estamos doblemente muertos; y los muertos no piensan, no sienten, no ven, no oyen, ni pueden tomar decisiones; es decir, tampoco pueden ejercer su libre albedrío, a menos que Dios les dé vida según el designio de su buena voluntad.

¿Es esto posible? ¡¡Claro que sí!! La Biblia dice: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados” (Efesios 2. 1). Y dijo el Señor Jesús: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5. 24).

Aunque son muchos más los pasajes que reafirman este aspecto de la doctrina, deseo de todo corazón que vuestra iniciativa los vaya descubriendo con la asistencia del Espíritu.

 

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5. ACERCA DE DIOS Y SU PROPÓSITO PARA CON EL HOMBRE:

*Dios es soberano y obra conforme a sus atributos

La soberanía de Dios es una verdad que no necesita ser demostrada. Sin embargo, el hombre es incapaz de percibirla por sí mismo ya que, como hemos visto, su naturaleza corrompida se lo impide. El pecado lo ha degradado a tal punto que su espíritu está muerto; y sin espíritu, que es el que percibe las cosas espirituales, su comprensión no va más allá de las cosas visibles o naturales.

En consecuencia, el hombre es un ser que existe como cualquier alma viviente producido por la naturaleza pero no tiene vida espiritual. Al contar solamente con cuerpo y alma, su conducta es animal, pero con una gran diferencia: como conserva el privilegio de contar con el don natural de la inteligencia, está capacitado para percibir las distintas maneras en que Dios se manifiesta por medio de las cosas visibles o naturales; por lo cual, es responsable de cómo responda ante tales manifestaciones. No tiene excusas. Este hombre es, lo que la Escritura llama el hombre natural”.

El hombre natural no percibe espiritualmente las cosas que son del Espíritu de Dios. Las observa, las analiza,  pero no las puede entender, para él son locura.

La Biblia dice:

“El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2. 14).

Ahora bien, si el hombre natural es incapaz de percibir absolutamente nada acerca de lo espiritual; entonces, ¿de qué manera podrá conocer a Dios? La única manera es, si renace espiritualmente por medio del poder y la voluntad divina.

La Escritura es categórica cuando nos enseña que Dios, nos hizo nacer de su voluntad por su Palabra. No existe otra forma. “Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas.” (Santiago 1. 18).

Acorde con esta verdad, la Escritura nos detalla las distintas maneras por las que Dios se manifiesta llamando a todos los hombres por igual para darles la misma oportunidad de ser salvos; pero también, mediante estas mismas revelaciones, les quita toda posibilidad de objetar a Dios su decisión de escoger algunos para salvación.

 

* Dios en su soberanía se propuso salvar a todos los hombres

En primer lugar, al quedar el hombre totalmente desvinculado de Dios por causa del pecado perdió la noción de quién es Dios y cuáles son sus exigencias para con el hombre. Así que lo primero que hizo fue darle la oportunidad de re-conocerlo ¿Por medio de qué y de quién se revela?

Desde el comienzo Dios se ha revelado de distintas maneras.

La Biblia dice:

a) Por medio de la ley natural.

“Porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1. 19-20).

b) Por medio de la ley moral.

“Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido” (Romanos 1. 21).

c) Por medio de la ley escrita, (ley de Moisés).

“Entonces Jehová dijo a Moisés: Sube a mí al monte, y espera allá, y te daré tablas de piedra, y la ley, y mandamientos que he escrito para enseñarles” (Éxodo 24. 12).

Y En esta dispensación:

e) Por el Hijo (gracia)

“Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”  (Juan 1. 17-18).

Cómo podemos apreciar, “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (Hebreos 1. 1-2).

De estos pasajes podemos deducir que Dios en su soberanía es el que toma la iniciativa; y siempre que lo hace, es a favor de los hombres. Primero, manifestándose para ser re-conocido como el gran Dios que se reveló al principio, en la creación. Y luego como el gran Dios salvador que quiere librarlo de la condenación eterna por causa del pecado: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan 3. 16-18).

Sin embargo, la respuesta que siempre ha recibido y recibe del hombre es el rechazo inexorable.

Dice la Biblia:

“Como está escrito:

No hay justo, ni aun uno;

No hay quien entienda,

No hay quien busque a Dios.

Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles;

No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Romanos 3. 10-12).

 

* La respuesta del hombre

Como hemos anticipado, y citando tan sólo un pasaje de Las Escrituras: (Romanos 3. 10-12), la respuesta del hombre siempre, y a través de todos los tiempos, en todo lugar ha sido, por su naturaleza, rechazar esta incomparable oferta. Ningún hombre se ha interesado ni intentado buscar a Dios. Por el contrario, su deseo permanente es apartarse de Él todo lo que sea posible desechando Su amor.

La Biblia dice: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino” (Isaías 53. 6). Por lo tanto, ante este rechazo, Dios hace responsable al hombre de su conducta, determinando para él, el justo juicio de condenación.

Además, nos demuestra que ningún ser humano, por más que esté convencido de lo contrario, posee algo que sea rescatable en su estado natural que lo haga merecedor de la gracia. La Biblia dice: “Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo. Mas sabemos que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas es según verdad. ¿Y piensas esto, oh hombre, tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo, que tú escaparás del juicio de Dios? ¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento? Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia; tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego; porque no hay acepción de personas para con Dios” (Romanos 2. 1-11).

En este punto podemos hacer un alto y elaborar una síntesis de todo lo que la Biblia hasta aquí nos ha revelado. Ella dice que Dios es Soberano, creador del cielo y de la tierra. Que hizo al hombre conforme a su imagen y lo posicionó como corona de la creación. Dice también que el hombre, a pesar de haber sido apercibido para que ejerciera la obediencia, desobedeció y por ello pecó. El pecado arruinó su naturaleza y con ella sus atributos, recibiendo como recompensa la muerte. Y, aunque perdió su posición frente a Dios, Él le siguió amando de la misma manera; más aún, extendió Su amor a toda su descendencia, sin excepción.

Como la descendencia de Adán heredó su naturaleza de pecado; obviamente está enemistada con Dios y, en consecuencia, condenada aun antes de nacer.

No obstante, si consideramos el estado de depravación al que llegó toda la humanidad, debemos saber que los acontecimientos nunca tomaron por sorpresa a Dios, ya que Él siempre estuvo en control de todo; más aún, es el autor de todas las cosas y las circunstancias obran según su buena voluntad. Disposición que se ha manifestado desde la eternidad en un amor inefable hacia el hombre; a tal punto, que desde antes de la fundación del mundo preparó al Cordero Perfecto, quien por medio de su sangre preciosa derramada en expiación por los pecados de todo aquel que en Él cree, pueda alcanzar la salvación y la vida eterna.

La Biblia dice: “sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo” (1 Pedro 1. 18-20).

Ahora bien, habiendo demostrado bíblicamente que Dios es Soberano y obra según el designio de Su buena voluntad; y, que el hombre es incapaz de alcanzar la salvación por sí mismo ¿alguien podrá decir que es la excepción? Y si lo es, ¿qué hizo con su libre albedrío que no buscó a Dios?

Estas dos preguntas, tienen una sola respuesta; y también es bíblica: nadie debe engañarse, porque ninguno puede buscar a Dios por sí mismo; la condición del hombre sin Cristo es la de un muerto legal y espiritual. Si Dios no obra soberanamente dándole vida, jamás podrá tomar la iniciativa de clamar invocando Su Santo Nombre.

  Respecto a la muerte legal: la condición del hombre es la de un esclavo en prisión. Un prisionero puede caminar, dormir, estar alegre o triste, puede tomar algunas decisiones, pero siempre dentro del ámbito de su prisión. Su libre albedrío puede servirle para todos esos asuntos intrascendentes dentro de los límites de la prisión, pero no para abrir las puertas de su calabozo y salir en libertad. No es verdad, como se dice, que el corazón tiene un picaporte por el lado de adentro, las puertas de las prisiones no tienen picaporte, tienen cerrojos y candados.

La Biblia dice:

“Algunos moraban en tinieblas y sombra de muerte,

Aprisionados en aflicción y en hierros,

Por cuanto fueron rebeldes a las palabras de Jehová,

Y aborrecieron el consejo del Altísimo.

Por eso quebrantó con el trabajo sus corazones;

Cayeron, y no hubo quien los ayudase.

Luego que clamaron a Jehová en su angustia,

Los libró de sus aflicciones;

Los sacó de las tinieblas y de la sombra de muerte,

Y rompió sus prisiones.

Alaben la misericordia de Jehová,

Y sus maravillas para con los hijos de los hombres.

Porque quebrantó las puertas de bronce,

Y desmenuzó los cerrojos de hierro” (Salmo 107. 10-16).

“Porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás” (Hechos 8. 23)

  Respecto de la muerte espiritual: Es necesario volver a nacer; y esto sólo es posible por medio de la operación divina. Sin vida espiritual, reitero, no se puede tomar decisiones espirituales.

La Biblia dice:

“Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36. 26-27).

“Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Juan 3. 3-8).

En síntesis, respecto a la soberanía de Dios, lo primero que deberá aceptarse, conforme a la luz que cada uno reciba, serán estas conclusiones como principios básicos:

 

Dios es soberano de eternidad a eternidad; su trono no lo heredó de nadie y a nadie se lo dará por herencia, jamás.

Todo lo creado en el cielo y en la tierra, está bajo sus pies y le debe obediencia.

Él puede hacer lo que le place con todo lo que es suyo y a nadie tiene que dar razones; incluyendo el llamado para salvación de algunos. Este acto se conoce como: “libre gracia soberana”. Es decir que, Dios en Su soberanía se toma la libertad de dar Su gracia a quién le place.

De esto pueden dar testimonio:

Abram:

“Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Génesis 12. 1-3).

Noé:

“Y dijo Jehová: Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo; pues me arrepiento de haberlos hecho. Pero Noé halló gracia ante los ojos de Jehová” (Génesis 6. 7-8).

Moisés:

“Tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente” (Éxodo 33. 19).

Jacob:

“Pero tú, Israel, siervo mío eres; tú, Jacob, a quien yo escogí, descendencia de Abraham mi amigo. Porque te tomé de los confines de la tierra, y de tierras lejanas te llamé, y te dije: Mi siervo eres tú; te escogí, y no te deseché” (Isaías 41. 8-9).

David:

“Jehová se ha buscado un varón conforme a su corazón, al cual Jehová ha designado para que sea príncipe sobre su pueblo” (1 Samuel 13. 14).

Y muchos más.

La lista sería interminable si contáramos a todos los que han tenido esta experiencia; tanto los que están registrados en el Antiguo Testamento, como los que están en el Nuevo Testamento. Más aún, si incluyéramos también, todos los que han tenido la experiencia del llamado personal.

 

*Respecto a la total depravación del hombre

Debido a su naturaleza de pecado, el hombre es incapaz por sí mismo de lograr reconciliarse con Dios. Igualmente, está imposibilitado de lograr la salvación de su alma, a menos que Dios obre soberanamente.

  Dijo el Señor Jesús:

“Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6. 44).

“No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiere al Padre en mi nombre, él os lo dé” (Juan 15. 16).

  Y los apóstoles también testificaron acerca de esta verdad:

“Entonces una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía” (Hechos 16. 14).

“El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero. A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados” (Hechos 5. 30-31).

“Si Dios, pues, les concedió también el mismo don que a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar a Dios? Entonces, oídas estas cosas, callaron, y glorificaron a Dios, diciendo: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida! (Hechos 11. 17-18).

 

“Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Romanos 9. 15-16).

“Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó. (Romanos 8. 29-30).

“Más para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios. Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.

Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor.”  (1 Corintios 1. 24-31).

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra.

En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo. En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria” (Efesios 1. 3-14).

“Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tesalonicenses 2. 13-14).

En conclusión, estos son tan sólo algunos pasajes de la Biblia donde se expone literal y explícitamente el fundamento apostólico; pilares donde se habrá de apoyar la estructura del verdadero evangelio.

Es importante entonces, que los sobre edificadores, conozcan qué es una estructura.

Estructura es un conjunto de partes que se vinculan entre sí, actuando solidariamente como soporte de algo; si se quita una de las partes, se resiente toda la estructura y se vuelve inestable. Es decir, pierde la facultad de sostenerse a sí misma y a todo lo que sobre ella se quiera apoyar. Destaco esto para que al edificador responsable no se le ocurra suprimir -a la estructura del evangelio- ni siquiera una de sus partes por insignificante que ésta le parezca; pues debe respetarse cada una de ellas, conforme al proyecto original que nos fue dado.

 Ahora, con la ayuda del Espíritu accederemos, al menos, al conocimiento de sus partes básicas a fin de que, conforme a la pericia que nos sea dada por gracia, podamos enriquecerlo, vistiéndolo del ropaje más puro y santo que podamos extraer de su Santa Palabra; de modo que, mediante su predicación clara y sencilla pueda llegar con poder a las almas y el nombre del Señor sea en ellas glorificado.

 

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6. ACERCA DEL EVANGELIO:

La vigencia del evangelio, es el testimonio que nos habla del amor de Dios en su propósito de salvar a todos los hombres por medio del arrepentimiento de pecado y la fe en su Hijo Jesucristo como el único medio de salvación. Ante esta realidad cada uno será responsable, según su decisión, del destino eterno de su alma.

Dejando atrás la definición elemental de lo que quiere decir Evangelio, la cual ya fue expuesta oportunamente aboquémonos a considerar aspectos fundamentales del mismo.

 

* ¿Cómo es el verdadero evangelio?

El verdadero evangelio es Cristo céntrico. Eso quiere decir que nada que no sea la persona del Señor Jesucristo y su obra en la Cruz, puede ser más importante en su presentación. Sin embargo, sobre todo en estos últimos tiempos, hay “mensajes” en los que ni siquiera se nombra a Cristo; eso es cualquier cosa menos la predicación del evangelio.

Precisamente, los distintos criterios que existen sobre este asunto, es lo que genera división entre quienes lo “anuncian”, y confusión entre quienes lo reciben.

La Biblia dice: “Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4. 11-12).

Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. Pues está escrito:

Destruiré la sabiduría de los sabios,

Y desecharé el entendimiento de los entendidos.

¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios” (1 Corintios 1. 18-24).

Desarrollar un “mensaje evangélico” basándose en “obras” de la Virgen, los santos o en los propios méritos personales; predicar un “evangelio”, donde la “liberación” o el “hablar en lenguas” toman desmesurada importancia por sobre la palabra de la cruz; hacer creer que el verdadero mensaje se encuentra donde se hacen “milagros”, aunque estos sean “en el nombre de Jesús”; prometer soluciones a los necesitados a cambio de los “diezmos” sin predicar el mensaje de Cristo crucificado; o invitar personas para que se hagan miembros de una “agrupación cristiana” donde la “tradición” y las costumbres religiosas son más importantes que predicar lo que agradó a Dios, no es sobreedificar sobre el fundamento de los Apóstoles, no es presentar el mensaje del verdadero evangelio.

 

* ¿Qué dice el verdadero evangelio?

El verdadero evangelio dice la verdad que no gusta, una verdad que lastima el ego, que humilla el espíritu, que desnuda el alma y que nos muestra tal como somos: indignos pecadores, menos que la nada, gusanos para ser arrojados a la hoguera, inmerecedores para recibir ningún bien de parte de Dios, salvo su justa ira, juicio y condenación.

La Biblia dice:“Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza. Humillaos delante del Señor, y él os exaltará” (Santiago 4. 8-10).

“Mas el corazón de los impíos es como nada” (Proverbios 10. 20).

“¿Cómo, pues, se justificará el hombre para con Dios?

¿Y cómo será limpio el que nace de mujer?

He aquí que ni aun la misma luna será resplandeciente,

Ni las estrellas son limpias delante de sus ojos;

¿Cuánto menos el hombre, que es un gusano,

Y el hijo de hombre, también gusano? (Job 25. 4-6).

“Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” (Juan 3. 19-20).

Frente a estas verdades de la Palabra -que actúa como una espada-, todo individuo tiene que ser afectado inexorablemente. La espada no es plumón o un suave vellón que sirve para acariciar o producir placer; todo lo contrario, es un filoso acero templado que penetra hasta lo más profundo del ser humano con el propósito de cortar, partir y sacar el pecado que está arraigado en las profundas entrañas.

Por otro lado, es necesario destacar que una de las características que distingue al evangelio pervertido, es que actúa de forma totalmente opuesta al verdadero evangelio. Como carece de poder y tampoco tiene la intención de evidenciar la real condición del hombre, nadie se ve comprometido a asumir su responsabilidad frente a Dios.

Su mensaje no es Bíblico, y según él, nada necesita ser cambiado, todo está bien; en otras palabras, es lisonjero, adulador y no conduce al arrepentimiento ni a la fe. Por eso La Biblia dice: “Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos. Porque tales personas no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos” (Romanos 16. 17-18).

“Porque nuestra exhortación no procedió de error ni de impureza, ni fue por engaño, sino que según fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio, así hablamos; no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones. Porque nunca usamos de palabras lisonjeras, como sabéis, ni encubrimos avaricia; Dios es testigo; ni buscamos gloria de los hombres; ni de vosotros, ni de otros, aunque podíamos seros carga como apóstoles de Cristo” (1 Tesalonicenses 2. 3-6).

Otra cosa que el verdadero evangelio destaca, es la gravedad del pecado. Su declaración dice que todo hombre, sin excepción,  es pecador y que por ese delito se ha de perder irremisiblemente a menos que reconozca su necesidad de arrepentirse y ser perdonado clamando a Dios por su misericordia.

 La Biblia dice: “Pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado” (Éxodo 34. 6-7).

“Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de mí, dijo Jehová el Señor” (Jeremías 2. 22).

La fe que es por gracia, es el único medio previsto y provisto por Dios para asegurar la salvación y la vida eterna. La Biblia dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan 3. 16-18).

“La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1. 7).

También dice que, según la ley de Dios, todo hombre está imposibilitado para lograr su salvación; y que ésta, es un regalo que Dios ofrece según su voluntad, mediante la sola fe en la persona y la obra de Su Hijo Jesucristo.“Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2. 4-9).

Al respecto, y conforme al espíritu del texto, es importante destacar ciertos aspectos a fin de destacar la misericordia de Dios y lo que comprende este regalo inmerecido.

En primer lugar, la Biblia destaca que “Cristo nos redimió de la maldición de la ley”. Es decir que, el que está sin Cristo será juzgado por la Ley; y el espíritu de la Ley es que debe ser cumplida en su totalidad y en todo momento; algo que es imposible. Pero, suponiendo que alguien pudiera cumplirla, en el momento que sea juzgado, la Ley sólo le dirá: “Cumplió con su obligación”. Y esto es, porque La Ley es inmisericorde, no da recompensa a cambio de su cumplimiento ¿Alguien conoce alguna ley que otorgue recompensa a cambio de su total cumplimiento? En cambio, la Gracia es un regalo que nace del amor de Dios y no de algún mérito que podamos aportar. Un regalo es algo que alguien da voluntariamente a quién quiere y sin que el beneficiado tenga que retribuir algo por él. En el caso de la salvación, es por gracia “para que nadie se gloríe”.

 

* ¿De qué manera se expresa el verdadero evangelio?

El verdadero evangelio se manifiesta a los hombres, en forma imperativa; es decir, de la manera como de quién procede; de Dios. Él es majestuoso, y como Rey de Reyes y Señor de Señores, le asiste todo el poder y el derecho de mandar. Ese acto soberano, -que le es propio por naturaleza y no lo comparte con nadie-, lo ha ejercido y lo ejercerá sobre toda su creación de eternidad a eternidad.

En lo que respecta al proyecto de restauración y redención de la raza caída para formar un pueblo para sí, ha sido por medio del llamamiento soberano que ejerce a través de todos los tiempos; así es como ha llamado a siervos, profetas, reyes, sacerdotes y un pueblo para sí. De la misma manera ha llamado y aun llama, a personas en forma individual para cumplir un determinado propósito conforme a su plan pre-establecido en la eternidad pasada. Ahora bien, sucede que sólo sus escogidos, son los que responden a su llamado irresistible.

Respecto al llamado evangélico, dijo el Señor Jesús:

“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre” (Juan 10. 27-29).

Quizás esta apreciación a muchos les parezca extraña o nunca la hayan considerado, pero es la única forma en que la Escritura presenta el verdadero evangelio.

Una cosa es la gracia o favor inmerecido que es ofrecida a todos sin excepción a través del mensaje evangélico; y otra, es todo eso incluyendo el llamamiento irresistible que nos conduce a recibir la gracia. La Biblia dice: “Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hechos 17. 30-31).

“Y al que puede confirmaros según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora, y que por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe” (Romanos 16. 25-26).

“Por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre; entre las cuales estáis también vosotros, llamados a ser de Jesucristo” (Romanos 1. 5-6).

“¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia” (Romanos 6. 16-18).

“Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras, con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios” (Romanos 15. 18-19).

“Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro” (1 Pedro 1. 22).

  El Señor Jesucristo nos fue modelo de obediencia

“y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2. 8).

“Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia” (Hebreos 5 .7-8).

  Y el Apóstol Pablo cuando dio testimonio de su conversión dijo:

“Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial” (Hechos 26. 19).

Aun así, conociendo estos testimonios, no todos obedecen al evangelio.

“Mas no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio?” (Romanos 10. 16).

“Porque es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan, y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron (por cuanto nuestro testimonio ha sido creído entre vosotros” (2 Tesalonicenses 1. 6 –10).

“Y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira” (2 Tesalonicenses 2. 10-11).

“Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?” (1 Pedro 4. 17).

Con la exposición de estos pasajes, queda claramente establecido que,mediante su evangelio Dios manda (no pide) que todos los hombres se arrepientan y obedezcan a la fe.Sin embargo, como respuesta, no todos los hombres obedecen a la fe.

Hermanos, la Biblia nos enseña claramente que a la gracia se accede entrando por la puerta de la obediencia al evangelio (éste manda arrepentimiento y fe); sin dejar de tener en cuenta que al sujetarnos en obediencia, el libre albedrío queda afuera, pues se habrá de entrar al reino de Dios donde solamente se hace su divina voluntad.

“Y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén.”  (Lucas 24. 46-47).

“Y cómo nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas, testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo”  (Hechos 20. 20-21).

Cuando el Señor Jesús nos enseñó a orar El Padre nuestro dijo:

“Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.” (Mateos 6. 10).

Y nos dio ejemplo cuando vivió su agonía en Getsemaní:

“Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad.” (Mateo 26. 42).

                                            

* Tres razones por las cuales el verdadero evangelio manda

Seguramente, esta particularidad del evangelio hiera el orgullo de ciertos hombres. Por eso es que algunos no se atreven a presentarlo de esta manera y tratan de cambiarlo o suavizarlo. Pero la cuestión no es cambiarlo, sino encontrar en la misma Escritura, los más hermosos y cálidos argumentos que puedan arrojar luz, por medio del Espíritu, sobre este mandato divino. Como ejemplo, daré tres razones que he encontrado, aunque seguramente hay muchas más. Dichas razones, no se basan en actitudes tiránicas o caprichosas de Dios, ese no es su Espíritu; por el contrario, se basan en su amor, misericordia, paciencia y benignidad.

Gloria a Dios por este evangelio que expresa fielmente la soberana voluntad de Dios.

Aquellos que somos padres y que amamos a nuestros hijos, podremos comprender esto con mayor claridad; y los que todavía no lo son, también podrán hacerlo si son hijos dispuestos a la obediencia de sus padres.

  La primera razón:

Es un mandamiento porque procede de una autoridad; es decir, proviene de alguien que es superior, no de uno que está a la par. Esta sola razón es suficiente para obedecer.

La Biblia dice:

“No hay más Dios que yo; Dios justo y Salvador; ningún otro fuera de mí. Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más. Por mí mismo hice juramento, de mi boca salió palabra en justicia, y no será revocada: Que a mí se doblará toda rodilla, y jurará toda lengua” (Isaías 45. 21-23).

  La segunda razón:

Es un mandamiento porque nos ama y desea lo mejor para nosotros. Esta razón debería conmover nuestro corazón, porque Dios destaca que su mandamiento no sólo se sustenta en su condición de soberano, sino también en su amor. Cuando Moisés le pide que le muestre su Gloria. Dios le responde afirmativamente diciéndole, “Haré pasar todo mi bien delante de tu rostro”. La Biblia dice: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3. 9).

  La tercera razón:

Es un mandamiento,  porque el inestimable precio que pagó no puede ser estéril. Fuera de este argumento, ya no hay otro que Dios pueda ofrecer a favor de los hombres para su salvación. Por eso dice soberanamente, que este precio no lo ha de pagar en vano.

La Biblia dice: “Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” (Isaías 55. 10-11).

“Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho” (Isaías 53. 11).

Estimados padres, ¿no son estos los argumentos que damos a nuestros hijos tratando de que entiendan por qué deben obedecer?

La experiencia nos enseña como padres, que en más de una oportunidad nos hemos propuesto alcanzar, aun con sacrificio, ciertos objetivos con el propósito de ofrecérselos a nuestros hijos para sus propios beneficios; sin embargo, muchas veces experimentamos la incomprensión y el rechazo de tal ofrecimiento por falta de visión de parte de ellos. Es allí cuando, haciendo uso del atributo que tenemos como padres, les ordenamos que reciban tales beneficios para su propio bien aunque no lo entiendan, diciéndoles: debes obedecer; en primer lugar, porque soy tu padre; en segundo lugar, apelamos a su sensatez y le decimos: porque deseo lo mejor para vos; y como último recurso demandamos su sensibilidad; le hacemos ver que, ya no hay más argumentos a los que podamos recurrir, diciéndole: porque me costó mucho sacrificio.

Que maravilloso sería si los hijos comprendieran cuánto valor tiene para un padre, la comprensión y la obediencia.

Entonces, como conclusión respecto a esta característica imperativa del evangelio, debemos entender que Dios siempre obra a favor de los hombres; y lo más maravilloso es que, pudiéndolo hacer compulsivamente por derecho no lo hace, sino que obra persuasivamente. En primer lugar, la diferencia que hay entre una orden y una obligación es la siguiente: una orden es un mandato que se debe observar, guardar y ejecutar; una obligación, es una imposición que alguien esta forzado a hacer. Dios manda, no obliga a nadie. En segundo lugar podemos observar que, de los tres argumentos expuestos, el primero apela a nuestro espíritu de disposición; nos enseña que su propuesta de salvación (el evangelio) es para obedecerlo, aun cuando no se entienda la manera que Dios obra en su soberanía. El segundo apela a la razón; es para distinguir como, mediante la obediencia, podemos alcanzar la salvación que es por pura gracia. Y el tercero apela al corazón para quebrantarlo; cuando el perdido pecador se rinde en obediencia ante la soberana obra del Espíritu y se deja conducir hasta el pie de la cruz donde se le revela el costo de su salvación, obra el poder de la gracia soberana conduciéndolo al arrepentimiento de pecado y la fe en Jesucristo. El argumento de la Cruz es poder de Dios para el que cree: “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios” (1 Corintios 1. 18).

Si el Señor nos concede la gracia de darnos obediencia a su evangelio, seguramente diremos:

“Señor, de qué sirve mi libre albedrío arruinado por el pecado. Antes de darle mal uso, me rindo a ti en obediencia frente a tan glorioso mandato. Te ruego que me aceptes en Cristo Jesús. Amén”.

Hay un momento en el llamado de Dios para salvación, donde los muertos espirituales oyen su voz. En ese instante es cuando, por medio del Espíritu, son conducidos al arrepentimiento y la fe en Jesucristo. Ese rayo de vida que Dios imparte por pura gracia según el designio de su buena voluntad, es una oportunidad que no podemos despreciar porque puede ser única. Es por eso que la Escritura dice: “he aquí ahora el día de salvación”. No se debería oponer resistencia al llamado, pero como el Espíritu no obliga a nadie para que acepte la salvación, se puede hacer uso del libre albedrío y rechazar neciamente, si así se lo desea, tan maravillosa oferta.

En síntesis, esto es lo que expresa el verdadero evangelio:

Todos estamos condenados a muerte aun antes de nacer; y esto es, por causa de nuestra naturaleza de pecado. En esa etapa de nuestra vida, no tenemos la facultad de ejercer nuestro libre albedrío para tomar decisiones espirituales; por ejemplo, tener la iniciativa de ser salvos.

La única posibilidad de ser salvos, es mediante la intervención divina quien conduce a la obediencia del mandato evangélico: Arrepentimiento para con Dios y fe en su Hijo Jesucristo.

Dios llama para salvación. Si has escuchado su llamado y rendido todo tu ser (incluyendo tu libre albedrío) eres un escogido de Dios para un propósito predeterminado que Él, soberanamente, ha preparado para tu vida.

El pecador puede resistirse al llamado haciendo uso de su libre albedrío e impidiendo, de esta manera, que el Espíritu obre la salvación. Con esta actitud, no ha hecho más que confirmar que no es la persona que Dios escogió en la eternidad pasada para formar parte de sus redimidos; en consecuencia, se perderás irremisiblemente, como tampoco tendrá el derecho de reclamar a Dios, el derecho que le asiste de escoger libremente a un individuo para salvación.

Dos conclusiones más:

Dios escoge para salvación; no para condenación, pues ya estábamos condenados aun antes de nacer.

El hombre puede rechazar libremente el regalo de Dios; y por este acto, no hace otra cosa que confirmar su condenación.

La Biblia dice:

 “A éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole” (Hechos 2. 23).

En este pasaje, el Apóstol ratifica una verdad evangélica: los actos voluntarios de los hombres, no los excusan de sus responsabilidades frente a Dios, aunque no hacen más que confirmar lo que Él ha determinado soberanamente con anticipación en el cielo.   

 

* ¿Cómo obra el verdadero evangelio?

La Biblia dice que la salvación es un don, es un regalo inmerecido. Cuando Dios la concede por medio del verdadero evangelio, el Espíritu obra en el pecador dándole una nueva vida. Es como un certero rayo de misericordia lanzado eficazmente desde el mismo Trono de la Gracia. Es una experiencia única, íntima y maravillosa en la que todo el poder divino produce hechos simultáneos sin que nadie pueda determinar su orden y el tiempo de cada uno.

 

En ese proceso, interviene solamente:

“La supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales” (Efesios 1. 19-20).

Después de que el Espíritu hubo realizado este hecho portentoso, el favorecido por la gracia recién empieza a comprender, poco a poco, todo lo que Dios ha operado en su ser. De manera que, afirmándonos en esta verdad bíblica, podremos comprobar que primero es necesario volver a nacer. Dice Dios:

“Les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne...” (Ezequiel 11. 19).

Si la persona regenerada ha experimentado esta obra, debe saber que Dios ha de continuarla según su propósito.

¿Cuál es su propósito? “...Para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios” (Ezequiel 11. 20).

El salmista comprendió este misterio de la libre gracia soberana; y dice en su alabanza: “Bendice alma mía a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios” (Leer todo el salmo 103).

Si bien es cierto que la sangre de Jesucristo tiene poder para limpiarnos de todo pecado por terrible que éste sea, el único pecado que pierde irremisiblemente al hombre, es su rebeldía al llamado divino; es decir, resistir al Espíritu cuyo propósito es guiarlo a obedecer el mandato divino.

Recordemos que DIOS no pide, manda. En consecuencia, estamos ante un hecho soberano y todo hombre debe obedecer. Es precisamente aquí, ante el llamado imperativo del evangelio, que el libre albedrío debe rendirse a la voluntad de Dios. La obediencia es una de las principales cualidades que habrá de recibir el espíritu convertido; pues, ésta es la única forma de reconocerle a Él, como Señor y Salvador.

La Biblia dice que Dios ha puesto delante de cada ser humano: “El bien y la vida, el mal y la muerte”…; y, “habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar que se arrepientan”.

 

* ¿Puede el hombre juzgar lo que Dios ha decidido soberanamente?

De ninguna manera. La Biblia dice: “¿Qué, pues, diremos? ¿Qué hay injusticia en Dios? En ninguna manera. Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra. De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece.

Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? Porque ¿quién ha resistido a su voluntad? Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no sólo de los judíos, sino también de los gentiles? Como también en Oseas dice:

Llamaré pueblo mío al que no era mi pueblo,

Y a la no amada, amada.

Y en el lugar donde se les dijo: Vosotros no sois pueblo mío,

Allí serán llamados hijos del Dios viviente” (Romanos 9. 14-26).

Leer a modo de ejemplo uno de entre tantos pasaje, este que está en: Génesis capítulo 24. El texto clave dice: “Entonces Labán y Betuel respondieron y dijeron: De Jehová ha salido esto; no podemos hablarte malo ni bueno.” (Génesis 24. 50).

(Conclusión que debe servir como reprensión: ante los actos soberanos de Dios, el hombre está imposibilitado de emitir juicio si éstos, son buenos o malos).

Para cerrar este tema diré que, aunque solamente hemos destacado aquellos aspectos del verdadero evangelio que muchos no desean tratar, pero que es bueno sacar a la luz; deseo de todo corazón que en ustedes no quede la idea de que tengo una visión parcial del mismo, por el contrario. Así que he escogido una porción de la Palabra de Dios, donde Él mismo expresa todo el espíritu  del verdadero evangelio.

“Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar. Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos.

Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” (Isaías 55. 6-10).

 

* ¿Cómo debe predicarse el verdadero evangelio?

Para que la predicación del evangelio sea eficaz, debemos tener presente; en primer lugar, que es el mensaje más importante que el hombre pueda recibir; pues trata acerca de la salvación eterna de su alma; en segundo lugar, que este mensaje nos ha sido delegado para ser anunciado, sin excepción, a todos aquellos que ya hemos sido salvos; y en tercer lugar, presentarlo con la convicción de que su Palabra tiene poder para alcanzar y convertir las almas, aún las más rebeldes, las más ignorantes o las tan simples como la de los niños.

Como ejemplo, en este pasaje está resumido toda su naturaleza y propósito:

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan 3. 16-18).

En muy pocas palabras, pero totalmente comprensible para cualquier alma que lo quiera recibir, esta declaración revela cual es la condición del hombre frente a Dios, su situación respecto a la vida, la muerte, el pecado y la posibilidad de salvarse del juicio y la condenación, obteniendo la vida eterna mediante la única provisión gratuita ofrecida por Dios: “Cristo”. Todo esto, no como una simple declaración de fe, sino como la más maravillosa ofrenda de amor y promesa de esperanza; como también, la más clara advertencia que destaca que, cualquiera sea la decisión que adopte el hombre respecto a esta oferta, sellará el destino de su vida para toda la eternidad.

Por consiguiente, el evangelio debe ser expuesto con la solemnidad que su naturaleza requiere. Debe ser predicado como lo hacían los Apóstoles, denunciando la total depravación del hombre y su estado de pecado que ofende a Dios. Diciéndole que Él le ama pero que aborrece su pecado; que es amplio para perdonar, pero que no tendrá por inocente al culpable; que el único camino para alcanzar la salvación es el Señor Jesucristo y que se llega a Él por medio del arrepentimiento y la Fe.

También, se les debe decir que no hay perdón de pecados sin arrepentimiento y que, todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo. Que nada puede hacer por sí mismo y urge la reconciliación con Dios por el bien de su alma; fundamentalmente, porque nadie sabe cuándo se acabará el tiempo de Su gracia.

Dice el Señor Jesucristo respecto a la obra del Espíritu Santo:

“Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí;  de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado.” (Juan 16. 8-11).

 Ante esta verdad, la única manera de poder entregar este mensaje tal como nos es dado, es confiando en la obra y el poder del Espíritu. Él es quien redarguye los corazones y añade cada día a la iglesia los que han de ser salvos.

El que siembra la Palabra, debe confiar que Ella ha de penetrar hasta partir los huesos; no dará paz al alma y martillará el corazón hasta pulverizarlo como el martillo a la piedra.

Ante tan portentosa obra, es obvio que el verdadero evangelio no se puede presentar con espectáculos musicales, baterías, bombos y platillos. Es poco serio anunciarle a una persona cuál es su real y triste condición frente a Dios, al ritmo de música irreverente que en vez de mover el espíritu al quebrantamiento, lo único que hace es estimularlos a sacudir sus cuerpos como lo hace la música del mundo. Es tan poco serio; como si un médico, para anunciarle a un paciente que se va a morir montara un espectáculo musical aunque quiera justificarse diciendo que, la diferencia de la música reside en la letra que tiene un mensaje de esperanza; cuando en realidad, lo que debería hacer el “médico” es anunciarle claramente que, aunque su enfermedad es mortal, existe el remedio que puede salvarlo. O el caso de un juez, que para darle la noticia a un delincuente que está sentenciado a muerte, monte un espectáculo festivo a toda luz y color pero sin decirle categóricamente que, hubo uno quien ya pagó por su culpa; y si acepta ser sustituido por él, puede salvarse de la pena capital. Estas incongruencias, de presentar un mensaje orientado al pasatiempo y a la nada, antes que presentar a Cristo crucificado como la única esperanza de salvación, es cualquier cosa menos un mensaje evangélico; por más que muchos “evangelistas” digan lo contrario.

No obstante, es importante destacar que si la música ha de ser el complemento para un anuncio tan importante como es la proclamación del evangelio, debe ser acorde con el mensaje y tan solemne como el mismo. Debe ser tan espiritual como la oferta divina que se ha de presentar, teniendo en cuenta que el canto de alabanza es el resultado del gozo espiritual; pues este estado es  patrimonio exclusivo de los redimidos. Los condenados a muerte no tienen motivo de que gozarse, a menos que sean inconscientes.

No cualquiera puede proclamar el verdadero evangelio. Primeramente se debe ser salvo y luego, estar habilitado por el Señor Jesús. Él dará a cada uno de sus redimidos, mediante el Espíritu, la capacidad y los dones necesarios para cada oportunidad; pero hay disposiciones que Dios requiere de sus mensajeros; y no lo podemos ignorar, estas son: obediencia, fidelidad, valentía, perseverancia y amor, mucho amor.

 

*¿Cómo debe enseñarse a recibir el verdadero evangelio?

Se debe enseñar que hay una sola forma de recibirlo, y es mediante el arrepentimiento de pecado para con Dios y la fe en Jesucristo. El hombre debe reconocer que ha pecado contra su creador; por tanto, no posee ningún mérito que lo habilite para alcanzar la salvación y la vida eterna por sí mismo. Debe saber que si Dios le ofrece la salvación es porque la necesita, porque le ama y  le placido otorgársela por pura gracia.

Si este mensaje es aceptado con corazón sincero; la soberanía de Dios lo llevará a despojarse de todo, incluyendo su libre albedrío, dándole espíritu de arrepentimiento y la fe que es por gracia. Entonces, y recién entonces, clamará al Señor por su salvación.

Se debe destacar, con mucha gracia y amor, pero con toda la autoridad que confiere la Escritura, que lo único que el hombre puede y debe hacer para ser salvo: es arrepentirse de todos sus pecados y creer en el Señor Jesucristo como su único y suficiente salvador personal. La obra de salvación es realizada por el Espíritu Santo de una vez y para siempre en forma perfecta y acabada. 

 

*¿Cuáles son los efectos que deben manifestarse en la persona que ha recibido el verdadero evangelio para su salvación?

Antes de contestar esta pregunta tan importante, es necesario saber que para que un individuo sea salvo, debe haber necesariamente una intervención Divina. Para ello, la misma Escritura nos relata un acontecimiento muy ilustrativo donde tuvo como principal actor al mismo Señor Jesús; quien, muy claramente, explica de qué manera y que persona obra este misterio de la gracia. La Biblia dice que: “Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos. Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él. Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu. Respondió Nicodemo y le dijo: ¿Cómo puede hacerse esto? Respondió Jesús y le dijo: ¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes esto? De cierto, de cierto te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos; y no recibís nuestro testimonio. Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales? Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios. (Juan 3. 1-21).

Observemos detalladamente varios hechos divinos que deben darse necesariamente antes de que se produzca el milagro de la verdadera regeneración que es por medio de la Palabra y la intervención del Espíritu Santo:

- Predicación del evangelio basado en la persona y la obra de Cristo crucificado y resucitado.

- Llamado personal por el Espíritu Santo (en este caso a Nicodemo).

- Dirigirse al Señor, sin intermediarios.

- Creer en Su Palabra (Evangelio) y recibirla.

- Recibimiento de la gracia que conduce a la salvación y a la fe en Cristo.

- Arrepentimiento de pecado (Malas obras).

- Fe en la persona del Señor Jesucristo y en su obra expiatoria consumada en la cruz.

- Creer que sólo el Espíritu Santo es quien efectúa el nuevo nacimiento.

 

Acerca de este último punto, debe ponerse de manifiesto, y con total énfasis, que es exclusivamente el Espíritu Santo; y sin ninguna otra intervención, quien hace efectiva la obra de salvación. De tal manera esto es así que, mediante su supereminente poder, es quien realiza todo el glorioso plan Divino. Él es quien produce arrepentimiento, conversión, santificación, regeneración, justificación, adopción y glorificación; como así también una nueva orientación y destino.

 

 

DOMINGO ANTONIO FERNÁNDEZ

 

 

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Para una mejor comprensión de su obra, se acompaña como complemento ilustrativo, un gráfico basado en Las Escrituras y ordenado en forma temática:

“EL VERDADERO EVANGELIO - naturaleza, método y propósito”

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